Niños cuidan la finca del abuelo mientras él está hospitalizado: hallan a una bebé abandonada en el granero - Historia del día
Los pequeños Jorge y Chris estaban ansiosos por ayudar a su abuela en la finca mientras su abuelo se recuperaba en un hospital. Cuando escucharon un extraño ruido allí, no pudieron evitar ir a ver qué era. Gracias a Dios que lo hicieron.
“Mamá, ¿estás llorando?”. Chris podía ver claramente el reflejo de los ojos de su madre en el espejo retrovisor.
“¡Mamá, no llores! ¡Si lloras, lloraremos!”, le dijo Jorge a punto de llorar.
“No estoy llorando, mis dulces niños”. Lydia se compuso. “Estoy un poco triste porque no voy a verlos en diez días”.
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“También te vamos a extrañar, mamá. Pero no te preocupes. ¡Diez días pasarán volando! ¡Estaremos de vuelta en casa en poco tiempo!”, dijo Chris.
“¿Realmente pasará el tiempo volando? Tenía muchas ganas de pasar una estancia divertida en casa de los abuelos. ¿Estás diciendo que no tendremos suficiente tiempo para jugar con las gallinas y las cabras después de limpiar la finca?”, dijo Jorge.
El niño se cruzó de brazos e hizo una mueca de mal humor mientras miraba por la ventana.
“¡Por supuesto que pueden jugar con las gallinas y las cabras, cariño!”, dijo Lydia para tranquilizar a su hijo más pequeño.
“¡Pero prométanme de nuevo que se comportarán lo mejor posible!”, exigió la madre de los niños.
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“Nos comportaremos lo mejor posible, mamá. Ayudaremos a la abuela, oraremos para que el abuelo se mejore en el hospital y regrese pronto a casa, y seremos niños honestos”, dijo Chris con un tono tierno e inocente para tratar de tranquilizar a su madre.
“Sí, mamá. Y te llamaremos todos los días para que puedas enviarnos un beso telefónico”.
“¡Ahí están, mis dos pequeños ayudantes! ¡Vengan aquí, muchachos!”. La abuela abrazó efusivamente a los niños y los balanceó de un lado a otro llena de alegría y emoción.
Lydia abrazó a sus hijos y a su madre antes de irse. “Mamá, llámame sin dudar si tú o los niños necesitan algo, ¿de acuerdo?”.
Después de ver a su madre alejarse en el horizonte, los chicos se giraron hacia su abuela. “Ahora, abuela, dinos qué vamos a hacer en la finca hoy”.
La anciana sonrió mientras sumergía sus doloridos pies en una tina de agua tibia. “El hecho de que estén tan ansiosos por ayudarme es bastante dulce, mis niños. Considérenme ayudada”.
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“De ninguna manera. No puedes hacer todo por ti misma. ¡Y mira! Tus ojos se ven apagados y pequeños, como si no hubieras dormido en días. Además, le prometimos al abuelo que ayudaríamos aquí”.
“El trabajo agrícola…”, dijo el pequeño Jorge mientras se llenaba la boca con hojaldres de maíz, “no es tan fácil. El abuelo nos enseñó cómo hacerlo. Podemos ayudarte”.
“Al menos hasta que el abuelo regrese a casa cuando su espalda sane. Después de eso pueden contratar a un nuevo ayudante”.
La abuela de los niños estaba orgullosa de sus dos nietos. Habían crecido en la ciudad, viviendo una vida fácil y protegida con sus padres merecidamente exitosos.
Pero aun así se mantenían en contacto con sus raíces. Valoraban la alegría de ensuciarse las manos en una finca. Y, sobre todo, seguían visitando y ayudando a sus abuelos.
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“Está bien, niños. Su tarea para la próxima... hora”, dijo Sandra mientras miraba el reloj, “es hacer una lista de cinco cosas que necesiten limpieza en la finca”.
“Quiero ver con qué atención observan todo. Y cuando me escuchen gritarles, regresen corriendo. ¡Significa que su pastel favorito está listo!”. Los chicos chocaron sus palmas y se dirigieron afuera.
“¡Chris, por aquí!”. Jorge estaba saltando por el pasto. Él y su hermano habían estado caminando durante casi una hora.
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“¡Espera, ya voy!”. Chris se detuvo para respirar profundamente y tomar algunos tragos de agua de su termo.
Los dos niños se dirigían hacia un pequeño cobertizo viejo en el centro de la finca. Parecía polvoriento como si nadie hubiera estado allí en las últimas semanas.
Los chicos miraban casualmente alrededor del espacio hasta que escucharon crujidos provenientes del interior. “¡Alguien más está aquí!”, susurró Chris mientras abría mucho los ojos para alertar a su hermano.
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“¡Otra vez se escuchó ese ruido!”.
Mientras los hermanos caminaban de puntillas hacia el extraño sonido, algo más les hizo temblar de miedo. Vieron una sombra que corría de una pared a otra y luego desapareció.
Luego solo había un silencio absoluto en el cobertizo, aparte de los graznidos distantes de los cuervos.
“¿Hay alguien ahí?”, preguntó Jorge.
“Si eres un fantasma, vete. Se supone que no debes estar aquí durante la hora del almuerzo, ¿verdad? ¡Vuelve por la noche cuando estemos durmiendo!”.
La fuerte voz de Jorge fue interrumpida por otra aún más fuerte. “¿Eso es un gato?”, preguntó el niño.
Siguieron el sonido, y detrás de un montón de heno, acojinado sobre una llanta vieja y envuelto en ropa vieja, vieron algo que los dejó boquiabiertos.
