Hombre deja a esposa que adoptó a una anciana de una residencia: ella recibe una carta cuando la señora muere - Historia del día
Una mujer, que recientemente había perdido a su madre, trae a su hogar a una anciana que vivía en una casa de retiro. Su esposo se disgusta y amenaza con abandonarla, pero la decisión de ella era irreversible.
A sus 52 años, Anna acababa de perder a su madre. Ellas habían sido muy unidas y su pérdida la dejó devastada. Nada llenaba el vacío que había quedado en su vida.
Una semana después del fallecimiento de Fiona, la residencia en la que vivía llamó a Anna y le pidió que recogiera sus efectos personales. Lo que nadie esperaba era que no regresara sola a casa.
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Cuando Anna entró en el lugar, los recuerdos de su madre la inundaron y tuvo que ahogar un sollozo. Se dirigió al mostrador de recepción y preguntó por sus pertenencias.
“Señora Flores”, dijo la recepcionista con simpatía. “Si quiere, podemos cargar las cajas con la ropa y los efectos de tu madre en su vehículo”.
La recepcionista fue interrumpida por un grito: “¿Anni? ¿Anni Cardozo?”, preguntó una voz. “¿Eres tú?”.
Anna se volvió y vio a una anciana de aspecto frágil parada frente a ella. “¿Señora González?”, preguntó sorprendida. “¡Oh, Dios mío! Han pasado más de treinta años…”.
La señora González se acercó cojeando y colocó sus brazos alrededor de Anna. “¡Oh, Anni!, susurró. “¡Verte es casi como estar con mi Simón otra vez!”.
Anna abrazó a la señora González y las lágrimas inundaron sus ojos. Simón... ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había pensado en él? Años, probablemente desde que nació Mandy, y logró hacer las paces con su pasado.
Una vez, cuando había sido la alegre y vivaz Anni Cardozo, había estado locamente enamorada de Simón González. Se habían conocido en la universidad, en un bar para estudiantes.
Anna estaba sentada con su compañera de cuarto cuando de repente la rociaron con cerveza helada. Se puso de pie de un salto con un grito de enojo, solo para encontrarse cara a cara con el chico más hermoso que jamás había visto.
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“¡Lo siento mucho!”, se disculpó el chico. “¡Por favor, por favor perdóname!”. Anna había abierto la boca para protestar, pero él se arrodilló frente a ella.
“Eres tan hermosa”, dijo. “Y esta fue la única forma que se me ocurrió para llamar tu atención, para que te des cuenta de que existo. ¡Por favor, perdóname y di que te casarás conmigo!”.
Anna se echó a reír y Mary, su compañera de cuarto, exclamó: “¡Anni, este chico merece una A+ por esfuerzo! ¡Cásate con él ya!”.
Había sido una noche maravillosa, y cuando Simón la había besado en la puerta del edificio, supo que él era el indicado. Nunca, nunca querría besar a nadie más.
Anna y Simón habían sido inseparables desde esa noche, y cuando él le propuso matrimonio dos años después, ella aceptó. La llevó a su casa para que conociera a sus padres y fueron muy acogedores.
“Eres la primera chica que Simón trae a casa”, había exclamado la señora González. “Y tú eres la cosa más linda que he visto en mi vida, ¡él tenía razón en eso!”.
Anna se rio. “¡No puede confiar en Simón, lo sabe!”, exclamo. “¡Es un mentiroso!”.
La señora González tomó la mano de Anna entre las suyas. “No, querida”, dijo ella. “¡Mi Simón te adora, y creo que ha encontrado a la chica adecuada!”.
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Al final de la visita, la señora González y Anna eran mejores amigas. Y cuando Simón conoció a la madre de Anna, la señora Cardozo estaba encantada con él.
Anna sentía que estaba viviendo un cuento de hadas, que todo era perfecto. Tenía 23 años, estaba a punto de convertirse en maestra y casarse con el hombre de sus sueños.
Dos días antes de la boda, Anna y su madre fueron a recoger el vestido y, cuando llegaron a casa, encontraron al padre de Simón sentado en el umbral de su puerta, con la cabeza entre las manos.
