Camionero ayuda a señora mayor que hace autoestop, en el camino ella revela que es su madre biológica - Historia del día
Una mujer mayor descubrió que tenía cáncer y decidió intentar reencontrarse con el hijo que había abandonado. Hizo autostop para subirse a su camión y le confesó la verdad; luego él hizo algo totalmente inesperado.
“Todo va a estar bien, Linda”, dijo su amiga Carol, en un intento por consolarla. Pero no estaba funcionando. Nada lo haría.
Los médicos le explicaron que su cáncer estaba demasiado avanzado y que debía poner sus asuntos en orden. Miró a su amiga y sonrió con tristeza.
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La verdad era que Linda solo tenía un asunto pendiente: había renunciado a su hijo desde que llegó al mundo. Él vivía cerca, y ella siempre había querido conocerlo, pero no tenía el coraje.
“Hay algo en saber que vas a morir, que lo cambia todo”, pensó Linda y tomó una decisión.
“¿Hola, qué puedo hacer por ti?”, preguntó la mujer con un rostro amable que abrió la puerta. A Lindale resultó difícil contener la emoción.
“¿Se encuentra Arturo?”, preguntó, retorciéndose las manos.
“No, acaba de irse. ¿Quién lo busca?”.
“Yo… yo trabajo con él. Solo quería preguntarle algo”, mintió Linda, presa de pánico. No quería darle mucha información.
“Mucho gusto”, dijo, “Soy su esposa, Marla. Encantado de conocerte. Si te apresuras en llegar al depósito de camiones, es posible que lo alcances. Esta vez se irá por un mes, porque tiene una larga ruta”, dijo, mirando su reloj.
“¡Ah! Está bien, muchas gracias. Veré si puedo alcanzarlo”, dijo Linda y se fue lo más rápido que pudo. No fue capaz de decirle a Marla nada sobre ella.
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Arturo trabajaba para una empresa de entregas a nivel nacional que tenían muchos camioneros para cubrir la demanda. Los conductores estaban fuera de casa la mayor parte del tiempo, y él era uno de ellos.
Linda sabía todo sobre él. Lo había estado observando desde que descubrió lo cerca que vivía de ella. Cuando llegó al lugar, Arturo ya se había ido. Pero un compañero le dio su ruta; ella subió a su auto y trató de seguirlo.
En algún punto del camino, alcanzó el camión de la empresa y se mantuvo a cierta distancia para evitar ser notada. Finalmente, él se desvió hacia una gasolinera. Estacionó cerca y lo vio entrando a la tienda de conveniencia.
“¿Debería acercarme a él y contarle todo ahora mismo? ¿Sería demasiado loco? ¿Qué será lo mejor?”. A pesar de ser lo suficientemente valiente como para seguirlo, todavía no estaba lista para enfrentarlo.
De pronto, supo qué hacer. Abandonó su auto y corrió hacia la carretera, yendo tan lejos como pudo. Finalmente, levantó la mano con el pulgar hacia arriba y fingió hacer autoestop. Vio que el camión se alejaba de la gasolinera y se dirigía hacia ella.
Por un segundo, creyó que Arturo no se detendría. “Esta fue una idea terrible”, pensó, cerrando los ojos y reprendiéndose a sí misma. Sorpresivamente, el camión se detuvo y escuchó la bocina. Corrió hacia el gran vehículo, sonriendo, sudando y aterrorizada al mismo tiempo.
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“Oye, ¿a dónde vas?”, dijo Arturo después de abrir la puerta del pasajero y mirarla.
“¿Santa Fe?”, dijo Linda, haciéndolo sonar más como una pregunta que como una respuesta. Ella sabía cuál era su ruta.
“¡Genial! ¡Súbete!”, dijo Arturo, y ella hizo todo lo posible para subirse al gran vehículo.
“Nunca me había subido a un camión antes”, dijo Linda sin aliento, cuando finalmente se sentó.
Arturo se rio de buena gana, haciendo que el pecho de Linda diera un vuelco de alegría. “Sí, me tomó un tiempo también. ¿Puedes guardar un secreto?”, preguntó con complicidad, y Linda asintió. “Utilicé un pequeño taburete durante años”.
Linda estalló en risas y Arturo se unió a ella. Se presentaron y charlaron un poco más cuando él le preguntó por qué estaba haciendo autoestop y yendo a Santa Fe. Ella le contó una historia medianamente creíble y luego desvió la conversación.
“Háblame de ti. Me gusta conocer a la gente. ¿Cómo fue tu infancia?”, preguntó ella, esperando que él accediera a compartir.
“Oh, bueno. Mi infancia fue bastante buena. Mi papá también era camionero y mi mamá era maestra. Me adoptaron cuando era un bebé y tengo tres hermanos mayores. Ellos eran mi familia, ¿sabes? Nunca me hicieron sentir diferente”, le contó Arturo, sonriendo.
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“Mi esposa y yo también queremos adoptar. ¿Sabes?, ayudar a un niño algún día”.
“Eso es maravilloso”, murmuró Linda, sumida en sus propias reflexiones. “¿Alguna vez te has preguntado por tus padres biológicos?”.
“Sí. Por supuesto. Es algo que todos los niños adoptados hacen”, respondió Arturo, pensativo. “Mis padres no sabían mucho sobre ellos, así que me gusta pensar que probablemente querían darme una mejor vida. Eso es agradable. Ese sacrificio no pudo haber sido fácil”.
