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La vida dio una gran lección al hombre que cambió a su mujer por otra más hermosa

Fabricio Ojeda
03 abr 2018
19:30

La siguiente reflexión puede representar a cualquier hombre superfluo que se deje llevar por el físico y desdeñe la belleza interior del ser que le dio su vida.

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Son innumerables los ejemplos que demuestran que el verdadero valor de las personas no está en lo que se ve, en el simple envoltorio, sino en lo que se lleva por dentro.

Sin embargo, no es la primera vez ni será la última que ocurra lo contrario, y la superficialidad gane la contienda en las relaciones amorosas.

El texto que publicó Historias Gurú y les traemos a continuación, pudo haber sido escrito por cualquier de esos hombres que con el paso de los años dejan a sus mujeres por otras más jóvenes y bonitas, sin pensar en el sacrificio que la ha llevado a descuidarse un poco, sobre todo cuando tienen hijos.

Es bueno leerla para no tener que arrepentirse luego de haber perdido al verdadero amor, por dejarse llevar por los ojos y no por el corazón.

Hoy, exactamente un año después de haberla dejado, me encontré con la mujer que un día fue mi esposa. Estaba bella, radiante; había adelgazado y no había señal de los rollos ni de la barriga.

El pelo suelto caía sobre sus hombros, un color brillante resaltaba sus preciosos labios sustanciosos y lucía un vestido que acentuaba su cintura y parecía haberse hecho solamente para ella. No parecía el cuerpo de una madre de tres preciosos pequeños, mis pequeños.

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Ahora estoy acá solo, recordando que esos kilogramos de más fueron a raíz del embarazo de nuestro último hijo. La barriga flácida era porque se estaba recuperando de la gran barriga donde cargó por nueve meses los mejores regalos que la vida me ha dado.

La celulitis era por el hecho de que cambió el gimnasio para quedarse en casa cuidando de nuestros hijos, no tenía tiempo para peinarse todos y cada uno de los días, y mucho menos depilarse, maquillarse o bien sacarse las cejas.

El poco tiempo del que disponía lo empleaba para mí, al grado de olvidarse de sí. Acostumbraba a ponerse en segundo, tercer o bien cuarto plano.

Cambió vestidos por pañales, tenía los pechos caídos, más estaba orgullosa de haber amamantado a sus hijos hasta por un par de años, y no utilizaba sostén por el hecho de que le era más simple nutrirlos de esa forma.

Y todavía así, después de toda la desbandada de cocinar, planchar y limpiar, sonreía y se veía feliz con su familia, para ella no había algo más perfecto.

El día de hoy les cuento esto, porque sé lo que es tener una mujer de verdad en casa, pero la dejé ir.

Lo arruiné todo, perdí a esa mujer; estúpidamente cambié la belleza real por una belleza de fachada, mas aprendí la lección: me faltó entendimiento y agradecimiento, saber reconocer el valor que tiene ser ama de casa.

Ahora está con el más pequeño de mis hijos, Benjamín, de apenas un añito. Las otras dos ya son mayores y no le consumen tanto tiempo.

Valora compañero, pues una mujer de verdad no siempre y en toda circunstancia tiene medidas perfectas, pero siempre y en todo momento tiene carácter.

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