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Policía hablando con el conductor de un vehículo a través de su ventanilla abierta. | Shutterstock
Policía hablando con el conductor de un vehículo a través de su ventanilla abierta. | Shutterstock

Policía se da cuenta de que conductor está en apuros cuando le ruega con lágrimas en los ojos que no abra el maletero - Historia del día

Simón contenía a duras penas las lágrimas mientras miraba por la ventanilla de su automóvil al policía que lo había parado. La vida de su hija estaba en juego y su única esperanza de salvarla era librarse de aquel policía entrometido.

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“Deberíamos repetir esto cuando tu madre vuelva de su viaje de negocios, ¿verdad?”, dijo Simón sonriéndole a su hija adolescente, Carla.

“¡Definitivamente!”, respondió la chica. “Le encantará la actuación con los caniches”.

Padre e hija salieron de la feria. Habían pasado un día estupendo y planeaban pasar la noche del sábado viendo una película. Mientras se acercaban al automóvil, conversaban sobre qué película ver.

“Las películas de espías son aburridas, papá”, dijo Carla. “Quiero ver una comedia o la última película de superhéroes”.

Simón suspiró. “Otra película de superhéroes no. ¿Qué tal una película de acción?”.

“Cambio de planes. Ninguno de los dos va a ver películas esta noche”, dijo un hombre con voz ronca.

Simón se giró hacia la voz y miró el cañón de una pistola.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El extraño hombre agarró a Carla. “Vamos a dar una vuelta, los tres solos. Tú…”, señaló a Simón, “ponte al volante”.

El corazón de Simón latía muy fuerte. Se encontró con la mirada de Carla y vio lo asustada que estaba, pero ¿qué podía hacer él? El hombre tenía una pistola.

“Puedes quedarte con el auto”, dijo Simón.

“No quiero tu auto”. El hombre abrió la puerta trasera y empujó a Carla dentro.

“Necesito que me lleves a casa, en Santa Ana. Llévame allí y los dejaré ir a ti y a tu hija. Si te niegas, ella no saldrá viva de este estacionamiento”.

“De acuerdo”, dijo Simón levantando las manos. No le quedaba más remedio que obedecer al hombre amenazador, así que se puso al volante y arrancó el vehículo.

“Allá vamos, tranquilos”, dijo el pistolero desde el asiento trasero. Le dijo a Simón la dirección a la que debía ir en Santa Ana. “Y recuerda, mientras hagas lo que te digo, nadie va a salir herido”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Simón tenía las manos resbaladizas de sudor mientras conducía por las avenidas de la ciudad. Evitó las vías más congestionadas y pronto entró en la carretera camino hacia Santa Ana. No estaba lejos, y esperaba poder dejar pronto a ese loco y escapar con Carla.

Dios, ¡no podía creer que esto estuviera pasando! Simón miró por el espejo retrovisor, y su corazón se apretó al ver la cara de miedo de Carla. Apenas había hecho ruido en todo este tiempo, pero Simón pudo ver que estaba al borde de las lágrimas.

Simón maldijo cuando giró la vista a la carretera. La policía había montado un punto de control.

“Detente”, dijo el pistolero. “No llegué hasta aquí para ser descubierto por la policía”.

Simón se apresuró a obedecer. Casi lo invade la alegría. El hombre se iba, y ahora él y Carla estarían a salvo.

Pero el pistolero tenía otros planes. Cuando Simón se detuvo, el hombre le ordenó que abriera el maletero.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Tu hija y yo iremos en el maletero desde este punto, donde es agradable y seguro”, dijo el pistolero mirando fijamente a Simón.

“Si haces alguna estupidez, como avisar a esos policías, mataré a tu hija”.

“¡Por favor!”, gimoteó Carla.

Miró suplicante a Simón, pero ¿qué otra opción tenía? El pistolero estaba loco, era un criminal empedernido, o ambas cosas. No quería encerrar a su hija en el maletero con él, pero si se negaba... Simón no quería ni imaginar lo que pasaría entonces.

“Sé fuerte, Carla”, dijo el padre mientras abría el maletero. “Todo saldrá bien”.

La cara de Carla se arrugó cuando finalmente cedió a su miedo. Sus hombros se hincharon y empezó a sollozar. Simón se acercó a ella, pero el pistolero le apuntó con el arma.

“Atrás”, espetó. “No le va a pasar nada si no metes la pata”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Unos minutos después, Simón conducía hacia el control con una plegaria en los labios.

“No me detengan, no me detengan”, murmuró.

El policía que estaba parado en la carretera le hizo señas al vehículo que iba dos puestos por delante de él para que siguiera conduciendo. El oficial también hizo señas al siguiente automóvil. Simón empezaba a pensar que Carla y él podrían sobrevivir a esta noche, pero entonces el policía le hizo un gesto con la mano para que se apartara.

