"¡Mi hijo desapareció por sus burlas!": Mamá irrumpe en la sala de profesores - Historia del día
Karen, una ocupada madre soltera, se mostraba escéptica cuando su hijo se quejaba de los terribles castigos de su profesor de matemáticas. Sin embargo, cuando el niño desapareció un día, la mujer se dio cuenta de que debería haberse tomado las quejas de su hijo más en serio.
“¡Tenemos que movernos o llegaremos tarde!”, dijo Karen, dejando los restos de sus cereales sobre la mesa de la cocina. Su corazón se aceleró cuando el estrés de saber que le esperaba otro día ajetreado empezó a hacer mella en ella.
Peter tomó su bolso y se dirigió al garaje. “Hoy tengo examen de matemáticas”, dijo. “Sé que el Sr. Parra me va a gritar”.
“¿Por qué te iba a gritar tu profesor en un examen?”, preguntó Karen frunciendo el ceño mientras salía de la calzada.
“Porque es un imbécil. Parra le grita a todo el que le va mal en matemáticas, y siempre me hace quedarme hasta tarde como castigo por sacar malas notas”.
“¿Estudiaste para el examen?”, preguntó Karen mirando a su hijo, que se estaba mirando las manos.
“Más o menos. No entiendo muchas cosas. Probablemente voy a reprobar... otra vez”.
“Hazlo lo mejor que puedas, ángel mío”, dijo la madre dándole una rápida palmada en la rodilla a Peter. “Todo siempre saldrá bien de alguna manera si te esfuerzas constantemente por tener éxito”.
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Peter se estremeció cuando el Sr. Parra dejó la hoja del examen sobre el escritorio.
“Muy bien, esta vez has reprobado con una D en lugar de una D-” , dijo el Sr. Parra con sarcasmo. “Por primera vez, no eres el alumno con la nota más baja de la clase”.
Peter se sonrojó avergonzado y agachó la cabeza. El resto de la clase soltó una risita y murmuró.
“Intenta estudiar la próxima vez, Peter”, continuó el Sr. Parra.
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“Y dile a alguno de tus padres que te ayude o a un tutor porque, a este paso, reprobarás matemáticas este año, y no quiero volver a darte clase el año que viene”.
El Sr. Parra pasó al siguiente alumno. Peter metió el examen en el bolso sin siquiera mirarlo. “Ojalá ya no tuviera que hacer matemáticas”, pensó.
El chico pasó el resto de la jornada escolar tratando de combatir los oscuros pensamientos sobre lo que haría si reprobaba matemáticas. No quería pasar otro año en la clase de Parra y pensaba que podría escaparse si eso ocurría.
Al salir de clase, Peter vio a alguien que le levantó el ánimo al instante. Corrió hasta la puerta del colegio y abrazó al hombre que lo esperaba allí.
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“Hola, amigo, ¿cómo te fue en la escuela?”, preguntó Brian, el padre de Peter.
El chico negó con la cabeza. “Creo que reprobaré matemáticas”.
Brian frunció el ceño y frotó el hombro de Peter. “Las matemáticas pueden ser una asignatura complicada. Deja que te traiga un helado y hablaremos de ello hasta que llegue tu madre a recogerte”.
Peter le sonrió a su padre. En ese momento pasaba un camión de helados y Brian compró barquillas para los dos. Se sentaron en un banco y Peter le enseñó su prueba a su papá.
“Voy a poner fin a tu enfermiza predilección por victimizar a mi hijo”.
“Los decimales son difíciles”, dijo el hombre mientras revisaba los problemas del examen, “pero dejan de ser tan difíciles cuando te haces una idea de dónde tiene que estar el punto decimal”.
“¿Cómo se supone que voy a hacer eso?”, preguntó Peter, suspirando.
“¡Aléjate de mi hijo, desgraciado!”.
Peter y Brian levantaron la vista cuando Karen se les echó encima.
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“Estaba hablando con Peter”, dijo Brian, levantando las manos, pero Karen no se calmó.
“Tienes prohibido verlo, Brian”, dijo ella con la cara roja y temblando de furia. “Nos abandonaste, así que no tienes derecho a estar cerca de él”.
Brian se levantó con una mirada severa.
“Te abandoné a ti, Karen, no a mi hijo. Y precisamente por eso: lo conviertes todo en un desastre. No importa lo pequeño que sea el problema, te garantizo que enloquecerás con él. Tu madre no podría haber elegido un nombre mejor para ti. Ahora sólo te falta el corte de pelo”.
Karen se hinchó y apuntó con un dedo a su auto. “Entra en el coche, Peter. Estoy a punto de decir cosas que no conviene que escuches”.
Peter se despidió de su papá con la mano. Odiaba abandonarlo a la ira de su mamá, pero no podía soportar presenciar más de su discusión. Ya estaban atrayendo a una multitud.