“Señor González”, había dicho Anna. “¿Qué hace aquí tan temprano?”.
El hombre dejó caer las manos y tuvo que hacer un esfuerzo para ponerse de pie. Cuando vio su rostro devastado, Anna supo que algo terrible estaba a punto de suceder.
“Anni”, susurró. “Es nuestro Simón. Hubo un accidente automovilístico anoche, y él y su amigo David, ellos…”. Un horrible sonido fue lo único que se escuchó salir de su boca.
“¡No!”, gritó Anna. Dio un paso adelante y empujó al señor González. “¡MENTIROSO! ¡MENTIROSO! ¡MENTIROSO!”. Entró corriendo a la casa, subió las escaleras y se encerró en su habitación.
Se acostó en su cama y dejó que el miedo la invadiera. “¡Mentiroso!”, susurró. “¡Es un mentiroso! Mi Simón está bien. Está bien”.
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Un poco más tarde, escuchó que alguien llamaba a la puerta. “Anni”, oyó decir a la señora González. “Por favor déjame entrar”. Anna escuchó el dolor en la voz de la madre de Simón.
No podía decirle que no, no cuando el dolor que escuchaba se hacía eco del suyo. Así que se levantó y abrió la puerta. “Mi amor”, dijo la señora González. “Nuestro Simón se ha ido”.
Las dos mujeres se abrazaron y lloraron hasta que no quedaron lágrimas. “Simón siempre vivirá en nuestros corazones”, le había dicho la señora González después del funeral.
“Eres muy joven”, dijo. “Uno de estos días te despertarás y descubrirás que es un día hermoso, a pesar del dolor. Y tal vez otro día, conocerás a un hombre joven y sabrás que puedes amar a alguien más. Y eso estará bien”.
“Así es la vida, No significa que ames menos a Simón, solo significa que eres humana y que estás sanando”.
Anna escuchó con lágrimas corriendo por sus mejillas, y sacudió la cabeza en negación. “¡No!”, exclamó entre lágrimas.
“Sí”, dijo la señora González suavemente. “Porque eso es lo que Simón hubiera querido. Te amaba tanto, Anni, que habría hecho cualquier cosa por ti, así que haz esto por él: ¡sé feliz!”.
Ahora, casi treinta años después, Anna estaba junto a la señora González. “¿Por qué estás aquí?”, le preguntó. “¿Dónde está el señor González?”.
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La señora González suspiró. “Me temo que Alfredo falleció hace seis meses”, explicó. “Tenía Alzheimer, así que vendí la casa y nos mudamos aquí. Estábamos en el ala de parejas; me acaban de trasladar aquí”.
“Mi madre también estuvo aquí”, explicó Anna. “Ella acaba de fallecer y la extraño mucho”.
La señora González le dio a Anna otro abrazo. “Debes ser fuerte, querida. ¿Tienes familia?”.
Ella asintió. “Sí, así es”, confirmó. “Mi hija ya es grande, y se fue de la casa... Mi esposo... bueno, pasa mucho tiempo trabajando y juega al golf los fines de semana”.
La señora González dijo suavemente: “Supongo que te sientes muy sola ahora”.
Anna la miró y se le ocurrió una idea. “Así es, aunque tal vez podamos cambiar eso…”.
Cuando Anna llegó a casa esa tarde, no estaba sola. “¡Hola!”, saludó en voz alta. “¿Joshua?”.
Su esposo, Joshua Flores, llegó sonriendo. “¡Hola!”, dijo, y luego se detuvo en seco. “¿Quién es ella?”, preguntó, mirando a la señora González, que estaba de pie en el salón con su maleta a su lado.
“Joshua”, dijo Anna. “Esta es la señora González, una muy querida y gran amiga. Se mudará con nosotros”.
“¿De qué estás hablando?”, preguntó Joshua.
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“Bueno”, dijo Anna. “Siempre dijiste que mi madre era bienvenida a vivir con nosotros”.
“¡Pero no lo hizo!”, protestó Joshua.
