Niño encuentra lápida con su nombre en un viejo cementerio que dice "Dale mi nombre" - Historia del día
Como parte de un trabajo escolar, un niño encuentra su nombre en una vieja lápida con una inscripción desconcertante y descubre un viejo misterio familiar.
Cuando Rob Pereira tenía catorce años, su profesor de historia le dio a su clase una tarea muy especial. Pidió a los estudiantes que fueran al cementerio y tomaran fotografías de las lápidas de los soldados.
La idea era encontrar lápidas de muertes ocurridas en la primera y la segunda guerra mundial, e incluso la Guerra Civil. Eso les daría una idea de cómo estos eventos habían impactado en la vida de las personas a lo largo de las generaciones, y a Rob, esta tarea conduciría a una revelación muy personal.
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El sábado siguiente, Rob y su mejor amigo Tomás Hurtado fueron al cementerio y comenzaron a buscar entre las tumbas. Tomaron algunas fotos de fallecidos en esas fechas, Fue impactante para ellos ver la edad de esos soldados, algunos solo 18 o 19 años.
De pronto, Tomás exclamó: “¡Oye, Rob! ¿Tu verdadero nombre es Robinson?”.
Rob frunció el ceño. “Sí, lo es. ¿Por qué?”, preguntó. Nunca le había gustado su nombre y a menudo se quejaba con sus padres al respecto.
“Puedes culpar a tu abuela”, decía su madre. “Ella insistió en ese nombre. ¡Por alguna tradición familiar!”
“Bueno”, dijo Tomás. “¡Acabo de encontrar tu tumba!”.
Rob se acercó y miró una lápida muy simple que decía: “Robinson Mateo Pereira 1926 -1944” y debajo, estaba grabada la frase: “Dale mi nombre”.
“Robinson Mateo Pereira”, repitió Rob. “¡Ese es exactamente mi nombre!”.
“¡Esto asusta!” dijo Tomás sacudiendo la cabeza. “¡Eso está mal! ¡Es realmente ESPELUZNANTE!”.
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Rob miró largamente la tumba, tomó una foto de la lápida, y esa tarde, cuando llegó a casa, se la mostró a su madre. “¿Me pusiste el nombre de un tipo muerto?”, preguntó.
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La mamá de Rob frunció el ceño. “Mira, será mejor que le preguntes a tu papá”, dijo. “Su madre fue la que sugirió tu nombre. Dijo que era una cosa de familia”.
“Eso no tiene sentido”, dijo Rob negando con la cabeza. “¡Porque el nombre de papá es Pedro Miguel!”.
A la madre de Rob se le acabó la paciencia. “Entonces pregúntale a tu abuela”, espetó ella. “¡Tengo cosas que hacer!”.
Así que Rob se montó en su bicicleta y se dirigió a la casa de su abuela Clara. Ella estaba encantada de verlo y le dio un fuerte abrazo. “¡Qué bueno verte!”, le dijo con emoción.
Rob entró y se sentó en la cocina mientras su abuela se apresuraba a prepararle un sándwich. “Abuela”, dijo. “Tengo una tarea de historia, y teníamos que hacer algunas fotografías de tumbas, y encontré esto…”.
Sacó su teléfono celular y le mostró a su abuela la foto de la tumba de Robinson Mateo Pereira. “Y mira, dice: ‘Dale mi nombre’”. Rob se quedó atónito cuando vio que su abuela empezaba a llorar.
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“Oh, Rob”, susurró la anciana. “Supongo que esta es una historia que debes saber. Cuando tenía quince años, estaba locamente enamorada de Robinson Mateo Pereira. ¡Oh, deberías haberlo visto!”.
“¡Tenía dieciocho años y era tan apuesto! Se unió al ejército el día de su cumpleaños y estaba orgulloso de su uniforme. Me dijo que iba a ir a salvar el mundo, luego volvería y se casaría conmigo cuando cumpliera los dieciséis”.
“Seis meses después, volvió ciego y sin piernas. ¡Estaba gravemente herido! Y no podía verme, Rob, así que me sentaba en el hospital, le tomaba la mano y le hablaba”.
“Él nunca supo que las lágrimas me corrían por la cara. Nos dijeron que no viviría. Había fragmentos de metralla dentro de él, cerca de su corazón. Un día, uno de ellos se movería…”.
“La cuestión es que Rob lo sabía. Me dijo: ‘Clara, nunca tendré la vida que soñé contigo, pero por favor, un día, dale mi nombre a tu hijo... no dejes que me olviden’”.
“Tres días después, Rob murió. Se había ido y yo tenía el corazón roto. Su hermano menor, Pedro Miguel, estaba igual de devastado, y creo que nuestro dolor nos unió”.
“Nos enamoramos y nos casamos, pero tu abuelo siempre estuvo celoso de Rob. Sentía que había sido el segundo mejor, y que si su hermano hubiera vivido, me habría casado con él. Seguramente tenía razón”.
“Pero yo amaba a tu abuelo. Nos tomó mucho tiempo tener un bebé. Tenía cuarenta y cinco años cuando nació tu papá, y fue una prueba terrible. Tuve una cesárea y estuve muy enferma durante dos semanas”.
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“Cuando finalmente me desperté, me di cuenta de que tu abuelo había llamado a tu padre con su nombre: Pedro Miguel. Estaba enojada, sentí como si nos hubiera robado algo a mí y a Robinson”.
“Pero... lo hecho, hecho estaba, y entendí por qué lo había hecho. Así que cuando naciste, le pedí a tu padre que te llamara Robinson Mateo en honor a su tío, que había partido tan joven”.
“Tu papá me complació y tu abuelo se puso furioso, incluso después de todos esos años. Pero hice lo que le prometí a Rob, te di su nombre y nunca lo olvidaremos”.
Entonces la abuela Clara se levantó y subió las escaleras. Cuando volvió, sostenía una bolsa de terciopelo y una gran caja. Sacó un precioso reloj de bolsillo de oro y una cadena.
Volteó el reloj y le mostró a Rob el grabado en la parte posterior: Robinson Mateo Pereira. “Era su reloj, me lo dio para su homónimo, y ese eres tú. Espero que lo aprecies como un recuerdo de un joven muy valiente que significó mucho para mí”.
Luego, la abuela abrió la caja, que contenía fotos antiguas y le mostró algunas de sí misma cuando era una adolescente, junto a un chico alto y guapo.
“Gracias, abuela”, dijo Rob. “Me has dado un regalo maravilloso: mi propia historia familiar”.
Cuando llegó el momento de entregar la tarea, Rob escribió la historia de Robinson Mateo Pereira, quien había renunciado a sus sueños de una vida tranquila al lado de la chica que amaba para luchar por su país.
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El señor Escobar quedó tan impresionado que le dio una A, pero para él, su verdadero logro había sido contar la historia de Robinson y cumplir la promesa de su abuela de que nunca sería olvidado.
Cuando Rob terminó la escuela secundaria, siguió los pasos de su tío abuelo. Él también se unió a las Fuerzas Armadas para servir a su país.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Debemos cumplir nuestras promesas. La abuela le había prometido a Robinson que nunca sería olvidado y nombró a su nieto en su honor. Después de conocer su historia, el niño la compartió con sus compañeros.
- A veces, la historia de nuestros ancestros resulta una inspiración. Aunque Rob siempre renegó de su nombre, al conocer su origen se sintió orgulloso de llevarlo y de adulto decidió seguir los pasos de su antecesor.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.