“Malo en matemáticas y padres que me avergüenzan... por eso no tengo amigos”, murmuró el chico mientras subía al auto. Se recostó en el asiento trasero para que nadie lo viera.
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Esa noche, Peter fue a ver a su mamá después de cenar para pedirle ayuda con las matemáticas. Ella acababa de terminar de cargar el lavavajillas y soltó un largo gemido.
“¿No podías habérmelo pedido antes?”, le espetó su mamá. “Es hora de que te vayas a la cama, no de estudiar”.
“¡Por favor, mamá! El Sr. Parra me avergonzó delante de toda la clase y me llamó perdedor. Tengo que mejorar en matemáticas para que deje de torturarme”.
La mujer suspiró. “Ya es tarde para los deberes, Peter. Deberías haberme hablado de esto antes. Vete a la cama”.
Peter se escabulló. A mamá no parecían importarle ni él ni sus problemas con las matemáticas. El chico se metió en la cama y apagó la luz. “Si papá estuviera todavía aquí”.
“Arréstenlo por secuestro”.
Al día siguiente, Karen y Peter iban tarde como de costumbre, pero Peter decidió volver a intentar que su mamá lo ayudara.
“Voy a llegar tarde a buscarte al colegio esta tarde”, dijo la mujer. “Tengo que trabajar hasta tarde”.
“No importa. Probablemente Parra me hará quedarme después de clase para poder insultarme por no ser bueno en matemáticas”, replicó él, pero su madre apenas le dirigió una mirada.
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Karen se apresuró a la escuela esa tarde. Iba mucho más retrasada de lo que esperaba, así que se llevó una sorpresa cuando no encontró a Peter esperándola.
“¿Dónde estará? ¿No sabe que no tengo tiempo para esperarlo toda la tarde?”. Karen se bajó del auto y se dirigió al parque infantil. Había algunos niños jugando, pero Peter no estaba allí.
La mujer siguió caminando, escudriñando a cada grupo de estudiantes con el que se cruzaba. Peter no estaba entre ellos. Aceleró el paso mientras la preocupación crecía en su corazón. La siguiente vez que vio a un guardia escolar, lo agarró del brazo.
“¿Dónde está mi hijo? Busqué por todo el colegio y no está por ninguna parte”.
El guardia trató de calmarla, pero el pánico se apoderó de Karen. Llamó a la policía mientras seguía buscando a su hijo. Luego empezó a llamar a todos sus conocidos.
Mientras recorría las aulas, Karen recordó de repente lo que Peter había dicho ayer y esa mañana sobre su profesor. Sabía exactamente quién era el responsable de la desaparición de Peter.
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“¿Quién de ustedes es Parra?”, gritó Karen al irrumpir en la sala de profesores.
Un hombre alto se puso de pie y la miró interrogante. “Yo soy Parra. ¿Qué puedo hacer por usted?”.
Karen se puso colorada. ¿Este tonto era el hombre al que su hijo tenía tanto miedo? Bueno, ella le enseñaría una buena lección acerca de intimidar a los niños.
“¡Mi hijo desapareció por sus burlas!”, dijo Karen lanzándose hacia delante para agarrar al hombre. “¡Se escapó, y es culpa suya!”.
Otro profesor se interpuso para bloquearle el paso. “Sra. Rodríguez, por favor, cálmese”.
“¿Rodríguez?”, preguntó Parra mirando por encima del hombro del otro docente con los ojos entrecerrados. “¿Usted es la madre de Peter?”.
“Sí, y voy a poner fin a su enfermiza predilección por victimizar a mi hijo”.
Parra negó con la cabeza. “Si alguien es culpable de hacerle daño a Peter, es usted”.
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“¡Cómo se atreve a hablarme así!”. Karen hizo otro esfuerzo por agarrar a Parra, pero ahora había aparecido un guardia de seguridad y la tomó del brazo.
“Su hijo llega constantemente tarde a mi clase de matemáticas porque no puede traerlo a la escuela a tiempo, y sus deberes son descuidados y están llenos de errores básicos. Está claro que nunca ha revisado sus tareas ni ha intentado ayudarlo”.
Karen se quedó boquiabierta. Abrió y cerró la boca, pero estaba tan sorprendida que sólo le salieron sonidos incoherentes.
“¿Sra. Rodríguez? Tengo entendido que busca a Peter”. El director había entrado en la sala y se acercó a ella.
“Uno de nuestros alumnos acaba de informarnos de que vio a Peter salir del recinto escolar con un hombre que llevaba un abrigo gris. El alumno dice que ha visto antes a Peter encontrarse con este hombre a las puertas del colegio”.
“Brian”. La comprensión golpeó a Karen como un camión. “¡Esta escuela es un desastre! ¿Cómo pueden ser tan negligentes con sus alumnos? Voy a denunciaros al Estado”.
