Compañeros de clase se burlan de la pobre niña cuando se queda completamente calva, y años después le piden un autógrafo - Historia del día
Mis compañeros de clase me evitaban y me miraban con desprecio cuando me quedé completamente calva. Pero todo cambió cuando me encontré con un anciano en un restaurante.
Ser diferente no es fácil. Me di cuenta cuando mis amigos comenzaron a evitarme por mi condición médica. En ese momento solo tenía 14 años y no sabía lo que significaba mi enfermedad.
A veces le preguntaba a mi mamá por qué me pedía que usara peluca todo el tiempo, pero nunca me había dado una respuesta clara. Simplemente decía que tenía una enfermedad que causaba la pérdida de cabello y que estaría bien cuando creciera.
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¿Pero adivina qué? Eso nunca sucedió, y pasé el resto de mi vida usando una peluca. Sí, mi madre me había mentido cuando era niña, pero no me había dado cuenta hasta que en una ocasión la confronté.
Mis amigos y yo habíamos ido a un parque de diversiones aquel día. Mientras todos disfrutaban de los paseos, yo me senté sola en un banco porque le temía a las alturas y a las atracciones en general.
Cuando mi amigo Marcos notó que estaba sentada sola, se acercó a mí. Entonces comenzó a presionarme para que me subiera con él y con los otros en una montaña rusa.
“¡Vamos, Ana!”, dijo él. “¡No seas tan aburrida! ¡Mira, todos se están divirtiendo mucho!”. “Estoy bien”, respondí en voz baja. “¡Vayan ustedes!”. “¡Que no! ¡Tienes que venir con nosotros! Es nuestro último picnic escolar. ¿Cómo puedes perdértelo?”, insistió Marcos.
“Pero...”, comencé a hablar cuando él y otros me interrumpieron. “¡Ana! ¡Ana! ¡Ana! ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!”. Finalmente me convencieron de montarme en la montaña rusa. Estaba tan asustada que cerré los ojos y me agarré con fuerza al extremo del asiento.
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Cuando terminó el paseo y abrí los ojos, vi que todos a mi alrededor se reían de mí. “¿Qué pasa, chicos? ¿De qué se ríen todos?”, pregunté confundida. “Ana... tu cabeza”, dijo Marcos y luego se echó a reír.
Toqué mi cabeza y descubrí que mi peluca había salido volando mientras estaba en la atracción. Todos vieron que estaba calva. “Ah, no me había dado cuenta”, dije avergonzada. Luego corrí hacia el autobús escolar.
Quería ir a buscar mi peluca, pero estaba tan abochornada que no tuve el valor de enfrentarme a todos. Sin embargo, cuando terminó el picnic, mis compañeros de clase comenzaron a abordar el autobús. Incluso entonces, no perdieron la oportunidad de burlarse de mí.
“Oh Dios, ella es calva. ¿Sufre de cáncer?”, escuché a uno de los niños hablando con su amigo. “No, no, creo que está sufriendo de alguna enfermedad”, dijo el otro chico.
“Pero chicos, ¿no creen que se ve graciosa sin la peluca?”, alguien refunfuñó, y todo el autobús se echó a reír. De alguna manera logré controlar mis lágrimas hasta que llegué a casa. Pero mi mamá rápidamente se dio cuenta de que estaba angustiada por algo.
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“¿Qué pasa cariño? ¿Y dónde está tu peluca?”, preguntó ella, ansiosa. Lloré y la abracé. “¿Por qué soy diferente a los demás niños, mamá? ¿Por qué yo, por qué?”. “Oh, cariño”, me consoló. “No te preocupes. ¡Todo va a estar bien!”.
“¿Cuándo mamá? ¿Cuándo llegará ese momento?”, estaba furiosa. “Llevo peluca desde los 5 años, ¡pero mi cabello nunca ha vuelto a crecer! ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué no me crece el pelo?”.
Ella suspiró. “Bueno, Ana. No sé cómo decirte esto, pero...”. Luego comenzó a explicar. Resultaba que había nacido como una bebé sana y hermosa, pero mi pelo se había comenzado a caer mientras crecía.
Cuando me llevó al médico, me diagnosticaron alopecia, una rara condición médica que causa la caída del cabello. El médico le había dicho que me quedaría calva muy pronto.
“Estaba avergonzada por eso, pero no quería que sufrieras. Sabía que la gente te evitaría y a nadie le agradarías si se enterara de que tienes una enfermedad rara. Como resultado, decidí hacerte usar una peluca todo el tiempo”.
