Anciana gasta toda su pensión en cenas para indigentes y una noche la visitan - Historia del día
Una anciana, cuya pensión era su única fuente de ingresos, se lo gastaba todo en hacer la cena a indigentes todos los días. Una noche, acuden inesperadamente a su puerta, y ella abre, sin estar preparada para ver lo que uno de ellos llevaba en la mano.
Cindy, trabajadora social jubilada, sufrió la pérdida más brutal de su vida cuando murió su esposo, Adam, a los 35 años. Durante las siguientes décadas, su vida se convirtió en una oscura pesadilla de tristeza, soledad y dolor.
Se jubiló a los 69 años y no tenía hijos ni nadie a quien pudiera llamar "familia". A Cindy solo le quedaban los recuerdos de su difunto marido, sus sueños incumplidos de tener hijos y la oscura etapa de su infancia que pasó en las calles con sus padres.
Aunque solo se habían quedado temporalmente sin hogar tras un huracán, aquello dejó una cicatriz indeleble en el alma de Cindy. Fue algo que nunca podría olvidar.
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Cualquiera que no conociera a Cindy pensaría que de ahora en adelante disfrutaría su generosa pensión. Y es que era un dinero que se había ganado por sus años de dedicación y duro trabajo.
No estaba preparada para lo que vería aquella noche. Oyó un fuerte golpe en la puerta y silenció el televisor antes de levantarse para contestar.
Aunque Cindy podría haber pasado su vejez tranquilamente con su pensión, no quería hacerlo. Algo más le rondaba por la cabeza... algo sobre los vagabundos de la estación de metro que se encontraba mientras viajaba a diario al trabajo. Le recordaban su infancia y la lucha de sus padres por conseguir al menos una comida al día.
Cindy estaba agradecida por haber escapado de las calles y de la miseria, pero le dolía que pocos tuvieran la misma suerte. Así que se gastaba toda su pensión en comprar comida y cocinar para 25 personas sin hogar que conocía.
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Todos los días, Cindy se levantaba temprano y se ponía a trabajar en la cocina. Primero preparaba enormes ollas de gachas y las envasaba en varios recipientes desechables. Luego se ponía a preparar bocadillos, tortillas y verduras. Los rollos de carne y las hamburguesas no faltaban en su menú de fin de semana.
No era de extrañar que Cindy se comiera todo lo que cocinaba para los indigentes. Nunca hacía nada especial o aparte para ella. Y preparar la cena para tanta gente al día, incluida ella misma, no era tarea fácil.
Pero allí estaba, haciendo todo lo que podía para alimentar a la gente hambrienta que conocía. Los indigentes de la estación de metro no tenían palabras para agradecer a Cindy su amabilidad. Incluso le preguntaron dónde vivía, pero ella se negaba a revelar su dirección.
"Solo soy una anciana que no quiere que se vayan a dormir con hambre", bromeaba a menudo. Pero, ¿quién iba a decir que un día, uno de los chicos se escabulliría silenciosamente detrás de Cindy, y reuniría a todos sus compañeros frente a su casa la noche siguiente?
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"¡Deprisa! Tenemos que llegar a tiempo. Tenemos que darle una sorpresa", dijo Jonathan. Sus compañeros vagabundos estuvieron de acuerdo y marcharon a la dirección de Cindy. Ella no tenía ni idea de que le iban a ofrecer algo que nunca hubiera imaginado.
Ese día, Cindy se había tomado un descanso de la cocina. No es que estuviera agotada o se hubiera dado por vencida. Había dado a los indigentes bocadillos suficientes que no se estropearían durante el fin de semana.
Aunque Cindy se había tomado un descanso, se aseguró de que la gente que dependía de ella tuviera algo que comer. ¡Así era su buen corazón! Pero no estaba preparada para lo que vería aquella noche. Oyó un fuerte golpe en la puerta y silenció el televisor antes de levantarse para contestar.
"¿Quién ha venido a verme a esta hora?", se preguntó. "Ya voy, un segundo…".
En su patio estaban los 25 indigentes a los que daba de cenar. "¡Vaya! ¿Qué les trae por aquí y cómo han encontrado mi dirección?", exclamó cuando Jonathan avanzó hacia ella con una caja. Cindy se sobresaltó.
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"¡Feliz cumpleaños!", gritaron, sobresaltándola. "Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños querida Cindy…", cantaron mientras ella, atónita, se deshacía en lágrimas.
Resultó que Jonathan y unos cuantos vagabundos habían seguido a Cindy el día anterior hasta su casa sin que ella lo supiera. La oyeron hablar con alguien por teléfono y decirle que al día siguiente no iría a ningún sitio porque cumplía 70 años.
"No queríamos molestarla. Solo queríamos saber más sobre la amable mujer que nos da de comer", dijo Jonathan. "Entonces, nos enteramos de que hoy es su cumpleaños y le compramos esta tarta y las velas", añadió otro.
La forma en que los indigentes sorprendieron a Cindy en su cumpleaños la conmovió hasta las lágrimas. Les dio la bienvenida y compartió con ellos su tarta de cumpleaños. Fue el mejor cumpleaños que había celebrado nunca.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Agradece siempre a los que te ayudan. Cindy se gastaba toda su pensión en dar de cenar cada día a 25 indigentes. Conmovidos por su amabilidad, la sorprendieron en su 70 cumpleaños con una tarta. Aunque ella solía pasar su día especial sola, esta vez celebró el mejor cumpleaños de su vida con ellos.
- Ayuda a los necesitados siempre que puedas. Aunque Cindy podría haber vivido una vida tranquila con su pensión, la gastaba íntegramente en comida para los indigentes. Se aseguraba de que comieran una comida adecuada al día y nunca se fueran a dormir con hambre.
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