Indigente se acerca a una mujer y le revela que ella ha estado viviendo una mentira - Historia del día

Como hija de la familia Longstaff, Kate tenía que ser perfecta en todos los sentidos: inteligente, guapa y triunfadora. Creció creyendo que llevaba en la sangre ser la mejor. Pero justo antes de tomar una decisión que moldearía todo su futuro, un indigente le reveló que toda su vida había sido una mentira.

Cuando los primeros rayos de sol entraron en su habitación, Kate abrió los ojos. Su mañana empezó como todos los días: con determinación, precisión y orden.

Se levantó rápidamente de la cama y la dejó perfectamente hecha, alisando cada esquina y mullendo cada almohada hasta que tuvo un aspecto impecable.

En su impoluta habitación, cada cosa estaba en el lugar que le correspondía, desde los libros alineados en la estantería hasta los zapatos organizados por colores y tallas.

Hoy había optado por una americana y una falda azul marino con una blusa blanca.

Se recogió el cabello con horquillas, asegurándose de que no quedara ni un mechón fuera de su sitio. Se miró en el espejo y evaluó su reflejo con ojo crítico.

Sus padres lo aprobarían. Precisamente hoy tenía que lucir lo mejor posible.

Cuando entró en la cocina, sus padres, Julia y Charles, ya estaban sentados, con la espalda recta y la expresión tan tranquila y serena como siempre.

Ya habían tomado la mitad del desayuno, todo dispuesto en el orden exacto: huevos revueltos, tostadas, fruta y café.

La familia Longstaff no hacía nada a medias. Vivían según horarios, rutinas y perfección.

Cuando Kate se unió a ellos, su madre, Julia, le lanzó una rápida mirada.

"Kate, después de desayunar, comprueba si tienes manchas en la ropa y ajústate el maquillaje", dijo Julia con suavidad, sin levantar apenas los ojos del plato. "Es un poco... atrevido para hoy".

"Sí, madre", contestó Kate, sin atreverse a discutir. Tomó el tenedor, aunque tenía el estómago apretado por los nervios.

Hoy se reuniría con la junta directiva.

Sentía la presión de las expectativas de su familia, como si la miraran a cada paso. Todo lo que hiciera se reflejaría en la familia Longstaff.

"Katherine", habló su padre, Charles, con un tono controlado y firme.

"Hoy no sólo es importante para tu futuro, sino para toda la familia. Espero que nos hagas sentir orgullosos, no que avergüences el apellido Longstaff ante la junta".

Kate asintió, con un nudo en la garganta.

Sus padres esperaban que fuera perfecta en todo momento y, en su mayor parte, lo había conseguido. Pero hoy era diferente.

No podía deshacerse de la sensación de temor que se le acumulaba en el pecho, una sensación que no podía ignorar.

Charles se dio cuenta de su vacilación y entrecerró ligeramente los ojos.

"¿Te pasa algo, Kate? Apenas has probado el desayuno", comentó con voz fría.

Ella bajó la mirada hacia su plato, empujando un poco la comida.

"Papá... Yo... he estado pensando. Quizá debería aplazar mi entrevista. No me siento preparada...".

"Tonterías", replicó Charles con firmeza, su voz se volvió más fría.

"Todo está planeado hasta el último detalle. Ya eres adulta y es hora de que aprendas las responsabilidades de esta familia. Un día dirigirás esta empresa. Tienes que empezar a prepararte ahora".

Kate sintió que se le hundía el corazón. El camino que sus padres habían trazado para ella le parecía un muro que se cerraba por todos lados. Respiró entrecortadamente.

"Pero... ¿y si no quiero hacerlo?". Su voz apenas superaba un susurro y, sin embargo, en el silencioso comedor, parecía alta y audaz.

La mano de su padre golpeó la mesa, haciendo sonar los platos.

"No empieces otra vez", le espetó, con rostro severo.

"No quiero oírlo. Somos una familia, Kate. Naciste en esta familia y harás lo que sea mejor para ella. Si no puedes aceptarlo, puedes recoger tus cosas e irte".

Kate se estremeció ante sus palabras, sintiendo una punzada de vergüenza mezclada con rabia. Tenía tantas ganas de decir algo, de hablar por sí misma, pero sabía cómo acabaría.

Hacía tiempo que había aprendido que desafiar a sus padres no llevaba a ninguna parte.

Contestó con voz firme pero suave: "Lo siento, papá. No volveré a mencionarlo".

Kate estaba fuera del imponente edificio de oficinas, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Tenía los dedos apretados alrededor del teléfono, casi como si fuera su salvavidas, algo firme a lo que aferrarse.

Pero hoy no tenía esa confianza. En su lugar, se sentía abrumada por una oleada de duda y culpa que no desaparecía.

Se sentía dividida entre la persona que sus padres querían que fuera y la persona que ella sentía que era, alguien a quien ni siquiera estaba segura de comprender todavía.

A veces pensaba que no hacía más que seguir la corriente, que vivía una vida para ellos, no para ella.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una voz ronca y llena de incredulidad. "¿Rosa? ¿Eres tú? Mi querida Rosa".

Kate se volvió para ver a un hombre, desaliñado y vestido con ropas raídas, de pie a unos metros de ella.

Sin previo aviso, se acercó y la envolvió en un abrazo, con sus manos ásperas apretándola con fuerza.

Atónita, Kate se apartó, mirando fijamente al desconocido.

"¿Quién... quién eres? No soy Rosa. Debes de haberme confundido con otra persona".

"No, eres tú. Te reconocería en cualquier parte, Rosa. Reconocería esa marca de nacimiento que tienes en el cuello. Recuerdo la primera vez que la vi".

La mano de Kate fue instintivamente a su cuello, palpando allí la familiar marca. Era pequeña, algo en lo que rara vez pensaba.

