Chofer de bus escolar nota que chicos se burlan de niño pobre: un día el niño no se baja en la última parada - Historia del día
Julián tomaba el autobús a casa todos los días después de la escuela y sus compañeros solían burlarse de él. Un día, el conductor notó que no se había bajado en la última parada, y la razón lo sorprendió.
A los 13 años, Julián tenía dificultades para hacer amigos. Vivía solo con su madre, y los recursos eran muy escasos en su hogar.
Debido a su precaria situación económica, los niños solían molestarlo en la escuela. Se burlaban de su ropa vieja y de su bolso de segunda mano, que tenía escrito el nombre de otro niño.
Julián nunca había querido contarle a su madre los maltratos que sufría a diario. Sin embargo, un día sintió que era demasiado y llegó a casa llorando. “Mamá”, dijo con la voz quebrada por el llanto. “No puedo soportarlo más”.
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“¿Qué te pasó, hijo?”, le preguntó su madre, Lisa, mientras intentaba consolarlo.
“Mis compañeros en la escuela son muy crueles. No es mi culpa que no tengamos lo mismo que ellos. ¿Por qué tienen que burlarse de mí por no tener dinero? Soy un niño, no puedo comprar lo que quiero”, gritó.
“Por favor, sácame de ese lugar. No puedo soportarlo más. Por favor, mamá, por favor, escúchame”, suplicó Julián.
Ver a su hijo sintiendo tanto dolor lastimó mucho a Lisa. Se culpó a sí misma en silencio por no poder darle una vida mejor, pero simplemente no tenía otra opción. Ella estaba haciendo todo lo posible para mantenerlos a flote. En ese momento tenía varios trabajos.
Lisa accedió a sacar a Julián de su antigua escuela y lo transfirió a otra diferente donde comenzó la secundaria. Desafortunadamente, sus problemas no terminaron.
Un día, mientras regresaba a casa en un autobús escolar, el conductor notó que los otros chicos se reían de él.
“¿Qué haces en la escuela? ¡Ni siquiera puedes comprarte ropa! Parece que estás a punto de irte a la cama con la camisa rota”, bromeó su compañero de clase.
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“Tal vez no deberíamos estar donando nuestra ropa vieja a los orfanatos. ¡Tenemos nuestro propio caso de caridad aquí mismo!”, intervino otro.
El chofer sintió pena por Julián, pero no hizo ningún esfuerzo por interceder. Optó por permanecer neutral. No quería que eso le causara problemas y eligió concentrarse en su trabajo.
A los jovencitos que viajaban a diario en su autobús les gustaba la personalidad del señor Carlos. A él no le importaba lo que ellos hacían en el autobús y por eso lo trataban como a un amigo.
El trabajo de Carlos era muy rutinario, pero dentro de todo le gustaba. Cuando los chicos subían al autobús, los saludaba y les daba la misma recomendación: “¡No olviden que el quinto asiento está roto! ¡Evítenlo y tengan cuidado!”.
Sin embargo, ellos nunca escuchaban, y siempre alguien terminaba sentándose en el asiento roto y cayéndose. Era el mismo escenario todos los días, y a él nunca se le ocurrió hacer algo al respecto.
A menudo, cuando llegaba a la última parada, se bajaba a tomar una taza de café. Esta última parada era donde Julián solía bajarse. Sin embargo, ese día, al regresar al autobús de su receso de 15 minutos, el niño todavía estaba adentro y saltó al verlo.
“¡Dios mío! ¿Qué haces todavía aquí?”, le preguntó. Julián permaneció en silencio, aparentemente ocupado con algo.
Carlos se acercó y vio que Julián estaba terminando de arreglar el asiento roto. “¿Por qué estás haciendo eso?”, preguntó. “¿Te caíste en ese asiento hoy?”.
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Julián negó con la cabeza. “No, simplemente decidí repararlo porque no quiero que nadie se caiga nunca más. Así no tienes que seguir recordándonos todos los días al respecto”.
“¡Mira!, me tomó unos diez minutos arreglarlo. Eso es menos esfuerzo que decir todos los días ‘no olvides que el quinto asiento está roto’”, agregó con una sonrisa.
Carlos estaba impresionado y avergonzado de que un adolescente se hubiera hecho cargo de un trabajo que era su responsabilidad. “¿Cómo aprendiste a arreglar esas cosas?”, le preguntó.
“En casa solo somos mi mamá y yo, y ella trabaja mucho. Así que tuve que aprender a hacer muchas cosas para ayudar. No quería agobiarla con problemas que yo mismo podía resolver”, respondió Julián.
Dicho esto, salió silenciosamente por la puerta sin que el chofer atinara a murmurar un simple “gracias”.
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Cuando los escolares abordaron el autobús al día siguiente, se sorprendieron al no escuchar la advertencia que el chofer les hacía cada día.
“¡Oye, te olvidaste de advertirnos sobre el asiento hoy!”, dijo uno de ellos. Carlos inclinó ligeramente la cabeza, sin responder.
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Cuando estuvieron todos sentados, comenzaron los comentarios: “¡Vaya! ¡Carlos finalmente reparó el asiento! Todos sabíamos que eras un hombre genial. ¡Finalmente lo hiciste! ¡Gracias!”.
Al escuchar esto, Julián se volteó hacia la ventana y guardó silencio. No pensaba sacar a los chicos de su error. Pero, para su sorpresa, Carlos sí lo hizo.
“Oigan muchachos, no fui yo”, dijo, acercándose a Julián.” Me da mucha vergüenza decir esto, pero ayer aprendí una lección de vida increíble. Este chico de aquí, del que ustedes se han estado burlando, hizo un esfuerzo por arreglar el asiento”.
Hubo una exclamación audible en el interior del autobús. Los adolescentes no podían creer que Julián supiera arreglar el asiento que había estado roto por meses.
“Verán, yo solamente quería hacer mi trabajo, que es conducir. Evadí la responsabilidad de arreglar el asiento y los puse en riesgo cada día; me parecía que no me pagaban para hacer eso”.
“En cambio, Julián decidió hacerlo y no por su propia conveniencia, sino porque le preocupaba que alguno de ustedes se lastimara”, explicó Carlos.
Al escucharlo, todos se sintieron muy mal por haberse burlado de Julián. Se disculparon con él y le agradecieron por su amabilidad.
Al final, se hicieron sus amigos y más adelante, entre todos, le regalaron una caja llena de cosas nuevas para reemplazar sus pertenencias viejas y gastadas.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Las apariencias engañan. A los niños les encantaba la personalidad despreocupada de Carlos y rechazaban a Julián por su ropa vieja y gastada. Sin embargo, fue el niño quien demostró interés en ellos al arreglar el asiento para que no se lastimaran, lo que siempre fue responsabilidad del chofer.
- Nadie debería ser indiferente ante el bullying. La actitud del chofer ante las continuas burlas de los niños hacia Julián no tiene justificación. Los niños siempre deben ser protegidos. Afortunadamente, el chico encontró la manera de ganarse el respeto de todos.
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