Adolescente desprecia a su nuevo maestro por darle malas calificaciones: lo llama "mi segundo papá" años después - Historia del día
Una adolescente despreciaba a su maestro porque no le daba notas sobresalientes ni se dejaba engañar por sus trucos. Años más tarde, la chica se dio cuenta de que él le había enseñado tanto en la vida que se había convertido en un “segundo papá” para ella.
Isabella siempre conseguía lo que quería. Era la animadora más bonita de la escuela y tenía una larga fila de chicos esperando para salir con ella.
Era muy dulce con los maestros para persuadirlos de que le dieran buenas calificaciones, y quería ser parte del club de chicas “geniales” en la escuela.
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Los papás de esas niñas eran ricos empresarios, abogados y políticos. Tenían poder y dinero, e Isabella quería ser tan genial y poderosa como ellos.
Entonces, un día, la joven de 16 años les dijo a sus padres que quería un auto nuevo.
“Papá, por favor”, rogó ella. “Todos los chicos... ¡nadie va caminando a la escuela! ¡Eso es de pobres! Tenemos una buena vida. Ganas buen dinero... ¿Por qué no me compras un auto?”.
“Cariño”, dijo su padre. “Tu escuela está muy cerca. Además, creo que eres demasiado joven para un auto”.
“¡PAPÁ!”, protestó Isabella. “¡No, no lo soy! Quiero decir, todas esas chicas ricas...”, y luego hizo silencio.
“¿Todas esas chicas ricas?”, preguntó su padre.
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“Está bien... Solo quiero un auto porque quiero ser su amiga, papá. Son las chicas más famosas de la escuela, y merezco tenerlas como amigas. Quiero formar parte de su grupo. No estoy pidiendo mucho”.
El padre de Isabella suspiró. “Cariño, no creo que estés lista para un auto todavía. Pregúntale a tu madre. Y déjame decirte que amistades así no duran mucho”.
“¡Mamá! ¡Por favor!”, insistió Isabella. “Siempre saco notas decentes y soy buena en los deportes. ¡Merezco tener un auto, mamá!”.
La madre de la joven también se oponía a comprarle un automóvil porque sabía lo imprudentes que podían ser los chicos cuando se trataba de conducir. Pero ella no dijo “no” directamente.
“Está bien, hagámoslo de esta manera”, dijo. “¿Qué tal si obtienes buenas calificaciones este año? ¿Tal vez podamos pensar en eso entonces?”.
“¿Lo prometes?”, preguntó la chica.
“Supongo, cariño”, dijo su madre, y su padre asintió de mala gana.
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Así que Isabella necesitaba buenas notas. Solo entonces podría conseguir ese auto y ser amiga de las chicas “geniales” de la escuela.
“Va a ser pan comido”, pensó. “¡Perfecto!”.
Isabella pasó horas esa noche seleccionando el auto que quería. Buscó autoescuelas cerca de su casa e investigó cuánto tiempo le tomaría obtener una licencia.
Unas buenas notas fáciles serían todo lo que necesitaría, pensó. Sabía que las conseguiría. Ella siempre lo hacía. Todos los profesores la conocían bien. Ellos la amaban.
Pero un día, Isabella se enteró de que había un nuevo maestro, el Sr. Barreto, que pronto comenzaría a enseñarles. Era un hueso duro de roer y se había unido a la escuela después de que uno de sus maestros renunciara.
Según los alumnos, el Sr. Barreto era estricto, muy estricto, y no calificaba con buenas notas fácilmente. Eso había quedado claro para todos, especialmente después de la primera entrega.
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Nadie en la clase pudo obtener más de una B e Isabella había obtenido una C en su tarea. Eso la asustó y la enfureció.
“¡Sr. Barreto!”, dijo la joven cuando se acercó al docente mientras todos salían de su clase. “¿Una C? ¿De verdad? Merezco algo mejor”.
El docente sonrió. “¿Usted, Srta. Fernández?”, preguntó. “Creo que he sido muy justo. Podría haberle dado una D, pero fui generoso. C es el máximo que obtienes cuando has copiado la mitad de las tareas de tus amigos... Algunos de ellos sacaron una D”.
Isabella se sonrojó. “Está haciendo esto a propósito, ¿no?”.
“Bueno, sí, tengo un propósito. Quiero que a mis alumnos les vaya mejor en lo académico y en la vida”.