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Me quedé atónita. Mi mamá estaba avergonzada de mi apariencia, ¿así que me hizo usar una peluca? Juro que fue el día más terrible de mi vida cuando escuché a mi mamá decir eso. Pero a partir de ese momento decidí que ya no me escondería.
Con el paso del tiempo, perdí a todos mis amigos a causa de mi enfermedad. Algunos se burlaban de mí por mi apariencia, mientras que otros confundían la alopecia con una enfermedad contagiosa y me evitaban.
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Seré honesta. A veces me sentía muy sola. Pasaba varias horas llorando, pensando por qué tenía que sufrir tanto. Pero afortunadamente, esa soledad me ayudó a descubrir mi pasión y decidí seguir una carrera en la música.
Aun así, también tuve que enfrentarme a la burla. Mi profesor de música en la universidad me despreciaba y había dicho que asustaría a la audiencia por mi apariencia.
Abatida, abandoné mis sueños y acepté un trabajo en un restaurante para poder ganarme la vida. Mi madre tampoco apoyó mis sueños. Pensó que me estaba burlando de mí misma al seguir una carrera que me expondría a tanta gente.
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Por eso tuve que hacer todo por mi cuenta. Un día, estaba a punto de irme después de mi turno en el restaurante cuando vi entrar a un hombre mal vestido. “¡Ana, date prisa y ven aquí!”, mi jefe me gritó. “¿Sí?”, contesté.
“Ve y atiende a ese cliente, a ese anciano. Ninguna de las camareras quiere hacerlo por su apariencia. ¡Así que tendrás que hacerlo!”.
“Pero mi turno ya terminó, Eduardo. Y tengo que ir a practicar el canto”, dije. “Bueno, en ese caso, ¿quieres seguir cantando y que te despidan?”, me amenazó.
No tuve elección. Me vi obligada a servirle a ese hombre, pero eso resultó ser una bendición. Habiéndole servido sin juzgarlo, me ofreció la oportunidad de pedirle cualquier cosa.
“Puedes pedir lo que quieras. Me alegro de que no me juzgues por mi apariencia. Escuché a otros empleados hablar de mí. Soy productor musical y, como sabes, las personas creativas valoran su pasión por encima de su apariencia”, exclamó, riendo.
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Decidí que esta era mi oportunidad de cumplir mi sueño. Le pregunté si podía escuchar una de mis canciones y estuvo de acuerdo. Es más, amó mi voz y me preguntó si podía trabajar con él en su próximo álbum. Yo estaba en las nubes.
Empezamos a trabajar en eso unos meses después, y en un año, estaba en todas las listas de música. No podía creer que mi sueño se hubiera hecho realidad. Di varios conciertos en todo el mundo y, finalmente, un día me invitaron a presentarme en mi ciudad natal.
Después de mi presentación, estaba a punto de dejar el escenario cuando escuché una voz detrás de mí. “¿Me puedes dar tu autógrafo, por favor? ¡Tu canción es una de mis favoritas!”.
Me sorprendió cuando me di la vuelta. Era Marcos, y no estaba solo. Varios de mis amigos que me habían dado la espalda estaban con él. “¡Nosotros también lo queremos!”, dijeron. Otros insistieron: “¡Nosotros también amamos tu música!”.
Les di una cálida sonrisa y les firmé autógrafos. “¡No puedo creer que te hayas vuelto tan famosa, Ana! ¿Recuerdas lo cercanos que solíamos ser en la escuela?”, dijo Marcos mientras le entregaba un cuaderno de notas firmado.
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“Lo siento, pero no te reconocí”, respondí con una sonrisa. “Muchas personas me ha contado la misma historia para engañar a sus amistades haciéndoles creer que son mis amigos íntimos”, dije.
“Después de todo, la gente en la escuela sabe que todos se burlaban de mí y me habían dado la espalda por mi enfermedad. Pero igual, ¡fue un placer conocerte, Marcos!”.
Cuando me iba, vi a mi madre también. Quizás, a ella también le había costado creer que su hija se había convertido en una cantante exitosa. Quería acercarme y preguntarle si todavía le avergonzaba por mi apariencia, pero la vi alejarse con lágrimas en los ojos.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca juzgues a alguien por su apariencia. La forma en que el amigo de Ana la juzgó no era la correcta.
- Dios quita algo para darnos algo mejor. Ana fue víctima de burlas toda su vida debido a su apariencia y se quedó sola, pero ese aislamiento la ayudó a descubrir su verdadera vocación: cantar.
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