Hombre humilla a su esposa porque cree que ser madre es muy fácil, recibe una lección - Historia del día
Un hombre menospreciaba a su esposa porque creía que ser madre y ama de casa era una tarea muy fácil. Pero le tocó aprender una lección.
Cristian tenía 42 años y trabajaba en una gran empresa. Hacía mucho que era empleado allí, pero nunca lo ascendían por su fama de persona difícil.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay
La frustración que juntaba en el trabajo solía volcarla en su hogar. Rosa, su esposa tenía 10 años menos que él, y hasta su casamiento había trabajado como ingeniera para otra empresa. Ambos compartían la casa que ella había comprado cuando era soltera.
Cristian había presionado a Rosa para que renunciara a su brillante puesto tras el nacimiento de su primer hijo. Decía que un niño necesitaba mucho de su mamá en los primeros años, y que era de mala madre marcharse a trabajar.
El hecho de que ella ganara más dinero que él y tuviera una carrera profesional mucho más prometedora no lo hacía cambiar de opinión. Al contrario, la situación lo incomodaba porque se sentía menoscabado.
Finalmente, Rosa decidió que podía tomarse un par de años sabáticos en el trabajo para cuidar a su hijito. Después de todo, era una ingeniera brillante, y no le costaría reinsertarse luego.
Los primeros meses se sintió muy satisfecha con la decisión. Pero un año y medio después de Leandro quedó inesperadamente embarazada del segundo niño, Mateo.
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Tras el nacimiento, la casa se volvió desordenada y la perspectiva de volver al trabajo, que ella ya añoraba, otra vez se alejaba. Con dos niños pequeños en casa, siempre había algo pendiente por lavar, juguetes tirados o manchas en el suelo.
"¿Otra vez el sillón todo manchado?", protestó una noche Cristian. "Tengo que recibir a un colega y mira el desastre que es todo esto".
Rosa intentó calmarlo. "Disculpa, tenía mucho que hacer esta mañana y no llegué a limpiar el comedor".
"¿Mucho que hacer?", se indignó él. "¿En casa? ¿Haciendo qué? ¡Lo único que tienes que hacer es cuidar a los niños y mantener la casa presentable, y ni eso eres capaz de hacer!", le gritó.
Antes de que ella pudiera responderle, él salió. Lo escuchó hablar, en la calle, con su visitante, y citarlo en un bar. Suspiró aliviada: desde el nacimiento de Mateo el carácter de su esposo parecía tener cada vez la mecha más corta.
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Otro día, Cristian regresó a su casa y la encontró con una manta en el sillón, rodeada por sus hijos y mirando dibujos animados. Se sintió celoso: ¿cómo podía estar descansando si él venía de largas horas de trabajo? No sentía que fuese justo.
Su esposa se levantó para recibirlo y darle un beso, pero él se zafó de su abrazo y se dedicó a buscar algo fuera de lugar para enrostrarle. No tardó en hallarlo: los vasos de la merienda de los niños y algunos juguetes habían quedado sobre la mesa frente al televisor.
"Cris, mira, tenemos dos hijos pequeños, por supuesto que siempre hay algo fuera de lugar", intentó explicar Rosa.
"¡Se supone que tu trabajo es ocuparte de que eso no pase, y ahí estás, todo el día echada mirando televisión!", la despreció él.
A partir de eso, las cosas no hicieron sino empeorar. Él la despertaba muy temprano para exigirle que le hiciera el desayuno, y supervisaba permanentemente que todo estuviera impecable como en un hotel de cinco estrellas al volver.
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Una o dos veces por semana, llevaba amigos a comer, y la hacía cocinar grandes menúes. Ella no se quejaba, pero estaba exhausta, y su paciencia empezaba a agotarse.
"Eres tan afortunado, Cristian", dijo un amigo un día. "Tu esposa es un ángel, hace todo por ti".
"Y así tiene que ser", lo cortó él. "Yo trabajo, y ella cuida la casa y los chicos".
Rosa lo escuchó con el ceño fruncido. Ella ni siquiera había tenido tiempo para cenar, y cuando se había dispuesto a hacerlo se dio cuenta de que ni siquiera le habían guardado una porción.
Cuando los visitantes se fueron, decidió confrontar a su esposo. "No es fácil ser madre y ama de casa, y tu indiferencia no mejora las cosas", le dijo, con rabia contenida.
"¡Pero déjate de tonterías, mujer!", le gritó él. "¡Ni haces tanto y tengo que tolerar tus excusas! ¿Te piensas que es más fácil trabajar todo el día? ¿Por qué no lo intentas? Vamos, yo me quedo con los niños y trabaja tú".
"De acuerdo", dijo Rosa, con una sonrisa amarga.
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Al día siguiente, él se pidió una larga licencia en el trabajo. Ella fue a visitar a un excolega que sabía que estaba ofreciendo una posición y la querría en su equipo. Obtuvo el puesto de inmediato.
Durante la primera semana, Cristian se dedicó a asegurarse de que los niños estuvieran bien, pero no hacía mucho más. La casa empezaba a parecerse cada vez más a un chiquero. "Pero es todo trabajo de mujeres", se decía él.
Rosa se sentía culpable de dejarlo solo con los niños, así que empezó a limpiar la casa también, y a quedar más cansada que antes. Cuando intentó hacer que Cris hiciera algunas labores domésticas, siempre encontraba excusas.
Días después, ya estaba harta. Llamó a su suegra, Marta, para pedirle consejo sobre la situación.
"¿A qué debo el gusto de tu llamada?", la atendió la señora.
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"Mire, llamo para pedirle consejo antes de que Cris me vuelva loca", le confesó. Y le contó toda la situación.
"Mira, cariño, todo lo que hice yo fue tener a los niños", le reveló Marta. "Mi marido contrató servicio doméstico para limpiar, y dejábamos a los chicos en la guardería antes de ir a trabajar. Cristian siempre se avergonzó de eso porque sus amiguitos tenían madres amas de casa".
La conversación le abrió los ojos a Rosa: él nunca la había apreciado. Todo lo que hacía era quejarse y usarla.
Al día siguiente, tuvo una seria conversación con él, en la que le expuso todos sus motivos de queja. Era muy raro que ella levantara la voz, así que el tono inmediatamente le llamó la atención. Aquel día, Cristian realmente reparó en su esposa.
Había ojeras bajo sus ojos, y lucía muy cansada. Cayó en la cuenta de que ella tenía razón, pero antes de que él pudiera encontrar el valor para admitirlo y pedirle disculpas, ella le dijo que se fuera de su casa y de su vida. Era el final de su matrimonio.
Él se sentía muy afectado por la pérdida. Pero ya era tarde: no había sabido apreciar a Rosa, y la había perdido para siempre.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor no es excusa para tolerar faltas de respeto: Cristian fue irrespetuoso con Rosa, aun cuando ella puso lo mejor de sí misma para complacerlo. Y la paciencia tiene un límite.
- Reconocer lo que hacen los demás es muy valioso: Haber mandoneado a su esposa sin jamás reconocer su esfuerzo y su tiempo hizo que Cristian terminara perdiéndola.
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