Mamá le pide dinero a la hija que abandonó hace muchos años - Historia del día
Raquel era una niña sana y preciosa. Su madre la abandonó en el orfanato a los 7 años. Tiempo después, su madre volvió a ella para pedirle dinero, y la vida le enseña una invaluable lección.
Mi mamá nunca pudo mantener un trabajo por más de 6 meses. Eso nos afectó de muchas formas. En ciertos momentos, apenas teníamos dinero para comer. Cuando cumplí los 7 años, decidió darme en adopción.
Nunca olvidaré ese día. Era una hermosa mañana de domingo. Me dijo que haríamos un viaje rápido fuera de la ciudad. En el camino, no dijo ni una palabra. Ella sabía lo que estaba haciendo.
Orfanato. | Foto: Shutterstock
Cuando llegamos al orfanato, me dejó junto a la puerta principal y me dijo: “Raquel, aquí es donde te vas a quedar ahora. Esta gente te va a cuidar mejor que yo". Dicho eso, se dio la vuelta y se fue.
Estaba muy confundida. No entendía lo que estaba pasando. Una amable mujer, Karina, me recibió y me abrazó como nadie nunca me había abrazado.
"Querida Raquel, sé que duele, pero haré todo lo posible para que te sientas como en casa", me dijo con la voz más dulce que había oído.
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Mi mamá quería conseguirse un buen marido. Yo era muy pequeña, pero entendía que me estaba interponiendo. Cuando me dejó en el orfanato, la vi subir a un coche elegante, conducido por un hombre misterioso.
Karina me vio llorar gruesas lágrimas. "No llores, cariño. Nadie te hará daño aquí. Me aseguraré de que eso no suceda. Te protegeré", me dijo, y me abrazó de nuevo.
Esa mujer fue mi rayo de luz. Por las noches, me leía cuentos y me cantaba canciones de cuna hasta que me dormía. Hacíamos pícnics en el parque en los veranos y nos bañábamos en el lago cerca del orfanato.
Picnic de madre e hija. | Foto: Shutterstock
"Incluso si no me adopta una nueva familia, estoy feliz de estar contigo aquí", le dije un día a Karina. Si no fuera por ella, no sé si hubiese logrado sobrevivir.
Pero a pesar de su protección, había ciertos tormentos de los cuales no me salvaba. Como el acoso de los demás niños.
"¡Oye, niña nueva!", me gritó uno de los chicos. Era el más bajito del grupo, pero era muy petulante y mandón. "¿Tú eres la que fue abandonada por su propia madre?", dijo, señalándola y riendo.
Karina corrió a mi rescate, "¡Vayan a su habitación, ahora!", les gritó. Así era ella. La madre que siempre quise. Una que no se olvidara de mis cumpleaños y que siempre me organizara una celebración.
Una vez le dije que mi sueño era ir un día a Italia y comer mucha pizza y helado. Ella me preparó una fiesta de cumpleaños con temática italiana ese año, con pizzas de diferentes sabores y mucho helado.
Pasaron los años, y nunca fui adoptada. Cuando llegó el momento de dejar el orfanato, me sentí profundamente agradecida de que Dios me hubiera unido a esa amable mujer.
Joven mujer agradece a Dios. | Foto: Shutterstock
Lo mucho que aprendí de ella me ayudó a graduarme de la universidad como un estudiante sobresaliente. Me especialicé en criminología, y al poco tiempo conseguí trabajo muy bien remunerado en un bufete de abogados.
Mi vida cambió drásticamente, y resultó ser mucho mejor de lo que yo podría haber imaginado. Pero entonces, recibí una llamada telefónica que había estado temiendo.
Era Sara, mi mejor amiga del orfanato. "Hola, Raquel. ¿Cómo estás? ¿Todo bien? Tengo algo importante que decirte", explicó Sara. "¿Qué pasó?", preguntó Raquel.
“¿Recuerdas a Karina, la maestra del orfanato? Está enferma, está en el hospital. No estoy muy segura de lo que tiene, pero sabía que tenía que contártelo", dijo Sara.
No sabía en qué hospital estaba, así que llamé a todos los hospitales de la ciudad hasta dar con ella. Fui a visitarla de inmediato. Al entrar a su habitación, sus ojos se llenaron de lágrimas.
"Yo sabía que ibas a venir, niña", dijo con una gran sonrisa en el rostro. "¡Por supuesto! Vine tan pronto como Sara me contó. ¿Qué pasó?", le pregunté.
