"¡Viejo torpe!" Niño se burla de repartidor que resbala en las escaleras y escucha el airado "¡Ejem!" de su padre - Historia del día
Un chico rico se burla de un viejo repartidor de pizzas que se cae por las resbaladizas escaleras mientras entrega un pedido. Poco se imaginaba el adolescente que su furioso padre estaba observándolo todo desde atrás, tramando un castigo que sacudiría su mundo de niño malcriado.
Con el rostro curtido y los ojos hundidos llenos de esperanza, Barney, de 81 años, entró en la pizzería, enfundado en su uniforme de repartidor y su gorra. Se secó las gotas de sudor mañanero de la cara, luciendo una sonrisa inmaculada que oscilaba de oreja a oreja.
Animado y fuerte para un hombre en su ocaso, Barney recorría las calles todos los días, repartiendo pizzas bien calientes a los clientes. Pero éste no era un trabajo cualquiera para Barney: era su única esperanza de dar a su nieto huérfano Tommy un futuro prometedor...
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A Barney no le importaba ser el raro en su lugar de trabajo. Todos los demás hombres y mujeres que trabajaban allí eran jóvenes, excepto él. Era el empleado de más edad y no parecía encajar, pero no iba a rendirse, ya que este trabajo era la base del futuro de su nieto.
El cariñoso abuelo sabía que sus días estaban contados y estaba decidido a aprovechar al máximo el tiempo que Dios le diera. Y así, llegaba puntual a la pizzería con un sentimiento de esperanza cada mañana y llevaba los pedidos asignados a su coche viejo para ganarse cada penique que pudiera.
"¡Viejo sucio! Fuera de mi vista... Te denunciaré a tu jefe y me aseguraré de que te despidan hoy mismo... ¡limpia este desastre y lárgate!"
Pero ese día, todo cambió cuando Barney se dispuso a hacer una entrega rutinaria en un barrio acomodado bastante lejos de donde trabajaba. Era un pedido enorme, y la idea de ganar una buena propina centelleó en los ojos de Barney mientras apilaba las cajas de pizza en el asiento trasero y subía al coche.
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De las cajas emanaba el tentador aroma de las pizzas calientes de pepperoni y de cebolla, y Barney pudo sentir cómo le gruñía la barriga de hambre. Sólo había desayunado una rebanada de pan tostado con mantequilla antes de salir para el trabajo. Pero, ¿sería suficiente, sobre todo en un día frío y helado como aquel?
Bueno, así era Barney... cada minuto le importaba, y siempre salía temprano a trabajar para que le asignaran más entregas y ganar más dinero.
Barney siempre había sido un hombre muy trabajador, y desde muy joven. Empezó a los 14 años, cuando asumió la responsabilidad de alimentar a sus cuatro hermanos huérfanos. Desde entonces, Barney nunca supo lo que era el dinero fácil y siguió trabajando duro.
Cuando la vida parecía ya ir encarrilada, Barney perdió a dos de las personas más queridas de su vida. Primero, a su esposa, y años más tarde, a su única hija, que dejó en sus manos a su hijo de 6 años.
Barney estaba destrozado, y su nieto Tommy le motivó como el rayo de sol más brillante que irrumpe a través de una nube oscura.
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Tommy, que ahora tenía 9 años, lo era todo para Barney. Era un niño brillante y con talento, con un futuro prometedor por delante, y Barney estaba empeñado en asegurarse de que nada se interpusiera en el camino de su nieto. Pero con una pensión baja y recursos insuficientes, sabía que sería difícil mantener a Tommy como se merecía y como soñaba.
Así que Barney hizo algo que nunca imaginó que se le ocurriría hacer a sus 81 años: solicitó un empleo en cuanto vio un cartel de "¡Estamos contratando!" en el exterior de una pizzería local.
Estaba nervioso cuando acudió a la entrevista, ya que estaba rodeado de chicos y chicas jóvenes que solicitaban el mismo puesto.
La entrevista, sin embargo, fue muy bien. Su futuro jefe apreció su experiencia, su paciencia y su compromiso.
¡Así que Barney fue contratado como el empleado de más edad de la pizzería!
Pero ser repartidor de pizzas a los 81 años no era fácil. Era agotador porque Barney tenía que ir de un lado para el otro en días calurosos, fríos y lluviosos, entregando pizzas a domicilio a los clientes que las esperaban en la comodidad de sus casas. Ni siquiera la paga era tan buena.
