Hombre sigue a un niño que agarra frutas casi podridas de su quiosco a diario - Historia del día
Un frutero era visitado diariamente por un niño pequeño que tomaba las frutas demasiado maduras que ya no podía vender. Un día, decidió seguirlo y averiguar por qué.
Los tiempos han sido difíciles en general, pero siempre son más difíciles para los más pobres. Cuanto menos tienes, menos parece durar el dinero.
Las familias que se esfuerzan por poner comida en la mesa deben comprar lo más barato, por lo que las frutas y verduras frescas no están en la lista. El Sr. León lo sabía. Él mismo había pasado por momentos bastante difíciles. Sabía lo que era pasar hambre.
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Por eso, el hombre tenía una caja en la parte delantera de su tienda de frutas y verduras en la que ponía los productos que estaban demasiado maduros y ya no podía vender. Las personas más pobres del vecindario sabían que podían tomar las frutas y verduras de esa caja.
La mayoría de las personas que “compraban” en lo que el Sr. León consideraba su caja de caridad eran los ancianos del vecindario o mujeres delgadas y de aspecto agobiado con demasiados hijos que alimentar.
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Entonces, un día pasó un niño pequeño. Este vio a una anciana tomar un puñado de tomates y algunas naranjas sin pagar. Dio las gracias al Sr. León y siguió caminando.
El niño preguntó: “¿No estás enojado?”.
El hombre le sonrió. “¿Por qué estaría enojado?”.
“¡Usted se enoja cuando los chicos intentan robar las manzanas!”, dijo el pequeño.
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“Eso es cierto”, estuvo de acuerdo el Sr. León. “Pero esto es diferente. Esta fruta debe comerse de inmediato para que no se estropee, así que dejo que la gente que no puede comprarla la tome”.
“¡AH!”, exclamó el niño. “¿Puedo tomar un poco también?”.
“¡Por supuesto, hijo!”, dijo el hombre amablemente. “¿Cómo te llamas?”.
“Me llamo Pedro”, contestó el pequeño. “Pedro Delgado”.
“Pedro”, dijo el Sr. León. “Espera un minuto”.
El hombre tomó una bolsa de hilo y rápidamente la llenó con una selección de varias frutas diferentes de la caja de caridad. “¡Aquí tienes!”, le dijo al niño. “¡Disfrútalas y vuelve cuando necesites más!”.
Pedro agradeció al Sr. León y salió corriendo con la fruta. Al día siguiente, estaba de vuelta y tenía su propio bolso. Cortésmente le preguntó al hombre si podía tomar algo de fruta, luego salió corriendo con su tesoro.
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El chico se convirtió en un visitante diario en la tienda del Sr. León. A veces, el hombre incluso ponía algunos de los productos más frescos para el pequeño. Empezó a preguntarse quién era él y si necesitaba más ayuda de la que estaba recibiendo.
Una tarde, el Sr. León decidió seguir a Pedro y observó desde la distancia cómo el niño se acercaba a una casa de aspecto destartalado.
“¿Es mi pequeño visitante un ladrón?”, se preguntó el Sr. León. ¡Vio a Pedro subir sigilosamente los escalones del porche, dejar la bolsa de frutas junto a la puerta y luego huir!
Desconcertado, el hombre siguió al niño a otra casa de apariencia humilde. Allí, el pequeño subió los escalones, abrió la puerta y gritó: “¡Mamá, ya estoy en casa!”.
Así que Pedro no se llevaba nada de la fruta a su casa a pesar de que obviamente la necesitaba. El Sr. León estaba confundido. Al día siguiente, cuando Pedro pasó por su quiosco, el hombre lo llamó para hablar aparte.
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“Pedro”, dijo suavemente. “¿Qué haces con las frutas y vegetales que te llevas? ¿Se los das a tu mamá?”.
El niño sacudió su cabecita. “No”, dijo. “Los llevo a casa de mi abuela. Ella está cuidando a mi prima pequeña pero no tiene mucho dinero porque no tiene trabajo”.
“Mi mami trata de ayudar, pero mi abuela no la deja. Dice que mi mamá también está luchando y tiene su propia familia que alimentar. Así que dejo la comida en el porche para que no sepa que soy yo”.
El Sr. León miró a Pedro con lágrimas en los ojos. “Hijo”, dijo. “¿Nunca tomas nada para ti?”.
Pedro agachó la cabeza. “Lo hice una vez. En una ocasión usted puso una manzana roja y brillante”, confesó. “Pero después me sentí mal porque Sara la necesitaba más que yo”.
“¿Tu mamá lo sabe?”, preguntó el hombre.
Pedro volvió a negar con la cabeza. “No”, susurró. “Ella es muy orgullosa. Le avergonzaría saber que he estado tomando comida para la caridad”.
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“Espera aquí un minuto, muchacho”, dijo el Sr. León. Entró en la tienda y llenó dos bolsas grandes hasta el borde con frutas y verduras deliciosas y crujientes.
Acompañó al niño a la casa de su abuela y dejaron una bolsa en el porche como siempre. Entonces el hombre acompañó a Pedro a su casa. Llamó a la puerta y esperó a que abriera la mamá del chico.
“Hola, señora Delgado”, dijo el Sr. León. “Soy el dueño de la frutería en la avenida principal. Pedro me ha estado ayudando después de la escuela y no acepta dinero, así que decidí pagarle con bienes”.
El Sr. León puso la bolsa pesada en los brazos de la señora. Ella estaba atónita. “¡Pedro no me había dicho nada!”, dijo ella llorando.
“Es un buen chico”, dijo el Sr. León. “Ojalá tuviera 10 o 12 años más...”.
“¿Por qué?”, preguntó la madre.
“Quiero abrir otra tienda dos calles más abajo y estoy buscando gente decente y trabajadora para que la administre”, explicó el hombre. “¿Estaría interesada?”.
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“¡Sí!”, dijo la mujer emocionada. “¡Me encantaría!”.
“Siempre tengo dos empleados”, explicó el Sr. León. “¿Puede recomendarme a alguien?”.
“Mi madre”, exclamó la Sra. Delgado. “Ella es muy trabajadora y necesita el trabajo. Está criando a la hija de mi hermano”.
“¡Excelente!”, dijo el hombre. “¡La tienda abre dentro de un mes!”.
El Sr. León cumplió su palabra. Se abrió la nueva tienda y la mamá y la abuela de Pedro comenzaron a trabajar allí. El hombre les pagaba buenos salarios y las dos mujeres resultaron ser excelentes empleadas.
Siguieron la tradición del Sr. León de poner una caja de caridad. Si veces le daban a una persona necesitada unas buenas papas nuevas o una bolsa de manzanas, al Sr. León no le importaba.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La verdadera caridad es dar de lo poco que se tiene a quien más lo necesita. Pedro era pobre, pero le daba todo a su abuela por su primita.
- Los que viven en la abundancia no deben olvidar a los que viven en la necesidad. El Sr. León una vez había sido muy pobre, así que sabía lo que era pasar hambre. Sabía que lo que regalaba era profundamente apreciado.
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