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Niña vende limonada en la calle, llegan policías y la rodean - Historia del día

Una niña empezó a vender limonada en su jardín para ayudar a su madre. Sin embargo, las cosas tomaron un giro más serio cuando la policía descubrió su negocio.

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“Apenas 20 dólares”, murmuró la pequeña Emilia Higuera mientras se secaba el sudor de la frente. Llevaba horas bajo el sol, pero solo había podido vender unos pocos vasos de limonada.

Para empezar, no había mucho tráfico peatonal, y los que se detenían a comprar a menudo se marchaban cuando escuchaban que cada vaso costaba cinco dólares. Pensaban que era linda, pero no tanto.

Un grupo de policías en motocicletas transitando por una calle. | Foto: Shutterstock

Un grupo de policías en motocicletas transitando por una calle. | Foto: Shutterstock

Cuando se puso el sol esa noche, Emilia se sintió decepcionada porque solo había podido ganar diez dólares más además de los 20 que había obtenido antes.

Estaba por rendirse y marcharse cuando un policía en motocicleta se detuvo frente a su mesa. Un policía alto con un rostro severo y bigotes se bajó de la moto.

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Tenía una cicatriz que iba desde la barbilla hasta el costado del cuello. Estaba descolorida, pero era lo suficientemente visible como para llamar la atención de la niña de 10 años.

Estaba tan concentrada en la marca que saltó cuando el hombre habló con voz ronca.

“¿Tienes una licencia?”, preguntó, sin un ápice de simpatía. “Lo siento pero no, señor”, dijo ella.

“¿Pagas impuestos?”. “No”, contestó.

Oficial de policía hablando por radio. | Foto: Pexels

Oficial de policía hablando por radio. | Foto: Pexels

“Entonces tendrás que acompañarme”, dijo el policía.

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“¡Por favor, no! ¡No puede hacer eso!”, lloró Emilia. “Preferiría que me ayudara”.“¿Y por qué haría eso?”, preguntó.“Porque los médicos dicen que hay algo mal conmigo y tienen que mirarme por dentro”, respondió.

El oficial de policía, cuya etiqueta con su nombre lo identificaba como Camacho, tardó unos segundos en darse cuenta de que la niña se refería a una operación.

“Estoy enferma”, finalizó la chica. “Necesito ayudar a mi madre para que pueda pagar las facturas. ¡No me arreste por favor!”.

El policía se entristeció y lo conmovió la simpleza de lo que le decía. Aquí había una niña que necesitaba ayuda, no una reprimenda.

“Está bien niña, no te arrestaré esta vez. ¿Puedo tomar dos vasos de limonada?”, preguntó.

Una pequeña niña jugando. | Foto: Pexels

Una pequeña niña jugando. | Foto: Pexels

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“Son cinco dólares por cada una oficial”, dijo con una gran sonrisa.

“Está bien. El segundo vaso es para ti, una recompensa por tu arduo trabajo”, le dijo mientras aceptaba su limonada.

“Gracias, señor”, dijo y luego se bebió el jugo.

Al día siguiente, Emilia fue al médico junto a su madre, la Sra. Higuera. “Deme una buena noticia, doctor”, dijo la mujer. Su preocupación era evidente.

“Como le dije la última vez que vino, ella está respondiendo bien a los medicamentos, pero la cirugía es su mejor opción. Su hija tiene una gran probabilidad de sobrevivir”, explicó el médico.

“Pero el tumor en su cerebro pronto comenzará a crecer a un ritmo exponencial y cuando crezca hasta cierto tamaño, será imposible operarla”.

Un médico  con un estetoscopio colgando en su cuello colocándose unos guantes de látex. | Foto: Pexels

Un médico con un estetoscopio colgando en su cuello colocándose unos guantes de látex. | Foto: Pexels

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“Está bien, doctor, veré qué puedo hacer”, dijo la madre de Emilia.

Cuando salió del hospital con la niña, las lágrimas rodaron por sus mejillas porque sabía que no había forma de que pudiera reunir los $10.000 necesarios para la operación. El seguro cubriría $5.000, pero el resto aún era demasiado para que ella pudiera pagarlo.

“No llores mamá, todo estará bien, ya verás”, trató de consolarla su hija.

“Lo sé, cariño”, dijo la Sra. Higuera.

Al día siguiente, Emilia solicitó la ayuda de su amiga para hacer más limonada para vender. Estaba decidida a ayudar a su madre sin importar el costo.

Las ventas venían igual de bajas que el día anterior, y la niña empezaba a cansarse de las negativas. Todo siguió así por horas hasta que de repente la calle se llenó de motocicletas de policía.

Una madre abrazando a su hija. | Foto: Pexels

Una madre abrazando a su hija. | Foto: Pexels

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Eran dirigidas por el mismo oficial estoico que le había comprado limonada antes. “Pensé que te vendría bien una multitud”, le dijo con una sonrisa.

Decenas de policías la rodearon y compraron toda su limonada ese día, algunas a precios más altos. También le pidieron que hiciera más limonada para poder comprar más, y ella les hizo una promesa.

Cuando llegó a casa, le contó a su mamá lo sucedido y le presentó el dinero que había ganado. La mujer rompió a llorar y la abrazó con fuerza.

“¿Puedo ayudarte?”, preguntó la madre.

“Estás contratada”, dijo Emilia.

Al día siguiente, madre e hija estaban en el puesto de limonada y los oficiales volvieron a aparecer. En poco tiempo, los policías de toda la ciudad le estaban comprando limonada a la niña. Ella y su madre ganaron mucho en los días siguientes.

Una persona acostada en una cama clínica mientras alguien le toma la mano. | Foto: Pexels

Una persona acostada en una cama clínica mientras alguien le toma la mano. | Foto: Pexels

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Cuando regresaron al hospital para la cirugía, tenían $12.000, por lo que no tuvieron que tocar el dinero del seguro y aún quedaba algo de efectivo después de la operación.

Todo salió muy bien y después la niña fue declarada libre de tumores. Vivió una larga vida e incluso tuvo sus propios hijos, pero nunca olvidó el acto de bondad al azar que recibió de un oficial de policía.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

Los actos de bondad al azar pueden ser de gran ayuda. Emilia nunca habría ganado suficiente dinero vendiendo limonada a extraños al azar en la calle, y el oficial lo sabía. No solo no la arrestó por vender sin licencia, sino que también trajo a sus compañeros para que la apoyaran, lo que le dio la oportunidad de ganar suficiente dinero para la cirugía.

A veces, los padres necesitan ayuda. La Sra. Higuera no era rica y sabía que sería difícil ganar lo necesario para tratar a su hija. Eso le causaba dolor, pero no pidió ayuda porque sintió que era su responsabilidad cuidar de su hija. Afortunadamente, Emilia tomó el asunto en sus propias manos y comenzó a vender limonada. Al final del día, eso fue lo que la salvó. Es posible que los padres no lo digan con frecuencia, pero a veces, incluso ellos necesitan ser salvados.

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