Abuelo vende su finca para comprar un regalo por la boda de su nieto pese a estar distanciados - Historia del día
Un abuelo amoroso vendió su preciada finca para comprarle un obsequio de bodas a su nieto distanciado. Cuando el joven decidió abrir el regalo dos años después, cayó de rodillas llorando y se dirigió rápidamente a la tumba de su difunto abuelo para pedirle perdón.
Anderson estaba esperando fuera del pub, sus ojos llorosos brillaban bajo los faroles. Le partía el corazón no haber sido invitado a la despedida de soltero de su nieto Matías.
“Y ahí va mi última noche de libertad. ¡¡¡SALUD, chicos!!!”. Matías brindó con sus amigos y salió con su bebida para contestar su teléfono. No esperaba ver a su abuelo Anderson en la entrada, y eso arruinó su ambiente de fiesta.
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Gritó: “¿Tú? ¿Qué haces aquí? ¡Maldita sea... seguridad! ¿Qué hace este viejo aquí? ¡Escóltenlo lejos de aquí!”.
Dos individuos se acercaron a Anderson y lo obligaron a alejarse. El hombre de 74 años quedó decepcionado, en la calle, lejos de la entrada del pub. Se sentía herido.
Mientras cruzaba la calle, pensó: “Sigue andando, Anderson. La casa de Grecia está cerca. Ella te perdonará. Han pasado veinticuatro años desde...”.
Grecia era su única hija, quien hasta hace 24 años lo llamaba “papá”, hasta el día en que ella le gritó: “¡Vete y no vengas a verme de nuevo! ¡Aléjate de mi bebé y de mí!”. Esas fueron las últimas palabras que escuchó de ella.
No era que Anderson se hubiera rendido y nunca hubiera suplicado el perdón de Grecia. Pero cada vez que ella lo veía en la entrada de su casa, le daba un portazo en la cara y lo insultaba hasta que él se alejaba, llorando, desconsolado.
El hombre mayor sabía lo que sucedería si volvía a ir a la casa de su hija. Estaba decidido a visitarla para intentar mejorar su relación, pero no sería tan fácil. Grecia se enfurecía cada vez que veía a su padre en el umbral de su puerta.
Y esta vez ocurrió igual. Cuando lo vio, ella gritó: “¿Por qué viniste otra vez? ¡Mira, no quiero que vengas más! Mi hijo se casa mañana y no quiero que estés cerca. ¡No eres parte de nuestras vidas, y mi hijo te odia!”.
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Anderson quería llorar. Su corazón se sentía como si se hubiera roto en mil pedazos.
“Querida, quiero ser parte de la boda de mi nieto. Es su día especial y quiero verlo casarse. Es mi derecho como su abuelo... Permíteme asistir a su gran día, cariño”, le rogó Anderson, juntando sus manos en petición.
Pero Grecia estaba demasiado enojada con él y, nuevamente, le cerró la puerta en la cara. “¡Vete y nunca vuelvas! ¡No quiero volver a ver tu cara! ¡Vete!”, gritó ella. El hombre mayor se alejó y miró hacia la casa de su hija por última vez.
Grecia no sabía que nunca volvería a ver a su padre.
Matías estaba extremadamente feliz al día siguiente. Era el día de su tan esperada boda. Tenía muchas ganas de casarse con su novia de toda la vida, Marisa, y se veía tan encantador como siempre con su traje gris carbón.
Cuando su madre se acercó para colocarle un broche en su chaqueta, se preocupó de que su padre llegara inesperadamente y arruinara su felicidad.
Miró a su alrededor para asegurarse de que Anderson no hubiera venido. “Gracias a Dios no está aquí”, suspiró y se fue con su hijo a la iglesia.
Durante todo el evento, Grecia estuvo inquieta. No quería que su papá asistiera y estropeara la ceremonia. Afortunadamente para ella, el hombre mayor nunca llegó.
Los recién casados regresaron a la casa del novio cuando terminó la boda. Matías estaba ocupado desenvolviendo todos sus regalos esa noche cuando una caja de regalo llamó su atención. Una nota pegada encima decía: “Feliz vida de casado, hijo. Con amor, tu abuelo, Anderson”.
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El joven se puso furioso y se lo contó a su mamá. “Tira esa cosa”, dijo ella. Matías tiró el regalo en una estantería. “Estoy seguro de que debe haberlo enviado a través de alguien. ¿Quién necesita su regalo cuando ni siquiera lo necesitamos a él?”.
Grecia y su hijo se olvidaron del regalo durante dos años. La presencia y el amor de Anderson no les hacía falta. Él era un recordatorio constante de lo que le había hecho a su única hija más de dos décadas atrás, y la mujer se enojaba cada vez que pensaba en ello.
Matías, sin embargo, no conocía el panorama completo de lo que había sucedido entre su madre y su abuelo. Creía ciegamente lo que Grecia le decía. Ella solo llenaba sus oídos con palabras negativas sobre su abuelo.
