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Repartidor en bicicleta avanzando por una calle | Foto: Shutterstock
Repartidor en bicicleta avanzando por una calle | Foto: Shutterstock

Repartidor lleva comida gratis a anciana solitaria cada día: ella lo sigue para averiguar quién paga - Historia del día

Una anciana solitaria quedó confundida después de que comenzó a recibir entregas gratuitas de un mensajero que se negaba a decir de dónde venían los paquetes. Un día, ella lo siguió para averiguarlo.

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Evelyn era una mujer de 82 años que vivía sola. No tenía parientes viviendo cerca y era una viuda que se las arreglaba con lo poco que le quedaba de su pensión después de pagar los préstamos de su difunto esposo.

Un día, un repartidor llamó a su puerta y le entregó una bolsa llena de comida. “Debes tener la dirección equivocada, cariño. No ordené víveres”, le dijo ella al joven.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Estaba a punto de cerrar la puerta cuando el hombre negó con la cabeza. “Evelyn Jiménez, ¿verdad? Creo que esta es la dirección correcta”, dijo él.

Con curiosidad, la mujer mayor abrió la puerta una vez más y miró al hombre. Era como si lo hubiera visto antes, pero no podía precisar dónde. “¿De dónde vino la entrega? No creo que alguien me haya enviado un paquete”, dijo ella.

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El hombre se encogió de hombros. “Otra persona pagó por este pedido, pero no desea ser nombrada. ¡No se preocupe por eso y buen provecho!”, dijo, entregándole la bolsa.

Evelyn aceptó el paquete a regañadientes y le dio las gracias al hombre. Volvió adentro y con entusiasmo lo abrió. Ella se sorprendió al ver una comida completa dentro.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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La bolsa contenía una bandeja de macarrones con pollo al horno, una botella de jugo de frutas y un pastel de manzana entero.

“¿Quién podría haberme dado esto?”, se preguntó a sí misma. Estaba conmovida y curiosa porque no había recibido un paquete de otras personas en mucho tiempo. “Nadie se ha molestado en ponerse en contacto conmigo...”, agregó.

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La entrega anónima puso a Evelyn de buen humor. Ella devoró felizmente la comida y pasó toda la tarde afuera, regando sus plantas y leyendo un libro mientras disfrutaba de una taza del jugo de fruta fresca que recibió.

Evelyn no imaginaba que el repartidor regresaría todos los días y le entregaría comida gratis. Ella le preguntaba una y otra vez: "¿Quién envió esto?", pero él se encogía de hombros y le decía que el remitente insistía en permanecer en el anonimato.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Bueno”, dijo Evelyn un día. “Por favor, dígale a la persona que aprecio mucho estos paquetes. Esto me ayuda mucho porque apenas puedo cubrir los préstamos que tengo que pagar y los medicamentos que necesito comprar", dijo con los ojos llenos de lágrimas.

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El repartidor le sonrió cálidamente. “Me alegro de que estas entregas le ayuden a salir adelante. No creo que la persona planee detener estos pedidos en el corto plazo, así que puede esperar que venga todos los días”, respondió él.

Ese día, Evelyn se despidió del repartidor hasta que algo en ella le dijo que lo siguiera. "¡Espera!", gritó cuando él estaba a punto de subirse a su bicicleta. "¡Dime cuál es tu nombre, al menos!".

Al escuchar la pregunta, el repartidor pareció confundido y comenzó a entrar en pánico. “¡Vaya! Uhm... ¿mi nombre?”, dijo, haciendo una pausa de unos segundos. “¡Simón! Mi nombre es Simón”, dijo, despidiéndose.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Evelyn se preguntó por qué el chico había tenido que pensar en qué nombre darle. Lo que no sabía era que su corazonada era correcta y que su nombre no era Simón, sino Miguel. Miguel Gómez.

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El presentimiento de Evelyn le dijo que el repartidor no estaba diciendo la verdad. Se subió al viejo auto de su difunto esposo y siguió al chico hasta donde trabajaba.