Sin embargo, a Barney le animaba la idea de que cada caja de pizza que entregaba era dinero y un paso más cerca de su meta. Teniendo que proveer para su familia desde adolescente, él no había tenido la oportunidad de estudiar, y quería darle a su nieto una vida mejor.
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A veces, a Barney le dolía que algunos clientes a los que repartía a domicilio ni siquiera lo saludaran con una sonrisa. Algunos incluso le cerraban la puerta en las narices después de recoger su pedido, y otros apenas le daban propina con un frío "¡Eh, quédate con el cambio!" antes de darle la espalda. Barney no era, para ellos, más que un viejo repartidor de pizzas corriente. Un don nadie.
Era una dolorosa verdad que Barney llevaba en el corazón y no quería que su nieto recibiera un trato similar. Además, quería que el chico aprendiera que sólo el trabajo duro y la determinación pueden medir el éxito.
Con los pensamientos sobre su pasado y el futuro de su nieto centelleando ante sus ojos, Barney condujo hasta la dirección de entrega aquella mañana.
El frío aire invernal lo congelaba todo a su paso, y el viento aullaba como una bestia herida, desgarrando los árboles mientras Barney se esforzaba por ver hacia delante. De repente, su viejo coche se averió en medio de la nada.
"Oh no... ¿cómo voy a llegar a tiempo? El cliente se enfadará conmigo...." El corazón de Barney se hundió cuando su coche carraspeó y se detuvo en medio de la carretera helada.
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Pobre Barney. Había estado deseando entregar este pedido a tiempo allá lejos. Lo había tomado como una forma de probarse a sí mismo que todavía podía con esto.
Pero ahora, el duro trabajo de Barney para conseguir este pedido parecía un desperdicio mientras bajaba de su coche en el frío glacial, solo y sin opciones.
Sus manos temblorosas casi se rinden cuando abrió el capó para comprobar el motor. Mientras tanto, su teléfono no paraba de sonar con llamadas furiosas del cliente.
"¿Cuánto vas a tardar? Tengo hambre...", estalló la voz al otro lado de la llamada en cuanto Barney contestó.
Puedes comprar placeres materiales con dinero, pero no puedes comprar amor y respeto.
"Lo siento, señor. Estoy de camino. Estaré allí en cinco minutos", dijo Barney. Había mentido, pero ¿tenía otra opción?
Diez minutos más tarde, Barney seguía varado en la carretera y el cliente empezaba a llamarlo de nuevo.
Barney estaba muy nervioso con cada segundo que pasaba. Miró a su alrededor en busca de ayuda, pero no había nadie hasta donde alcanzaban sus ojos. Ya había perdido toda esperanza de conseguir entregar el pedido a tiempo.
"Jesús, por favor, no me hagas esto...", dijo el anciano. Justo cuando Barney rompía a llorar, rezando por un milagro, un amable desconocido en un coche se detuvo a su lado.
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"Eh, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estás parado en el frío?", le preguntó el hombre a Barney.
"Algo le pasa al motor. No sé cómo arreglarlo", dijo Barney, sonando impotente y derrotado.
"¡Muy bien! Déjeme echar un vistazo!" el conductor bajó de su coche a la carretera helada para ayudar a Barney a arrancar su vehículo.
Las plegarias de Barney fueron escuchadas en cuestión de minutos cuando giró la llave de contacto, ¡y su coche dejó oír el conocido arrullo del motor! El milagro le dio la oportunidad de entregar por fin las pizzas al cliente. Tal vez todavía podía ganarse su propina. Barney se alejó a toda velocidad, dando las gracias al amable desconocido con un gesto de la mano y lágrimas de alegría.
Con un profundo sentimiento de esperanza y alivio, Barney llegó por fin a la dirección. Su corazón se aceleró al ver al enfadado cliente, un adolescente llamado Fabián, en el umbral de la puerta.
"¿Por qué has tardado tanto, viejo?" gritó Fabián.
Barney observó el enfado del adolescente y se dio cuenta de que no recibiría ninguna propina. Suspiró. Al menos había podido cumplir y hacer su trabajo.
Pero cuando Barney subía al porche con las cajas de pizza, resbaló en las escaleras cubiertas de escarcha y cayó sobre el cemento, haciéndose daño en una pierna. Las cajas de pizza que llevaba en la mano se desparramaron por el suelo.
