Hombre que no ha visto a su anciano padre en 17 años lo visita y ve su casa en ruinas - Historia del día
Un hombre que descuidó a su padre durante años recibe el susto de su vida cuando regresa a casa para ver cómo está: la casa estaba en ruinas y su papá había desaparecido.
Eduardo Manrique crio solo a su hijo José después de que su esposa muriera de cáncer cuando el chico tenía solo diez años.
Le daba a su hijo todo lo mejor que podía darle y siempre estaba a su lado, ya fuera en las festividades escolares, las reuniones de padres y maestros o incluso su graduación.
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Sin embargo, cuando José se convirtió en un adulto y se volvió autosuficiente, consideró que Eduardo era una carga.
“¿Por qué no puedes hacer las cosas por tu cuenta, papá?”, le gritó José a su padre cuando el hombre mayor lo llamó para pedir ayuda con su teléfono celular.
“Bueno, hijo, ustedes los jóvenes saben mucho sobre tecnología y todo eso. Estas cosas no existían cuando yo tenía tu edad”, dijo su padre, suplicando ayuda a su hijo.
“He estado tratando de verificar mi estado de cuenta, pero no estoy seguro de cómo se hace...”.
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“¡Entonces ve a un banco y pide ayuda! ¡Dios!”, se quejó José. “¡Voy a colgar que llegaré tarde al trabajo!”.
“José, espera... Hola… ¿Hola?”. La llamada fue desconectada.
El Sr. Manrique se puso a llorar cuando José colgó sin siquiera preguntarle sobre el problema. Había dado todo en su vida para cuidar a su hijo.
De hecho, nunca consideró casarse nuevamente para dedicarle toda su atención. Sin embargo, con el tiempo, su hijo lo aisló de su vida.
Todo comenzó cuando José reveló que se mudaría a otra ciudad, pues allí le habían ofrecido un ascenso. En aquellos días, solía visitar a su padre al menos una vez al mes.
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Pero después de unos meses, las visitas mensuales se convirtieron en anuales y, finalmente, dejó de visitarlo. Cuando el Sr. Manrique trataba de llamarlo, José no se molestaba en devolver sus llamadas.
Si alguna de las llamadas caía, era su secretaria quien atendía, informándole que José estaba ocupado con algo.
Eduardo vivía solo en una pequeña casa, y la soledad finalmente afectó su salud y lo enfermó gravemente. Cuando José aún no devolvía sus llamadas, comenzó a escribirle cartas. Pero, para disgusto del anciano, nunca recibió una carta de respuesta.
“Claramente, mi hijo no quiere que sea parte de su vida”, pensó el hombre mayor. Sin embargo, todo cambió un día.
José regresó a la casa de Eduardo 17 años después, desconcertado de por qué su padre no le había escrito una carta en los meses anteriores.
Era cierto que nunca había leído las cartas que el anciano había enviado, pero todos los fines de semana, cuando revisaba su buzón, esperaba encontrar algún sobre de su parte.
Cuando eso no sucedió durante varios meses seguidos, decidió ver cómo estaba su papá. Sin embargo, cuando llegó, todo lo que vio fue una edificación casi en ruinas ocupando el lugar de la casa donde él y su padre habían vivido felices hacía muchos años.
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La puerta principal se había derrumbado y el techo de madera estaba casi hecho añicos. El porche estaba plagado de madera podrida que se había desprendido de las superficies.
En el suelo había trozos de madera rota que se habían caído del techo. Además, la cerca ya no estaba y todos los vidrios de las ventanas estaban rotos.
“¿Papá?”, llamó José mientras apartaba algunos escombros y entraba a la casa por la puerta principal. Había polvo por todas partes y todo el lugar tenía un olor fuerte a moho.
José recorrió todas las habitaciones, pero no encontró a su padre. En un momento, tuvo miedo de que le hubiera pasado algo malo. “¿Papá murió? ¡No, no puede ser! Quizá los vecinos sepan algo”, pensó mientras bajaba las escaleras corriendo.
