Niño le da sus últimos 20 centavos a un indigente: su abuela luego recibe una casa de $740.000 como recompensa - Historia del día
Un niño pequeño le da sus últimos veinte centavos a un mendigo al que solía ayudar su padre y es recompensado por su amabilidad cuando el hombre se convierte en millonario.
Juan y su padre tenían sus pequeños rituales. Todos los sábados por la tarde, iban al parque a jugar béisbol y luego se detenían en su heladería favorita para disfrutar de un cono de chocolate y vainilla.
Cuando salían de la heladería, pasaban junto a un vagabundo que solía sentarse en la misma esquina de la calle. El padre de Juan le daba todo el efectivo que tuviera y el hombre siempre sonreía.
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“¡Un día, te devolveré cada centavo, Luis Rengifo!”, le decía el mendigo.
“Claro, Ricardo Ramos”, le contestaba el padre de Juan. “¡Cuento con ello!”.
Ese día, Juan le preguntó. “Papá, ¿cómo sabe tu nombre?”.
“Hace mucho tiempo, cuando estaba en la universidad, conocí a Ricardo. Siempre estaba al borde de un gran descubrimiento. No le fue muy bien, a veces sucede”.
"Así que cuando lo veo, le doy lo que puedo, y me dice que lo está usando para un gran proyecto, y que cuando tenga éxito, compartirá sus ganancias conmigo. No sé si algo de eso sea cierto, pero me siento bien ayudándolo”.
Juan sintió la compasión en su voz, así que le dio un gran abrazo. No lo sabía, pero ese iba a ser el último que le diera en vida. Esa noche, su padre salió a correr, y su gran corazón se rindió.
La madre de Juan había fallecido cuando nació, así que quedó huérfano a muy corta edad. Tuvo que irse a vivir con su abuela, Wendy, que solo tenía su pensión para mantenerse.
La situación económica se hizo muy precaria para ambos, por lo que la mujer decidió buscar un trabajo, a pesar de su avanzada edad. Comenzó a hacer un turno en una lavandería durante las noches.
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La salud de la mujer empezó a deteriorarse y Juan estaba muy preocupado por ella. Si la abuela moría, él no imaginaba que sería de su vida. Ese pensamiento lo hacía llorar mucho.
Su abuela decidió animarlo. “Escucha, Juan”, dijo. “¿Por qué no vamos al parque este sábado y luego pasamos por la heladería?”. El niño aceptó de inmediato con una sonrisa.
Compartieron un día muy especial, y de regreso pasaron por la esquina donde siempre estaba el amigo de su padre.
“¡Espera, abuela!”, dijo el niño. “¡Hay algo que tengo que hacer!”. Juan se acercó a Ricardo y le dio la vuelta a los bolsillos, pero solo tenía eran veinte centavos. Eso lo entristeció.
“¡Lo siento, pero solo tengo veinte centavos!”, le dijo Juan al indigente con lágrimas en los ojos.
“Está bien”, dijo el hombre. “¡Cada centavo ayuda! ¿Cómo está tu papá? ¡Hace tiempo que no lo veo por aquí!”.
Fue entonces cuando Juan comenzó a sollozar y su abuela llegó corriendo. “¡Está muerto!”, gritó. “Él está muerto y somos pobres y me temo que la abuela Wendy también morirá y yo me quedaré solo”.
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El indigente escuchó sus palabras con atención y le dijo: “Siento muchísimo lo de tu padre. Era un gran ser humano. Y no te preocupes, ¡me aseguraré de que estés bien! Muy pronto registraré mi invento y prometí a tu padre compartir las ganancias”.
La abuela, que estaba consolando al niño, sacudió la cabeza con tristeza y sonrió. “Gracias”, dijo ella. “Eres muy amable”, expresó con algo de escepticismo. Le costaba que hubiera algo de verdad en sus palabras.
Un año después, Ricardo llegó hasta su humilde casita en una limusina con un cheque por 5 millones de dólares, y, Wendy se quedó estupefacta. Pero esa no fue la única sorpresa de ese día. También los llevó a una hermosa villa de lujo junto al mar que les había comprado.
“Le prometí a Luis que recuperaría su dinero”, dijo Ricardo. “Una multinacional acaba de comprar mi patente por mucho dinero, ¡y lo prometido es deuda!”.
En la nueva casa, la salud de Wendy mejoró enormemente y por fin Juan podía acostarse a dormir si miedo a quedarse solo en el mundo. En cuanto a Ricardo, comenzó a frecuentar a la familia y disfrutaba de jugar béisbol y baloncesto con el niño.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Un corazón compasivo siempre es recompensado. El padre de Juan ayudaba siempre a Ricardo por la más sincera generosidad. Nunca imaginó que algún día se haría rico.
- No dejes de luchar por hacer realidad tus sueños. Aunque nadie creía en él, Ricardo nunca renunció a sus sueños y, finalmente, se hicieron realidad.
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