"¡Viejo inútil! ¿Cómo te han contratado? No sirves para nada, idiota", se burló Fabián de Barney mientras luchaba por levantarse sobre sus pies.
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Para empeorar las cosas, los amigos de Fabián se acercaron a reírse de él también. Se burlaban cruelmente del pobre Barney cada vez que intentaba ponerse en pie, en lugar de ayudarlo. Barney se dio cuenta de que se había roto algo más que su espíritu y su fuerza. Se había roto una pierna debido a la fuerte caída.
¿Cómo pudo ser tan torpe y no darse cuenta de que las escaleras estaban resbaladizas en su prisa por hacer una entrega a tiempo? ¿Era el trabajo más importante que su bienestar? ¡No! Su nieto Tommy sí lo era, y por eso este pobre hombre toleraba los insultos de estos chicos ricos y malcriados.
"¡Viejo sucio! Fuera de mi vista... Te denunciaré a tu jefe y me aseguraré de que te despidan hoy mismo... ¡limpia este desastre y lárgate!" La burla de Fabián seguía resonando en la cabeza de Barney mientras yacía indefenso en el suelo helado, llorando.
De repente, el chico vio a sus amigos salir disparados en distintas direcciones, abriéndose paso hacia la puerta. No entendía qué estaba pasando.
"¿Chicos? ¿Adónde van...? ¡Eh! ¡Vuelvan!"
"¡Ejem!", lo sobresaltó una voz airada desde atrás. Los ojos de Fabián se abrieron alarmados y se quedó inmóvil cuando reconoció que era la voz de su padre.
"¡Se acabó la fiesta! Todo el mundo, fuera... ¡y Fabián, quédate aquí!", le espetó su padre Alberto, convirtiendo la fiesta en una pesadilla.
Fabián estaba más que sorprendido, ya que había organizado una fiesta en casa cuando se suponía que debía estar preparándose para sus exámenes.
"P-pero papá... Creía que estabas de viaje de negocios. Te fuiste a París hoy por la mañana".
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El corazón de Alberto latía con fuerza y su sangre hervía de ira mientras corría al rescate de Barney. No podía creer que su hijo fuera tan cruel con alguien. Burlarse de un hombre mayor y herido no era lo que Alberto esperaba de su hijo, al que crio con amor y cuidado después de que su madre muriera cuando era pequeño.
"Espera a que te enseñe a respetar a los demás... Espera a ver lo que voy a hacer", le espetó Alberto a Fabián.
Llamó al 911 y ayudó a Barney a levantarse. Pero el pobre viejo no podía estar de pie mucho tiempo, ya que estaba herido. Así que Alberto recogió las cajas de pizza estropeadas y llamó a la pizzería para informarles del accidente.
El hombre rico acompañó entonces a Barney al hospital en la ambulancia, haciéndose cruces con lo que podría haber pasado si no hubiera llegado a tiempo.
"Menos mal que pude estar y poner la situación bajo control", pensó Alberto.
Resultó que había fingido un viaje de negocios para darle una lección a su hijo cuando oyó por casualidad que el chico invitaba a sus amigos a una fiesta, diciéndoles que su padre estaría fuera en un viaje de negocios.
Alberto había cancelado su vuelo y se había colado en la casa por el patio trasero para hacer una visita sorpresa esa mañana y ver qué tramaban los chicos, pero nunca imaginó que encontraría a su hijo insultando a un pobre hombre mayor.
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Barney fue hospitalizado y no pudo evitar sentirse agradecido por la amabilidad de Alberto. Estaba conmovido, ya que nunca había conocido a ninguna persona rica que se hubiera preocupado tanto por un desconocido, y mucho menos por un viejo repartidor.
"Siento lo que hizo mi hijo. Haré lo que usted quiera. ¿Qué puedo hacer por usted?" Alberto cogió la mano de Barney, sintiendo vergüenza y pena por lo que había hecho su hijo.
"Quiero ponerme en pie. Tengo que volver a trabajar porque tengo que ganar dinero para el futuro de mi nieto. Soy todo lo que él tiene y él es todo lo que yo tengo", replicó Barney, con los ojos llenos de lágrimas.
Una aguda punzada de culpabilidad y compasión brotó en el corazón de Alberto cuando supo que Barney había estado trabajando como repartidor de pizzas a los 81 años para proporcionar a su único nieto un futuro prometedor.