Después de un par de minutos, el joven llegó a un pequeño café donde trabajaba. Ella se bajó de su viejo automóvil y, cuando entró en el local, vio a Miguel entrar al baño para prepararse para su turno. Luego escuchó que el gerente lo llamaba. “¡Miguel!”.

“¿Me escuchas o no?”, preguntó el jefe del joven. “¡Gómez!”.

Al escuchar su apellido, Evelyn se tapó la boca con la mano. “Gómez...”, se dijo a sí misma.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Cuando Miguel salió del baño se sorprendió al ver a la anciana allí. Ella caminó hacia él lo más rápido que pudo y lo abrazó. “Miguel Gómez”, dijo. “¿Por qué no me dijiste antes?”.

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El repartidor resultó ser el nieto de la mujer que solía ser su mejor amiga, Elsa. Habían sido amigas desde que eran adolescentes y se mantuvieron así durante décadas hasta que algo arruinó su amistad.

“Lo siento, abuela Evelyn”, se disculpó el chico. “Tenía miedo de decirte la verdad porque pensaba que odiabas a la abuela Elsa después de lo que les pasó a ustedes dos hace años”, explicó.

Miguel había sido criado por su abuela después de que sus padres lo abandonaran y cortaran los lazos con toda la familia. Elsa trabajaba duro para darle a su nieto todo lo que necesitaba y solía pedirle a Evelyn que lo cuidara mientras ella estaba en el trabajo.

El chico solía estar en la casa de Evelyn todos los días hasta los nueve años. Él la consideraba su segunda abuela, y se entristeció cuando dejó de verla mientras crecía.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Las dos mujeres terminaron teniendo una gran pelea cuando Elsa acusó a Evelyn de coquetear con su esposo. “¿Por qué te haría eso? ¡Eres mi mejor amiga!”, le dijo Evelyn ese día cuando tuvieron el enfrentamiento.

“¡Exactamente! ¿Por qué harías eso? ¡Se suponía que eras mi mejor amiga!”, gritó Elsa.

Por mucho que Evelyn intentara decirle que no estaba coqueteando con su esposo y que era leal a los suyos, Elsa no la escuchaba. Ese día terminó siendo el último día de su amistad.

La mujer mayor quedó desconsolada después de su discusión. No podía entender por qué Elsa pensaba que estaba coqueteando con su esposo cuando ella misma estaba casada.

Evelyn amaba mucho a su esposo y nunca habría hecho nada para arruinar su relación. A través de los años, aunque nunca tuvieron hijos, ella permaneció a su lado. Eran los mejores amigos y trataban su matrimonio como una aventura.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Pasó más de una década y Evelyn descubrió por medio de los obituarios del vecindario que Elsa había muerto de una enfermedad terminal. Como no quería problemas, presentó sus últimos respetos desde la distancia. Eligió pararse a un par de metros del cortejo fúnebre.

El único arrepentimiento que tenía ella era no haberse esforzado más en reparar su amistad. Tuvo que vivir el resto de su vida sabiendo que Elsa nunca supo la verdad y que nunca pudieron reavivar su relación.

Fue una especie de bendición para Evelyn encontrarse con Miguel porque nunca pensó que podría volver a verlo. El día que descubrió quién era él, se quedó en el café en el que trabajaba hasta el final de su turno para que pudieran cenar juntos y hablar.

La anciana observaba con orgullo cómo trabajaba el chico. Entretenía a los clientes y servía sus pedidos. Le encantaba ver que el niño que ayudó a criar se había convertido en un joven responsable y trabajador.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Mientras lo observaba, el gerente se acercó a Evelyn y se sentó frente a ella. Le entregó un trozo de pastel y una taza de café caliente. “Debe estar muy orgullosa de él”, dijo.

“Es uno de nuestros mejores empleados. Somos muy afortunados de que haya elegido trabajar con nosotros mientras completaba sus estudios”, reveló.

