Mamá que abandonó a su hijo en la puerta de un extraño encuentra un bebé en su puerta 20 años después - Historia del día
Una mujer abandona a su recién nacida porque sabe que no tiene la capacidad de cuidarla. 20 años después, la historia se repite cuando descubre a una bebé en una canasta en la puerta de su casa.
Juliana Larez tenía solo 16 años cuando quedó embarazada, pero su novio se alejó de su vida apenas supo la noticia, y la dejó completamente sola.
Llena de temores e inseguridad, recurrió a sus padres en busca de ayuda, pero ellos la echaron de la casa. A su criterio, ella los había decepcionado y ahora debía asumir la consecuencia de sus actos sola.
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La jovencita estuvo deambulando por las calles por un tiempo antes de conseguir un trabajo como camarera. Empezó a ahorrar dinero para su parto, pero se dio cuenta de que no sería suficiente para brindarle una vida digna a su hija.
Después del nacimiento, dejó a su bebé en la puerta de unos extraños con una nota: “Por favor, no pierdan el tiempo buscándome. Espero que le brinden una vida feliz. Críenla con amor, como si fuera propia. Juliana Larez”, decía.
Dos décadas después, Juliana no olvidaba lo difícil que había sido para ella no mirar hacia atrás y recuperar a su hija, pero sentía que había hecho lo mejor para la pequeña. Ella por su parte había logrado casi todo lo que deseaba: un trabajo estable, un esposo amoroso y una hermosa casa.
Pero nunca más pudo salir embarazada. Ella y su esposo Pedro habían estado tratando de tener un hijo durante varios años sin éxito. Finalmente, decidieron que podían seguir con sus vidas amándose el uno al otro.
Todo eso cambió el día en el que encontró a una bebé en una canasta de punto marrón en la puerta de su casa…
“¡PEDRO! ¡VEN AQUÍ!”. Juliana llamó a su esposo mientras abría la puerta. Dentro de la cesta vio a una hermosa niña recién nacida.
“¿Una bebé?”. Pedro estaba perplejo cuando se acercó a la puerta. “Cómo es posible…”
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En ese momento, el pasado de Juliana pasó ante sus ojos. Ella recordó cómo había abandonado a su propia bebé en la puerta de unos extraños 20 años antes. Cogió a la bebé en sus brazos y, de repente, una nota cayó al suelo. La recogió y comenzó a leerla.
“Querida mami:
¡Espero que nunca me hayas olvidado! ¡Sé bien lo que hiciste y cómo me abandonaste! ¿Adivina que? Seguí tus pasos e hice lo mismo. ¡Y ahora dejo en tu puerta a mi pequeña hija para que te hagas cargo de ella!
Tu hija abandonada, Rosa Salas”.
Juliana casi se derrumba en el umbral. “Cariño, ¿qué hacemos ahora? Si esta nota es cierta, entonces, esta bebé es mi nieta. ¡No puedo creerlo!”.
“No podemos quedarnos con la bebé así, Juliana. Tenemos que informar a la policía”, reflexionó su esposo.
“Pero, cariño, sabemos quién es la madre y podemos tratar de localizarla e intentar ayudarla. ¡Por favor! Y si descubro dónde está mi hija hoy, finalmente podría pedirle perdón. ¡Por favor, Pedro! Quiero hacer esto. ¿Puedes llamar a José Gregorio?”.
“Pero, cariño…”
“Pedro, por favor”.
“¡Está bien!”.
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José Gregorio dirigía una pequeña agencia de detectives y tenía una estrecha relación con la policía y los funcionarios judiciales del pueblo. Además, era excelente cuando se trataba de rastrear personas. Dos años atrás, Pedro, que era abogado de profesión, lo había conocido en un caso. Desde entonces, habían sido buenos amigos.
Cuando Pedro lo llamó esa noche, aceptó la solicitud de inmediato. “Claro, amigo. Pero tienes que enviarme una foto de la bebé y la carta, y si Juliana recuerda algo sobre la dirección donde dejó a su hija o cualquier otra cosa, eso sería de gran ayuda”.
“Creo que tiene una dirección, pero es bastante antigua. Es posible que la familia se haya mudado”.
“Está bien. Envíame lo que tengas y te avisaré si descubro algo”.
“¡Gracias, amigo! ¡Eso significaría mucho para nosotros!”.
Tres meses después…
La dirección que Juliana había anotado donde había dejado a su hija no fue de mucha ayuda, porque una nueva familia se había mudado allí recientemente. José Gregorio no se había dado por vencido e hizo todo lo posible para encontrar a Rosa.
