Chica rica se burla de mesero pobre hasta que un día él le salva la vida a su padre - Historia del día
Sabrina Bruzual era una chica rica que sentía que no necesitaba mostrar su amabilidad ante nadie. Hasta que un día se burló de un camarero sin darse cuenta de que más tarde necesitaría de su ayuda.
Un día, Sabrina salía del centro comercial después de un día de compras y mientras se dirigía a su vehículo, se le cayeron las llaves. Un caballero que caminaba detrás de ella lo vio y se apresuró a devolverle las llaves. "Disculpa, se te han caído", le dijo mientras le entregaba las llaves.
"Vaya, gracias por mis llaves. Me habría quedado varada sin ellas", bromeó ella.
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"No te preocupes, me alegro de haberlas visto. Por cierto, me llamo Jesús", respondió él. "Espero no ser demasiado atrevido, pero ¿podría invitarte un café?".
Sabrina se sintió halagada porque Jesús era muy guapo. "Claro, anota mi número", dijo antes de marcharse.
Al día siguiente, Sabrina quedó con sus amigas en un nuevo y exclusivo restaurante. "No puedo esperar a probar este lugar, he oído que tiene una comida increíble y una lista de vinos excelente", dijo Sabrina. Lucía y Rebeca estuvieron de acuerdo y se sentaron a disfrutar de la comida.
"Así que, chicas, tengo algo que decirles", anunció Sabrina.
"¿Te vas a ir de vacaciones otra vez?", preguntó Lucía.
"No, pero pronto tendré una cita", rio Sabrina.
Sus amigas gritaron de emoción. "¡Cuéntalo todo!", dijo Rebeca.
"Bueno, nos conocimos ayer cuando vio que se me cayeron las llaves del coche", dijo Sabrina. "Me las dio y me invitó a tomar un café. Le di mi número, así que espero que me mande un mensaje pronto".
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Las amigas de Sabrina empezaron a darle ideas de ropa y peinados, ya que la dama tenía tiempo sin tener una cita.
"¿A qué se dedica?", preguntó Lucía.
"¿Crees que es médico o empresario?", expresó Rebeca.
Antes de que pudiera responder, Sabrina levantó la vista y reconoció a Jesús en el restaurante. "Oh, por Dios, chicas, no puedo creer esto", dijo Sabrina.
"¿Qué pasa? ¿Estás bien?", preguntaron sus amigas.
"Jesús está aquí", susurró Sabrina. "Y lleva un uniforme de camarero".
Sabrina le señaló, y las tres se sorprendieron al descubrir que Sabrina se había emocionado al tener una cita con un camarero. Sabrina recuperó la compostura y pidió a Jesús que fuera a su mesa. Cuando Jesús llegó, se sorprendió gratamente al ver a Sabrina.
"Hola Sabrina, me alegro mucho de verte", sonrió Jesús.
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"Me has engañado, Jesús", dijo Sabrina.
"No lo entiendo", respondió él.
"Cuando me pediste una cita, ¿pensaste que un camarero como tú tendría alguna posibilidad conmigo?", preguntó Sabrina mientras sus amigas se reían. "Te ves tan patético con ese uniforme, tu trabajo es servirme, y eso es todo lo que harás", añadió.
Jesús se sintió decepcionado. No tenía ni idea de que la educada dama que había conocido el día anterior resultara ser una persona tan maleducada. "No sabía que fueras tan mala", dijo Jesús.
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"No te mereces mi amabilidad, ni mi tiempo, y yo soy mucho mejor de lo que tú jamás podrás esperar ser", rió Sabrina.
"Tu arrogancia es innecesaria", dijo Jesús.
"Sí, como sea, no me sermonees. Te daré una propina superior a lo que ganas en un mes si borras mi número", respondió ella.
Jesús se alejó dolido, y Sabrina y sus amigas se rieron. "No puedo creer que casi tengas una cita con un camarero. ¿Debemos quejarnos con el gerente?", preguntó Lucía.
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"No, está bien. Su trabajo horrible es probablemente lo único que tiene", dijo Sabrina.
Sabrina y sus amigas se pasaron el resto de la cena riéndose de Jesús cada vez que pasaba por delante. Sabrina incluso derramó vino sobre los pantalones de Jesús y se rio mientras ella y sus amigas salían del restaurante.
Cuando llegó a casa esa noche, vio a su madre Brenda sentada en la oscuridad llorando. "Mamá, ¿estás bien? ¿Qué pasa?", le preguntó.
"Es tu padre", respondió ella. "Ha tenido un accidente de coche y no está bien."
Sabrina empezó a llorar. "¿Podemos ir a verlo?", preguntó.
"Los médicos todavía le están operando, así que he venido a casa a esperarte para que podamos ir juntas", respondió Brenda.
Sabrina y su madre se dirigieron al hospital con la esperanza de que su padre sobreviviera al accidente de tránsito. Las dos estaban aterrorizadas por lo que pudiera pasar. Sabrina y su padre estaban muy unidos y ella disfrutaba pasando tiempo con él. Incluso había empezado a enseñarle sobre el negocio familiar.
Cuando llegaron al hospital, Brenda se apresuró a dirigirse al médico que había conocido antes, cuando su marido entraba en la sala de operaciones. "Doctor, ¿cómo va la operación? ¿Se va a poner bien mi marido?", le preguntó. Tenía miedo de que el médico le diera una mala noticia.
