Hombre visita a abuela de 81 años con su pandilla tras enterarse de que está sola y sin amigos - Historia del día
Una anciana de ochenta y un años se siente desesperadamente sola mientras ve morir a sus amigos uno por uno. Su nieto le recuerda que todavía hay alegría en la vida.
Marlene Vásquez se molestó mucho cuando escuchó que Rosa Navarro estaba muerta. Ellas nunca habían sido grandes amigas, pero era la última persona de su generación que quedaba en el vecindario.
A los 81 años, Marlene se estaba dando cuenta amargamente de que estaba completamente sola, a pesar de que su hija Katty estaba viva y saludable. Nunca se habían llevado bien, y después de la muerte de su padre, ella la había ignorado por completo.
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La gente decía que tenía miedo de morir sola, pero Marlene tenía miedo de seguir viviendo en soledad. Ella quería que alguien la mirara y la reconociera. Así que llamó a un taxi y le pidió al conductor que la llevara a la casa de su hija.
No avisó previamente porque sabía que si lo hacía Katty la evadiría con muchas excusas y Marlene necesitaba a su hija. Efectivamente, cuando abrió la puerta y vio a su madre, pareció molesta.
“¿Qué haces aquí, madre?”, le preguntó abruptamente.
“Hola Katty”, dijo Marlene. "”Quería verte. Te extraño”.
“Tengo gente aquí, madre”, dijo su hija con frialdad. “Te dije que siempre me llamaras primero”.
“¡Si lo hubiera hecho, no me habrías dejado venir!”, exclamó Marlene con voz quebrada por el llanto. “¡Es como si ya me hubieras enterrado! ¡Todo lo que quiero es un poco de atención!”.
“Te doy lo mismo que me diste”, dijo Katty con amargura. “¡Ni más ni menos!”.
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“Me he disculpado tantas veces…”, sollozó Marlene.
La mujer se encogió de hombros y la sombra de lo vivido oscureció su rostro. “Te he perdonado, madre”, dijo. “Simplemente no puedo olvidar. Adiós”.
Cerró la puerta de golpe, pero Marlene podía oír su respiración agitada al otro lado. Sabía que su hija tenía razón y que había cometido algunos errores terribles.
Cuando la niña tenía tres años, Marlene había dado a luz a Sergio, su pequeño y hermoso niño que siempre había sido muy frágil. Tener un hijo con necesidades especiales la había consumido. Se había concentrado en él excluyendo todo lo demás. Su esposo la había alertado varias veces: “¡Tienes una hija también!”.
Pero ella había respondido: “Katty es fuerte y saludable, no me necesita como Sergio”. Se había equivocado y había estado pagando por su error durante décadas.
Cuando Sergio murió a la edad de trece años, la necesidad de su hija por la atención de su madre se había convertido en una ira terrible que el tiempo no había suavizado.
Marlene se sentó en los escalones del porche y sollozó amargamente. Entonces sintió una mano suave en su cabello. “¿Abuela? ¿Eres tú?”.
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Levantó los ojos llenos de lágrimas para ver a su nieto Kelvin parado allí, mirándola con preocupación. No lo había visto desde el funeral de su esposo siete años antes. Fue entonces cuando su hija dejó de visitarla.
“¿Kelvin?”, preguntó Marlene. “¡Eres un hombrecito ya! Y tan guapo…”.
El jovencito sonrió y Marlene vislumbró a su amado esposo. “¡Te pareces tanto a tu abuelo!”, exclamo.
El chico parecía complacido. “Mamá dice eso todo el tiempo”, dijo.
“Es cierto”, confirmó Marlene. “¿Cuántos años tienes ahora? ¿Diecisiete? Tu abuelo tenía diecinueve cuando lo conocí”.
“Genial”, dijo Kelvin. “Oye, ¿vas a almorzar con nosotros? Mamá tiene una fiesta…”.
Marlene negó con la cabeza y suspiró: “No, Kelvin. Murió la última de mis viejos conocidos y me sentía sola. Fui muy tonta y vine sin invitación. Me temo que tu mamá está muy molesta conmigo”.
Kelvin estaba negando con la cabeza. “No lo entiendo”, se quejó. “¿Por qué ella es así contigo?”.