“Tu abuelo no era un buen hombre. Por favor, aléjate de él. No nos merece. Me odia tanto que no fue a mi boda, hijo”, solía decirle a Matías. Pero ella nunca le había revelado la verdad completa a su hijo sobre por qué su padre no había asistido a su boda.
Matías creció en una red de mentiras sobre su abuelo hasta que un día él y su madre visitaron la casa del anciano la noche después de su funeral y se sorprendieron por lo que vieron.
“Mamá, me habías dicho que el abuelo vivía en su casa de campo en su finca. Pero esta choza se ve muy pequeña y mal amueblada. ¿Por qué iba a vivir aquí cuando tenía una casa más grande?”, le preguntó el joven a Grecia. Ella también estaba confundida.
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Miraron alrededor de la pequeña cabaña de Anderson y encontraron fotos de Matías de diferentes épocas. Resultaba que el anciano había tomado estas fotos sin el conocimiento de su nieto.
“¡Dios mío! Esta foto es de cuando me gradué. ¡El abuelo también estuvo allí y yo no lo sabía!”.
Mientras Matías seguía buscando, encontró un viejo diario. Le quitó el polvo y empezó a leer. Sus ojos dieron paso a las lágrimas que comenzaron a fluir.
Su rostro estaba enrojecido de ira cuando se dirigió a su madre y le preguntó: “Mamá, respóndeme... ¿Es esto cierto? ¿Fue por esto que el abuelo no fue a tu boda?”.
Grecia leyó rápidamente partes del diario y se dio cuenta de que no podía seguir mintiendo.
Ella confesó: “Hijo, estaba locamente enamorada de tu padre, y tu abuelo trató de convencerme de que cambiara de opinión y lo dejara. Creía que tu papá era un mentiroso”.
“Lo invité a mi boda, pero él se negó a asistir. Me sentía avergonzada cuando no había nadie que me llevara hasta el altar”.
“En el último momento, el padre de mi mejor amiga se ofreció a acompañarme. Me sentía muy defraudada y herida por mi propio padre. No podía perdonarlo, y comencé a odiarlo”.
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Además, resultó que las predicciones de Anderson sobre su yerno habían sido ciertas. El tipo era un mentiroso y un infiel. Decidió dejar a Grecia cuando ella reveló su embarazo.
Se había casado con ella por su dinero, y cuando supo que Anderson había sacado a Grecia de su vida, la dejó y nunca regresó.
“Me costó aceptar la verdad. Tu abuelo había tratado de ayudarme, pero yo seguía dolida por lo que había hecho. Me sentía acorralada por todos lados y lo aislé de mi vida, de la forma en que él lo había hecho conmigo”.
“Temía que me reprochara el haber sido engañada y me dijera en mi cara que él había tenido razón”, dijo Grecia llorando.
Matías se echó a llorar y recordó el regalo que el difunto Anderson le había dado el día de su boda. Salió rápidamente a buscarlo, y se sintió aún más arrepentido de cómo había tratado a su abuelo después de descubrir qué era.
“Dios mío, abuelo... siento haberte hecho esto”. Matías lloró cuando desenvolvió la polvorienta caja de regalo y encontró una nota dentro, junto con algunos documentos y un manojo de llaves.
“Mi nieto, te deseo una feliz vida de casado. Que vivas tus sueños y trabajes duro para lograrlos. Sé que siempre has soñado con abrir un restaurante. Por eso te doy la llave y los documentos de un nuevo edificio que compré para ti. Salud, mi nieto querido. Y buena suerte con tu nuevo negocio. Con amor, tu abuelo Anderson”.
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Resultó que el hombre mayor había vendido su preciada finca para comprar un edificio de lujo para que Matías pudiera abrir su restaurante allí.
El joven cayó de rodillas mientras lloraba. Anderson mencionó en su diario que esta finca solía ser su posesión más preciada. Matías recordó haber leído:
“Mi finca me sacó de mi dolor. Me motivó a trabajar duro y a criar a mi hija después de que mi esposa muriera durante el parto. Mi finca no es solo tierra y piedra. Es un pedazo de mí. La vendí para pagar tu sueño, mi querido nieto”.
El joven se levantó y se apresuró a ir a la tumba de su difunto abuelo para rogarle perdón.
Unos meses más tarde, Matías abrió un restaurante de lujo y le puso el nombre en honor a su difunto abuelo. Visitaba el lugar de descanso de Anderson todos los días después del trabajo y le llevaba sus flores blancas favoritas.
El hecho de que solo había conocido a su abuelo a través de un viejo diario lo atormentaba. Matías y su madre lamentaban haber dado por sentado a Anderson. Esperaban y rezaban por su perdón, pero sabían que ya era demasiado tarde.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La vida es demasiado corta para pelear por un pasado turbio: Perdona cuando puedas. Grecia nunca perdonó a Anderson por no haber asistido a su boda. Él buscó su perdón durante décadas, pero ella nunca aceptó su disculpa hasta su muerte.
- Ama y honra a tus seres queridos mientras aún están vivos: Grecia y Matías estaban resentidos con Anderson y nunca le dieron la oportunidad de ser parte de sus vidas. Lamentaron su error y aprendieron su valor después de su muerte.
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