“¡Una bebé!”, dijeron los chicos impactados.
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“¿Cómo evitamos que esta bebé llore? Debe tener hambre. ¿Dónde está su mamá?”, dijo Jorge mientras miraba a su alrededor.
“¡Son tus gritos los que despertaron a la bebé!”, le dijo Chris a su hermano mientras acariciaba a la pequeña para tratar de calmarla.
Habían pasado menos de dos minutos y los niños comenzaron a preocuparse, pues la bebita no se calmaba.
“Bebé, no llores. ¡Si tú lloras, yo lloraré!”, le dijo Jorge angustiado.
De repente, detrás de la puerta del cobertizo, una mujer corrió hacia el recién nacido.
“Sally, cariño. Mamá está aquí. Lamento mucho haber tratado de dejarte. ¡Te amo, cariño!”.
Los niños observaron con asombro cómo la mujer levantaba suavemente a la bebé y la sostenía cerca de su pecho. Luego la pequeña dejó de llorar.
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“¡Eso fue increíble! ¿Cómo hiciste eso?”, preguntó Jorge inocentemente.
“Soy la madre. Los niños siempre se tranquilizan con la presencia de su madre”.
Denis besó a su bebé y rompió a llorar. Los niños vieron eso y sus ojos se empañaron con lágrimas.
“¿Quién eres y dime por qué no debería llamar a la policía ahora mismo?”, dijo una fuerte voz familiar desde detrás de la hermosa escena.
“¡Abuela! ¡Shhh! La bebé está durmiendo”.
“¿La bebé?”. La abuela se acercó, le sonrió a la recién nacida y observó de cerca a la extraña joven de pies a cabeza. La mujer se veía pobre. Vestía ropa andrajosa, estaba descalza y sus pies estaban llenos de ampollas.
“Nunca había visto tu cara antes. ¿Cómo llegaste aquí? Siéntate y cuéntamelo todo. ¡No mientas!”. La abuela podía ser muy dulce y muy severa al mismo tiempo.
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La mujer explicó: “Mi nombre es Denis. Trabajaba en la finca vecina. Pero después de siete años de trabajar allí, los dueños me despidieron en el momento en que supieron que estaba embarazada”.
“Quedé desempleada. Pasé varios días sin comer casi nada. Cuando finalmente nació mi hija, traté de conseguir trabajo nuevamente. Ha pasado un mes desde que nació este ángel, pero todavía sigo sin conseguir empleo y sin casi nada para comer”.
Las lágrimas de Denis no paraban de fluir.
“La había visto a usted y a su esposo en esta finca. También a su hija y a sus nietos de vez en cuando”.
“Podía escuchar sus risas. Sentía que eran personas amables que siempre tenían mucho para comer y servir”.
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“Entonces, en un momento de debilidad, decidí entrar aquí, y...”. Denis no se atrevió a decirlo.
“¿Dejarnos a tu bebé?”, dijo Sandra mientras acariciaba la espalda de la madre para calmarla.
Después de unos segundos, la anciana se quedó en silencio, pensando en lo que debería hacer.
“Ya buscaremos la manera de ayudarte, Denis. Pero primero, entra en la casa con nosotros. Come un trozo de pastel y bebe una taza de café”.
Sandra y los niños disfrutaron de una abundante comida con sus invitados inesperados.
Denis se levantó para lavar los platos, y cuando el ruido de la loza rechinando despertó a la bebé Sally, fue Sandra quien se apresuró a calmarla para que se durmiera.
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Tras mirar la cara pacífica de la pequeña, Sandra tomó una decisión.
“Denis, ¿te gustaría ser contratada como ayudante en esta finca?”.
La pobre mujer casi dejó caer un cuenco al suelo por la sorpresa.
“Te pagaremos semanalmente y te daremos una habitación donde puedas vivir... Solo hay una condición”.
Chris y Jorge miraban a su abuela con tanta anticipación como Denis.
“¡Me gustaría cuidar a esta preciosa bebé!”.
“¡Yo también quiero cuidarla!”, dijo Chris levantando la mano.
“¡Somos tres!”, agregó Jorge.
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Los dos niños tuvieron las mejores vacaciones de sus vidas ese agosto. En esos 10 días, ayudaron a su abuela a preparar una habitación para Sally y su madre. Sacaron juguetes y muebles viejos.
La abuela incluso había arreglado la cuna en la que Chris y Jorge habían dormido cuando eran bebés.
Cuidar a su nueva hermanita era un placer, y los platillos deliciosos que preparaban Denis y la abuela eran un extra maravilloso.
Una semana después, cuando su abuelo se recuperó y lo llevaron de vuelta a casa, se sorprendió al ver su amada finca limpia y en excelentes condiciones. Pero estaba más que extasiado por la sorpresa de los nuevos compañeros de casa.
Lydia sabía que sería difícil para los niños irse después de apenas dos semanas de estar en la finca. Así que prometió llevarlos a ver a Sally todos los fines de semana. La madre nunca rompió la promesa que les había hecho a sus hijos.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Cuando veas a alguien que necesita amabilidad, haz todo lo posible para ayudarlo. Los niños sabían que su abuela necesitaba ayuda en la finca. Sandra sabía que la pobre mujer que había invadido su propiedad necesitaba ayuda para criar a su hija. Todos ellos actuaron con amabilidad para prestar ayuda.
- Los niños tienen una manera especial de abrir nuestros corazones. Chris y Jorge sabían exactamente cómo consolar a su madre, aprender de su abuelo y ayudar a su abuela en su momento de necesidad. Y cuando conocieron a Sally, la acogieron como su fuera su propia hermana en poco tiempo.
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