Evelyn asintió. “Estoy muy orgullosa de él”, dijo sonriendo. “Ha resultado ser un chico encantador”.

El gerente le pidió a la mujer mayor que se quedara hasta el final del turno de Miguel para que pudieran cenar juntos. “Irá por cuenta de la casa, no se preocupe. Es lo menos que podemos hacer por uno de nuestros empleados favoritos”.

Al final de la noche, el propio gerente les sirvió una copiosa comida. Les sirvieron los mejores platos del local, los cuales disfrutaron mientras hablaban.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¿Cómo supiste dónde vivía?”, le preguntó Evelyn a Miguel mientras comían. “Nunca llegué a decirle a Elsa dónde me había mudado”, dijo.

“Un día, estaba haciendo una entrega para su vecino, y la reconocí cuando entró a su casa. Creo que acababa de terminar de regar sus plantas en ese momento. No la había visto en más de una década, y me di cuenta de cuánto la extrañaba”, admitió.

“Supuse que todavía estaba enojada, así que decidí cuidarla en secreto fingiendo ser un repartidor desconocido. Todavía estoy sorprendido de que haya descubierto quién soy realmente”, dijo Miguel riendo. “Temía que dejaría de aceptar mi ayuda si se enteraba”.

Evelyn estaba llorando. “Nunca podría estar enojada contigo o con tu abuela Elsa. La extraño mucho y no hay un día en el que no desee que nuestra amistad nunca hubiera terminado”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Miguel asintió y se disculpó en nombre de su difunta abuela. “La abuela Elsa siempre tuvo mal genio”, sonrió cálidamente. “Lamento que haya dejado que su orgullo se interpusiera en el camino de su amistad. No tenía que terminar de esa manera, pero ahora es demasiado tarde”.

Evelyn asintió. “Está bien, cariño. Había perdonado a Elsa hacía mucho tiempo. Espero que esté sonriendo desde el cielo al vernos a los dos juntos de nuevo”.

Desde ese día, Miguel visitaba abiertamente a Evelyn y le llevaba provisiones semanales. También pasaba los fines de semana con ella. Dormía en su casa y la ayudaba con los mandados. Al final de cada día, intercambiaban historias y veían la televisión juntos.

Miguel era un hombre independiente que vivía solo en un departamento cerca de la universidad donde estudiaba. Desde que murieron sus dos abuelos, se vio obligado a vivir solo y ganar dinero para mantenerse. Sabía que la herencia que le había dejado Elsa no duraría para siempre.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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De la misma manera que Evelyn se sentía aliviada de haberse reconectado con un ser querido, Miguel se sentía aliviado de haber encontrado el calor de la familia a través de la anciana.

Cuando el joven se graduó de la universidad, Evelyn fue su única compañía. Ella lo veía con un inmenso orgullo mientras subía al escenario para recibir su diploma.

Inmediatamente después de graduarse, Miguel consiguió un buen trabajo en una de las mejores empresas, y eso le permitía ganar un buen salario. Años más tarde, él y Evelyn descubrieron que el café para el que él había trabajado estaba a la venta.

Con sus ahorros, el joven decidió comprarlo. Hizo renovar todo el lugar y lo renombró “Café de Elsa y Evelyn”. El restaurante terminó bajo el cuidado de Miguel hasta que se jubiló y sus hijos se hicieron cargo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Es mejor resolver los conflictos y perdonarse unos a otros antes de que sea demasiado tarde. La vida es demasiado corta para guardar rencores. Cuando se encuentren en una situación difícil con un ser querido, resuelvan los conflictos lo más rápido posible y perdónense unos a otros antes de que sea demasiado tarde para hacerlo.
  • Nunca olvides a las personas que te criaron. Puede que Miguel no haya visto a Evelyn en más de una década, pero nunca la olvidó. Valoró a quienes ayudaron a criarlo y se aseguró de retribuir su amabilidad.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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