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Un niño lavando un auto | Foto: Getty Images
Un niño lavando un auto | Foto: Getty Images

Niño lava coches para recaudar fondos para el tratamiento de anciano y recibe un paquete inmenso como recompensa - Historia del día

Georgimar Coronil
06 sept 2022
14:00

Un niño de diez años, de buen corazón, decide recaudar dinero para la operación de su anciano vecino lavando coches. Se queda atónito cuando alguien decide recompensarle.

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Cuando Max González tenía cinco años, su padre murió y su vida cambió. Dos años más tarde, su madre no pudo hacer frente a los pagos de la hipoteca, por lo que tuvieron que abandonar su casa.

La mamá de Max decidió que se mudarían a otro estado y vivirían con su abuela, Moira. Tras lo sucedido, Max no solo perdió a su padre, sino también a sus amigos y toda conexión con lo que había sido una vida feliz y despreocupada.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Sin embargo, su suerte cambió cuando conoció al Sr. Quiroga, quien era el vecino de la abuela Moira.

La primera vez que Max lo vio, se sorprendió. Nunca había estado en presencia de alguien tan viejo. El poco pelo que tenía sobresalía en mechones a los lados de la cabeza, y su piel era tan fina que se le veían las venas y los huesos. Entonces Max se fijó en sus ojos. Los ojos del señor Quiroga eran brillantes, inquisitivos y jóvenes.

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Max conoció al anciano una semana después de llegar a la casa de la abuela Moira. Llevó su pelota al patio trasero y comenzó a patearla. No era muy divertido jugar solo, así que Max comenzó a intentar golpear los listones de la valla de su abuela.

Pateó la pelota y esta salió volando muy alto, por encima de la cerca, hasta el patio de al lado. Max corrió hacia la valla y se encaramó a ella. Pudo ver su balón tirado en medio del césped, junto a una tumbona.

Había un hombre en esa tumbona, el más viejo que Max había visto nunca, y estaba mirando al cielo, y en sus manos había lo que parecía un carrete de pesca.

"Disculpe, señor", dijo Max amablemente. "Mi pelota se metió en su patio. ¿Podría tirarla por encima de la cerca?". El hombre se levantó de su silla muy lentamente y dejó caer el carrete.

Max vio que era muy alto y delgado, y que sus manos eran huesudas y grandes, con las articulaciones hinchadas. "Hola", dijo el hombre. "Tú debes ser el nieto de Moira".

"Sí, señor", dijo Max amablemente. "Soy Max. Es Max por Maxwell, no Maximiliano".

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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"Encantado de conocerte, Max", dijo el hombre. "Soy Juan Quiroga. Ven a buscar tu pelota".

Max trepó por la valla y entró en el patio del señor Quiroga. Recogió su pelota y se la metió bajo el brazo, y fue entonces cuando vio la cometa del señor Quiroga. Max nunca había visto una cometa como aquella. Era de color amarillo brillante y tenía pintados unos terroríficos ojos de demonio.

"¡Guau!", dijo Max. "Es una cometa genial".

"Gracias", respondió el señor Quiroga. "Es la mejor que he hecho. Lástima que ya no pueda luchar".

"¿Luchar?", preguntó Max, desconcertado. "¿Qué significa eso?".

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"Sabes, fui piloto comercial", dijo el señor Quiroga. "Y cuando me retiré, no podía soportar la idea de quedarme atrapado en tierra".

"Así que empecé a hacer y volar cometas de combate, ¡y era bastante bueno! Esta es una cometa de combate. Como puedes ver, solo tiene una cuerda. Esa cuerda está recubierta de pegamento y vidrio molido, así que si eres bueno, puedes cortar la cuerda de otra cometa".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"¿Cortar la cuerda?", preguntó Max. "¿Como una pelea?".

"Exactamente", dijo el Sr. Quiroga. "Una pelea con cometas. Tienes que ser muy bueno leyendo el viento y maniobrando tu cometa. ¿Quieres probar?".

Max tomó el carrete con ganas y empezó a intentar hacer que la cometa diera bandazos y giros en el aire. "¡Esto es genial!", gritó. "¿Me enseñará, señor Quiroga?".

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"Si quieres aprender, tienes que empezar por hacer tu propia cometa", dijo el señor Quiroga. "¡Pero primero, le pides permiso a tu mamá!".

Esa noche, durante la cena, lo único de lo que pudo hablar Max fue del señor Quiroga y de sus cometas guerreras. "Es TAN genial, mamá", dijo Max, con los ojos brillantes. "Dijo que me enseñaría. ¿Puedo ir allí mañana?".

"No sé, Max", dijo su madre. "El señor es muy mayor. ¿Estás seguro de que no le vas a molestar?".

