Tras la muerte de su madre, hermanos hallan una caja polvorienta en el armario de sus padres - Historia del día
Durante años, Ana y Simón se sintieron avergonzados de sus padres y se alejaron de ellos a la primera oportunidad. Regresaron cuando ambos murieron y descubrieron la impactante verdad acerca de su pasado.
“¡Los hijos no van a venir, ni siquiera en un día como hoy!, es horrible. La señora Yépez murió de soledad, estoy segura”, dijo la señora Cortés a otro vecino.
Estaban en el funeral de Lisa Yépez, y sus hijos, Ana y Simón, se negaron a ir a presentar sus respetos. Su madre murió sola, y la Sra. Cortés sabía que nunca la habían llamado y que tampoco habían asistido al funeral de su padre tres años atrás.
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“No puedo entender por qué siempre fueron tan desagradecidos con sus padres. Es una locura”, respondió el otro vecino, tratando de hablar en un tono muy bajo porque estaban en medio del servicio.
“Después de que sacrificaron tanto por esos niños. Es una demostración más de que ser padre es un trabajo muy ingrato”, agregó.
“Así es”, susurró la Sra. Cortés, y continuaron viendo el servicio. Afortunadamente, la comunidad local había arreglado todo para la Sra. Yépez y todos los gastos habían sido cubiertos. Pero los vecinos condenaron a Ana y Simón por su ausencia.
Richard había perdido ambas piernas y ya no podía trabajar. Estaba recibiendo dinero del gobierno debido a la discapacidad y Lisa tenía un trabajo de medio tiempo para pagar algunas cosas.
El dinero siempre fue escaso en el hogar de los Yépez. A diferencia de otros niños del vecindario, Ana y Simón nunca recibían mucho en Navidad y usaban ropa vieja la mayor parte del tiempo.
Ana comenzó a trabajar a los 14 años para ayudar con los gastos y también pudo comprarle algunas cosas a su hermano. Sus padres no tenían conocimiento de que sus hijos se burlaban de la discapacidad de Richard y de cómo vestía su madre ante sus amigos.
Por alguna razón, Lisa siempre estaba cubierta, incluso en el clima más caluroso de la historia. Ana le preguntaba por qué lo hacía, pero su madre se limitaba a evadir el tema.
Simón, por su parte, intentó preguntarle a su padre cómo había perdido las piernas, pero también fue rechazado. Ninguno de los dos sabía lo que habían vivido, aunque eran conscientes de que era un recuerdo doloroso para sus padres.
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También sabían que sus padres estaban haciendo lo mejor que podían, pero sentían que no estaban siendo honestos con ellos y eso los distanció. Y cuando Ana cumplió 18 años, se fue a la universidad, gracias a una beca, y cortó casi todo contacto. Solo llamaba para preguntar por Simón.
Unos años más tarde, Simón también se fue, y entonces cuando las llamadas cesaron por completo. Cuando su padre murió, Ana acababa de comenzar un nuevo trabajo y vivía en el otro lado del país, por lo que no pudo asistir.
Simón estaba en medio de los exámenes parciales, por lo que también decidió no ir. Lisa estaba desconsolada. Intentó llamarlos, pero ambos esquivaron sus llamadas y se dio por vencida después de un tiempo.
Lisa enterró a su esposo y desapareció del mundo lentamente. La Sra. Cortés era su única amiga, pero no era particularmente cercana a ella. Sin embargo, sabía que estaba hambrienta de afecto y que tenía el corazón roto al no haber visto a sus hijos en el funeral de su esposo. Ana y Simón nunca volvieron a hablar con su madre.
Lisa falleció sola en su habitación, aunque todavía era relativamente joven. Su mente estaba en plena forma, pero su cuerpo pareció rendirse. Y la Sra. Cortés se aseguró de que todos supieran que la ausencia de sus hijos había sido la razón.
Seis meses después de la muerte de su madre, Ana y Simón tuvieron que regresar a su pueblo natal para vender la casa de su infancia. “Esto es una molestia ¿No podríamos haber hecho esto de forma remota o algo así?”, preguntó Simón.
Ana suspiró exasperada. “Créeme, si hubiera sido posible, lo habríamos hecho así. Según el agente de bienes raíces, tenemos que estar para firmar algunos formularios y vaciar la casa”, dijo.
“Puf, apuesto a que podemos tirar todo y ya”, opinó Simón.
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Comenzaron a trabajar e hicieron lo que Simón sugirió, tirando la mayoría de las cosas de sus padres al patio. Los llevarían a los contenedores de basura más tarde. Pero la Sra. Cortés lo vio y preguntó si podía quedarse con algunos artículos.
“Por supuesto, no queremos toda esa basura”, le dijo Ana a la vecina y volvió a entrar.
La mujer negó con la cabeza y regresó a su casa después de elegir una tetera antigua que a Lisa le encantaba. Todo el vecindario se enteró de lo que estaban haciendo, y muchos pidieron tomar algo de lo que estaba tirado en el césped. A los jóvenes les tenía sin cuidado lo que se llevaran.