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Marlene se puso de pie. “Ella tiene sus razones”, dijo en voz baja. “Hay errores que no se pueden corregir y por eso ahora estoy sola”.
“No estás sola”, exclamó Kelvin. “Me tienes a mí”.
Marlene sonrió y besó suavemente a Kelvin en la mejilla. “¡Por supuesto que sí!”, dijo. “¡Soy una mujer muy afortunada!”. Se fue a casa y no esperaba volver a saber nada de su nieto, pero se llevó una sorpresa. Tres días después sonó su teléfono.
“Hola, abuela”, dijo Kelvin. “¿Estás ocupada?”.
“Cariño”, dijo Marlene. “Tengo ochenta y un años. ¡Nunca estoy ocupada!”.
“Ve a ponerte algo bonito”, dijo Kelvin. “¡Iré con unos amigos a recogerte!”.
Efectivamente, una hora más tarde, Kelvin llegó en un viejo convertible rojo grande con la capota abierta y tenía otros dos chicos con él. “¡Abuela!”, llamó. “¡Vamos al parque de diversiones!”.
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“¿Al parque de atracciones?”, preguntó la anciana. “No he estado allí desde…”. No lograba recordar la última vez que había estado en un parque de diversiones.
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Se subió al auto en el asiento delantero y su nieto le abrochó el cinturón con cuidado, ¡y luego se fueron! La música estaba demasiado alta, el viento le revolvía el pelo y ¡fue maravilloso!
“Abuela”, gritó Kelvin. “Estos son Tomás y Miguel. Son mis mejores amigos”.
“¡Hola chicos!”, gritó para hacerse oír por encima de la música, el motor y el viento. ¡Se sentía joven y tonta! Marlene sonrió y chasqueó los dedos. “¡Me gusta esta canción!”.
Llegaron al parque de diversiones y los cuatro se subieron a las atracciones más retadoras. Cuando estaban comprando boletos para una enorme montaña rusa llamada “El Verdugo”, el vendedor de boletos se resistió.
“¿Vas a llevar a esta anciana?”, protestó. “¿Qué pasa si su corazón no lo soporta?”.
“Si es así, moriré feliz, jovencito”, exclamó Marlene. “¡Es mi derecho!”. “El Verdugo” realmente hizo latir rápidamente su corazón; gritó cuando la puso boca abajo y eso le encantó.
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Después, comieron perros calientes y algodón de azúcar y Marlene se rio tontamente mientras les contaba algunas historias sobre las travesuras en las que ella y sus hermanos se habían metido de niños.
Cuando se puso el sol, se encendieron luces brillantes en el medio y una banda comenzó a tocar. Marlene y los chicos se acercaron para ver bailar a las parejas, y Tomás la invitó a bailar.
Marlene bailaba con los chicos bajo las luces y su soledad parecía muy lejana. Cuando terminó la noche y la dejaron, Kelvin preguntó: “Escucha, abuela, ¿te parece bien que volvamos a pasar?”.
“¡Por favor!”, suplicó Miguel, “¡Me prometiste que me contarías esa historia sobre tu abuelo en la guerra!”
“Y quiero más lecciones de baile”, agregó Tomás.
Marlene sonrió. “Pasen cuando quieran, muchachos. ¡Mi puerta siempre está abierta!”.
Esa noche Marlene se fue a dormir muy, muy cansada, pero con una sonrisa en su rostro. Kelvin y sus amigos se convirtieron en visitantes habituales.
A veces la recogían para vivir aventuras, pero la mayoría de las veces solo pasaban por allí para tener largas conversaciones y disfrutar de una rica merienda. Y eso fue suficiente para hacer muy felices los últimos años de Marlene.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La vida en buena compañía es mucho más agradable. Marlene no tenía miedo de morir, tenía miedo de vivir sola lo que le quedaba de vida. Su nieto, junto a un par de amigos, le dedicaron un poco de tiempo y atención a la anciana, e hicieron que sus últimos años fueran muy felices.
- Los errores del pasado pueden perseguirnos hasta el día de nuestra muerte. Marlene sabía que le había fallado a su hija y, por mucho que lo intentara, Katty no podía olvidar su dolor.
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