Niño ayuda a anciana, hereda un gran arcón de cedro tras su muerte - Historia del día
Un niño de diez años ayudó a su vecina anciana a llevarle las compras y, a cambio, ella le contó una historia. Luego comenzó a visitarla con frecuencia.
Oliverio Carrillo notó por primera vez a la Sra. Barros cuando él y sus padres se mudaron al mismo vecindario donde vivía ella. Su casa quedaba en frente de la vivienda de la anciana.
Ella tenía un gato negro enorme y también era la persona de mayor edad que el chico había visto en su vida. Al final de la tarde, cuando Oliverio llegaba a casa de la práctica deportiva, la Sra. Barros siempre estaba en el jardín regando sus rosas y lo saludaba con la mano.
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Eso fue antes de que el pequeño fuera a prestarle su ayuda una calurosa mañana de sábado. El niño de diez años fue a la zona comercial del vecindario para mirar las tarjetas de béisbol en la antigua tienda de deportes.
Luego vio a la Sra. Barros cargando dos bolsas de compras pesadas. “¡Espere!”, gritó. “¡Espere por favor!”. Rápidamente alcanzó a la anciana. “¡Oiga! ¿Puedo ayudarla con sus compras?”.
La señora se detuvo, le dio una mirada al niño y sonrió. “¡Hola!”, le dijo. “¡Eres el niño chiquito de enfrente!”.
“No soy tan chiquito”, dijo Oliverio con solemnidad. “¡La puedo ayudar!”.
“Muchas gracias”, dijo la Sra. Barros. “¡Sería muy amable de tu parte!”. Así que el chico tomó las bolsas de compras de la señora y la acompañó hasta su casa.
“¿Te gusta el pastel de chocolate?”, le preguntó la anciana a Oliverio. La gran sonrisa del chico y su entusiasta asentimiento fueron suficiente respuesta. La señora invitó al niño a su casa.
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¡Oliverio no podía creer lo genial que era la vivienda de la Sra. Barros! Había extrañas máscaras y armas colgadas de las paredes, y estatuas de todas las formas y tamaños por todas partes.
“¡Guau!”, dijo el niño asombrado. “¡Esto es muy genial!”.
La anciana se rio. “¿Te gustan mis rarezas?”, preguntó ella. “Mi esposo era arqueólogo y viajé por todo el mundo con él. Él coleccionaba artefactos y yo coleccionaba historias”.
“¿Historias?”, preguntó Oliverio, sorprendido. “Nunca he oído hablar de nadie que coleccione historias”.
“¡Sí!”, le dijo la mujer mayor sonriendo. “Historias maravillosas y extrañas que contaban las madres a sus hijos y nunca fueron escritas en ninguna parte. ¿Te gustaría escuchar una?”.
Oliverio le dijo que sí, así que la anciana le dio un gran trozo de pastel de chocolate y un vaso de leche, y le dijo que se sentara en un sillón grande y cómodo. “Esta historia”, comenzó ella. “La encontré en Vietnam...”.
La Sra. Barros le contó a Oliverio una historia increíble sobre una extraña criatura peluda que vivía en las copas de los árboles. Esta solo bajaba de noche para devorar las pesadillas de los niños y después escapaba por las ventanas.
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“¡Como un atrapa sueños con dientes!”, gritó Oliverio.
“¡Exactamente!”, dijo la anciana.
Y así, Oliverio quedó enganchado. Empezó a visitar a la Sra. Barros los sábados por la tarde y a hacer pequeñas tareas para ella. Su recompensa era siempre un trozo de pastel, un vaso de leche y, por supuesto, una historia.
La mujer mayor pensaba que tal vez cuando Oliverio cumpliera los doce años dejaría de visitarla, pero se había equivocado.
El chico había cumplido quince años y todavía la visitaba, pero para entonces la Sra. Barros se estaba poniendo muy frágil y, aunque todavía contaba sus historias, no había pastel. Ella simplemente no podía hornear más.
Cuando Oliverio tenía diecisiete años y estaba en su último año de secundaria, su anciana vecina se cayó y se rompió la cadera. Afortunadamente, él había prometido que pasaría por su casa para mostrarle el esmoquin que llevaría puesto en el baile de graduación esa noche.
Él fue quien la encontró en el suelo de su casa y llamó a la ambulancia. Su segunda llamada fue para la chica con la que iría al baile para decirle que no podía asistir. Oliverio fue al hospital con su anciana amiga y no se apartó de su lado hasta que la llevaron a cirugía.
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Tres días después, llegó la hija de la Sra. Barros que vivía en otro país. Decidió que su madre era demasiado frágil para vivir sola y la trasladó a un centro de vida asistida.
Desafortunadamente, estaba a varios cientos de kilómetros de distancia, pero Oliverio visitó a la anciana dos veces antes de irse a la universidad.
Cuatro años más tarde, Oliverio recibió una llamada telefónica de la hija de la Sra. Barros. Le contaba que su madre había fallecido. El joven se entristeció profundamente.
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La amable anciana le había abierto el mundo y él apreciaba los recuerdos de su tiempo con ella. Pero, además de la lamentable noticia, su hija tenía una sorpresa para Oliverio.
“Mi madre quería que te quedaras con un viejo arcón que ella tenía”, dijo la hija.
Semanas más tarde, el arcón llegó. Era un gran cofre de cedro con tallas de dragones, y tenía un gran cerrojo de bronce. Cuando el joven lo abrió, quedó asombrado.
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Había docenas de cuadernos, todos cuidadosamente fechados y repletos de historias de todas partes de África, Asia, Europa, las Américas y el Pacífico. ¡Eran un tesoro!
Oliverio se puso en contacto con un amigo de la universidad cuyo padre era editor y habló con él sobre lo que le había dejado la Sra. Barros.
Un año después, estaba en el lanzamiento del primer libro de historias escrito por su amiga, con él como editor. El libro se llamaba “Canciones de la Tierra” y resultó ser un gran éxito.
Oliverio donó las ganancias del libro a organizaciones infantiles de todo el mundo que promovían la alfabetización y envió cientos de copias del texto a escuelas de todo el país.
El prefacio del libro decía: “Quiero que todos los niños experimenten la magia que sentí cuando era niño, que escuchen las historias que prueban que no importa cuáles sean nuestras diferencias culturales, nuestros corazones y nuestro amor por nuestros hijos son los mismos”.
Creo que a la Sra. Barros le hubiera gustado eso, ¿no?
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¿Qué podemos aprender de nuestra historia?
- Las historias son cómo le damos al mundo nuestros recuerdos de amor y magia. Las maravillosas historias de la Sra. Barros hicieron que la infancia de Oliverio fuera mágica, y él transmitió esa misma magia a otros niños.
- Ofrecer generosamente nuestro tiempo y ayuda será recompensado. La vida recompensa a los generosos de corazón, como descubrió Oliverio cuando recibió el legado de la Sra. Barrios.
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