"Mami, tenemos que dejar a este infiel", me dijeron mis hijos cuando volví a casa y me los encontré con las maletas en el coche - Historia del día
Dejé a mi marido desempleado y muy desordenado, y conocí a un galán rico y guapo. Un día, mis hijos me mostraron un lado negativo de mi nuevo novio con una prueba irrefutable.
"Kevin... Pedro... pronto nos vamos a casa”, dije a mis hijos. Ellos estaban felices, riendo y jugando en la playa. Todo estaba bien y en calma hasta que noté la silueta de un hombre. Era mi esposo Alex, cuya sola presencia me molestaba.
“¿Por qué ha venido aquí? ¿No tiene nada mejor que hacer que seguirme?”, pensé molesta. Claro, justo por cosas como esas lo había dejado.
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Alex estaba desempleado. Era el hombre más perezoso que jamás había conocido. ¿Olvidé mencionar que era muy desordenado y nunca se arreglaba?
Ya no había perspectiva de un “felices para siempre” con Alex. Llegué a arrepentirme de haberme casado con él. Intenté sobrellevar la situación y eventualmente llegué al extremo de amenazarlo, pero nunca mejoró.
Una vez le di un ultimátum: “Mira, si no encuentras trabajo y aprendes a ser más ordenado, te dejo y me llevo a los niños”.
Alex pensó que estaba bromeando. Pero estaba equivocado. Tomé a mis hijos y salí de la casa algunas semanas después. Anhelaba vivir la vida de mis sueños, y luego conocí a Gabriel...
Después de dejar a Alex, pensé que todo solo podía mejorar. Me mudé en un apartamento muy pequeño y económico, que pude alquilar con mis escasos ahorros.
Empecé a trabajar como gerente en un pub y conocí a Gabriel, un chico guapo y rico con el que cualquier chica querría estar. Me encantó su sentido del humor y esas miradas coquetas al azar y frases halagadoras con las que me cortejaba.
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Gabriel era soltero, y vivía en su enorme mansión. ¡Y de todas las mujeres que visitaban regularmente el pub, yo le gustaba! Entonces, no me pude resistir a la vida de riqueza y comodidad que podía ofrecerme.
Pronto empezamos a salir. Nos gustábamos y le conté todo sobre mi amargo pasado. No había nada que ocultarle, así que le presenté a mis hijos de nueve y ocho años, Kevin y Pedro, y estaba encantado con ellos.
Casi enseguida nos mudamos a la mansión de Gabriel. Me parecía una casa de cuentos de hadas. Era hermosa y ordenada, y había trabajadores para cada área. Esta era la vida que siempre había soñado y mi corazón saltaba de alegría.
Kevin, mi hijo mayor, sacó su teléfono y me mostró una foto. “¡¿Pero qué...?!”, exclamé.
Ambos comenzamos a planificar nuestro futuro. Luego, me presentó a Amanda. Me quedé un poco desconcertada y suspiré aliviada cuando me dijo que ella era una estudiante universitaria, que vivía en el terreno de su propiedad.
“Susana, te presento a Amanda. Ella vive al aire libre”, me dijo, mostrándome una linda y pequeña cabaña a unos metros de la casa principal. “Ha vivido aquí los últimos dos años. Es una chica muy agradable. Deberías pasar el rato con ella alguna vez”.
La situación no me preocupó en lo más mínimo; estaba perdidamente enamorada de Gabriel. Le envié los papeles del divorcio a Alex tres semanas después. Apenas podía esperar para casarme con mi novio.
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Lo que me preocupaba a veces era que mis hijos amaban y extrañaban a su padre. Querían que nos reconciliáramos y volver a casa.
“Gabriel será su nuevo papá, ¿de acuerdo? Miren, tienen juguetes bonitos y caros para ustedes, ¿les gustan? Denle un abrazo en agradecimiento”, solía decirles.
Pero pude sentir que no les encantaba Gabriel. No estaban listos para ponerlo en el lugar de su padre. Entonces tuve algunas dudas, ¿había tomado una decisión apresurada?
Pasaron otras tres semanas y mi abogado me dijo que todo estaba listo. Yo era la más feliz y no podía esperar más para concretar mi divorcio y enviarle la prueba a mi molesto exesposo. Ese sería la recompensa por su actitud torpe y perezosa.
Regresé a casa esa noche, impaciente por compartir las buenas noticias con Gabriel. Tan pronto como entré por la puerta, vi a mis hijos al lado de mi auto. Me preocupé y pregunté: “¿Qué pasó, niños? ¿Por qué están parados aquí? Vengan, entremos”.
Kevin y Pedro se negaron a entrar. Abrieron la puerta del auto y me pidieron que subiera. Miré adentro y vi que nuestras maletas estaban en el maletero. Estaba confundida.
“¿Qué está pasando? ¿Por qué están las maletas aquí?”, pregunté.
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Quería entrar, pero mis hijos me bloquearon el paso. No podía entender lo que estaba pasando. Me dijeron que Gabriel no estaba adentro y que acababa de irse en su auto.
