Mujer pobre compra vieja silla de comer para su bebé y encuentra una nota en ella pidiendo ayuda - Historia del día
Una mujer necesitaba comprar una silla para su bebé, así que fue a buscar una en el mercado de pulgas. Pero su hija lloraba en ella, y descubrió que había una nota de auxilio clavada en el cojín.
Daisy Conde era una mujer casada de 29 años. Ella y su esposo Humberto se habían conocido mientras estaban en el sistema de crianza temporal y estaban juntos desde entonces.
Ella solía trabajar como mesera en un restaurante, pero cuando quedó embarazada de su bebé, Inés, renunció para cuidarla a tiempo completo. Humberto era un artista que vendía sus pinturas y esculturas en una calle concurrida todos los días.
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Con los ingresos apenas justos para cubrir sus gastos, Daisy compraban las cosas de su bebé en el mercado de pulgas para ahorrar dinero. Cuando la niña estaba por cumplir 6 meses, decidió buscar una silla de comer.
Después de caminar por el mercado por un rato, Daisy se encontró con un puesto que vendía hermosos y bien cuidados artículos para bebés. Vio una silla de comer acolchada a un precio asequible y supo que era la que necesitaba.
“Hola”, le dijo a la mujer que vendía la silla. “Me gustaría comprar esto, por favor. A mi hija realmente le va a encantar”.
La mujer la miró en silencio y asintió con la cabeza. Daisy se dio cuenta de que la mujer había estado llorando, por sus ojos rojos. “¿Estás bien?”, preguntó.
“Estoy bien. Por favor, toma la silla. Espero que a tu hija le guste”, respondió la mujer en voz baja mientras tomaba el dinero de las manos de Daisy.
Daisy recogió la silla con entusiasmo y se la llevó a casa. Tan pronto como llegó allí, tomó a su niña y la sentó. “¿Te gusta?”, le preguntó a su hija.
Desafortunadamente, Inés comenzó a llorar tan pronto como se sentó. Confundida, Daisy pensó que solo necesitaba acostumbrarse. Levantó a su hija y la meció de un lado a otro antes de volver a sentarla. Pero la bebé comenzó a llorar con más fuerza.
“Me pregunto qué es lo que no te gusta, cariño. Tiene un cojín muy suave”, dijo, palmeando el asiento.
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Tomó a Inés en sus brazos y levantó el cojín para arreglarlo, y fue entonces cuando notó un papel que sobresalía de debajo del cojín, donde estaba clavado. Desdobló el trozo de papel, y leyó el mensaje escrito:
“Gracias por llevarte esta silla de comer a casa. Me hubiera encantado conservarla, pero desafortunadamente, nunca vi crecer a mi bebé. La perdí, junto con mi esposo, en un accidente automovilístico, hace exactamente un año.
Todos los días, me pregunto por qué Dios me los quitó y me mantuvo con vida. Mi pequeña era una luchadora, estuvo en el hospital durante meses. Gasté todo mi dinero en su tratamiento, pero ella no lo logró.
Debo estar loca... No sé por qué estoy contándole mi historia a un extraño a través de una nota. Supongo que esta es mi forma de pedir ayuda a gritos: me he estado sintiendo sola y escribir me da consuelo. Necesito ayuda desesperadamente... No sé cómo puedo seguir viviendo de esta manera.
Esta silla es preciosa para mí porque fue lo último que mi difunto esposo y yo elegimos para nuestra hija cuando aún vivía. Si has leído hasta aquí, por favor, cuida a tu hija. Yo no pude salvar la mía”.
Sorprendida de leer un mensaje tan emotivo de la antigua dueña de la silla, Daisy decidió regresar al mercado de pulgas al día siguiente para encontrar a la mujer que le había vendido la silla.
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“Leí tu nota”, le dijo Daisy tan pronto como llegó al puesto. La mujer se sorprendió al verla, pero le sonrió suavemente.
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“Lo siento. Estoy segura de que te abrumaste con lo que leíste. Supongo que solo necesitaba un amigo con quien hablar, y esa era mi forma de pedir ayuda”, admitió la mujer. Se presentó como Samanta, extendiendo su mano para que Daisy la estrechara.
“Está bien. Me alegro de haber visto tu mensaje”, le aseguró Daisy. “¿Necesitas a alguien con quien hablar? Soy todo oídos”, le dijo, y Samanta comenzó a llorar.
Reveló que a pesar de que tenía dos hijos más con ella en casa, extrañaba su antigua vida. “Extraño tanto a mi hija y a mi esposo que me duele”, sollozó.
“Mis hijos son demasiado pequeños para entender lo que pasó. Solo tienen tres y cinco años. No tengo con quién hablar en casa porque mi difunto esposo y yo nos acabábamos de mudar un par de meses antes del accidente”, explicó Samanta.
“No puedo evitar sentirme sola. El dolor me agobia a diario. Ya no podía soportar ver las cosas sin usar de mi niña en casa, así que finalmente decidí vender todo en el mercado de pulgas para no verlas más”, le dijo a Daisy.
Daisy no sabía qué decir. Una parte de ella quería devolver la silla de comer, dándose cuenta de su valor sentimental. Sin embargo, cuando comenzó a proponer esto, Samanta se negó.
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“Puedo quedarme con estas cosas todo lo que quiera, pero no haría retroceder el tiempo y traer de vuelta a mi bebé. Me alegro de que otros niños los aprovechen. Ella seguirá viviendo en mi corazón para siempre”, le aseguró Samanta.
Desde ese día, las dos mujeres se hicieron amigas, y de alguna manera, cada una apoyaba a la otra.
“¿Por qué no consigues un trabajo de nuevo?”, le preguntó a Daisy un día cuando se quejaba de las crecientes facturas que ella y Humberto tenían que pagar.
“Me encantaría cuidar de Inés durante tus turnos de trabajo. A los niños les vendría bien una compañera de juegos”, ofreció Samanta.
Daisy se sintió muy agradecida de que su amiga estuviera dispuesta a ayudarla de esa manera. Juntas, buscaron un buen trabajo a tiempo parcial, para que ella pudiera colaborar con los gastos de su hogar.
Cuidar a Inés y verla compartir con sus hijos de alguna manera alivió su corazón roto de Samanta, y para Daisy, volver a trabajar y poder vivir con más holgura económica, sabiendo que su hija estaba en buenas manos, cambió su vida. De eso se trata la verdadera amistad.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No tengas miedo de pedir ayuda. Samanta reprimió sus emociones después de perder a su hija y esposo en un accidente. Finalmente, escribió una carta y la dejó en uno de los artículos para bebés que vendía en el mercado de pulgas, y cayó en las mejores manos.
- Cada día, es una nueva oportunidad de comenzar. Samanta no podía seguir adelante tras la pérdida de su hija y esposo, hasta que conoció a una mujer que le ofreció un hombro en el cual llorar y la oportunidad de tener un nuevo comienzo. Cuidar a la hija de Daisy la ayudó a sanar sus heridas.
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