“Te iba a dejar ir, pero ahora involucraste a la policía”.

Durante unos segundos de desesperación, Simón pensó en pisar a fondo el acelerador y escapar a toda velocidad. Pero el sentido común le hizo entrar en razón. No llegaría lejos si intentaba escapar de la policía, y el pistolero loco se daría cuenta al instante de que algo estaba mal.

Simón se detuvo, y un momento después, otro policía apareció en su ventanilla. Simón ya había sacado los papeles del permiso de conducir y de la matrícula y se los ofreció al policía antes de que pudiera pedírselos.

“Parece que tiene prisa”, le dijo el oficial, mirándolo con desconfianza.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Sólo intento llegar a casa, agente”.

“Bueno, esto no debería llevar mucho tiempo, señor”, dijo el policía comenzando a mirar sus papeles. Luego echó un vistazo al asiento trasero. “Todo parece estar bien hasta ahora. Abra el maletero y pronto podrá seguir su camino”.

A Simón se le secó la boca. Se aclaró la garganta e intentó pensar en una razón convincente para negarse a la petición del oficial. El pistolero probablemente podía escucharlo todo desde el maletero, y él tenía que elegir sus palabras con cuidado.

“¿Señor? ¿Está todo bien?”.

Las lágrimas se derramaron de los ojos de Simón y comenzaron a recorrer sus mejillas. “Por favor, no”, susurró. “Yo... yo...”.

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El agente se puso alerta.

Miró el vehículo, pensativo, mientras un segundo agente aparecía detrás de él.

“¡Abra el maletero, ahora!”, ordenó el segundo agente.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Randy había servido como oficial de policía durante diez años. Su duro trabajo y sus buenos instintos le habían valido varios ascensos durante ese tiempo. En ese momento, sus instintos le decían que algo estaba muy mal con el hombre que lloraba en el automóvil.

Levantó la mano y le hizo una señal a Jaime, su compañero, para que guardara silencio.

Entonces sacó su libreta y escribió un mensaje para el conductor: “¿Hay alguien en el maletero?”. El conductor gimió al leer la nota. Era toda la confirmación que Randy necesitaba, pero, aun así, esperó a que el hombre escribiera su respuesta.

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“Sí”, garabateó ante la pregunta del policía.

Randy escribió otras dos preguntas: ¿Esta persona está armada? ¿Está con alguien más?

Al hombre le temblaron los hombros y empezó a llorar en serio en cuanto leyó la nota de Randy. Asintió y escribió: “Tiene a mi hija”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Tenemos que seguir el protocolo”, dijo Jaime en voz muy baja. “Abrir el maletero y detener a quien esté dentro”.

Randy negó con la cabeza.

“La situación es demasiado volátil y hay demasiados factores desconocidos. Quienquiera que esté ahí dentro tiene una rehén. No podemos arriesgarnos a que salga herida”.

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“¿Entonces qué hacemos?”, agregó Jaime, todavía susurrando.

Randy se quedó pensando por un momento. Era una situación difícil y sólo se le ocurría una solución. Rápidamente le explicó su plan a su compañero. El policía más joven frunció el ceño y negó con la cabeza.

“No puedes hacer eso”, dijo Jaime. “Va contra el protocolo, y ni siquiera sabes si este tipo dice la verdad. Podría ser todo mentira”.

“Yo le creo”, replicó el oficial mayor, “y este es el único plan que tenemos. Avisa al despacho de mis órdenes”.

Randy se inclinó cerca del conductor. “Señor, voy a entrar en el vehículo con usted. Ahora mismo, le pido que continúe siguiendo las instrucciones del hombre y confíe en que lo ayudaremos. Mi compañero nos seguirá”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El oficial subió al asiento del copiloto y le indicó al hombre que siguiera conduciendo. Se apartó y condujeron en silencio. Randy estuvo alerta todo el tiempo. Una o dos veces escuchó ruidos y quejidos procedentes del maletero, pero no parecía que el hombre hubiera causado ningún daño a la hija del conductor.

Mientras se adentraban en los vecindarios de Santa Ana, Randy pensaba en la siguiente fase de su plan. Esta era la parte en la que la situación podría volverse peligrosa muy rápidamente. Debía tener cuidado si quería resolver este problema sin que nadie saliera herido.

Randy miró al conductor. El hombre estaba hecho un desastre. Al oficial le preocupaba que pudiera tomar alguna acción arriesgada para salvar a su hija. Desgraciadamente, no podía tratar de calmarlo porque el hombre armado en el maletero podría oírlo.

Unos minutos más tarde, el conductor giró en un camino de entrada. La casa estaba a oscuras. El hombre le hizo una señal a Randy y éste asintió. Este debía ser el lugar donde se suponía que debía parar. El oficial y el conductor salieron del vehículo y Randy le hizo una señal al hombre.