“Ok, ¡entonces usted es realmente lo que dicen! ¡Un chiflado!”, dijo Isabella groseramente. “¡Debería renunciar a este trabajo! ¿Qué tal si resolvemos esto?”.
“Usted es un poco demasiado grosera”, dijo. “¿Y cómo RESUELVE esto, Srta. Fernández?”, preguntó el docente con curiosidad.
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Isabella sacó un par de billetes de dólar de su mochila y los deslizó sobre la mesa del Sr. Barreto. “¿Qué tal si simplemente acepta esto y me deja obtener las calificaciones que quiero?”.
“Mire, sé que a los maestros no se les paga muy bien en estos días. ¿No es esta una idea brillante para solucionar nuestro problema?”.
“¿Solucionar NUESTRO problema?”, preguntó el profesor con calma. “Bueno, podría aceptarlo, Srta. Fernández, pero...”.
“¡Lo sabía!”, dijo sonriendo.
“Si desea lecciones privadas”, continuó el Sr. Barreto, “también ofrezco clases particulares a los estudiantes con dificultades, y tendré que discutir esto con sus padres”.
“Todavía es joven, señorita. Necesita concentrarse en su vida. No quiero degradar a mis alumnos dándoles malas calificaciones. ¡Quiero que sean mejores y sé que usted puede ser mejor, Srta. Fernández!”.
Isabella estaba furiosa. Tomó su mochila y salió corriendo llorando. El comportamiento justo del Sr. Barreto la había hecho enojar. Decidió que se esforzaría y obtendría buenas calificaciones.
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Ella no era una estudiante terrible. Solo necesitaba trabajar duro durante unos meses hasta el final del año escolar, y tendría el auto.
Pero no podía hacerlo sola. Las asignaciones del Sr. Barreto eran difíciles. Necesitaba estudiar más que nunca. Así que sus calificaciones siguieron bajando y, finalmente, tuvo que pedirle ayuda a su profesor.
El Sr. Barreto estaba más que feliz de guiar a la chica. Se convirtió en tutor de Isabella y, con su ayuda, ella obtuvo buenas calificaciones.
Pero, al final del año escolar, ya no quería el auto. Quería hacerse un nombre y ser una mejor versión de sí misma, como le había enseñado el Sr. Barreto.
“El conocimiento no se limita a los libros”, decía él. “Crecemos cada día. Aprendemos de las cosas que nos rodean para convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos”.
“Y sí, es importante ser fiel a uno mismo. Es importante preguntarse qué es lo que quieres, sin preocuparse por lo que los demás pensarán de ti”.
Pasaron los años, y el Sr. Barreto nunca olvidó a Isabella. A veces, se preguntaba cuán tonta había sido ella al querer sobornarlo para obtener mejores calificaciones. Entonces, un día, recibió una invitación de una extraña.
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“Les invitamos cordialmente a la cena de gala…”.
El Sr. Barreto se sorprendió, pero sonrió y lloró un poco. Su alumna más notable no lo había olvidado.
En el gran día, el Sr. Barreto se puso un traje elegante y llegó al lugar. Tomó asiento y sonrió con orgullo al ver a Isabella. Ella también lo vio entre la multitud y sonrió.
“Damas y caballeros”, dijo, tomando el micrófono y dirigiéndose a la multitud. “Hoy es un día muy especial. Aunque me siento honrada de ser reconocida como la mejor empresaria del año, nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de mi segundo papá”.
“Él fue quien me enseñó que la vida era más que libros y aprender de estos. Me inspiró a ser una mejor versión de mí misma”, agregó, caminando hacia el Sr. Barreto y acompañándolo al escenario.
“Él es el hombre que merece este aprecio. Se convirtió en un segundo padre para mí...”.
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En ese momento, Isabella mostró la hoja de examen en la que había recibido una A de su profesor. La había guardado toda su vida. Y el orgulloso docente estaba llorando al ver eso.
“Solo tengo una cosa que decir”, expresó él, secándose las lágrimas. “Siempre supe que podía hacerlo, Sra. Fernández. ¡Sabía que podía lograrlo! ¡Sabía que podía ser mejor!”.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El éxito llega a aquellos que trabajan duro: Después de cruzarse con un profesor como el Sr. Barreto, que valoraba la educación, Isabella aprendió la importancia de esforzarse y convertirse en una mejor versión de sí misma.
- Un buen maestro puede cambiarlo todo: Los principios rectos del Sr. Barreto transformaron a la malcriada e imprudente Isabella en un ser humano exitoso y humilde.
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