Estudiante rico nota que su profesora visita casa abandonada después de clase y decide seguirla - Historia del día
Un niño rico sigue a su profesora después de la escuela y la ve entrar a una casa abandonada y tener un encuentro con un vagabundo. Lo que descubre sobre él cambia la vida de todos.
Jacobo Granada sentía que la vida era muy confusa. Sabía que a los 13 años eso era de esperarse, pero en su caso era debido a su abuela Eva.
Eva había estado cuidando a Jacobo durante los últimos dos años, desde que sus padres habían fallecido en un accidente de helicóptero, y hacía lo mejor que podía. Su familia era muy rica, por lo que el dinero no era un problema, pero los valores sí lo eran.
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Eva quería que su nieto supiera que era un privilegiado y que tenía mucho más que otros niños y a la vez quería que fuera humilde, caritativo y amable. Además, le había prohibido entablar amistad con niños cuyos padres no tuvieran su misma situación económica.
Los padres de Jacobo habían sido las personas más amables y generosas del mundo. Nunca habían hecho distinción entre ricos o pobres, ni tampoco ponían atención en el origen de nadie.
Eva había inscrito a Jacobo en la misma escuela a la que habían asistido sus padres. Era muy exclusiva y costosa; solo asistían los hijos de los muy ricos, con algunas excepciones.
La junta otorgaba varias becas al año a niños que no podían pagar la matrícula y que eran muy brillantes. Eva nunca había aprobado eso. “¡El aceite y el agua no se mezclan!”, decía enojada.
Eva se había quejado amargamente ante la junta de la escuela por los estudiantes becados. Pero dado que algunos de los miembros habían sido estudiantes becados, no tomaron en cuenta sus protestas.
Ahora, Jacobo iba a la escuela con varios de esos niños y debía respetar las estrictas órdenes de su abuela de no ‘mezclarse’ con ellos bajo ninguna circunstancia.
Esto se volvió aún más difícil cuando Eva decidió que era hora de que su nieto comenzara a ser más independiente. El chofer dejaría de llevarlo a la escuela y tendría que tomar el autobús escolar.
En el transporte, Jacobo terminó compartiendo con muchos becarios y descubrió que eran niños agradables y gentiles. Eva no sabía nada de esto, o habría puesto fin a los viajes en autobús.
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El niño intentaba aceptar de buen agrado “las cosas” de su abuela, aunque le causaban algún conflicto interno. Pero todo cambió cuando supo algunas historias que le hicieron verla con otros ojos.
Jacobo acababa de bajarse del autobús y estaba a punto de caminar las dos cuadras a su casa cuando vio a la señorita Carolina Márquez, su profesora de inglés, entrar a una vieja casa. Había sido una elegante mansión victoriana en el pasado, pero ahora estaba abandonada.
Ella era la profesora favorita de Jacobo. Había estudiado con sus padres y, a veces, le hablaba de ellos. “¿Por qué estará yendo a una casa abandonada?”, se preguntó.
“Podría estar en peligro”, se dijo, y decidió seguirla para asegurarse de que estaba a salvo. Se deslizó detrás de ella, silencioso como un ratón, y la escuchó hablar con alguien en una de las habitaciones traseras.
Se asomó y la vio vertiendo sopa caliente en una taza y entregándosela a un hombre mayor, delgado y con manos temblorosas. La señorita Márquez puso una manta alrededor de sus hombros.
“¡Deberías dejar que te lleve a mi casa!”, la escuchó decir.
“No, querida”, dijo el hombre en voz baja. “Ya haces demasiado…”.
Jacobo se alejó sigilosamente y comenzó a seguir a su profesora después de la escuela. Apenas pasaba un día sin que visitara la vieja casa, por lo que el hombre debía ser muy importante para ella.
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Luego, una tarde, justo antes de la campana final, el director entró en clase y le dijo a la señorita Márquez que necesitaba que se quedara a una reunión urgente.
“¡No puedo!”, exclamó ella.
“Lo siento, señorita Márquez”, dijo el director con firmeza. “Todos los miembros del personal deben estar presentes. ¡Sin excepciones!”.
Inmediatamente, Jacobo supo que su profesora estaba pensando en el misterioso hombre de la vieja casa abandonada. Si ella no iba, él no tendría nada para comer.
Jacobo fue a la tienda que estaba frente a la escuela y compró un par de sándwiches y un litro de leche antes de abordar el autobús. Se bajó en la parada de costumbre, pero se dirigió a la casa abandonada.
