Mujer celebra su cumpleaños 100 sola hasta que hombre que no ha visto en 60 años aparece en su puerta - Historia del día
Miranda estaba celebrando sola su cumpleaños número 100. Pero mientras soplaba las velas de su pastel, sonó el timbre. Cuando abrió vio a un hombre inesperado parado afuera.
“No puedo creer que todavía esté viva!”, dijo Miranda mientras encendía las velas de su pastel de cumpleaños y se sentaba en la mesa de la cocina.
Estaba agradecida por sus años de buena salud y el milagro de una larga vida. Había sido testigo del cambio en el mundo a través de las guerras, la tecnología, la música y el amor. Había tenido una vida maravillosa.
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Lamentablemente, todos sus amigos y seres queridos ya habían fallecido. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero esa fue su elección. Su carrera como enfermera había sido demasiado importante para ella.
Muchas personas le advirtieron que se arrepentiría en el futuro, pero arrepentimiento no era precisamente la palabra adecuada para sus sentimientos.
Miranda se sentía en paz y feliz, y aunque a veces le afectaba la soledad, estaba perfectamente bien sola. Hasta que llegó su cumpleaños.
Todo lo que podía hacer era recordar su pasado, las fiestas y las celebraciones. La mejor manera de describir su sentimiento actual era agridulce.
Pero no dejaría que ningún sentimiento negativo le fastidiara el día, incluso si estaba sola. Así que cantó el "Feliz Cumpleaños" y sopló las velas.
Deseó que el mundo fuera mejor, que más personas se dedicaran a la medicina y ayudaran a los demás, y que los científicos y los políticos se tomaran en serio el cambio climático.
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El sonido del timbre la hizo saltar en su asiento. “¿Quién podría ser?”, se preguntó y se puso de pie. El roce de las patas de su silla contra el suelo hizo un sonido horrible cuando el timbre volvió a sonar. “¡Ya voy! ¡Ya voy!”.
“¿Sí?”, dijo al abrir la puerta y ver a un hombre extraño afuera. Debía tener entre 60 y 70 años, pero Miranda no lo reconocía.
“¿Enfermera Estévez?”, preguntó el hombre y sonrió.
“¿Enfermera? Ah, bueno, no había oído eso en años. Pero, ¿te conozco?”.
“¡Soy yo! ¡Adrián!”.
“¿Adrián?”, preguntó Miranda, frunciendo los labios. Finalmente, ella negó con la cabeza. “Lo siento, no te recuerdo ¿Podrías darme una pista?”.
“No se preocupe. Esperaba esto, pero puedo darle más de una pista. Soy Adrián Mijares. Hace 60 años me trató cuando estaba en mi peor momento. Fui su paciente en el Hospital Fajardo. ¿Me recuerda ahora?”. El hombre le seguía sonriendo a la mujer mayor.
Miranda se quedó boquiabierta ante la revelación. Una serie de viejos recuerdos resonaron en su mente. Un pobre niño había sufrido una forma severa de cáncer, y ninguno de los médicos pensaba que sobreviviría.
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Pero todas las enfermeras del personal, incluida ella, tenían muchas esperanzas. Adrián sonreía mucho más que otros niños enfermos. También era más amable y más inteligente. Todos querían verlo mejorar.
Miranda tenía 40 años en aquel entonces y ver niños en ese estado siempre era lo peor para ella. Pero verlos recuperarse era la mejor sensación, y Adrián era uno de ellos.
A pesar del pronóstico grave de los médicos, la quimioterapia y las cirugías funcionaron en él. Después de meses en el hospital, el pequeño fue dado de alta y las enfermeras y el personal aplaudieron su milagrosa recuperación.
Él los saludaba con la mano mientras sus padres derramaban lágrimas silenciosas y felices por poder llevarse a su hijo a casa, sano y libre de cáncer.
Durante varios años, Miranda se mantuvo en contacto con la familia de Adrián. Ella llamaba y la madre del niño siempre se entusiasmaba contándole sobre la buena salud de su hijo.
También le estaba yendo bien en la escuela y finalmente volvió a jugar afuera. La felicidad prevalecía en ese momento, y la mujer mayor recordó haberle dicho a su madre: “Este es el primer milagro que he visto en mi carrera. Disfrútenlo”.
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Estaba segura de que los padres de Adrián la apreciaban mucho. Eventualmente, la familia del chico se mudó con él a otro estado y perdieron el contacto con la enfermera que había amado tanto a su hijo.
Ver al niño parado ahora frente a ella como un hombre adulto era otra maravilla y algo que Miranda nunca había esperado.
“¡Dios mío! ¡Mi querido muchacho! No puedo creer esto. Ven aquí”, dijo ella emocionada. Entonces le dio un fuerte y largo abrazo a Adrián. “¡Entremos y comamos un poco de pastel!”.
El hombre se sentó y se sorprendió por el pastel, pues no tenía idea de que era su cumpleaños. “¡Bueno, este es un gran momento! ¡Le daré un regalo!”, dijo él, sacando su teléfono.
Ambos se pusieron las gafas de lectura. Luego Adrián le mostró las fotos de su esposa, hijos y nietos. También había mascotas, viajes y fotografías de sus graduaciones. Toda su vida.
Miranda se quitó las gafas mientras las lágrimas corrían por su rostro. “Esto me hace muy feliz”.
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“He estado tratando de encontrarla y, finalmente, el hospital, Centro de Salud Fajardo, como se conoce ahora, accedió a darme su última dirección conocida. Gracias a Dios que no se había mudado”, dijo Adrián mientras guardaba su teléfono.
“¿Realmente querías encontrarme para mostrarme estas fotos?”.
“No, solo quería agradecerle. Recientemente, tuvimos un susto de salud con nuestro primer nieto, y me acordé de usted. Usted me dijo que luchara con todo porque tenía mucho por vivir”.
“Creo que... realmente me tomé muy en serio sus palabras. Creo que esa es parte de la razón por la que lo hice. Porque durante años, todo lo que mi madre podía decir era que yo era un milagro”.
“Pero creo que usted me hizo luchar, enfermera Estévez”, explicó. Sus palabras hicieron llorar a Miranda un poco más. “Estoy muy contento de que todavía esté aquí. El mundo sería un lugar horrible sin usted”.
“Ay, querido muchacho. Este es el mejor cumpleaños desde... bueno, desde siempre. El mejor de todos. Cuéntame más sobre tu vida”, dijo la mujer mayor, limpiándose la humedad de la cara. “Pero vamos a comer un poco de pastel mientras hablamos”.
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Se levantó para cortar algunos pedazos de pastel y le ofreció a Adrián un poco de leche. Charlaron durante horas y horas, haciendo que Miranda olvidara los sentimientos agridulces de su corazón.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Tus buenas acciones siempre serán recordadas por las personas a las que ayudaste: Adrián no se olvidó de la enfermera que lo cuidó y animó cuando era un niño enfermo, y regresó años después para agradecerle.
- En la vida no hay lugar para los arrepentimientos: Miranda no se arrepintió de centrarse en su carrera en lugar de tener una familia, especialmente porque ayudó a muchas personas.
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