“No lo fue”, respiró Linda, cerrando los ojos ante el dolor de sus recuerdos.
“¿Qué cosa?”, preguntó Arturo, y Linda tuvo que respirar profundamente.
“Soy… tu madre biológica, Arturo”, reveló Linda, lo que hizo que el hombre volteara a verla por un segundo antes de volver su mirada hacia la carretera.
"¿Qué?", dijo más fuerte.
“Sé que suena loco, Arturo. Lo siento mucho. No vivo tan lejos de ti y de tu familia, pero siempre estuve demasiado asustada y avergonzada para visitarte y presentarme”, comenzó a decir Linda.
“Pero las cosas son diferentes ahora, y tenía que arriesgarme. Todo lo que quería era conocerte y comprobar que tienes una buena vida. Tu esposa es encantadora y me alegro de que seas feliz”.
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“¿Qué es diferente ahora?”, quiso saber Arturo.
“No te entiendo”, dijo, confundida.
“Dijiste que ‘las cosas son diferentes ahora’. ¿Qué es diferente?”, insistió Arturo.
“Yo… tengo cáncer. Es terminal. Pero quiero que sepas que no espero nada de ti. Solo quería conocerte y saber de ti”, dijo Linda.
“Hace veintisiete años, yo era una adolescente idiota. Quedé embarazada y mi novio no quería tener nada que ver con el bebé. Me propusieron deshacerme de él, y no pude”.
Los ojos de Arturo se volvieron hacia ella por un segundo. “¿Qué pasó después?”.
“Mantuve el embarazo. Mis padres estaban enojados, pero me amaban, así que me apoyaron. Pero me quedó bastante claro que no podía darte una buena vida, así que decidí entregarte en adopción”, continuó Linda.
“No me siento arrepentida de la decisión que tomé en ese momento. Pero siempre surgen preguntas y dudas. Siento mucho por no haberme esforzado más por ser tu madre y criarte”.
La camioneta permaneció en silencio cuando Linda terminó de hablar. Pasaron unos minutos antes de que Arturo volviera a hablar. “Gracias”, dijo en voz baja, y Linda pudo sentir que estaba tratando de no emocionarse. Estaba sorprendida.
“Entonces, ¿me perdonas?”, preguntó expectante.
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“No hay nada que perdonar. Tengo que agradecerte. Gracias por tenerme y por darme a mi familia. Lo hiciste porque me amabas. Hiciste lo mejor por mí. No puedo culparte por eso”, explicó Arturo, con emoción.
Linda no pudo detener las lágrimas. Ella no entendió hasta ese mismo momento que lo que quería en realidad era su perdón, y ahora tenía también su gratitud. “Gracias por entender”, se atragantó. “¿Puedes contarme más sobre tu familia? ¿Tus planes con tu esposa?”.
“Claro”, dijo Arturo, aclarándose la garganta. “Bueno, ella quiere tener como cinco hijos, lo cual es una locura en esta economía, pero viene de una gran familia. Mi familia la ama. Somos como mejores amigos”.
Linda sonrió durante toda la conversación, y cuando Arturo le preguntó cómo había sido su vida, respondió “feliz”. Nunca se había casado, ni había tenido más hijos. Trabajaba en un refugio para mujeres y a menudo cuidaba a los niños; amaba cada minuto de su trabajo.
“Tuve muchos amigos, pero nunca me interesó tener citas. Me encanta leer, conducir y una buena copa de vino los domingos por la noche”, agregó Linda. “Te he estado observando y eso me ha hecho muy feliz”.
“¿Qué va a pasar con tu problema de salud?”, preguntó Arturo, con preocupación.
“No lo sé. Los médicos dijeron que me quedaban unos meses, pero no sé qué tan malo será”, respondió Linda, mirando su regazo.
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“¿Podemos volver a vernos durante ese tiempo?”, preguntó Arturo, y Linda se sorprendió una vez más.
“Sí, por supuesto. Me encantaría”.
E hicieron justamente eso. Linda acompañó a Arturo en su viaje de un mes por algunos estados y estuvo con él cuando regresaron. Volvió a encontrarse con la esposa, pero esta vez le dijo toda la verdad. Arturo se la presentó a su familia, quienes le agradecieron su sacrificio.
Arturo y Marla estuvieron allí cuando su cáncer empeoró. Finalmente, la llevaron a un hospicio y la visitaron con frecuencia, junto con los amigos de Linda.
Agarró la mano de Arturo cuando estaba más débil y dijo: “Siempre pensé que había sido feliz, pero la verdadera felicidad la sentí cuando te dije la verdad. Muero como una mujer feliz, querido hijo”, confesó.
“Me alegra escuchar eso, mamá”, dijo Arturo, apretando su mano. Sabía que su madre adoptiva no tendría ningún problema con que también llamara así a Linda.
Ella murió unos minutos después. Arturo y Marla han visitado su tumba cada año y él siempre agradeció haberse detenido para recoger a una extraña en la vía.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Perdonar es la mejor demostración del amor más puro: Cuando Arturo conoció a su madre biológica, le abrió su corazón y la acompañó en sus últimos días de vida. Nunca sintió rencor alguno por ella y eso hizo feliz a Linda.
- La vida es muy corta, así que toma riesgos y ve tras tus sueños: Linda siguió el camión de su hijo biológico y buscó la manera de abordarlo para confesarle que era su madre. Su riesgo valió la pena.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.