“¿Hola?”, llamó. “¿Hay alguien aquí? Vengo de parte de la señorita Márquez…”.
El delgado hombre apareció en una de las puertas. Se veía un poco mejor, pero aún estaba lejos de lucir saludable. “Hola”, dijo. “¿Quién eres?”.
“Soy Jacobo Granada”, dijo. “Carolina Márquez es mi profesora y hoy tuvo que asistir a una reunión de emergencia. Así que... traje pan y leche”.
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El hombre sonrió. “Hola Jacobo, mi nombre es Enrique Borges”, dijo. “Y esto es muy amable y considerado de tu parte”.
Jacobo sacó los sándwiches y la leche de su mochila. “Te los compré de queso y jamón porque creo que a todos les gusta”, dijo. “Y un poco de leche porque te hace bien…”.
“Gracias, Jacobo”, dijo Enrique. “¡El queso y el jamón son mis favoritos, y me encanta la leche!”.
Jacobo estaba encantado y sonrió. “¡También son mis favoritos!”, gritó. “Cuando mis padres vivían, siempre tostábamos nuestros sándwiches en la chimenea y era genial. La abuela no me deja hacer eso. Dice que es vulgar”.
“Espera un momento…”, dijo Enrique. “Tenemos una chimenea aquí mismo, y si me ayudas a encender el fuego, conseguiré unos tenedores y tostaremos los sándwiches”.
“¡Pero los traje para ti!”, protestó el niño.
“Las cosas siempre saben mejor cuando se comparten”, dijo Enrique con un guiño.
“¡Eso es EXACTAMENTE lo que mi mamá solía decir!”, exclamó Jacobo con emoción.
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Tostaron sus sándwiches en la vieja chimenea y se quemaron los dedos, pero ambos coincidieron en que esos eran los mejores de todos los tiempos.
Cuando Carolina llegó mucho más tarde, Jacobo ya se había ido. Enrique estaba sentado junto al fuego, sonriendo. “Siento mucho llegar tarde…”.
“Está bien”, sonrió. “Uno de tus alumnos pasó y me trajo unos sándwiches. Me dijo que tenías una reunión de emergencia”.
“¿Un alumno?”, preguntó sorprendida. “¿Cuál?”.
“Jacobo”, dijo Enrique. “Un chico muy brillante y de buen corazón”.
“¡Oh, Dios mío!”, exclamó ella. “¿Sabes quién es? ¡Es el nieto de Eva Granada!”.
Enrique negó con la cabeza. “No”, dijo. “Es el hijo de Eduardo y Linda, y una persona maravillosa por derecho propio”.
“¿Pero y si él le dice?”, preguntó preocupada. “¡Podría causarte problemas!”.
“Estoy más preocupado por ti”, Enrique frunció el ceño. “Si descubre que me estás ayudando, podría desquitarse contigo”.
“Hablaré con Jacobo”, dijo la docente. “Tan pronto como tenga la oportunidad”.
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Pero al día siguiente, Jacobo llegó a la vieja casa antes que su profesora. Había disfrutado mucho su visita a Enrique y quería saber más sobre el hombre misterioso.
Llegó con un nuevo lote de sándwiches de jamón y queso y leche con chocolate. Cuando ella llegó media hora más tarde, los encontró entretenidos frente a la chimenea.
“¡Jacobo!”, dijo. “¡No deberías estar aquí! Necesito hablar contigo sobre esto”.
“¿Por qué?”, preguntó Jacobo, desconcertado. “¿Pasa algo? ¡Enrique es una buena persona!”.
Carolina se sentó en una vieja silla. “Sé que es un buen hombre”, dijo. “Cuando tenía tu edad, el señor Borges era mi profesor de inglés”.
Jacobo se volvió hacia Enrique. “¡Guau!”, gritó. “¿Conocías a mi mamá y a mi papá también?”.
“Claro que sí”, dijo Enrique. “Estaban entre mis estudiantes favoritos”.
“La cosa es, Jacobo”, dijo Carolina nerviosamente. “Tu abuela no debe saber sobre el señor Borges…”.
Jacobo frunció el ceño confundido. “¿Por qué?”, preguntó.
Enrique estaba negando con la cabeza. “Déjalo, Carolina”, le dijo. “Eso es historia antigua y el chico no necesita saber…”.
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Pero ella sacudió la cabeza obstinadamente. “No estoy de acuerdo con ocultar la verdad a los niños”, dijo. “La verdad es que las opiniones del señor Borges sobre la vida son muy diferentes a las de tu abuela”.