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"Su marido acaba de salir del quirófano y está en la UCI. La operación fue complicada y en algunos momentos su vida estuvo en peligro, pero salió adelante", dijo el doctor. Tanto Sabrina como su madre se sintieron tan aliviadas que empezaron a llorar de nuevo.
El médico continuó: "Señora, su marido tiene un tipo de sangre muy raro, y si no fuera por uno de nuestros donantes que viajó hasta aquí a mitad de la noche para donar, probablemente no habría sobrevivido". Las damas pidieron conocer al donante que salvó la vida de su familiar.
"Todavía está en el hospital, las llevaré con él", dijo el galeno.
Mientras caminaban hacia el otro extremo del hospital, Sabrina se estremeció al pensar en lo que habría ocurrido si no hubiera habido nadie disponible para donar sangre a su padre. Se moría de ganas de darle las gracias al héroe que había ayudado a salvarlo.
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Cuando entró en la sala de donantes, se sorprendió al ver a Jesús descansando en el sofá. Sabrina se quedó de pie en la habitación, sin saber qué decir.
"Hola Sabrina, ¿por qué estás aquí?", preguntó Jesús.
"El médico me dijo que fuiste tú quien viajó hasta aquí para donar sangre para mi padre", dijo.
"No sabía que ese hombre era tu padre, pero lo habría hecho de todos modos. Suelo donar, así que el hospital a veces me llama cuando necesitan sangre con urgencia", explicó. "¿Te sorprende que un patético camarero como yo haya hecho algo que te ayude a ti y a tu familia?", preguntó. Sabrina le miró fijamente durante un rato, y las lágrimas se agolparon en sus ojos.
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"No sé qué decir. Me siento tan abrumada", dijo.
"Siento lo que le ha pasado a tu padre. Espero que se recupere", dijo Jesús.
"Debería ser yo quien se disculpe. Te traté muy mal", dijo Sabrina. "¿Hay algo que pueda hacer? ¿Quieres una compensación? Puedo hablar con mi padre y estará encantado de darte algo de dinero como muestra de agradecimiento".
"Sabrina, no quiero tu dinero", dijo. "Intento hacer cosas buenas por la gente porque eso es lo que soy, no porque espere una recompensa. Lamentablemente, ves el mundo distinto a mí. Tal vez un día cambies tu manera de ser", dijo Jesús y se marchó.
Mientras caminaba hacia la habitación de su padre, no dejó de pensar en lo que Jesús había dicho sobre hacer cosas buenas por la gente y no esperar nada a cambio. Se sintió avergonzada por sus acciones.
Cuando entró en el cuarto del hospital vio que su papá ya había recuperado la conciencia. Su madre lo abrazó inmediatamente.
Su progenitor se recuperó poco a poco y salió del hospital un mes después. Ella pensó que no se sentiría culpable por cómo había tratado a Jesús durante tanto tiempo, pero sus palabras seguían resonando en su cabeza.
Tras hablar con su padre sobre la posibilidad de trabajar menos horas a la semana en el negocio familiar, decidió transformar su vida.
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Un año después, Sabrina volvía a casa cuando se encontró con Jesús. "Hola Jesús, hacía mucho tiempo que no te veía", expresó Sabrina.
Jesús tardó unos segundos en reconocerla, pero cuando lo hizo, sonrió. "Tienes buen aspecto. Espero que tu padre se haya recuperado del todo", manifestó.
"Sí, lo hizo. Estoy muy agradecida por lo que hiciste aquella noche; le ayudaste a salvar la vida", dijo ella.
"De nada; me sorprende verte caminando por aquí", comentó él.
"Vengo caminando desde uno de los albergues de la ciudad; empecé a hacer muchas obras de caridad después del accidente de coche de mi padre y de la conversación que tuvimos aquella noche. Tus palabras cambiaron mi vida", dijo.
"Me alegra oír eso. No creía que tuvieras la capacidad de ser generosa y amable", expresó.
"¡Yo tampoco! Pero me di cuenta de que estaba viviendo una vida muy egoísta", dijo Sabrina. "Me gustaría tomar un café contigo mañana, si no te importa".
"Me parece una gran idea; estaría bien conocer a la nueva Sabrina", dijo Jesús.
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Al día siguiente, los dos quedaron para tomar un café y hablaron de todo el trabajo que Sabrina había hecho para ayudar a la gente necesitada. Pasó la mayor parte de su tiempo en refugios cocinando comida para personas sin hogar.
Jesús quedó impresionado por lo diferente que se había vuelto Sabrina. Se dio cuenta de que era mucho más amable con todos los que la rodeaban. "Estoy orgulloso de ti", le dijo.
Sabrina y Jesús siguieron siendo buenos amigos. Crearon una organización sin fines de lucro que educaba a la gente sobre la importancia de llevar una vida sana para poder donar sangre.
Aunque Sabrina quería tener una relación con Jesús después de la cita del café, descubrió que él estaba comprometido desde hacía varios meses.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No hay que juzgar a la gente por ingresos: Si Sabrina no hubiera considerado y humillado a Jesús en función a sus ingresos, podrían haber llegado a ser buenos amigos y quizá tener una relación amorosa.
- A veces las personas más pobres son las más ricas de espíritu: Jesús fue capaz de mantener la calma y la amabilidad a lo largo de sus experiencias con Sabrina por lo buena persona que era. Su generosidad salvó la vida de su padre.
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