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De repente, su atención se centró en la mesa del comedor, donde un pisapapeles sujetaba un trozo de papel. Estaba lleno de polvo y se había vuelto amarillo, lo que indicaba que había estado allí durante mucho tiempo.
José le quitó el polvo para leer lo que estaba escrito y se dio cuenta de que era una carta de su padre. También había un álbum junto a él que incluía todas las fotografías de su infancia.
Mientras el hombre miraba las fotos y leía la carta, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.
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“Estimado José,
¿Cómo estás, hijo? ¿Estás bien? ¿Piensas visitarme al menos este año? Mira, sé que estás ocupado en el trabajo, pero un chequeo rápido a tu padre no llevaría mucho tiempo, ¿verdad? No nos hemos visto en años. ¿Podrías hacerme una visita este año? Reunámonos y celebremos la Navidad. Mi salud no está bien, hijo. Y no sé cuánto tiempo….”.
La carta fue descontinuada porque una parte de la página estaba rota.
El corazón de José estaba acelerado y no podía dejar de sollozar. Se preguntaba qué le había pasado a su padre. Corrió hacia su vecino de al lado, Francisco Gómez, quien era un amigo cercano de su papá.
“¡Señor Gómez!”, gritó. “¿Dónde está papá? ¿Por qué no está en casa?”.
El rostro del Sr. Gómez enrojeció de rabia cuando vio a José en el umbral de su puerta. “¿Recordaste después de todos estos años que tenías un padre? ¡Nunca lo mereciste! ¡Piérdete y nunca vuelvas aquí!”.
“Señor Gómez”, rogó José. “¡Por favor! ¿Qué le pasó a papá? Dígame si está...”.
“¡No te preocupes, José!”, comentó con cinismo. “Él no está muerto. Está a salvo donde sea que esté, y no te necesita”.
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“Mire, señor Gómez, sé que lo ignoré durante mucho tiempo, pero por favor, tengo muchas ganas de verlo. No sabía que estaba pasando por un momento difícil. ¡Por favor, se lo ruego!”.
El Sr. Gómez no quería que José se acercara a Eduardo, pero sabía que el anciano anhelaba ver a su hijo. Entonces cedió y le entregó al hombre un papel donde escribió la dirección de un asilo de ancianos.
Resulta que al padre de José le habían diagnosticado cáncer y no le quedaba mucho tiempo de vida. Cuando el Sr. Gómez y su esposa se enteraron de que su vecino no estaba bien, lo internaron en un centro de enfermería donde lo cuidarían.
“Probablemente solo le queden unas pocas semanas más de vida”, le dijo la enfermera a cargo a José cuando llegó al lugar.
Lamentablemente, el hombre apenas podía reconocer a su padre. Se veía realmente débil y delgado y estaba completamente diferente a como lucía la última vez que lo vio. “¿Papá? ¿Cómo estás?”, preguntó, temblando.
“¡Ay, José!”, gritó Eduardo mientras abrazaba a su hijo. “¡No puedo creer que hayas venido a verme! Estoy bien. ¿Y tú? No me vas a dejar, ¿verdad?”.
“Por supuesto que no, papá”, respondió el hombre, luchando por contener las lágrimas. “Lamento no haber podido hacer esto antes. Me quedaré contigo de ahora en adelante. Estaremos juntos ahora, no te preocupes...”.
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Y su hijo cumplió con su promesa. En los últimos días de vida de su padre, pasó todo su tiempo con él. Solicitó una transferencia de su trabajo.
Pero no estuvieron juntos por mucho tiempo, pues Eduardo falleció dos semanas después. José lloró con todo su corazón cuando todos se fueron después del funeral.
Agradecía haber tenido la oportunidad de disculparse con su padre y de haber pasado un buen rato con él en sus últimos días. Pero nunca pudo perdonarse por haberlo ignorado durante tantos años.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Si mantienes alejado a alguien, es posible que nunca tengas otra oportunidad de estar con esa persona. Aunque se reunió brevemente con su padre, José pronto lo perdió y se arrepintió de haberlo descuidado.
- Cada uno cosecha lo que siembra. José alejó a Eduardo de su vida y nunca pudo perdonarse por ello.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.
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