Niño defiende al conserje del colegio y termina en el hospital: 12 policías se presentan en su habitación luego - Historia del día
A Sergio, de 10 años, no le importó que le rompieran el brazo mientras se enfrentaba a un grupo de bravucones en la escuela. Lo que no esperaba era que una docena de policías fueran a buscarlo al hospital.
El pequeño Sergio estaba mirando por la ventana del dormitorio, esperando. Podía ver la carretera en el otro extremo del horizonte, donde los faros brillantes se cruzaban.
En un automóvil que circulaba por la carretera esa noche, una pareja compartía un cómodo silencio. “¿Sabes qué? Hagamos ese viaje a Bora Bora”. Darío le ofreció la mano a su esposa, quien estaba sentada a su lado en el auto.
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“Vaya, ¿de dónde salió eso?”, preguntó Esther con tono bromista.
“No quiero esperar a jubilarme para... ¡Vivir mi vida! A veces, el trabajo te hace olvidar que tienes una familia: un niño brillante y una esposa hermosa”.
Esther golpeó juguetonamente el dorso de la palma de Darío. “Así que fuiste a una fiesta de jubilación de un compañero policía y cambiaste de opinión. ¡Esa información es muy útil!”.
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“Lo digo en serio. Tomemos un descanso de la rutina y…”.
“Ah, ¿así que nuestras vidas están estancadas ahora?”. A Esther le divertía ver cómo su esposo caía fácilmente en las trampas.
“Bueno, no cualquier rutina. ¡Una hermosa rutina! Mira, todo lo que digo es, disfrutemos nuestras vidas antes de que…”.
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La oscuridad del sinuoso camino fue interrumpida por una luz cegadora que se acercaba al auto.
No hubo tiempo para notar que un camión que se aproximaba había patinado en el carril equivocado y se había estrellado contra el automóvil.
Surgiendo de ese destello de brillo penetrante y neumáticos chirriando, el auto salió disparado por los aires. Por una milésima de segundo, los esposos lo supieron. Se tomaron de la mano, y luego todo terminó.
De regreso a casa, Sergio estaba conmocionado y asombrado al ver a lo lejos un auto volador. “¡No puedo esperar para contarle a papá sobre esto!”, pensó, sin darse cuenta de la brutal ironía.
Habían pasado cuatro años tranquilos desde aquel fatal accidente. Nadie podía ocupar el lugar de sus padres en la vida de Sergio, pero su abuelo José era la única familia que le quedaba.
Y el hombre mayor tenía la intención de criar a su nieto con tanto amor y virtud como los que le había dado a Darío.
“Me pregunto cómo le estará yendo a Sergio hoy”, se preguntó José, preocupado mientras caminaba a casa desde las lápidas de su hijo y su nuera.
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Al mismo tiempo, su nieto estaba en el hospital local, gritando de dolor.
José condujo hasta el centro médico tan pronto como recibió una llamada anónima. Esas terribles palabras se repetían en su cabeza:
“Sergio está herido. Tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital. Está preguntando por usted. No se preocupe, señor, estaré aquí hasta que llegue”.
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“¡Sergio, hijo mío!”, José corrió hacia su nieto, despertándolo. Lo abrazó con cuidado por su mano derecha enyesada.
“¿Qué pasó? ¿Quién es este hombre?”.
El hombre mayor notó que el extraño que estaba junto a su nieto vestía un uniforme de conserje.
“¿Fue usted quien me llamó? ¿Tuvo algo que ver con esto?”.
“Yo... yo no lastimé a su hijo. Pero soy parte de la razón por la que está aquí”, respondió el hombre.
“¿Qué se supone que significa eso?”. La sospecha de José aumentaba cada segundo que pasaba.
“No es su culpa, abuelo. Fui yo”.
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Sergio bajó la mirada mientras narraba lo que había sucedido: le dijo a su abuelo que estaba sentado tranquilamente en el patio de recreo, cuando un grupo de niños empezó a burlarse del conserje, Pedro.
Él trató de convencer a los chicos para que se detuvieran, pero lo empujaron. “Ahí fue cuando lo escuché”, continuó Sergio a regañadientes. “Escuché la voz de mi difunto padre: ‘Sé valiente, Sergio. Ya sabes lo que es correcto. Confía en ello’”.
