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Anciana con expresión de angustia | Foto: Getty Images
Anciana con expresión de angustia | Foto: Getty Images

Madre mayor que se quedó sin hogar por sus 3 hijos llora cuando el abogado le dice que heredó mansión de $ 1 millón - Historia del día

Mayra Pérez
26 oct 2022
21:40

Rosa, que alguna vez vivió una vida de alegría y lujo en la mansión de su familia, ahora vivía en la calle, por la codicia de tres de sus hijos. Pero pronto recibiría una inesperada visita que acabaría con su miseria.

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Para todos los que pasaban por la mansión Raymundo, la exquisita casa de seis habitaciones era nada menos que un sueño.

En el exterior, la gente posaba frente a sus majestuosas puertas desgastadas y se tomaban fotos para compartir en las redes sociales. Pero por dentro había una historia desgarradora de amor, pérdida y codicia.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Amor, porque era la mansión que un hombre había construido para el amor de su vida casi cuatro décadas atrás. Allí habían criado juntos una familia con tres niños y una niña.

Pérdida, porque fue entre esos muros donde la historia de amor de cuento de hadas llegó a un abrupto final. El hombre sucumbió a una terrible enfermedad, y dio su último aliento en los brazos de la mujer que amaba.

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Y la codicia, porque tres de sus hijos, que alguna vez fueron el centro del universo de sus padres, habían echado a su anciana madre porque se había negado a vender la casa.

Rosa era esa viuda de 73 años que lo había perdido todo: el único hombre al que amaba, el único hogar que conocía y el amor de tres de sus tres hijos, Denis, David y Daniel.

Mientras los tres jóvenes se felicitaban por haber logrado vender esa vieja reliquia de casa y comprar tres espectaculares casas modernas con su parte del dinero, su madre vagaba por las calles, en estado de abandono total.

Su hermana Delia tampoco había obtenido su parte. Ella estaba en algún rincón del planeta, tratando de encontrar una cura para una nueva enfermedad de la que nadie había oído hablar.

“¿Cómo se va a enterar? ¡Seguramente, Delia donaría su parte a alguna organización benéfica!”, dijo Denis en una conferencia telefónica con sus hermanos.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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“¡Sí! Y mamá también estará bien. No es como si fuera a mendigar en las calles. ¡Es una mujer muy inteligente!”, agregó David, mientras se reía entre dientes.

“¡Había que hacerlo, hermanos! Mamá nos iba a hacer esperar una eternidad para conseguir nuestra parte”, concluyó Daniel, el mayor.

Mientras tanto, Rosa estaba en una parte pobre de la ciudad. Era solo otra cara triste y desesperada en la fila de personas sin hogar afuera de un parque infame.

Había salido de su casa sin casi nada, a excepción del auto más antiguo de Raymundo. A menudo dormía en el asiento trasero, casi en posición fetal para caber en el estrecho espacio.

“¡Ay, Raimundo!”, suspiró Rosa, mirando hacia el cielo a través de la ventanilla del auto. “Me alivia que no estés aquí para ver esto; te rompería el corazón. Espérame. Me uniré a ti pronto, cariño…”.

En medio de toda la pena y el dolor insoportables, había una pequeña parte de ella que sentía alivio al darse por vencida. Después de todo, Rosa no había tenido un momento de respiro desde la muerte de Raymundo.

Se había quedado sola con cuatro adolescentes y una costosa casa que mantener. Tuvo que administrar cuidadosamente la herencia, comenzar a trabajar muy duro y hacer que sus hijos se prepararan para el futuro.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Y había valido la pena; los cuatro resultaron ser exitosos en sus propios campos. Pero sus logros profesionales ya no impresionaban a Rosa porque ahora había visto la dura verdad: habían fracasado en ser buenos seres humanos.

Habían traicionado a la mujer que los crio y la habían dejado con una cantidad irrisoria en las manos. Ni siquiera le había alcanzado para comprar un remolque viejo.

Los días se convirtieron en semanas y pronto había pasado un mes en la nueva vida de Rosa en las calles. Afortunadamente, su amabilidad y su bondad le habían permitido conocer buenas personas que le hacían sus días menos difíciles.