Mujer mayor y mujer joven en hospital. | Foto: Shutterstock
"Estoy algo enferma, ya sabes", dijo Karina. "Estoy vieja. Pero venceré esto" agregó. Raquel la miró de arriba a abajo. "Sí, lo venceremos. Juntas. ¿Por qué no te mudas conmigo? Cuidaré de ti. Como lo hiciste conmigo cuando era niña", le dije.
Karina me miró, incrédula. "Raquel... ¿estás segura? Tú ya tienes tu vida, no quiero ser una carga para nadie", comenzó. Pero no la dejé terminar. "Nunca vuelvas a decir eso, Karina. Será un placer tenerte en casa", le dije.
Un día, vi a una indigente cerca de mi casa. Inmediatamente la reconocí por los ojos. Era mi mamá. Esa mujer que me había dejado sola frente a un orfanato hace tantos años.
"Hola, Raquel... Vi tu nombre en el periódico. Me alegro de que te hayas convertido en una mujer así. He estado pensando en venir a verte desde hace años, pero nunca había tenido el valor de hacerlo", me dijo.
Quedé muda. Ella continuó. "Sabes, estoy envejeciendo, y no sé cuándo dejaré este mundo. No quisiera llevarme el remordimiento conmigo", agregó.
"¿Tienes idea de lo que me hiciste?", le pregunté. "Una niña pequeña...", comencé, pero me atajó. "Sí, lo sé. Lo he pensado por años. Solo quería disculparme, y pedirte ayuda", me dijo en voz baja.
Mujer mayor llorando. | Foto: Shutterstock
“Nada de lo que hagas ahora puede hacer cambiar el pasado”, le respondí.
"Lo sé, Raquel. Y no espero que me perdones. Estoy enferma, ¿sabes? Solo quería verte antes... ya sabes, antes de que suceda lo que vaya a suceder", explicó.
"Eres la única persona con la que puedo hablar. De hecho, eres la única a la que puedo pedir ayuda. No tengo a nadie, no tengo dinero. Necesito dinero para mis medicinas. ¿Me ayudas?", preguntó, y rompió en llanto.
Había guardado rencor hacia esa mujer toda mi vida. Pero cuando la vi, parada llorando frente a mí, no sé qué pasó, pero algo cambió dentro de mí. Recordé a Karina.
"Está bien, mamá. Nunca pensé que diría esto, pero algo dentro de mí lo dice... No estoy segura de poder perdonarte por completo. Me causaste mucho dolor. Pero hay algo dentro de mí que dice que no debería hacerte lo mismo".
Mujer tocando su corazón. | Foto: Shutterstock
Respiré hondo. "Veré qué puedo hacer por ti, aquí está mi número de teléfono", dije, y le entregué mi tarjeta. "Muchas gracias, Raquel. Por todo", me respondió.
Me fui a casa. Al llegar, le conté a Karina lo que acababa de pasar. "Ay, niña"; me dijo, tomando mis manos en las suyas, "que tu corazón guíe tus pasos. Yo te apoyo en todo, tomes la decisión que tomes.
Al día siguiente sonó mi teléfono. "¿Hola?", dije. "Hola Raquel, soy yo. Me preguntaba si... si quisieras ir a tomar una taza de café o té algún día de estos".
Karina tenía razón. Debía escuchar más a mi corazón. "Hola madre. Bueno, no sé nada de esto. No sé si estoy listo para esto. Es demasiado rápido"; le dije, y colgué el teléfono.
Pasaron 3 semanas. No estaba lista para perdonarla, pero quería verla. Eso era lo que me decía mi corazón. "¿Qué es lo peor que puede pasar?", me pregunté.
Por fin, decidí llamarla. "Hola, ¿todavía quieres ir por una taza de té?", le pregunté.
Par de tazas de té. | Foto: Shutterstock
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Podemos sentir compasión por alguien que nos hizo sufrir. El escritor John Green dijo una vez: "La única forma de salir del laberinto del sufrimiento es perdonar". Raquel no estaba segura de si perdonar a su madre era lo correcto, pero sabía en su corazón que eso pondría fin a su sufrimiento.
Una bendición disfrazada. Si Raquel no se hubiera quedado en un orfanato, es posible que nunca se hubiera convertido en una persona exitosa. Ella superó los desafíos de la vida por sí misma.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.