“Tu abuela se molestó cuando supo que tu padre, tu madre y yo éramos los mejores amigos. Verás, yo era una estudiante becada y ella pensó que estaba por debajo de ellos”.
“Así que ella vino a la escuela y habló con el señor Borges, que era nuestro maestro de salón, y le dijo que debía prohibirnos ser amigos. Debía mantenerme alejada de tus padres”.
“¡Le dije que no!”, interrumpió Enrique. “Carolina era una de las alumnas más amables y brillantes que he tenido y así se lo dije a la señora Granada”.
Los ojos de la joven profesora se llenaron de lágrimas. “Sí, lo hiciste. ¡Fuiste la primera persona que me defendió en mi vida!”, dijo, luego se volvió hacia Jacobo. “Pero defenderme le costó muy caro”.
“Tu abuela fue con el director de la escuela e hizo algunas insinuaciones muy vagas de comportamiento inapropiado en mi contra”, explicó Enrique. “No era una acusación que pudiera haber refutado, pero fue suficiente para que la escuela rescindiera mi contrato”.
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“Lo peor estaba por venir. Cuando solicité trabajo en otros lugares, me lo negaron. Los rumores y las insinuaciones me siguieron y destruyeron mi carrera y mi vida. No podía conseguir trabajo haciendo lo que más amaba…”.
Carolina le dio a Enrique un abrazo reconfortante y él continuó con su historia. “Termine en las calles, Jacobo; no voy a entrar en más detalles. Después de 20 años, aquí estoy, solo y sin amigos, a excepción la señorita Márquez. Lo que queríamos pedirte es que no me menciones a tu abuela. Me temo que a ella... no le gustará”.
Jacobo estaba sollozando. “¿Ella hizo eso?”, preguntó. “Pero mi mamá y mi papá... ¡Debieron defender al señor Borges!”.
La señorita Márquez explicó: “Nunca lo supieron. Yo tampoco. Solo descubrí la verdad años después. Pero puedo decirte que él fue una influencia tan grande en sus vidas como lo fue en la mía”.
Esa noche, Jacobo confrontó a su abuela. “¿Cómo puedes decirme siempre que debemos ser justos y generosos con todos y hacer lo que hiciste con Enrique Borges?”, dijo con lágrimas en los ojos.
“¿Qué?”, exclamó Eva, dejando caer su taza de té. “¿Dónde has oído eso?”.
“¡Eso no importa, abuela!”. Jacobo lloró. “Lo que importa es, ¿Vas a decirme la verdad y ser tan honesta como dices que debo ser, o vas a mentirme?”.
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Eva se sonrojó. “Hice lo que pensé que era mejor. Ese hombre era una mala influencia…”, dijo.
“¡Mentiste!”, dijo Jacobo. “¡Hiciste creer a la gente que había hecho algo malo, pero nunca lo acusaste formalmente para que no pudiera defenderse! ¡Arruinaste su vida!”.
“¿Y sabes qué? La chica que decidiste que no era lo suficientemente buena para ser amiga de mis padres es mi profesora favorita y la mejor persona que conozco, ¡así que estabas equivocada, abuela!”.
“¿Y el señor Borges? Todo lo que mis padres me enseñaron sobre ser amable, amar y tratar a las personas ¡Lo aprendieron de ÉL, no de ti! ¡Siento mucha vergüenza de ti en este momento!”.
Eva se sintió horrorizada la forma cómo la estaba viendo su nieto. La hizo sentir vergüenza de sí misma. Fue a la escuela y admitió que había actuado mal y había ensombrecido la reputación de un buen hombre.
Para compensarlo de alguna manera, fundó y financió una nueva biblioteca para la escuela, y el señor Borges quedó a cargo. También le encontró un bonito apartamento para vivir.
Con la ayuda de Jacobo, Eva también creó y otorgó dos nuevas becas para alumnos brillantes de pocos recursos en nombre de sus padres. Un legado que les hubiera encantado.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los niños no son culpables de los errores cometidos por sus familias, pero pueden ayudar a arreglar las cosas. Jacobo enfrentó a su abuela y le hizo ver la verdad y rectificar sus malas acciones.
- El bien suele vencer al mal, tarde o temprano. La astuta insinuación de Eva destruyó la vida de Enrique, pero el buen corazón y la valentía de Jacobo logró hacer que la verdad saliera a la luz.
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