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Una niña sola | Foto: Shutterstock
Una niña sola | Foto: Shutterstock

Todos los días, niña va a un apartamento abandonado en busca de su madre - Historia del día

Mayra Pérez
29 abr 2022
08:30

Amelia llegó a casa y vio a una niña llorando frente a la puerta de su vecino. Según el propietario, el apartamento debía estar vacío. Pero la niña regresó y se vio obligada a enfrentar su doloroso pasado.

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“Hola, pequeña. ¿Por qué lloras?”, le preguntó Amelia a la niña que lloraba frente a la puerta de su vecino. Ella no los conocía, pero pensó que era extraño que dejaran a la pequeña afuera llorando así.

Amelia regresaba a casa del trabajo, y mientras subía las escaleras a su apartamento del tercer piso, escuchó el llanto de la niña. Era desgarrador. Tenía que hacer algo.

“Estoy buscando a mi mami”, dijo la pequeña, y Amelia estaba a punto de tocar la puerta cuando sonó su teléfono.

“Dame un segundo, cariño”, le dijo a la niña y atendió la llamada. Era un compañero del trabajo. La llamada duró unos diez minutos, y cuando terminó, la niña ya no estaba.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¿Era una niña real?”, se preguntó. Entró a su piso e intentó relajarse, pero la pequeña no se apartaba de su mente ni un segundo.

Decidió llamar al arrendatario, el señor Crespo. Era un hombre encantador y tenía información de todos los inquilinos. Al preguntarle por los vecinos del frente de su piso, la respuesta le sorprendió.

“Lo siento, señorita Gutiérrez. Nadie ha vivido en ese apartamento durante algunos años”, explicó el hombre. “El lugar fue alquilado por una pareja de recién casados. Luego, la mujer murió durante el parto”.

“El hombre ya no podía vivir en ese apartamento con todos esos recuerdos, así que se fue. Pero todavía paga el alquiler. Supongo que no quiere que alguien más viva allí”.

“¡Caramba!. Eso es horrible, señor Crespo. Estoy muy confundida, no es la primera vez que escucho a esa niña llorar. ¿Tiene el número de teléfono de ese hombre y su nombre?”, preguntó Amelia. Presentía que la niña regresaría y quería estar preparada.

“Sí, tengo su número... anótalo por favor”, dijo el Sr. Crespo, recitando un conjunto de dígitos. “Está a nombre del señor Díaz”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Gracias”, respondió Amelia y colgó. Pegó una nota adhesiva en su refrigerador y continuó con su velada.

Pasaron varias semanas antes de que la niña regresara. Amelia estaba revisando su teléfono y escuchó los gritos de inmediato. Salió al pasillo y allí estaba la pequeña, frente a la puerta, llorando desolada.

“Hola. Veo que estás de vuelta. ¿Tu papá sabe que estás aquí?”, preguntó Amelia, acercándose a la niña y usando su voz más amable. “¿Te gustaría entrar y esperarlo aquí? Puedo llamarlo”.

La niña no dijo nada, pero siguió a Amelia a su casa. “¿Cómo te llamas, cariño?”.

“Ana”, respondió la niña.

“Está bien, Ana. ¿Por qué no vas a ver un poco de televisión mientras llamo a tu papá?”, sugirió Amelia, sonriendo. Llamó al señor Díaz al número que le dio el casero, y el hombre se disculpó efusivamente y dijo que iría inmediatamente.

Unos minutos más tarde, Ana se quedó profundamente dormida en su sofá y alguien llamó a su puerta en ese momento.

“Silencio, la niña está durmiendo”, dijo Amelia mientras abría la puerta, pero unos terribles recuerdos volvieron a su mente cuando vio al hombre parado afuera. “¿Tomás?”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

“¿Amelia?”, preguntó a su vez el hombre. “¿Aquí es dónde está mi hija?”.

“¿Ana es tu hija? No pensé…”. Amelia suspiró. Se sentía muy tonta en ese momento. No se le había ocurrido que Tomás era el mismo señor Díaz con el que acababa de hablar. No había reconocido su voz, a pesar de que alguna vez la había amado.

Quince años atrás, ella y Tomás se habían casado. Tenían 18 años, eran jóvenes y estaban enamorados. Pero después de varios años de abortos espontáneos e intentos fallidos de FIV, él la había abandonado.

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El sueño de Tomás siempre había sido tener hijos, y estaba claro que con Amelia ese sueño no se haría realidad. Para él, su decisión era la más lógica. Y ahora, estaba justo en su puerta, y su hija estaba durmiendo en su sofá⁠.

“¿Ana está aquí?”. La voz de Thomas la sacó de sus cavilaciones internas.

“Sí, sí. Está dormida en el sofá”, respondió Amelia, haciendo un gesto para que entrara. Él miró a su hija, asintió y volvió a mirar a Amelia. Ambos fueron a la cocina para no molestarla.

“Entonces... ¿Qué está pasando, Tomás? Esta niña ha estado viniendo aquí por un tiempo. Sola. Podría ser peligroso”, quiso saber Amelia.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Mi hija nunca conoció a su madre y no le he podido decir que murió. Ella cree que todavía vive en este edificio. Después de su muerte, no podía vivir aquí ni entregar el apartamento. Algunas veces, cuando me invadía la tristeza, venía para acá con Ana”.

“Desde hace algún tiempo, empezó a escaparse para venir sola. Vivimos cerca, y siempre está con su niñera, pero se las ingenia para huir. Hoy, era yo el que estaba en casa cuidándola, y ni siquiera me di cuenta”, le contó Tomás, con frustración.

“Oh, querido. Tienes que explicárselo, Tomás, o ella seguirá viniendo”, continuó Amelia. “Puedo ayudar si lo vuelve a hacer y estoy en casa, pero no siempre estoy aquí”.

“Lo sé. Lo sé. Tengo que hacerlo. Muchas gracias por esto. Por llamarme y cuidarla. Por preocuparte por ella. Eres maravillosa. Siempre lo fuiste”, dijo agradecido.

“De nada. Es una niña encantadora. Solo desearía... bueno, ya sabes”, agregó Amelia con nostalgia, pero no pudo terminar su pensamiento. Tomás asintió. Él sabía exactamente a qué se refería. Sonrió y caminó hacia Ana, levantándola con cuidado para llevársela.

“Debo irme ya. Gracias de nuevo”, susurró y salió de su apartamento. Amelia se despidió de ellos con una sonrisa melancólica. Sin embargo, nunca más volvió a verlos.

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Un tiempo después, un grupo de nuevos vecinos se mudó al apartamento de al lado. Amelia entendió que Thomas le había explicado todo a su hija y ella posiblemente había comenzado a superar su pérdida.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Algunas cosas no están destinadas a ser. Tomás y Amelia no estaban destinados a formar una familia juntos, aunque ambos lo deseaban profundamente.
  • No guardes rencor. A pesar de su doloroso pasado, Amelia nunca le guardó rencor a Tomás, y cuando se volvieron a ver en circunstancias especiales, se pudieron tratar con cordialidad y respeto.

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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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