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Un asilo de ancianos | Foto: Flickr.com/Ann
Un asilo de ancianos | Foto: Flickr.com/Ann

Hombre rico abandonado por sus padres en un orfanato hace 57 años los encuentra en asilo de ancianos - Historia del día

Mayra Pérez
14 may 2022
01:00

Un hombre, que fue abandonado en un orfanato por sus padres cuando era niño, los encuentra en una casa de retiro cincuenta y siete años después, y tiene que tomar una decisión que cambiará su vida.

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Los primeros recuerdos de Bernardo Briceño eran verdaderamente duros. Siempre estaba hambriento y asustado, y escuchaba voces enojadas que discutían por su causa. Las personas que lo cuidaban nunca fueron amables con él.

Bernardo recordaba haber salido de su camita y caminar hacia el sonido de la música y las risas, con el pañal empapado y pesado. Y luego había escuchado:

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

“¡Ya estoy harta de él!, tenemos que deshacernos de ese mocoso”, gritó una voz de mujer. Era su madre.

A veces, cuando su madre tenía sueño y estaba feliz, dejaba que Bernardo se acurrucara pegado a su cuerpo y entonces él se sentía seguro y contento. Pero por lo general, lo apartaba.

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Pasarían muchos años antes de que Bernardo entendiera por qué había tenido una infancia tan infeliz. Sus padres eran ricos y dependían de un fondo fiduciario. Cuando él nació, vivían en una comuna.

Eran los años sesenta, la era de la paz. El amor estaba en pleno apogeo, pero ese amor nunca le llegó al pequeño Bernardo. Cuando Marga descubrió que estaba embarazada, lo que sintió fue enojo y rabia.

Nunca había querido ser madre, ¡nunca!, pero era demasiado tarde para evitar el nacimiento del bebé. Afortunadamente, la comuna estaba llena de mujeres y entre todas cuidaban del pequeño Bernardo.

El niño llevaba el nombre de su abuelo, por pura casualidad. Marga y Rafael, el padre del niño, pensaban llamarlo por un nombre floral o con un gran significado. Pero el hombre del registro le preguntó a ella el nombre de su padre.

“Bernardo”, respondió Marga. Y así quedó registrado. Sus padres vivieron en esa comuna hasta que el niño llegó a los tres años; entonces decidieron marcharse.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Querían seguir a un nuevo gurú, un esteta indio. Él había dado una conferencia y la pareja quedó encantada con su filosofía de vivir una vida significativa.

El gurú dirigía un lugar de meditación en la India y Marga y Rafael inmediatamente sintieron que era allí donde querían estar. ¿Pero qué hacer con Bernardo? No podrían llevárselo.

“Lo dejaremos en un orfanato”, dijo Marga. “¿No es ahí donde cuidan a los niños?”.

A Rafael no le convencía mucho esa idea. “¿Te acuerdas de Oliver Twist? No me gustaría que algo así le sucediera al niño”.

“¡Qué disparate!”, exclamó Marga. “¡Estoy seguro de que estará bien! Y no será pobre, ¿verdad? Tiene su propio fondo fiduciario desde que nació y estará bien tan pronto como crezca. Tendrá todo lo que necesite”.

Tres días después, entraron en un orfanato en las afueras de la ciudad y dejaron al niño, de tres años, en el vestíbulo. Atado a su cuerpo estaba su certificado de nacimiento y los documentos pertenecientes al fondo fiduciario.

Para Bernardo, las monjas con sus tocados blancos eran como ángeles. Lo bañaron, lo alimentaron y le curaron un doloroso sarpullido que lo había aquejado desde siempre.

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Por primera vez, Bernardo estaba rodeado de personas cariñosas y gentiles que se ocupaban de él. En el orfanato se convirtió en un niño más activo, aunque a veces caía en profundos silencios.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

A medida que crecía, sus recuerdos se fueron haciendo más difusos. Supo sobre su fondo fiduciario y la fortuna que tendría cuando fuera mayor. Sabía que sus padres no lo habían abandonado por pobreza y desesperación.

La mayoría de los niños en el orfanato eran verdaderos huérfanos; unos pocos estaban porque sus padres no podían alimentarlos y cuidarlos. Pero ese nunca fue el caso de Bernardo.

Cuando cumplió 18 años, dejó el orfanato y a las amables monjas y se fue a la universidad. El fondo fiduciario había crecido y tenía mucho dinero para pagar sus estudios, y hasta para vivir el resto de su vida sin trabajar.

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Pero Bernardo quería convertirse en un gran arquitecto y construir muchos puentes, incluso alguno tan alto que pudiera tocar el cielo.

En la universidad conoció a Susana, una artista encantadora, y muy pronto se enamoraron. Se casaron al graduarse y tuvieron dos hijos.