Pero aquel desconocido, un hombre al que nunca había visto, la conocía. Sintió un escalofrío mientras preguntaba: "¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres?".

El hombre respiró entrecortadamente y su voz se suavizó.

"Rosa, querida, sé que te sonará extraño, pero... soy Eric. Soy tu padre".

Era imposible que aquel hombre fuera su padre. Tenía que ser algún tipo de error.

"Eso es imposible", dijo ella con firmeza, sacudiendo la cabeza. "Mis padres son Charles y Julia Longstaff. Siempre han sido mis padres".

Una expresión de tristeza cruzó el rostro del hombre.

"Charles y Julia... son ladrones, eso es lo que son. Tu madre Lily y yo... los dos trabajábamos para ellos. Yo era su jardinero y Lily su cocinera. Si no hubiéramos aceptado su oferta... nada de esto habría ocurrido".

Kate observó atónita cómo al hombre se le quebraba la voz y le corrían las lágrimas por la cara.

"¿De qué estás hablando?", preguntó ella, con la voz apenas convertida en un susurro. "¿Qué oferta?".

Eric la miró con ojos suplicantes.

"Nos ofrecieron dinero, dinero para comprarte. Era algo parecido a un acuerdo de gestación subrogada. Sabían que estábamos desesperados, que necesitábamos el dinero, y nos ofrecieron una salida. Fuimos tan tontos que creímos que sería sencillo".

La mente de Kate se agitó. "Pero... si ése era el plan, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué no me retuvieron?".

"Al principio todo parecía ir bien", explicó, con la voz cargada de pesar.

"Cuidaron de Lily durante el embarazo, se aseguraron de que tuviera todo lo que necesitaba. Pero cuando se acercó la fecha del parto, cambió de opinión. Ya no quería renunciar a ti. Te quería demasiado, y yo también. Queríamos ser una familia".

"Nadie tiene derecho a arrebatarle un hijo a su madre", dijo Kate, con la voz llena de convicción.

"Ningún contrato puede obligar a alguien a renunciar a su bebé".

Eric asintió con tristeza.

"Eso es lo que nosotros también creíamos. Pero durante el parto... Lily murió. Y se te llevaron. Intenté verte, aferrarme a ti, pero me apartaron. Me dijeron que no tenía derecho y luego... se aseguraron de que me mantuviera al margen de tu vida".

A Kate le dolía el corazón al ver a aquel hombre, su supuesto padre, derrumbarse ante ella. Tenía tantas preguntas, tanta confusión.

¿Podría ser cierto? Su mente le gritaba que no podía ser, que era imposible. Sin embargo, algo en la voz del hombre, en el dolor que vio en sus ojos, parecía real.

"Yo... no sé si te creo, pero quiero oír más. Déjame... déjame hablar con ellos primero".

Intercambiaron los números de teléfono y, con la promesa de llamarle pronto, Kate se marchó, con el corazón y la mente revueltos.

En cuanto Kate entró en el edificio de oficinas, sus padres, Charles y Julia, ya se dirigían hacia ella con expresión severa.

"¿Dónde has estado?". La voz de Charles era cortante, y sus ojos se entrecerraron al mirar el reloj. "Llegas casi media hora tarde".

Kate se serenó y el peso de todo lo que había aprendido volvió a caer sobre ella. "Papá, mamá, tengo que hablar con ustedes... Esto es importante".

Julia negó con la cabeza, agitando la mano como si quisiera apartar las palabras de Kate.

"Si se trata de otro de tus caprichos, Kate, no empieces. Vas a ir a esa entrevista, ¡y punto!".

"¿Soy... soy siquiera tu verdadera hija?".

Tras un silencio atónito, Julia intentó mantener la compostura.

"¿De qué estás hablando, querida?". Su voz era controlada, pero Kate pudo ver el destello de miedo en sus ojos. "¡Claro que eres nuestra hija!".

La voz de Kate se hizo más fuerte, más insistente.

"Entonces, ¿quiénes son Eric y Lily?".

Al mencionar esos nombres, el rostro de Charles se endureció.

"¿Dónde has oído hablar de ellos?", preguntó, con un tono repentinamente más frío.

Kate retrocedió un paso. "¿Así que es verdad? ¿Trabajaban para ti? ¿Y... y son mis verdaderos padres?".

"No es tan sencillo", replicó Charles, con un rastro de actitud defensiva en la voz. "Sí, Lily era tu madre biológica. Pero teníamos un acuerdo".

"¡Ya lo sé!", gritó Kate. "Ella cambió de opinión. El acuerdo debería haberse cancelado".

El tono de Charles se volvió despectivo.

"¿Y crees que deberíamos haberte devuelto a ese pobre hombre? ¿Qué clase de vida podría haberte dado?".

Kate negó con la cabeza, con un destello de dolor en los ojos.

"Pero era de la familia. ¿No podían haberle ayudado en vez de... simplemente llevarme?".

"¿Para que te arruinara?", replicó Charles, alzando la voz. "No. ¡Eres nuestra hija! ¡Nuestra hija! Nosotros te criamos. ¡Te dimos un futuro! ¿Y ahora quieres tirarlo todo por la borda?".

"Siempre sentí que me faltaba algo, que no pertenecía de verdad. Y ahora sé por qué. Nunca debí estar aquí".

Julia extendió la mano, su rostro se suavizó. "Querida, por favor...".

"Te agradezco todo lo que has hecho por mí, y nunca lo olvidaré", dijo Kate, con los ojos llenos de lágrimas. "Pero ahora tengo que tomar mis propias decisiones. Ahora mismo, elijo ayudar a Eric, el hombre que debería haber sido mi padre".

Había llegado el momento de que descubriera quién era realmente.

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