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Indigente con dos perros | Foto: Shutterstock
Indigente con dos perros | Foto: Shutterstock

Mamá rica prohíbe a su hija compartir el almuerzo con un mendigo y sus perros hasta que ellos le salvan la vida - Historia del día

Mayra Pérez
28 oct 2022
19:00

Una mujer rica se enfurece cuando descubre que su hija comparte su almuerzo con un mendigo y sus perros. No mucho después, ella cambia de opinión y se arrepiente de haberlo despreciado.

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Alicia estaba muy molesta. Había llegado justo a tiempo para recoger a su hija de la escuela, pero Lia no estaba entre los niños que salían por la puerta principal.

Luego, vio a su pequeña al otro lado de la calle compartiendo su almuerzo con un mendigo y sus dos perros.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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La mujer no se bajó del auto. Decidió pedirle al chofer que buscara a la niña y la hiciera entrar al vehículo. Lía estaba en un GRAN problema.

“¿Qué estabas haciendo con ese hombre asqueroso y sus perros repugnantes, Lia?”, le gritó Alicia a todo pulmón una vez que estuvieron en casa. “¿Cómo es posible que te hayas atrevido a hacer algo así?”.

“Mami, yo… Vi que estaban muy hambrientos. Solo les di mi almuerzo”, murmuró la pequeña, evitando los ojos de su madre.

“¡Mírame a los ojos cuando te hablo!”, gritó Alicia, y Lia rápidamente la miró. “Te prohíbo que vuelvas a acercarte a ellos, ni siquiera para darles tu almuerzo. ¿Entiendes eso?”.

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“Mami, me pareció que estaban muy tristes, y yo también me pongo triste cuando tengo hambre. Y no me iba a comer eso”, intentó argumentar la niña.

“¡NO ES NO!, gritó la madre. “¡Si te veo ayudando a ese mendigo de nuevo, le harás compañía en las calles! ¿Quieres eso?”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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La niña empezó a llorar. “Lo siento, mami. No lo volveré a hacer. Por favor, no quiero vivir en la calle".

“¡Me parece bien! ¡Ahora, regresa a tu habitación!”, le ordenó Alicia, y Lia se fue llorando.

Al día siguiente, cuando Lia fue a la escuela, volvió a ver al mendigo y sus perros. Le había prometido a su madre que no compartiría su comida con ellos, pero su bondadoso corazón la empujaba a hacerlo.

“¡Hola!”, dijo mientras se acercaba al mendigo. “Mi mamá me dijo que no compartiera mi almuerzo contigo, pero me siento muy mal al verte así”.

“Está bien”, dijo el mendigo con una sonrisa amable. “No es bueno que desobedezcas a tu madre”.

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“Pero no puedo dejarte con hambre. Mi maestra dice que debemos ayudar a todos los que lo necesiten. Así que se me ocurrió un plan”, dijo bajando la voz.

Le pidió que la encontrara con sus perros detrás de la escuela todos los días y comenzó a compartir en secreto su almuerzo con él.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Un día, el mendigo estaba esperando a la niña, pero ella no apareció. Pensó que no vendría, así que estaba a punto de irse. En ese momento, uno de sus perros cruzó corriendo la calle.

“¡Sansón!”, gritó el mendigo y corrió tras su perro. “¡Vuelve! ¡Tenemos que irnos!”.

Pero el perro no se detuvo hasta que llegó a un banco donde Lia yacía inconsciente. Su mochila estaba en el suelo y su teléfono a su lado.

“¡Oh, pequeña!”, gritó el mendigo. “¿Qué está pasando? ¡Por favor abre los ojos!”. Pero Lia no reaccionaba.

El mendigo llamó a emergencias de inmediato, usando el teléfono de la niña. Poco después, llegó una ambulancia y la trasladó después de estabilizarla. El hombre preguntó a cuál hospital la llevarían.

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Dejó a sus perros con un conocido y tan pronto pudo, llegó a la sala de espera, con la esperanza de que ella estuviera bien. De repente, escuchó una voz fuerte detrás de él.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“¿Dónde está mi hija? ¿Qué le pasó?”.

Se dio la vuelta y vio a una mujer irrumpir en el hospital. Supuso que era la madre de Lía, y lamentablemente, ella lo reconoció en el acto.

“¡No puedo creer esto!”, gritó a todo pulmón mientras se acercaba a él. “Eres el mendigo de la escuela. ¿Qué le hiciste a mi hija?”, dijo. Casi enseguida pudo percibir el fuerte hedor del hombre.

“Señora”, respondió él con cortesía. “Yo no le hice nada. Ella estaba…”.

“¡Cállate! ¡Conozco muy bien a la gente! ¡Eres demasiado perezoso para trabajar y quieres vivir del dinero que otros ganan con tanto esfuerzo! ¡Doctor! ¿Dónde está el médico?”.

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Alicia estaba montando una escena en el hospital. Un médico se acercó a ella y le habló en voz muy baja, en un esfuerzo por calmarla.

“Señora, esto es un hospital. ¿Puede bajar la voz?”, le dijo. “Su hija recuperó el conocimiento y está bien. Tuvo un golpe de calor... La trajeron justo a tiempo, y debe agradecer a este hombre, por eso”, agregó, señalando al mendigo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“¿Qué está diciendo? ¿Qué este hombre la trajo?”.

“Sí”, confirmó el médico. “Gracias a él, tu hija está viva”.

Alicia estaba llorando. Estaba demasiado avergonzada para siquiera mirar al indigente. “Lo siento”, susurró ella. “Estaba muy nerviosa y reaccioné mal”.

“Está bien, señora”, dijo con una sonrisa amable. “Me alegro de que su hija esté bien y se alegrará mucho de verla”.

“Gracias”, dijo ella. “Lamento lo que dije. Lía es lo más importante para mí. Gracias por lo que hiciste por ella”.

“Me alegra mucho haber podido hacer algo. Su hija tiene un corazón bondadoso y me ha ayudado mucho. Esto era lo mínimo que podía hacer por ella”, expresó antes de irse.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Pero Alicia se sintió mal. Muy mal. Era tan crítica que no se dio cuenta de que detrás del hombre de aspecto harapiento había una persona amable y de buen corazón. Ella sabía que tenía que hacer algo.

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Al día siguiente, el mendigo estaba en su lugar habitual cuando un coche se detuvo junto a él. Lía se bajó del auto y lo saludó con emoción. “¡Puedes vivir con nosotros ahora! ¡Mami dijo que también puedes traer a tus perros!”.

“Hola”. Alicia apareció detrás de la niña. “Lamento cómo te traté”, le dijo al mendigo. “Me preguntaba si te gustaría trabajar para nosotros. Quiero contratar a alguien para que lleve a Lía a la escuela todos los días. Te proporcionaríamos alojamiento”.

El mendigo tenía lágrimas en los ojos. “Gracias”, dijo. “Estaré encantado de aceptar y más aún de llevar a la pequeña al colegio”.

Así fue como Freddy y sus perros Sansón y Rocky consiguieron un hogar. A Lía le encantaba pasar tiempo con ellos y su madre aprendió a respetar a las personas, independientemente de su apariencia.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Nunca juzgues un libro por su portada: Alicia despreciaba al mendigo y se dio cuenta de que era una persona de buenos sentimientos cuando le salvó la vida a Lía.
  • La bondad engendra bondad: La pequeña Lía compartía su almuerzo con un mendigo y sus perros todos los días. Cuando tuvo una emergencia, fue él quién actuó rápidamente y gracias a eso, ella pudo sobrevivir.
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