Cuando tuvo a sus hijos en sus brazos por primera vez, Bernardo sintió una oleada de amor muy intenso que lo llevó a cuestionar a sus propios padres. ¿Cómo habían podido abandonarlo? Su amargura e ira hacia ellos crecieron a la par que su amor por sus hijos.

“Nunca me amaron como yo amo a María y Bruno”, le dijo a Susana. “¡Nunca sintieron el más mínimo amor por mí!”.

Pasaron muchos años antes de que Bernardo tuviera noticias de sus padres. El bufete de abogados que administraba su fondo fiduciario lo contactó y le dijo que ellos se habían quedado sin dinero.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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“Están en la indigencia, señor Briceño”, dijo el abogado. “Hemos pagado lo último del fondo fiduciario al hogar de ancianos en el que se hospedan, pero en seis meses se quedarán sin hogar”.

“¿Y por qué me están llamando?”, preguntó Bernardo con frialdad. El hombre vaciló. “Bueno... ellos son tus padres”, dijo. “Pensamos que era nuestro deber informarte”.

“Nunca los he sentido como mis padres”, respondió Bernardo. “No tengo ningún sentimiento por ellos”.

Pero con los días, la idea de sus padres en la indigencia lo empezó a torturar. “¡Tengo sesenta años y no les debo nada!”, le dijo a Susana. “Entonces, ¿por qué me siento así?”.

“Porque eres un buen hombre”, le dijo su esposa con cariño. “Y los hombres buenos hacen lo correcto…”.

Dos semanas después, Bernardo y Susana se dirigieron al hogar de ancianos donde residían Marga y Rafael. En su mente guardaba un vago recuerdo de sus rostros hermosos y de sus cabellos largos, adornados con flores.

La visión de estos dos ancianos muy deteriorados de alguna manera lo tomó por sorpresa. Cuando un cuidador les anunció la visita de su hijo, quedaron atónitos. Entonces Marga se puso de pie y se acercó a su hijo, con los brazos abiertos.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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“¡Bernardo, mi bebé!”, sollozó sin lágrimas.

Bernardo evadió su abrazo fácilmente. “Hola, madre”, dijo. “Me sorprende que me recuerdes. Yo no he podido reconocerlos en lo absoluto”.

Rafael sonrió, mostrando que la mayoría de sus dientes habían desaparecido. “No debemos pensar en el pasado”, dijo. “¡Estamos tan felices de verte! La vida no ha sido fácil... No somos quienes solíamos ser…”.

“Por favor, hijo mío”, susurró Marga. “¡No nos abandones!”.

“¿Abandonarlos?”, preguntó Bernardo. “¿Cómo hicieron ustedes conmigo, dices?”.

“¡Te dejamos mucho dinero!”, gritó Rafael. “¡Nunca fuiste pobre, y ahora nosotros lo somos!”.

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“No me dejaron dinero”, dijo Bernardo con calma. “Ese fondo fiduciario fue establecido automáticamente por la herencia del abuelo en el momento en que nací. No tuvieron nada que ver con eso”.

“¿Pero saben qué? No los abandonaré, no porque se lo merezcan, sino porque soy una mejor persona que ustedes. Sé lo que es el amor y la compasión. En mi corazón, ahora puedo perdonarlos. ¡Pueden quedarse con el dinero!”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Rafael miró a Bernardo con lágrimas en los ojos. “Estamos tan solos, hijo mío, tan solos... ¿Qué nos puede comprar ahora el dinero? ¿Más días de soledad? Por favor…”.

Bernardo asintió. “Así que ahora entienden lo que sentí”, dijo. “Yo era un niño y todo lo que quería era ser amado y apreciado. ¿Creen que el dinero fue un consuelo? Ahora son viejos y quieren ser amados, estar con la familia”.

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“Está bien, los llevaré a casa conmigo”.

Bernardo llevó a Marga y Rafael con él y contrató a un cuidador. A su madre le encantaba hablar con sus nietos y bisnietos y contarles historias sobre sus días locos en los años sesenta y cómo tocaban la guitarra a la luz de una fogata.

Rafael se sentaba al lado de su hijo siempre que podía, disfrutando de su silenciosa compañía. Bernardo donó la fortuna que había acumulado en su fondo fiduciario al orfanato que lo había cuidado y le había enseñado lo que era el amor.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • El dinero no sustituye al amor. Los padres de Bernardo lo abandonaron y le dejaron mucho dinero, pero nunca le dieron amor ni cuidados.
  • El resentimiento corroe el alma y el perdón es el único antídoto. Bernardo llevó el resentimiento hacia sus padres en su corazón hasta que finalmente pudo perdonarlos y encontró la paz.
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