El agente se echó al suelo y se metió debajo del automóvil. Desenfundó su arma reglamentaria e inclinó la cabeza para ver los pies del pistolero una vez que saliera.

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Se le erizó el vello de la nuca al ver cómo el conductor daba vueltas para abrir el maletero. Randy sabía que su sincronización tendría que ser perfecta.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Los dedos de Simón temblaban al abrir el pestillo del maletero. Le aterrorizaba lo que pudiera encontrar allí dentro y lo que pudiera ocurrir a continuación. El pistolero salió velozmente cuando el maletero se abrió y arrastró a Carla detrás de él.

La mirada de su hija le rompió el corazón a Simón. Sus mejillas estaban manchadas de lágrimas, pero sus ojos estaban vidriosos, como si se hubiera apagado.

“Hice lo que me pediste”, dijo Simón, “ahora déjala ir”.

El pistolero hizo una mueca.

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“¿Crees que soy estúpido?”.

Simón miró horrorizado al pistolero apretando a Carla y dándose la vuelta. Tenía la pistola lista para disparar mientras estudiaba la zona.

“Sal, quienquiera que seas”, llamó el pistolero. “Escuché dos puertas cerrarse de golpe cuando nos detuvimos. Si este imbécil está aquí, significa que hay otro imbécil escondido en alguna parte”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“No, no hay nadie más aquí”, dijo Simón. “Ese fui yo. Cerré la puerta dos veces porque no lo hice bien la primera vez”.

“¡Mentiroso!”, espetó el pistolero levantando su arma. “Si tu amigo no sale, tu hija sufrirá las consecuencias”.

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Simón sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Su situación era imposible. No había opciones correctas. Empezaba a pensar que nada de lo que hiciera salvaría a Carla. Su hija moriría, y él tendría que verlo, sabiendo que era impotente para salvarla.

“Está bien”, dijo el policía desde su escondite bajo el vehículo. “Voy a salir despacio. Mantén la calma”.

Simón vio cómo los ojos del pistolero se abrían de par en par cuando salió el policía. Luego apretó el arma y su rostro se endureció en un ceño fruncido.

“¿Involucraste a la policía?”, dijo. “Eso fue un grave error”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El pistolero metió a Simón, a Carla y al policía en la casa por una puerta que daba a la cocina. El criminal rebuscó en los cajones con una mano mientras mantenía la vista fija en los tres frente a él. Finalmente, sacó un paquete de sogas y los ató a las sillas del comedor.

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“Lo estropeaste todo, amigo”, dijo mientras apretaba las ataduras de Simón. “Te iba a dejar ir, pero ahora involucraste a la policía. Debería reventarte”.

“Tu vida está acabada si haces eso”, dijo el policía.

“Mis refuerzos llegarán en cualquier momento”.

El pistolero lanzó un grito de rabia. Empujó al policía con tanta fuerza que se cayó de la silla y salió corriendo de la cocina.

“¿Se encuentra bien?”, le preguntó Simón al oficial.

Antes de que pudiera responder, escucharon un fuerte estruendo en toda la casa.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Simón pensó que sus ojos debían de estar engañándolo cuando una anciana blandiendo una pala entró en la cocina.

“¡Más intrusos! Les voy a partir la cabeza como hice con su amigo”, gritó y corrió hacia ellos con la pala en alto.

“¡No! Somos rehenes”, gritó Simón. “Este hombre en el suelo es un oficial de policía”.

La anciana bajó la pala y miró al policía. En cuanto vio que el hombre decía la verdad, los desató a todos rápidamente. Mientras Simón abrazaba a Carla, la anciana condujo al policía hasta el pistolero al que había dejado inconsciente. Randy le quitó inmediatamente el arma y esposó al hombre.

Mientras esperaban a que llegaran los refuerzos, la anciana les contó que hacía poco que se había mudado a la casa. La había comprado barata porque pertenecía a un ladrón que había sido condenado de por vida.

Randy reveló entonces que el control de carretera era para intentar detener a un hombre que se había escapado de la celda de detención de un juzgado.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Pocos días después, Simón y la anciana recibieron medallas por su valentía. El padre pensó que no se la merecía, insistiendo en que un hombre valiente habría luchado contra el pistolero. Randy, que se había hecho amigo de Simón, tenía otra opinión.

“Las cosas habrían acabado mal si hubieras luchado contra él”, dijo el oficial. “Tu hija está viva hoy porque elegiste ir a lo seguro y tuviste el valor de llegar hasta el final”.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • La valentía no siempre consiste en luchar: Simón tuvo que arriesgarse y confiar en la policía para proteger a su hija, lo que requiere otro tipo de valentía.
  • Ten fe cuando las circunstancias son difíciles: Aunque nos enfrentemos a muchos retos en la vida, algunos de los cuales pueden ser aterradores, es importante tener fe en que todo saldrá bien.

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