Abuela queda sola a cargo de su nieto bebé: ve a todos sus vecinos frente a su puerta un día - Historia del día
Una abuela que se tuvo que hacer cargo de su nieto bebé estaba enfrentando dificultades, hasta que un día todos sus vecinos se reunieron en su puerta. La visita sorpresa la confundió, pero los residentes de su vecindario hicieron algo aún más sorprendente.
María, de 62 años, revolvía su té mientras mecía suavemente a su nieto Lucas, de 17 meses, para que se durmiera. Ella se aseguró de que estuviera profundamente dormido antes de colocarlo cuidadosamente en su cuna para relajarse y poder disfrutar de su té.
Cuando su única hija y su yerno murieron en un terrible accidente automovilístico unos meses atrás, la mujer mayor quedó devastada. Su hijo pequeño había quedado huérfano.
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Al no tener a nadie más, el bebé quedó bajo el cuidado de María, quien estaba preocupada por cómo se las arreglaría. Ella tenía una pequeña tienda de abarrotes, que era su negocio familiar, y tenía la seguridad financiera suficiente para cuidar a Lucas.
Sin embargo, mientras envejecía, la mujer comenzó a sentirse más cansada. Incluso en su juventud, nunca había sido tan enérgica o multitarea. Y ahora que tenía que criar a su nieto sola, le resultaba difícil.
“Dame fuerzas, Señor”, suspiró mientras tomaba un sorbo del té. “¿Cuánto tiempo continuaré así? ¿Qué pasará con mi nieto cuando no esté para cuidarlo?”.
María solía pensar en esto casi todos los días. Le preocupaba que un día alguna enfermedad desconocida se la llevara y su nieto se quedara sin familia.
Le temía tanto a ese escenario que cada minuto de su tiempo lo pasaba con Lucas. Quería hacer tantos recuerdos con él como fuera posible.
Ese día, mientras María sorbía su té, perdida en sus pensamientos, de repente percibió olor a quemado. Corrió a la cocina y se dio cuenta de que su tostada se había carbonizado.
“¡Dios! ¡Ahora todo se me olvida!”, pensó.
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María se estaba volviendo más olvidadiza con su edad avanzada, y errores como estos se habían vuelto comunes para ella. El otro día, había olvidado cerrar la tienda de comestibles antes de irse. Afortunadamente, no pasó nada terrible.
Después de que la mujer mayor tostó rebanadas de pan fresco y desayunó, escuchó un sonido de llanto en la habitación de Lucas. El bebé se había despertado y María sabía que no volvería a dormirse fácilmente.
“¿Qué le pasó a mi bebé?”, le preguntó la abuela inocentemente al pequeño mientras lo acunaba en sus brazos. “¿Tienes hambre, cariño?”.
Mientras mecía a Lucas en sus brazos, María olió algo asqueroso y se dio cuenta de que era hora de cambiarle el pañal a su nieto.
“¡Vaya! Este niño travieso hizo popó, y ahora la abuela tendrá que limpiarlo”. María frunció el ceño. “No, no. No es necesario que llores, cariño. La abuela te va a cambiar y ponerte ropa limpia ahora mismo”.
María colocó cuidadosamente a Lucas sobre una manta y le cambió el pañal rápidamente. “¡Mira, mi bebé está limpio ahora! Ah, ¿veo una pequeña sonrisa allí?”, preguntó, sonriéndole al pequeño, quien comenzó a reírse.
“¡Llita!”, pronunció el bebé.
“¡Vamos a ver a los pájaros y a los árboles, Lucas! El día está hermoso”, dijo María, mirando por la ventana de su habitación. “¡Vamos a vestirte!”.
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La mujer mayor y su nieto salieron de casa para dar un rápido paseo por la plaza del pueblo antes de la cena. María se cansó de caminar, así que se sentó un banquillo para descansar mientras el pequeño Lucas jugaba con su pelota.
“Dios bendito”, dijo con un suspiro, mirándolo jugar en la plaza. “¿Me durará la salud para cuidarlo hasta que sea mayor? Quiero verlo crecer”.
Cuando regresaron a casa, la abuela alimentó a Lucas y luego preparó una cena sencilla para ella. Después acostó al pequeño y le leyó cuentos hasta que se quedó dormido.
Días más tarde, María se estaba duchando en el baño cuando resbaló en el suelo y se lesionó la pierna. Aunque podía caminar, le dolía mucho la rodilla.
