Mamá va a la escuela y no encuentra a su hija: la chica vuelve a casa por la noche con un bebé en brazos - Historia del día
Una mujer llega al colegio para recoger a su hija de 8 años, pero no está allí. Preocupada, la busca por todos lados hasta que llega a casa por la noche y la encuentra en la entrada con un bebé en brazos.
La hija de Bárbara y Eduardo, Madison, tenía 6 años cuando se mudaron a la nueva ciudad. Durante los dos primeros años, su madre se encargó de llevarla personalmente a la escuela.
Cuando cumplió los ocho, Eduardo sugirió que dejaran que Madison fuera sola porque estaba cerca de su casa. Bárbara no estaba cómoda con la idea, pero accedió ante la insistencia de su esposo.
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Le dieron a Madison un teléfono móvil y una pequeña libreta con la dirección de su casa y contactos de emergencia. Así sentían que la niña podría resolver cualquier eventualidad que se presentara.
Bárbara siempre sabía donde estaba su hija, y eso le dio la seguridad que necesitaba. Sentía que su hija estaba a salvo y que la decisión de dejarla estar de su cuenta tan pequeña era acertada.
Un día, Bárbara decidió sorprender a Madison yendo a buscarla a la escuela. Había planeado llevarla a su heladería favorita cercana después. Llegó a la escuela justo a tiempo, y cuando sonó la campana de salida, un río de estudiantes salió por la puerta principal.
Vio a las amigas de su hija, Alicia y Katherine, pero Madison no estaba a la vista. Pensó que se había retrasado en algo y optó por esperar algunos minutos. Finalmente, decidió entrar por ella.
Fue a su salón de clases, pero estaba vacío, con la excepción de la maestra de Madison, la señora Rojas, que estaba sentada en su escritorio revisando algunos papeles.
“Señora Rojas, ¿Ha visto a Madison? La estaba esperando en la puerta, pero nunca salió”, dijo con preocupación.
“¡Oh, señora Hernández! ¡Lo siento mucho! ¡Se me olvidó por completo llamarla! Madison no ha venido a la escuela en toda la semana. ¡Supuse que estaba enferma! ¡Hoy tuvimos un examen y se lo perdió!”, respondió la maestra.
Bárbara quedó impactada al enterarse de que su hija de 8 años no había estado asistiendo a clases. “¿Qué quiere decir? ¡Ella ha venido a la escuela todas las mañanas!”.
“No sé qué decirle”, dijo la docente bastante compungida. “Debí llamarla. No puedo imaginarme donde ha pasado las mañanas”.
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Bárbara se quedó sin palabras. Salió corriendo de la escuela y marcó el número de su hija, pero no respondió. La llamó varias veces sin éxito, y luego el teléfono pareció estar apagado.
Bárbara estaba en pánico. Llorando sin control, decidió llamar a su esposo. Él llegó al colegio en pocos minutos. Juntos, buscaron en todos los lugares entre su casa y la escuela, incluidos parques, cafés, restaurantes y las casas de vecinos y amigas, pero no la encontraron por ninguna parte.
Cerca de las 8 de la noche, estaban muy cerca de su casa y decidieron llamar a la policía. En ese momento, Bárbara vio a Madison desde lejos despidiéndose de un chico en la calle.
“¡Eduardo!”, gritó. “¡Maddy está ahí! ¡Está afuera de nuestra casa!”.
Eduardo entrecerró los ojos y se dio cuenta de que Barbara tenía razón. “¡Gracias a Dios!”, exclamó.
Tan pronto como estacionaron el auto y bajaron, corrieron hacia ella. De repente, se miraron perplejos: Madison llevaba en sus brazos a una bebé envuelta en una toalla blanca.
“¿Quién es esa bebé, Madison? ¿Y quién era el niño que acaba de irse?”, preguntó Bárbara, perpleja.
“Lo siento, mami”. Madison bajó la cabeza. “¿Podemos hablar adentro?”.