Ya estaban por terminar cuando Ana notó un agujero en el armario de su madre. Llamó a Simón para que mirara. “Caray, vamos a tener que reparar eso antes de vender la casa”, dijo él.
“¿Adentro no hay nada?”, preguntó ella a su hermano.
“A ver... Oye... Sí, hay algo”, comentó Simón, mientras rebuscaba. Finalmente, extrajo una caja vieja y polvorienta. Tenía un letrero pegado con cinta adhesiva que decía “De Lisa”.
“¿Qué puede ser?”, se preguntó Ana, y tomó la caja de manos de su hermano para abrirla.
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Dentro de la caja, vieron varios recortes de periódicos. Estaban amarillentos por el tiempo; se remontaban a 1992, solo dos años antes de que naciera Ana. Empezó a leer el artículo.
“Se trata de un gran accidente de autobús de los años 90 y, aparentemente, se incendió”, le dijo a su hermano mientras seguía inspeccionando el contenido de la caja.
“Mira, aquí hay una medalla”, dijo Simón, sacando una medalla de oro y girándola con los dedos.
“Oh, Dios mío”, susurró Ana, tapándose la boca con la cara.
“¿Qué?”, preguntó su hermano.
“La joven heroína local, Lisa Yépez, salva a ocho personas y a su esposo, el conductor del autobús, de quemarse después del accidente. Las investigaciones iniciales sugieren que los frenos del autobús fallaron y Richard Yépez no pudo controlar su vehículo”, leyó Ana y luego miró a Simón.
“¿Qué más pasó?”, preguntó, instando a su hermana a seguir leyendo.
“Dice que mamá sufrió quemaduras graves por el choque y que papá perdió las piernas como resultado. También dice que el alcalde le dio a mamá esa medalla por su valentía”.
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“No entiendo. ¿Por qué no nos dijeron nada de esto? Cada parte de nuestra infancia ahora tiene sentido”, dijo Ana, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos, y recordó lo horribles que habían sido con sus padres después de mudarse.
Simón también estaba desbordado por la emoción, y estuvieron en silencio durante varios minutos, sentados en el piso justo afuera de ese armario. De repente, habló.
“Espera un minuto. Si fue culpa de la empresa de autobuses, ¿por qué no indemnizaron a nuestros padres? Siempre se preocupaban por el dinero, así que sé que no tenían ahorros ni nada”, se preguntó Simón.
Se había graduado de la facultad de derecho y estaba a punto de comenzar su pasantía en un excelente bufete de abogados.
“No lo sé”, dijo Ana, secándose las lágrimas.
“Bueno… no puedo compensarlos por las cosas malas que hicimos o por como los abandonamos. Pero voy a llegar al fondo de esto”, prometió Simón, y Ana le sonrió.
"Y no vamos a vender esta casa", decidió Ana de la nada. “Vamos a mantenerla. Es su hogar, donde nos criaron a pesar de las graves dificultades. Vamos a restaurarlo a su antigua gloria”.
Simón asintió con la cabeza y se pusieron de pie. Primero, fueron al cementerio local a ver las tumbas de sus padres y pedir perdón. Posteriormente, Ana renunció a su trabajo y regresó a su pueblo para remodelar la casa.
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Se disculpó con la Sra. Cortés por su actitud, ya que nunca supieron por lo que habían pasado sus padres. La vecina no tenía idea de que los chicos no sabían sobre el accidente. Y Ana se odió a sí misma por esforzarse más en averiguar la verdad.
“Señora Cortés, no puedo arreglar las cosas con mis padres. Es demasiado tarde, pero vamos a honrar su memoria”, le prometió.
Varios meses después, Simón descubrió que la compañía de autobuses no le había pagado a sus padres por un tecnicismo. Ana no entendía mucho, pero Simón decidió pelear. Dos años más tarde, finalmente ganaron una nueva demanda contra la empresa y recibieron una cuantiosa compensación.
Donaron el dinero al hospital local para construir una unidad de quemados y ayudar a las víctimas de casos como su madre y su padre. Ana también inició una organización benéfica en el área y ayudó tanto como pudo.
Siguió viviendo en la casa de su infancia, que había sido modernizada después de la remodelación. La Sra. Cortés devolvió la tetera antigua de Lisa como regalo de inauguración.
Después de un par de años más, Simón decidió regresar a su pueblo y compró la casa junto a Ana. Allí criaron a sus familias y con frecuencia hablaban de sus padres para que nadie los olvidara jamás.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Haz las paces con tus seres queridos antes de que sea demasiado tarde. Ana y Simón nunca se dieron cuenta de cuánto lucharon sus padres en la vida y no tuvieron la oportunidad de reconciliarse con ellos antes de que fallecieran. No permitas que te suceda algo similar.
- Los héroes no tienen capas. Los verdaderos héroes de nuestras vidas son nuestros padres, amigos, maestros y todos aquellos que nos ayudan a ser mejores personas.
Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.