Eso le dificultaba poder moverse normalmente, así que le pidió a su dependienta, Lincy, que se hiciera cargo de la tienda. Durante varios días, María no salió de su casa y sus vecinos no la vieron por los alrededores.
Mientras tanto, se esforzaba por cuidar a Lucas, y tenía muchas dificultades haciéndolo debido a su lesión en la pierna. Pero no quería molestar a nadie innecesariamente, por lo que continuó haciendo las cosas por su cuenta.
Una mañana, estaba en la cocina preparando té cuando escuchó el timbre de la puerta. Caminó con dificultad hasta la entrada, apoyándose en el bastón de su difunto esposo, el cual tuvo la suerte de encontrar cuando más lo necesitaba.
Cuando abrió vio a todos sus vecinos en el porche delantero. Todos la miraban como si hubieran visto un fantasma. “¿Qué están haciendo todos aquí?”, preguntó María, confundida, mirando sus rostros en blanco.
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Su vecina de al lado, la Sra. Silva, habló. “¿Qué te pasó, María? ¿Están bien tú y Lucas? ¡No te habíamos visto en mucho tiempo y estábamos preocupados!”, dijo la señora.
María sonrió levemente. “Ah, es solo que...”. Les contó que se había lastimado y que estaba teniendo dificultades para manejar las cosas. Sabía que no podía ocultarlo por más tiempo.
Algunos vecinos ya habían estado notando algunas cosas. Algunos habían visto que su casa estaba desordenada, pues no había podido limpiarla adecuadamente.
“¿Y por qué no nos pediste ayuda?”, preguntó otro vecino. “Sabemos que las cosas no han sido fáciles para ti, cariño. ¡Deberías habernos llamado! ¡Siempre hemos estado dispuestos a ayudarte!”.
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A María le daba vergüenza pedirles ayuda, pero no podía rechazarlos después de ver su genuina preocupación por ella. Los dejó entrar a todos y decidieron limpiar su casa.
La abuela protestó, diciendo que no tenían que molestarse, pero no le hicieron caso y la ayudaron a salir. Más tarde, la Sra. Silva la llevó a un ortopedista. Este aconsejó que la internaran en el hospital durante dos semanas.
“Pero tengo que cuidar a mi nieto, doctor”, dijo la mujer mayor, sintiéndose impotente. “¡No puedo dejarlo solo!”.
“No te preocupes, María”, dijo la Sra. Silva. “José y yo cuidaremos a Lucas. Él también es como un nieto para nosotros. Solo concéntrate en mejorar y volver a casa pronto, ¿de acuerdo?”.
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María no pudo evitar llorar. “Dios. Todos ustedes están haciendo mucho por mí. ¿Cómo les devolveré el favor?”.
“No es necesario”, respondió la Sra. Silva, sonriendo.
Cuando María fue dada de alta del hospital y regresó a casa, apenas reconoció la vivienda. Estaba impecable, y el pequeño Lucas se veía saludable y había subido un poco de peso.
Resultó que los vecinos se habían turnado para cuidarlo y les ENCANTABA alimentarlo.
La abuela no podía dejar de llorar ante la amabilidad de sus vecinos.
“Ángeles”, susurró entre lágrimas, mientras miraba su casa. “Todos son unos ángeles. Muchas gracias por haberme ayudado”.
María se sentía inmensamente agradecida con sus vecinos. Entonces los invitó a una cena especial en agradecimiento. Al final, admitió que le daba vergüenza pedir ayuda.
“Somos vecinos y se supone que debemos ayudarnos mutuamente en momentos de necesidad”, le recordó la Sra. Silva. “Así que no tienes que avergonzarte por eso”.
Esto hizo que María sonriera.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Si realmente necesitas ayuda, no dudes en pedirla. Si María hubiera pedido ayuda a sus vecinos antes, no habría tenido problemas para cuidar a Lucas sola. Afortunadamente, aprendió que pedir ayuda a las personas no debería ser vergonzoso.
- Ayuda a tus vecinos y asegúrate de estar pendiente de ellos regularmente. Los vecinos de María fueron muy amables al visitarla cuando no la vieron por varios días seguidos. Debido a su vigilancia, a María le trataron la pierna y pudo regresó a su hogar, a un lugar limpio y con un nieto bien alimentado.
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