“¡No!”, gritó Bárbara con severidad. “¡Tienes que responderme primero! ¿Sabes lo preocupados que estábamos papá y yo? ¡Íbamos a llamar a la policía!”.
Madison negó con la cabeza. “¡No, mami! ¡Por favor! ¡Se van a llevar a Layla! ¡Por favor, no llames a la policía! ¡Debo mantener a la bebé a salvo!”.
“Cariño”, le dijo Eduardo a su esposa. “Déjame manejar esto, por favor. ¿La bebé se llama Layla?, le preguntó a su hija con un tono dulce. “¿Dónde la encontraste?”.
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“Layla es la hermana de mi amigo Tadeo, papá. Su abuela está enferma y no puede cuidarla, y se niega a ir al hospital porque dice que la policía se la llevará. Sus padres están en cielo”.
Eduardo y Bárbara intercambiaron una mirada de preocupación y se dieron cuenta de que a la abuela de Tadeo temía que los servicios sociales se llevaran a Layla si no podía cuidarla.
“¿Y por qué no fuiste a clases? Mami te llamó hoy, pero tu teléfono estaba apagado”.
“Lo siento. He ido a la casa de Tadeo todos los días para cuidar a Layla, y no he tenido tiempo para ir a clases... Regreso a casa cuando él llega de la escuela. Pero hoy olvidé revisar mi teléfono”.
“Cuando lo recordé, ya estaba apagado y sin batería. La abuela de Tadeo se sentía muy mal hoy, así que él y yo pasamos todo el día cuidándola. Por eso llegué tarde. Lo siento. No te lo dije porque tenía miedo de que no me permitieras volver a verlos”.
Sus padres se mostraron comprensivos. Entendieron que ella solo estaba tratando de ayudar a un amigo, así que intentaron explicarle que no estaba bien la forma en que había manejado todo, faltando al colegio y ocultando lo que hacía a sus padres.
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“¿Podemos quedarnos con Layla? Tadeo no puede cuidarla solo y su abuela está enferma”, preguntó la niña, después de disculparse.
“Bueno, cariño”, dijo Bárbara. “No podemos quedarnos con el bebé de otra persona, pero papá y yo encontraremos una manera de ayudarla. Entremos ahora. Está haciendo frío”.
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Al día siguiente, la pareja fue a la casa de Tadeo y conversaron con su abuela, la señora Páez. Se ofrecieron a ayudarla a cuidar a Layla mientras la anciana recuperaba su salud.
La mujer lloraba agradecida. Bárbara comenzó a pasar tiempo en la casa de Tadeo para cuidar de Layla y a la abuela. Un día le preguntó a Eduardo si podían adoptar a los dos niños.
Consultaron su idea con la abuela, y para su felicidad, estuvo de acuerdo. “Soy una anciana, y siempre estoy preocupada por lo que sucederá con mis nietos cuando muera. Me sentiré aliviada y feliz de saber que están en buenas manos”.
“¡Muchas gracias!”, dijo Bárbara. “También nos preguntábamos si querías mudarte con nosotros... Verás, a los niños les encantaría tener a su abuela a su lado. ¿Qué piensas?”.
“Ustedes son verdaderos ángeles”, dijo la anciana con emoción. “Estoy segura de que Dios los envió para ayudarnos. Estaré encantada de vivir con ustedes”.
A partir de ese día, la Sra. Páez, Tadeo y Layla se mudaron con los Hernández, y pronto comenzaron el proceso de adopción, que culminó algunos meses después. Así se convirtieron en una gran familia.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Ayudar al prójimo siempre trae cosas positivas: Madison conoció a la familia de Tadeo y sintió la necesidad de ayudarlos. Al saber lo que hacía, sus padres la apoyaron y al final terminaron formando una gran familia.
- Los lazos familiares se forman por sangre y también por amor: Bárbara y Eduardo vieron el amor de su hija por Layla y Tadeo y al poco tiempo decidieron adoptarlos y criarlos en un ambiente seguro y lleno de amor.
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