“Así que traté de alejar a los niños de Pedro. Finalmente, tuve que empujar a uno de ellos con todas mis fuerzas. Se aferró a mi mano con mucha fuerza, y ambos aterrizamos sobre mi codo derecho al tocar el suelo. Así fue como Me rompí la mano”.
“¿Es esto cierto, joven?”, Pedro asintió.
El conserje habló claramente para disipar las sospechas del hombre mayor. “Estaba en medio de un ataque de asma cuando los niños comenzaron a reunirse a mi alrededor!”.
“Tiraron mi inhalador y estaba completamente impotente cuando Sergio me vio. Su nieto me defendió cuando estaba esforzándome por respirar. Ojalá podría devolverle el dinero o cubrir su tratamiento, pero yo no…”.
“No, eso no es necesario, Pedro. Te ayudé porque mi papá me enseñó a ser siempre valiente y hacer lo correcto, sin esperar ninguna recompensa”.
José estaba con los ojos empañados escuchando a su nieto. Estaba empezando a sonar cada vez más como su difunto padre.
Justo cuando Sergio, José y Pedro estaban por salir después de completar los trámites del hospital, un grupo de 12 policías apareció en la sala. Todos en el lugar se enderezaron al ver a los oficiales uniformados.
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“¿Sergio Hernández?”, preguntó uno de los policías, mostrando su identificación oficial. El niño asintió con nerviosismo. ¿Se había quejado la escuela de él? ¿Iba a ir a la cárcel?
“Ven con nosotros, por favor. Hay alguien a quien nos gustaría que conocieras”.
Los presentes trataban de no mirar mientras los policías caminaban detrás del niño y los dos hombres.
Justo cuando se acercaban a la camioneta de la policía, un perro policía salió de ella. Sergio le sonrió al can, pero inmediatamente puso de nuevo una expresión sombría en su rostro.
“No debería estar pensando en jugar con un perro en este momento. ¡Podría ir a la cárcel!”.
Pero el perro era demasiado amistoso para ignorarlo. Empezó a mover la cola mientras daba vueltas alrededor del chico, tratando de saltar sobre él y lamerle la cara.
Sergio olvidó por completo que estaba en medio de una situación tensa y simplemente abrazó al perro.
“¡Parece que le gustas!”.
“¡A mí también me gusta! No sabía que los perros policía podían ser tan amistosos”.
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“Bueno, es tuyo, chico”.
Sergio pensó que el policía estaba bromeando.
“Roco tuvo que retirarse antes de tiempo de ser un perro policía debido a una enfermedad. Ahora que está completamente curado, debe regresar con su familia humana más cercana”.
Roco... Sergio había escuchado ese nombre antes. Miró a su abuelo y el hombre mayor estaba llorando. Una de las policías palmeó la espalda de José, tratando de consolar al anciano.
“Todos amábamos a Darío. Han pasado cuatro años y todavía se siente raro hablar de él en tiempo pasado”.
Dirigiéndose a Sergio, continuó: “Pero hoy, cuando José nos contó por teléfono cómo habías defendido al conserje de la escuela, supimos que era hora de presentarte a Roco”.
Fue entonces cuando el chico recordó quién era el perro. Meses antes de su muerte, Darío estaba entusiasmado con un nuevo perro policía que le habían asignado.
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“Él es feroz, esa cosita. Y ya me ha tomado cariño. Salimos todo el tiempo, Roco y yo”, había dicho su padre en una ocasión.
“¡Tal vez te consigamos un perro en algún momento, Sergio!”, intervino Esther, sabiendo cuánto le gustaba a su hijo jugar con los perros.
“¿Me puedo quedar con Roco? ¡Por favor, por favor, por favor!”, le rogó el niño a su padre.
“Tal vez algún día…”, dijo Darío, unos meses antes de respirar por última vez.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No olvides las lecciones de vida que tus seres queridos sembraron en ti. Los amados padres de Sergio ya no existían, pero él nunca olvidó los valores que su padre le había enseñado.
- Adopta un perro si puedes. Hay mucho amor para dar y recibir de los perros que necesitan un compañero humano. Lleva un nuevo amigo peludo a casa y comienza una vida de la amistad más incondicional.
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