Niño hambriento empieza a comer sobras en una cafetería, un amable mesero le sirve comida nueva en su lugar
En una pequeña y acogedora cafetería del centro de la ciudad, la gente tomaba café y charlaba. El lugar bullía con ese tipo de ruido tan cómodo: gente riendo, cucharas chocando contra tazas y el sonido ocasional de la campanilla sobre la puerta cuando alguien entraba o salía.
En una mesa junto a la ventana, una señora acababa de terminar su comida. No era nada del otro mundo, sólo un bocadillo y un poco de ensalada, con una taza de té para acompañarlo. Parecía estar en su propio mundo, mirando de vez en cuando por la ventana, como si esperara algo. Al cabo de un rato, se levantó, pagó en el mostrador y se marchó.
La mesa estaba hecha un desastre, con restos de comida. No era para tanto, pasaba siempre. Pero hoy iba a ocurrir algo distinto. Un chico pequeño, que parecía haberlo pasado bastante mal, había estado observando a la mujer y a la mesa desde la esquina.
Imagen con fines ilustrativos | Foto: Shutterstock
Este chico lucía muy mal. La ropa le quedaba grande y parecía haber pasado por tiempos mejores. Tenía el pelo revuelto y la cara sucia. Tenía el aspecto de alguien que no ha comido bien en demasiado tiempo. Cuando la señora se fue, vio su oportunidad. Se sentó rápidamente y empezó a devorar las sobras como si fuera la mejor comida que había probado en su vida.
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Pero entonces se acercó el camarero. Era un tipo mayor que probablemente lo había visto todo. Al principio no dijo nada, sólo observó al chico durante un segundo. El pequeño se asustó, dejó de comer y se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensó que el camarero le echaría sin duda. En lugar de eso, el hombre se llevó el plato a medio comer, y el corazón del niño se hundió.
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El pequeño se levantó para irse, pero antes de que pudiera llegar lejos, el camarero volvió. ¿Y adivinen qué? Tenía una comida completa y nueva para él, caliente y con un olor increíble. El chico no se lo podía creer. Se quedó mirando un segundo hasta que empezaron a caerle las lágrimas. Esta vez eran lágrimas de felicidad.
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La cafetería se quedó en silencio al ver lo que ocurría. Entonces, de la nada, la gente empezó a aplaudir. Parecía sacado de una película. Todos sonreían y miraban al niño que disfrutaba de su comida sorpresa.
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Mientras el chico devoraba su comida, la gente de la cafetería empezó a acercarse al camarero y a darle dinero. Le estaban dando propina, pero no eran sólo unas monedas; estaban siendo muy generosos. Era como si la amabilidad del empleado fuera contagiosa, y ahora todos querían contribuir.
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El chico, con el estómago lleno y el corazón contento, parecía no poder agradecerle lo suficiente al camarero. No hablaron mucho, pero no importaba. Eran sólo dos personas que compartían un momento tranquilo, y parecía que se entendían a la perfección.
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