Señora solitaria llora cuando un vecinito la visita en el ancianato: recibe 100 visitantes más al día siguiente - Historia del día
Esperanza, de 81 años, derramó lágrimas de alegría cuando su pequeño vecino la visitó en el hogar de ancianos. Estaba encantada, pero no imaginaba que al día siguiente iba a conocer a 100 personitas que iluminarían su existencia.
La verdadera amistad no tiene restricciones de edad. Dicen que los amigos vienen en diferentes formas y tamaños, lo que no podría ser más cierto en el caso de Juan, de ocho años, y Esperanza, de 81 años.
Eran vecinos que nunca comenzaban el día sin saludarse con besos voladores de ventana en ventana o sin probar el pastel de batata, especialidad de Esperanza.
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Todo iba bien, hasta una mañana en que el pequeño Juan fue a la casa de su abuela favorita, y la encontró cerrada. La anciana había desaparecido de repente.
“Mamá, ¿dónde está la abuela Esperanza? Temprano no estaba en su ventana y estuve tocando en su puerta y nadie abre”, se quejó a su madre, Celeste.
Juan seguía mirando por la ventana a la casa de Esperanza. Esperaba que regresara de un momento a otro, o que abriera la ventana de su dormitorio y lo sorprendiera.
“No me ha traído mi pastel, mami. ¿Dónde está? Es hora de ver nuestro programa juntos. ¿Por qué no ha salido todavía?”.
Celeste sabía dónde estaba Esperanza, pero no se atrevía a decirle la verdad a su hijo. Sabía que lo haría sentir muy triste.
“¿Por qué no me respondes? ¡Quiero ver a la abuela Esperanza! Por favor, llévame con ella. ¿Por qué su casa está cerrada con llave?”.
Haciendo acopio de valor, Celeste decidió contarle la verdad a su hijo. Era evidente que no iba a calmarse.
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“Cariño, la abuela Esperanza se mudó y ya no volverá a casa”, dijo. Ver el dolor y la decepción en los ojos de su hijo le rompió el corazón.
“¡No entiendo! ¿Por qué se fue? ¿Adónde ha ido? ¿Por qué no me dijo nada? ¿Estaba molesta conmigo porque no la dejé ver su serie de televisión favorita? Prometo que no lo haré más”.
Celeste no sabía cómo hacer entender a su hijo. No tuvo más remedio que explicarle con detalles la verdadera razón.
“Hijo, la abuela Esperanza no volverá aquí nunca. Se ha ido a vivir al asilo de ancianos con otras personas mayores. Como no tiene a nadie que la cuide, la han enviado allí”.
Los ojos de Juan brillaron con lágrimas. “¿No veré más a la abuela? ¿Y quién dijo que no tiene a nadie que la cuide? ¡Yo puedo cuidarla! Mami, por favor, llévame con ella. ¡Quiero verla!”. El niño no pudo contener las lágrimas.
Esa tarde, Esperanza estaba sentada junto a la ventana de su habitación, mirando la luz del día afuera. De repente, la puerta se abrió y vio la silueta de un niño pequeño con una mujer en el umbral.
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“¿Quién está ahí?”, preguntó. Su débil voz resonó a través del dormitorio casi vacío. En ese momento, Juan y Celeste se le acercaron con una caja de pastel casero.
“¡¿Juanito?! ¿Celeste? Oh, estoy tan feliz de verlos a los dos. ¿Qué los trae por aquí?”. Desbordada por la emoción, abrió los brazos para recibir al niño. Se quedaron abrazados y sin decir palabras por unos minutos, mientras derramaban lágrimas de alegría.
“Abuelita, ¿por qué me dejaste? ¿Y por qué mamá dice que no tienes a nadie que te cuide?”, preguntó el niño.
Esperanza no sabía cómo responder a las preguntas de Juan. Ella sonrió, se secó las lágrimas y lo hizo sentarse en su regazo. “Cariño, ya estoy muy vieja y no puedo vivir sola. Entonces, tengo que vivir aquí con gente de mi edad”.
“¿Y por qué no me dijiste nada antes de venir aquí?”, quiso saber el pequeño.
“Las despedidas siempre son muy dolorosas, y no quería hacerte llorar”, intentó argumentar la anciana.
Juan miró a su alrededor con asombro. No entendía por qué tantos adultos mayores tenían que vivir lejos de sus familias. Entonces, tuvo una idea para que se sintieran como en casa y al regreso puso en marcha su gran plan.
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Al día siguiente, Esperanza esperaba la visita del niño en su habitación con sus dulces favoritos. Momentos después, la puerta se abrió, sorprendiéndola. Juan estaba rodeado de muchos visitantes que ella no esperaba ver.
“¡Abuela! Conoce a mis amigos”, dijo Juan, y detrás de él había alrededor de 100 niños acompañados de sus padres. Todos llevaban una flor en la mano y saludaban con una sonrisa.
Juan no quería que Esperanza se sintiera sola, y le había afectado ver a tantas personas mayores solas en el hogar de ancianos. Pensó que todos necesitaban a alguien a quien amar y con quien pasar el tiempo.
Así que convenció a sus compañeros de clase de que lo acompañaran. Junto con sus padres, el grupo había venido para hacer sentir especiales y queridos a todos los residentes mayores.
Esperanza lloró como una niña ese día. Estaba tan conmovida que no podía agradecer lo suficiente a Juan por probar que el amor y la compasión aún existen.
A partir de ese día, Juan y sus amigos frecuentaron la casa de retiro. Jugaban juegos de mesa con los residentes mayores, reían juntos y les contaban sobre sus avances en la escuela.
En cuanto a Juan, le encantaba pasar tiempo con la abuela Esperanza, y a su lado aprendió a hacer el mejor pastel de batata.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los ancianos necesitan de amor, compañía y cuidados: A Juan le costaba comprender el porqué su vecina anciana se había mudado a una residencia. Al percibir la soledad del lugar, decidió llevarle alegría y compañía a los ancianos, para lo cual reclutó a muchos de sus amiguitos.
- Enseña a tus hijos a amar y respetar a las personas mayores: Juan tenía solo ocho años, pero a esta corta edad, sabía respetar y valorar a las personas mayores.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.