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Autobús en un camino cubierto de nieve. | Foto: Shutterstock
Autobús en un camino cubierto de nieve. | Foto: Shutterstock

Mendigo usa sus últimos $2 en pagar el bus para una madre y su bebé: un desconocido le da trabajo y refugio a cambio - Historia del día

Un mendigo fue testigo de cómo echaron de una panadería a una joven con un bebé que lloraba. Él descubrió su historia y le dio sus últimos dólares para que pudiera volver a casa. Alguien más presenció su generoso acto y se ofreció a cambiar su vida.

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Samuel agitó las pocas monedas dentro de su taza de limosna. Lamentablemente, no mucha gente recorría las calles ahora que comenzaba el invierno.

Hacía mucho frío en la ciudad y no todos tenían monedas para las personas sin hogar. Era su vida. Tenía que lidiar con eso. No esperaba que todos dieran a la caridad, pero unos pocos centavos significaban mucho para él, especialmente en estos días.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Había reunido $2, lo suficiente para comprar una taza de té y un bollo barato en la panadería cercana. A veces, el dueño ofrecía pan del día anterior por casi nada, lo cual era amable de su parte.

Samuel se acercó a la panadería para comprar todo lo que pudiera con el dinero que había recolectado. Sin embargo, lo que vio allí lo detuvo en seco.

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“Por favor, necesito algo de dinero. ¡Tengo que llegar a casa!”, le rogó una joven a un hombre con delantal que la estaba empujando fuera del local.

“¡Fuera de aquí! ¡Esto no es una organización benéfica! Aquí se vende pan y comida. Necesitas dinero para comprar. Y ese bebé está importunando a todos los clientes”.

“¡Por favor, vete antes de que llame a la policía!”, gritó el hombre del delantal, señalando con el dedo hacia la calle para que la mujer se fuera.

Samuel reconoció al trabajador de la panadería. Lo había visto antes y siempre lo había ignorado. Por lo general, alguien más, un hombre mayor, le daba lo que pedía y le ofrecía el pan del día anterior muy barato.

¿Cómo podría alguien hacer eso? La joven sostenía en sus brazos a un bebé que lloraba, y claramente estaba angustiada por algo, pensó Samuel. Por lo general, la gente odiaba cuando él se les acercaba, pero quería saber si podía ayudar a la mujer.

“Señora, ¿está bien? ¿Qué pasó?”, preguntó Samuel mientras se acercaba a la mujer.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Ella se sobresaltó un poco mientras balanceaba a su bebé de un lado a otro. “Es terrible. ¡Me acaban de asaltar! Se llevaron mi bolso y todo mientras estaba amamantando a mi bebé en ese banquillo. ¿Cómo pudo pasar esto? ¡Esta es una ciudad segura!”.

“No es tan segura”, dijo Samuel haciendo una mueca.

“Bueno, tiene razón en eso. Pero, de todos modos, me quitaron la tarjeta de autobús y no tengo forma de volver a casa. Mi apartamento está a varias cuadras de distancia y no puedo caminar tan lejos con mi bebé”, explicó, frustrada.

“Ojalá hubiera traído su cochecito, pero se suponía que solo tenía que hacer algunos mandados. Pensé que si lo traía sería una molestia”, dijo.

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“Dios, míreme. Estoy divagando. De todos modos, entré aquí para ver si alguien podía darme algo de cambio para el autobús, pero me echaron”.

Samuel miró a la señora, cuya frente estaba llena de sudor a pesar del frío, y parecía desesperada por llevar a su bebé a casa. Pensó en las pocas monedas que había recolectado y supo que tendría que pasar hambre el resto del día, pero esto era lo correcto.

“Tome”, dijo, levantando su vaso de plástico.

“¿Qué?”, ​​preguntó ella y miró el interior, pero negó con la cabeza. “Oh, no, no puedo aceptarlo. Usted lo necesita más que yo”.

“Por favor, tómelo. Lleve a su bebé a casa. Apuesto a que tiene frío, y por eso está llorando", insistió Samuel.

“¿Cómo podré pagarle?”, se preguntó ella. “Soy Zara, por cierto”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Soy Samuel. Encantado de conocerla. Espero que eso sea suficiente para ayudarla a llegar a casa”. El mendigo sonrió y se despidió mientras la joven madre caminaba hacia la parada del autobús.

Unos minutos más tarde, llegó un transporte y Zara subió. Se sentó junto a la ventana y se despidió de Samuel. Él hizo lo mismo, tratando de mantener su sonrisa, aunque no estaba feliz, pues tendría que pasar hambre.

Se miró los pies y suspiró, sintiendo el peso de otro día de hambre en todo su ser. Pero una voz detrás interrumpió sus oscuros pensamientos.