Le dolió saber que su propio hijo era totalmente lo contrario: un jovencito despreocupado que daba por sentada la riqueza de su padre. Alberto no hallaba cómo perdonarse a sí mismo por haber criado a un niño malcriado que no conocía el valor del trabajo ni el respeto a las personas.
Así que cuando Alberto volvió a visitar a Barney al día siguiente, ya había hecho un arreglo para enseñarle a su hijo mimado una lección que sacudiría su mundo.
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"¿Cómo te encuentras? Acabo de hablar con el médico y me ha dicho que te darán el alta en dos días. He enviado a mi criada a la dirección que me dio. Ella cuidará de tu nieto hasta que te vayas a casa, ¿de acuerdo?". Alberto saludó a Barney.
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Justo entonces, la enfermera entró en la sala, con una receta de los medicamentos que Barney necesitaba.
Cuando el anciano vio el coste, se desanimó.
"No tengo dinero para comprar esto", suspiró decepcionado.
"¡No te preocupes, Barney! La factura médica corre de mi cuenta", Alberto palmeó los hombros de Barney.
"Enfermera, ¿dónde está la farmacia?"
"Lo siento, señor. La farmacia del hospital está temporalmente cerrada por reformas. Hay una calle abajo... a un kilómetro", dijo la enfermera.
Alberto sacó su teléfono y pidió los medicamentos a la farmacia, solicitando un transportista concreto para entregar el pedido.
Minutos después, Barney se llevó una sorpresa cuando un repartidor entró en la sala.
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"¡Eh! ¿Por qué has tardado tanto?" dijo Alberto, apretando los dientes cuando un adolescente entró en la sala con uniforme de repartidor.
Barney no podía creer lo que veían sus ojos cuando reconoció al chico. Era Fabián, ¡el chico rico que le había insultado y hecho llorar! No podía creer que Alberto llegara a tal extremo para darle una lección a su hijo.
"Deberías ser amable y responsable para ganarte una propina", rompió Alberto el silencio de la sala, mirando fijamente a los ojos de su avergonzado hijo. "¡Buen trabajo, pero no te mereces ninguna propina!".
Alberto no dijo nada más, ni se quedó allí después de que su hijo se marchara. Se sentía tan culpable de enfrentarse a Barney pero se sentía un poco aliviado, esperando que esto pusiera a su malcriado hijo en el buen camino y enmendara su comportamiento.
En cuanto a Barney, le dieron el alta dos días más tarde y se llevó otra sorpresa cuando vio a Alberto esperándole en la puerta de su casa.
"¡Esto es para ti! Sé que no está a la altura del amor que sientes por tu nieto... pero tienes que aceptarlo, Barney", dijo Alberto, poniendo un sobre con un cheque en las manos de Barney.
"$75,000?" Barney rompió a llorar mientras no podía creer que estuviera sucediendo de verdad.
Resultó que el dinero era el fondo universitario de Fabián. Alberto lo había donado para ayudar a Barney a pagar la educación de su nieto y así poder jubilarse en lugar de trabajar duro en su vejez. Además, era su muestra de disculpa por las cicatrices emocionales que su hijo había dejado en el corazón del pobre anciano.
En cuanto a Fabián, se acabaron las fiestas y el flujo de dinero. Su padre le confiscó el coche caro y las tarjetas de crédito y le privó de las comodidades que le hacían menospreciar a los demás. Al final, Fabián no tuvo más remedio que trabajar duro y abrirse camino para poder ir a la universidad con sus propios ingresos, ya que su padre le había amenazado con retirarle cualquier tipo de ayuda futura si no cumplía esta condición.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Se pueden comprar placeres materiales con dinero, pero no se pueden comprar el amor y el respeto. Fabián era un adolescente rico que se burlaba del pobre Barney cuando llegaba tarde a entregar las pizzas. Lo insultó y pensó que se saldría con la suya, sin imaginarse que su padre lo había visto todo y querría darle una lección.
- Incluso cuando todo parece oscuro a su alrededor, siempre queda esperanza, y una luz puede brillar. Cuando Barney se quedó tirado en medio de la nada, un amable desconocido le ayudó a arreglar el motor muerto de su coche. Al final, Barney pudo llegar a la dirección para entregar la pizza.
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