“Porque a ella…”. Anna se detuvo y buscó palabras que no dolieran.
“¡Porque a ella no le gustaba yo!”, afirmó Joshua. “¿Crees que no lo sabía? ¿Por qué crees que le sugerí que se mudara? ¡Sabía que nunca lo haría!”.
Anna lo miró desconcertada. “¿Fue un plan para quedar bien?”, preguntó. “¿No lo decías en serio? Bueno, es una lástima. ¡Porque la señora González se mudará a la habitación que arreglé para mi madre!”.
“¡¡Si esa mujer se muda con nosotros, yo me voy!!”, gritó Joshua.
“Adelante”, dijo Anna con calma. “Pasas todo tu tiempo en la oficina o en el campo de golf. Sinceramente, no creo que tenga un impacto en mi vida si te vas. Además, te olvidas, esta es MI casa. Compré esta casa antes de conocerte. Tengo un trabajo y un buen salario. No te necesito, no te he necesitado en años, no desde que dejaste de amarme”.
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Esa noche, Joshua durmió en el sofá y la señora González durmió en la habitación de invitados. Por la mañana, él hizo las maletas y salió de la casa. Anna llamó a su hija Mandy y le explicó todo.
"Mamá", dijo Mandy, “no me sorprende que hayas echado a papá, pero me sorprende que hayas acogido a una anciana al azar”.
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“La señora González no es una anciana al azar!”, le explicó Anna. “Es la madre de quien fue el amor de mi vida, el chico con el que me iba a casar. Está tan sola y la quiero mucho. Extraño mucho a mamá, y creo que estar con ella nos hará bien a ambas. Quiero que la conozcas, ¿te gustaría? Estoy segura de que la amarás”.
“¿Te ibas a casar con alguien más?”, preguntó Mandy. “Háblame de él”.
Así lo hizo, y se sintió bien hablar sobre Simón y esos maravillosos y vertiginosos años cuando ellos imaginaban que los sueños podían hacerse realidad y que el amor era para siempre.
Cuando Mandy llegó de visita, se enamoró de la señora González y las dos se rieron y cotillearon como colegialas. Anna estaba feliz. Nunca se había sentido tan bien con su vida, tan relajada.
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Entonces sonó el teléfono y era Joshua. Pidió hablar con Mandy y Anna pudo escuchar lo que decía: “¿Sabías que tu madre me dejó por una anciana?”.
Mandy respondió con madurez: “Tú decidiste irte, papá. De hecho, dejaste a mamá hace años cuando dejaste de prestarle atención, de estar ahí para ella. Conocí a la señora González y es una dama amable y encantadora. Me alegro de que esté aquí con ella”.
Anna estaba encantada con la señora González. Las dos mujeres pasaron dos maravillosos años juntas hasta que la ya frágil salud de la anciana se deterioró.
Tuvo que ser hospitalizada, y Anna estuvo allí, sosteniendo su mano durante sus últimos momentos. Vio a su amiga sonreír y susurrar el nombre de su hijo antes de cerrar los ojos por última vez.
La señora González fue enterrada junto a su esposo y su amado hijo. Después del funeral, Anna quedó perpleja cuando el abogado de la anciana la contactó. Le pidió que pasara a su oficina y le entregó una carta.
Le explicó que la señora González le había dejado todo su patrimonio, que ascendía a casi $2 millones. La carta decía:
“Querida Anna: estabas destinada a ser mi hija, pero el destino tenía otros planes. Al final de mi vida, estuviste allí para mí y te convertiste en mi hija de verdad. Siempre estarás en mi corazón”.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Estar allí para aquellos que amas y que te aman. Anna estaba decidida a estar allí para la señora González, quien siempre la había tratado con amor y dulzura y le había abierto las puertas de su hogar en el pasado.
- El matrimonio es un trabajo de todos los días. En algún momento de su relación, Joshua abandonó emocionalmente a Anna, y se dedicó a su trabajo y a sus pasatiempos. Cuando la señora González regresó a la vida de su esposa, él amenazó con irse, pero a ella ya no le importaba.
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