Pedro y Juliana habían decidido que si no la encontraban, adoptarían legalmente a la niña y la criaran como propia. Una mañana, sonó el teléfono y José Gregorio les informó que finalmente la había localizado. Trabajaba como camarera en un café de otra ciudad.
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A la mañana siguiente, viajaron para encontrarse con Rosa. Cuando llegaron al café, Juliana la reconoció de inmediato. Se veía exactamente como ella de joven, con ojos color avellana, rizos castaños y una marca de nacimiento sobre su labio superior.
Juliana se acercó a Rosa con la bebé, a quien ella y Pedro habían llamado Lily.
“¿Rosa?”, preguntó, con lágrimas en los ojos. “¿Podemos hablar por favor?”.
La joven se dio la vuelta y se congeló al ver a Juliana con su bebé. “¿Qué estás haciendo aquí? ¡Vete! ¡No hay necesidad de hacer una escena aquí!”.
“Solo necesito hablar contigo, Rosa”.
“Mira…”. Rosa acababa de empezar a hablar cuando su jefe comenzó a llamarla. “¡Mira, trabajo aquí y no quiero un escándalo! ¡Lárgate y no vuelvas! ¡No tengo nada que hablar contigo!”.
Pero Juliana no se iba a rendir. Tanto ella como Pedro se sentaron en el café y esperaron hasta que terminó el turno de Rosa. Cuando la vieron salir del café, la siguieron.
“¡Rosa! ¡Por favor, escúchame! ¡Dame una oportunidad y no te volveré a molestar!”, dijo con voz llorosa Juliana.
Rosa se detuvo y se dio la vuelta. “¿Por qué me persigues? ¡No puedes arreglar nada! ¡Vete, por favor!”.
“¡Rosa!, dijo Juliana, abrazándola. “Está bien. Estoy aquí ahora y lamento no haber estado allí para ti”.
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En ese momento, Rosa comenzó a llorar. “Todo se acabó. Mi vida, mi carrera, todo... ¡Soy una perdedora!”.
“No, Rosa. No lo eres. Por favor, dame una oportunidad de hablar contigo ¿de acuerdo?”.
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Pedro y Juliana llevaron a Rosa a un parque cercano y le contaron que la habían encontrado con la ayuda de un detective privado. Él les había dado un informe detallado y sabían que se había estado tratando con un terapeuta.
Rosa se había mudado de casa un año antes para seguir una carrera como actriz. Un director de casting le había prometido un papel y se habían enamorado, o eso creía hasta que quedó embarazada.
“Todo comenzó a salir mal a la vez”, explicó Rosa. “Mis padres me contaron sobre la adopción cuando cumplí 18 años. Cuando me mudé un año después, quedé embarazada, pero el padre de la bebé me abandonó”.
“Todo fue muy abrumador para mí y me sentí muy deprimida, así que comencé a visitar a un terapeuta. Di a luz a mi hija, y pensé que la única alternativa era abandonarla”.
“Lamento lo que te pasó, Rosa”, dijo Pedro. “¿Cómo supiste de nosotros?”.
“Sabía el nombre de mi madre biológica, así que hice una búsqueda y encontré a tres mujeres con ese nombre. El parecido físico fue determinante para saber cuál era. Averigüé su dirección y dejé a la niña en la puerta”.
“Mis padres no saben nada de esto. Asumen que todavía estoy audicionando para papeles. En realidad me rendí y comencé a trabajar como camarera porque me da mucha vergüenza regresar a casa”.
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Pedro y Juliana decidieron ayudar a la joven a superar el período difícil. La convencieron para que regresara con sus padres adoptivos y la acompañaron. Tras contarles todo, los cuatro coincidieron en que lo mejor que podían hacer era brindarles a Rosa y a Lily un amoroso ambiente familiar, donde se sintieran protegidas.
Decidieron mantenerse unidos como familia y trabajar como un gran equipo. Lily ahora tiene cuatro abuelos que la adoran, y Rosa está mucho mejor con ayuda de la terapia.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Las familias se forman por el amor, no necesariamente por la sangre. Los padres adoptivos eligieron apoyar a Rosa y ayudarla a criar a Lily en el seno de una gran familia, que incluía a la madre biológica y su pareja.
- Busca siempre el apoyo y el amor de la familia. Si Rosa le hubiera contado sus problemas a sus padres adoptivos, ellos podrían haber estado con ella en esa dura etapa.
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