Karen se apartó bruscamente del guardia de seguridad y corrió hacia su auto. Llamó al 911 mientras salía rápidamente por el portón de la escuela.
“¡Necesito denunciar un secuestro!”, gritó cuando la operadora respondió a su llamada.
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Karen entró en casa de Brian con la policía pisándole los talones. Gritó el nombre de su hijo y Peter le respondió con una voz débil y cansada.
“¡Ya voy, Peter!”, dijo Karen corriendo hacia su hijo. Entró en la cocina y encontró a Peter y a Brian estudiando matemáticas en la mesa.
“Por favor, no te enfades, mamá. Le pedí a papá...”, Peter se interrumpió y abrió mucho los ojos cuando la policía entró en la habitación.
“¿Qué es todo esto?”, preguntó Brian levantándose y señalando a la policía.
“Arréstenlo por secuestro”, dijo Karen señalando a Brian.
“Ahora sí que has ido demasiado lejos, Karen”, Brian se giró para dirigirse al policía más cercano. “Soy el padre de este niño y tengo derecho a ver a mi hijo. Mi hijo esperó casi una hora a que esta mujer lo recogiera del colegio, así que me ofrecí a traerlo a mi casa y ayudarlo con sus deberes de matemáticas”.
La policía le preguntó a Karen si tenía una orden judicial para impedir que Brian viera a Peter y, como no la tenía, se negaron a detenerlo y la amonestaron por hacerles perder el tiempo. Karen estaba furiosa. Arrastró a Peter hasta el auto y le advirtió a Brian que se mantuviera alejado de ellos.
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Unos días después, Karen recibió una llamada del Sr. Parra.
“Me alegra ver que ha empezado a interesarte por los estudios de Peter", dijo Parra. “Está claro que ahora entiende mejor los deberes, y en el examen más reciente sacó una nota entre el porcentaje más alto de su clase”.
Karen esperaba una discusión cuando se dio cuenta de quién llamaba y no supo cómo responder a las amables palabras de Parra. Cuando terminó la llamada, un sentimiento de culpa casi nauseabundo se agolpó en su vientre, pues no había sido ella quien había ayudado a Peter; ¡había sido Brian!
Karen se dejó caer en la silla de su oficina. Todas las cosas desagradables que les había dicho a Parra y a Brian pasaron por sus pensamientos. Había pensado que ellos eran los culpables de sus problemas y los de Peter, pero ahora no podía negar la verdad.
Había estado tan absorta en sus preocupaciones que había perdido el contacto con el mundo y con la gente que le importaba. Peor aún, así era como había vivido durante años.
Karen agachó la cabeza mientras viejas discusiones con su hermana, sus padres y sus antiguos amigos volvían a atormentarla. Pensó en la noche en que Brian se marchó y en cómo le había suplicado que cambiara de vida.
“Tienes que aprender a controlar el estrés”, le había dicho.
“Nadie puede vivir contigo cuando siempre estás al límite y buscando excusas para pelear”.
“He sido una estúpida”, murmuró Karen.
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Karen llamó inmediatamente a Brian. Se disculpó por todo y se desahogó con él mientras admitía que ahora se daba cuenta de lo equivocada que había estado. También le dijo lo agradecida que estaba de que hubiera ayudado a Peter con las matemáticas.
“¿Por qué no recoges hoy a Peter del colegio?”, le dijo ella. “Pasen la tarde juntos y puedes traerlo a casa a tiempo para la cena”.
Brian aceptó de inmediato. Peter y él pasaron juntos una tarde fantástica. Cuando llevó a su hijo a su casa y lo acompañó a la puerta, el padre decidió que discutiría un horario con Karen para poder pasar tiempo con Peter regularmente. Esperaba que no se convirtiera en una discusión.
Brian respiró hondo, preparándose para la ira de Karen. Lo último que esperaba era que abriera la puerta con un vestido negro ceñido al cuerpo.
“¿Por qué no cenas con nosotros?”, le preguntó ella.
Había un brillo en los ojos de Karen que Brian no había visto desde el día de su boda. Se sonrieron. Mientras seguía a Peter al interior, el hombre recordó lo idílicos que habían sido los primeros años de su matrimonio. Quizá Karen había decidido cambiar su vida a mejor.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La gente se comporta mal cuando se siente mal: El estrés y la ansiedad que Karen llevaba en el corazón la llevaban a arremeter contra todos los que la rodeaban. Culpaba a los demás de sus problemas porque no sabía aceptar la responsabilidad de sus defectos.
- Los padres no pueden decidir el destino de sus hijos: El comportamiento opresivo de Karen y su desatención a los problemas de su hijo causaron mucho sufrimiento a Peter y, en última instancia, lo obligaron a decantarse por su padre, más comprensivo.
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