“Mami, tenemos que dejar a este infiel”, dijeron mis hijos.
“¿Infiel? ¿Qué estás diciendo?”. No entendía nada.
Kevin, mi hijo mayor, sacó su teléfono y me mostró una foto. “¡¿Pero qué...?!”, exclamé.
No podía creer lo que veía. Era una foto de Gabriel y Amanda besándose en el garaje cerca de la cabaña. Parecía tan intenso, y podía imaginar todo lo que pasó entre ellos después de ese apasionado beso.
“Eso es repugnante”, grité. Estaba avergonzada y herida. Quería vomitar, y lo hice.
“Vimos a Gabriel conducir hasta la cabaña. No salió durante mucho tiempo, así que miramos a través de la ventana. Lo vimos besando a Amanda y tomamos esta foto para enseñártela”, dijo Kevin.
“Mamá, ¿nos crees? Nunca podrá ser nuestro papá. Nuestro papá era desordenado y no tenía trabajo. Pero siempre te fue fiel. Te quiere mucho y nunca besa a otras mujeres”, agregó Pedro.
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Mis muchachos me abrieron los ojos ese día. Le envié la foto a Gabriel y escribí: “Haz lo que quieras, pero no me vuelvas a molestar”. Lo bloqueé y me fui con mis hijos.
Estaba destrozada. No sabía a dónde ir. Había perdido a la mayoría de mis amigos tras la separación, porque todos se habían puesto del lado de Alex. Estaba en la calle con mis hijos de nuevo.
“Mamá, vamos a casa con papá”, dijeron los niños. Al escucharlos, comencé a reconsiderar mi decisión. “No sé si sea una buena idea. Creo que traté muy mal a tu papá y es posible que no esté de acuerdo con recibirnos de nuevo”.
Mis hijos me aseguraron que Alex estaría feliz de tenernos de vuelta. Yo era escéptica, pero me había quedado sin alternativas. Me preparé para enfrentar su furia. Pero cuando llegamos, no vi lo que esperaba. Me sentí como si hubiera entrado en un mundo nuevo.
“Alex, ¿eres tú?”, pregunté desconcertada.
Alex estaba tan feliz de vernos. Él se había afeitado prolijamente la barba y nos invitó a pasar. No podía mirarlo a los ojos. Una parte de mí se sentía muy culpable y avergonzada.
Los niños subieron corriendo a sus habitaciones. Podía sentir su alegría. Después de todo, este era el día que habían estado esperando... para reunirse con su padre.
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“¿Puedo quedarme aquí hasta que encuentre un buen lugar en alguna parte?”, le pregunté.
“Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. ¡Esta es tu casa!”, me dijo. Quería llorar, pero me obligué a contener las lágrimas.
Caminé alrededor de la casa, y me quedé asombrada. Mi casa no se veía como la había dejado. Estaba ordenada y limpia, había cambiado las cortinas y podía oler algo delicioso que se estaba horneando.
“Estaba horneando unos croissants”, escuché que decía Alex.
Estaba estupefacta. Pero nada superó la próxima sorpresa que Alex tenía para mí.
“No estaré en casa esta noche. Tengo un turno de noche y regresaré a las 4 de la mañana”, dijo.
Estaba gratamente sorprendida. Había dejado a Alex porque era muy desordenado, estaba desempleado y nunca hacía nada en la casa. Y al quedarse solo, todo eso parecía haber cambiado.
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“¡¿Estás trabajando?!”, pregunté, sin poder ocultar mi escepticismo.
“¡Tengo dos trabajos! ¡Trabajo como panadero durante el día y cargador por la noche! No puedo vivir sin ti y los niños. Realmente quería que volvieran y supe que debía reaccionar”, me dijo, y se me puso la piel de gallina de alegría.
En ese momento, entendí que también era el momento en que yo debía actuar en forma diferente. “¡Siento mucho cómo me comporté contigo!”, le dije. “Tal vez en realidad podemos tener una segunda oportunidad, si ambos ponemos de nuestra parte”.
Al día siguiente, cuando regresó a casa del trabajo, lo sorprendí con un rico desayuno, que incluía sus panqueques favoritos con jarabe de arce. Después de tantas dificultades, parecía haber una luz al final del camino.
Mis hijos y mi esposo estaban felices nuevamente, y nada podía evitar que derramara lágrimas de alegría en secreto. Amaba a mi familia y quería que todos estuvieran bien.
¡Y ahora tenía la confianza en que los problemas podrían resolverse si todos hacemos nuestro mejor esfuerzo! Lo importante es elegir ser felices y no abandonarnos los unos a los otros.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Haz todo lo posible por mantener unida a tu familia. Susana se llevó a sus hijos y dejó a su esposo porque estaba desempleado y era muy desordenado. Pero esa decisión hizo que él reaccionara e hiciera lo necesario por recuperar a su familia y tener una segunda oportunidad
- El perdón es la clave para una buena vida. Tras su separación, Susana y Alex debieron perdonarse sus errores mutuamente, para poder tener una oportunidad de recuperar su matrimonio.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.