Aun así, había dos personas en las que seguía pensando: su esposo y su hija Delia. Ella se había ido de casa muy joven, para labrarse un futuro. Varios años después, se había convertido en una investigadora médica muy respetada.

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“¡Estoy tan orgullosa de nuestra niña, Raymundo! Me preocupo por ella. Cuídala por mí, ¿quieres? Encuentra una manera de decirle que estoy bien y que la amo”, dijo Rosa a su esposo en su corazón, antes de estallar en lágrimas.

Poco podía imaginar la anciana que, solo una semana después, estaría cara a cara con su hija, abrazándola como si nunca se hubieran separado.

Al principio, no reconoció a la elegante y bien vestida mujer que salía de un lujoso auto negro que se había detenido en el estacionamiento abandonado.

Pero cuando los ojos de la mujer se posaron en Rosa, la alegría infantil en ese hermoso rostro joven fue inconfundible.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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“¡Delia! ¡Querida! ¿Estoy soñando?”. Rosa estaba mareada por la emoción cuando su hija la abrazó con fuerza.

“Mamá, estoy aquí ahora. Todo va a estar bien”, sollozó Delia por su madre, quien era una frágil sombra de lo que solía ser.

Un amable vecino la había llamado recientemente en medio de la noche y le contó lo que sus hermanos le habían hecho a su madre.

“También dijo que te había visto durmiendo en el asiento trasero del viejo auto rojo de papá. Mi corazón se hundió y salté al siguiente avión para encontrarte y rescatarte”, lloró Delia, abrazando a su madre.

Esa tarde, ambas se sentaron en una habitación de hotel y hablaron durante horas. Después de recordar los buenos viejos tiempos, Delia se aclaró la garganta. Era hora de revelarle la gran noticia a mamá.

“Mamá, lo que Denis, David y Daniel te han hecho es imperdonable. ¡Y como su hermana mayor, decidí ponerlos en su lugar!”. Delia sonaba decidida y confiada.

Delia insistió en llevar a Rosa a “un lugar especial”. Una hora de viaje después, madre e hija estaban de pie frente a la vieja mansión, admirando su belleza.

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“Lástima que se haya vendido, cariño”, dijo Rosa, secándose las lágrimas.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

“¡Yo la compré, mamá!”, dijo Delia con calma.

Rosa no podía creer lo que escuchaba. Su amable hija le explicó cómo había gastado todos sus ahorros en volver a comprar la casa sin revelar a sus hermanos quién era.

“¡Nos estafaron, y ahora sabrán lo que se siente!”, dijo Delia y sacó una pequeña caja de regalo para su madre.

Cuando Rosa abrió la caja, no esperaba ver las llaves de la vieja casa. “Incluso tiene el mismo viejo llavero, ¡mira!”.

Una semana de papeleo después, Rosa finalmente recibió una llamada del abogado de su hija. “Eres la única propietaria de esta mansión y ya nadie puede obligarte a salir de ella o venderla. Vivirás aquí para siempre”.

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Rosa se quedó quieta, sosteniendo el teléfono en su oído mucho después de que la llamada terminara. Tuvo una sensación abrumadora de alivio y finalmente se echó a llorar.

En cuanto a Delia, había una última cosa que quería hacer. Demandó a sus hermanos por haberlas estafado a ella y a su madre y ganó, por lo se vieron obligados a vender sus nuevas casas para pagarles.

Desde entonces, Delia y su madre disfrutan juntas de los pequeños placeres de la vida. Rosa tuvo la suerte de que su hija resultara un ser humano amable, que la acompañará y apoyará en sus últimos años.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Getty Images

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • La codicia puede hacernos perder lo más valioso de nuestra vida: Denis, David y Daniel estaban enfocados en obtener de inmediato el patrimonio familiar. En el proceso, perdieron a su madre, la mujer que les había dado todo.
  • Los padres ancianos se merecen todo el amor y consideración de sus hijos: Los hijos de Rosa la dejaron en la calle, solo por su deseo de vender su mansión. Por suerte, su hija sí tenía buen corazón y la pudo rescatar.
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