“Eso fue muy amable”, dijo la voz. Samuel se giró y vio a un hombre familiar. Era el hombre que normalmente trabajaba detrás del mostrador en la panadería.

“Ah, hola, señor. No fue nada. Cualquiera intentaría ayudar a una madre joven en necesidad”, respondió el mendigo tímidamente.

“Mi hijo no lo haría, como acabo de presenciar”.

“¿Qué?”.

“Estaba estacionando mi auto cuando vi a mi hijo echando a esa mujer de mi panadería. Estaba a punto de reprenderlo y ayudarla cuando interviniste. Le diste todo el dinero que te quedaba, ¿no? Eso es algo de admirar”, dijo el hombre con calma.

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“No era casi nada. Solo $2”, reveló Samuel, mirando hacia abajo.

“Te he visto antes, pero creo que realmente no nos conocemos. Soy Roberto o, si lo prefieres, el Sr. Paniagua”.

Una pequeña risa escapó de Samuel. “¿Su apellido es Paniagua, y tiene una panadería?”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Sí”, dijo el panadero riendo también. “¡De hecho, abrí una panadería por eso! Siempre pensé que sería gracioso. Pero lo que no es gracioso es lo que hizo mi hijo”.

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“Esa no es forma de tratar a las personas. Yo no lo crie para que fuera así. Así que voy a ir allí para despedirlo. ¿Quieres trabajar para mí en su lugar?”.

“Señor, no quiero que despida a su hijo por mí. Pero quiero trabajar para usted si hay alguna otra vacante”, dijo Samuel, preocupado.

“No te preocupes. No lo voy a despedir por ti. Es solo que mi hijo... él no está hecho para esto. No es la persona que quiero que dirija mi local. Entonces, ¿cuándo puedes empezar?”, preguntó el Sr. Paniagua.

“Puedo comenzar ahora mismo, si lo desea”, ofreció el hombre sin hogar.

“Excelente”.

Samuel recibió un delantal y comenzó a trabajar de inmediato. Al principio le asignaron algunas tareas de limpieza.

No sabía qué había pasado exactamente con el Sr. Paniagua y su hijo, pero había escuchado gritos desde la oficina trasera. Afortunadamente, parecía que a otros empleados tampoco les gustaba el joven, por lo que nadie se sorprendió de que fuera relevado de sus funciones.

Samuel trabajó lo más duro posible ese día, y esa misma noche, el Sr. Paniagua le ofreció un lugar para quedarse en el depósito. El hombre accedió de inmediato y el anciano le preparó un catre.

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Él trabajaba tantos turnos como podía y, bajo la dirección del Sr. Paniagua, aprendió más y más sobre el pan hasta que se le permitió trabajar con los panaderos expertos en la parte de la cocina.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Todo lo que hacía era meticuloso y eficiente. Inventó algunos bollos y galletas nuevos, por lo que vinieron más clientes.

Eventualmente, le contó al Sr. Paniagua sobre una idea: la gente podía pagar un café por adelantado, y aquellos que no podían permitírselo aún, podían disfrutar de una taza. Muchos clientes pensaron que era una iniciativa fantástica.

A fin de mes, Samuel tenía suficiente para alquilar un pequeño apartamento cercano, pues no requería un gran depósito. El día que se mudó, fue a trabajar más feliz que nunca, y fue entonces cuando vio una cara familiar.

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Era la joven madre con su bebé en un cochecito. Ella sonrió al entrar en la panadería y reconoció su rostro. Estaba trabajando en la caja registradora mientras el Sr. Paniagua hacía un mandado.

“¿Samuel? ¿Eres tú? ¿Estás trabajando aquí?”, preguntó Zara, encantada.

“Sí”, asintió él. Le explicó lo que había sucedido después de que ella tomara el autobús ese día.

“¡Eso es maravilloso!”, dijo ella.

“Bueno, ¿qué te gustaría comer hoy?”, preguntó él y la dejó mirar todas las opciones en el mostrador.

Desde entonces, Zara comenzó a visitar constantemente la panadería, principalmente porque el hijo del Sr. Paniagua nunca estaba. Ella siempre pagaba un café por adelantado. Decía que esa era su forma de agradecerle a Samuel por su amabilidad.

“Todos necesitamos un poco de ayuda a veces, ¿verdad?”, le dijo ella cuando estaba a punto de irse un día. Samuel solo le sonrió y volvió al trabajo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Grandes cosas pueden suceder a partir de pequeños actos de bondad: El pequeño acto de bondad y generosidad de Samuel hacia una madre y su hijo desesperados por volver a casa resultó en una oportunidad de trabajo que le proporcionó un hogar permanente.
  • Sirve a las personas, no al dinero: El Sr. Paniagua sabía que, para hacer crecer un negocio, primero se debe ser amable con los clientes.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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