"Dijo que quería enseñarme", respondió Max. "¿Por favor?".

"Diana", dijo la abuela Moira a la madre de Max. "Creo que es una idea maravillosa. El señor Quiroga es un hombre encantador. Será bueno para él tener la compañía de un niño. Y será estupendo para Max tener una actividad que no implique su ordenador o sus videojuegos".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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A partir de entonces, Max fue a casa del Sr. Quiroga todos los días después del colegio. Empezó a aprender a hacer las frágiles y ligeras cometas. Max se asombraba al ver cómo las lentas y viejas manos del Sr. Quiroga pegaban cuidadosamente el delicado papel a los finos palos.

Sus propias manos parecían torpes en comparación, y siempre se manchaba con el pegamento. Sin embargo, Max nunca se rindió.

Su padre siempre le había dicho que nunca debía rendirse. "Siempre hay un camino, Max", le decía su padre. "¡Sigue adelante!".

Max perseveró hasta que fue casi tan bueno como el Sr. Quiroga. Aprendió a volar sus cometas, pero seis de cada diez veces, el Sr. Quiroga ganaba las batallas de cometas. Entonces, el verano en que Max cumplió diez años, algo cambió.

El Sr. Quiroga empezó a perder siempre, y cuando construían las cometas, a veces colocaba los palos en el lugar equivocado e incluso rasgaba el papel.

"¿Qué pasa?", preguntó Max con ansiedad. "¿Está bien?".

El Sr. Quiroga se tapó los ojos con las manos. "Lo siento, Max", dijo. "Verás, tengo noventa y cinco años. Mis ojos... tengo cataratas. Estoy perdiendo la vista".

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"Pero... ¡puede operarse!", dijo Max. "¡La abuela Moira lo hizo!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Puedo operarme", respondió el señor Quiroga. "Pero el médico me ha dicho que, debido a mi edad, podría ser complicado. El seguro médico pagará una parte, pero aun así tendré que reunir al menos tres mil dólares. Puede que tenga que quedarme en el hospital, y con mi pensión no puedo permitírmelo".

Max se fue a casa y les contó a su madre y a su abuela lo del señor Quiroga. "Mamá", dijo Max. "Por favor, ¿no podemos ayudarlo?".

"Cariño", dijo la madre de Max. "¡Ojalá pudiéramos, pero ya sabes lo ajustado que está el dinero! Llevo meses ahorrando para comprarte la bicicleta que quieres y aún me faltan cien dólares".

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"No quiero la bicicleta", dijo Max con lágrimas en los ojos. "Prefiero darle el dinero al señor Quiroga para su operación".

"Max", dijo su madre con suavidad. "Solo son 150 dólares. ¿Y el resto?".

"Puedo contribuir con 100 dólares", dijo la abuela Moira. "Pero aún quedan 2750 dólares por pagar".

"Yo reuniré el dinero", dijo Max. "¡Lavaré coches en el estacionamiento del centro comercial los sábados y domingos!".

Y eso es exactamente lo que hizo Max. Fue al estacionamiento del centro comercial con su cubo y sus esponjas y se ofreció a lavar los coches de la gente por un dólar. Tendría que lavar muchos autos para conseguir el dinero, pero Max estaba decidido.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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A veces la gente le daba más de un dólar más porque Max hacía un buen trabajo, pero solamente ganaba unos veinte dólares por fin de semana.

Lo peor de todo es que algunas personas le decían a Max que lavara sus autos y luego se marchaban sin pagar. Un día, uno de los clientes de Max le preguntó: "¿Para qué haces esto, chico?".

Nunca nadie se lo había preguntado antes a Max. Él respondió: "Mi vecino, el Sr. Quiroga, necesita una operación de cataratas. Estoy recaudando el dinero para él".

El hombre parecía asombrado. "¿Cuánto necesita?".

"Tengo 620 dólares", dijo Max. "Porque mi madre me dio el dinero que estaba ahorrando para mi bicicleta, pero todavía necesito quizás 2400 dólares más".

"¿Es eso lo que querías?", preguntó el hombre. "¿Una bicicleta?".

"Sí", dijo Max. "¡Pero la operación de ojos del Sr. Quiroga es mucho más importante!".

"Eres un chico amable", dijo el hombre con suavidad. "¿Dónde vives?".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Max le dijo dónde vivía, y el hombre le dio las gracias y le dio 20 dólares. Max no podía creer su suerte. "¡Gracias, señor!", expresó.

El hombre sonrió y dijo misteriosamente: "¡No me dé las gracias todavía!".

Lo que Max no sabía era que el hombre que había conocido estaba decidido a ayudarle. Volvió a casa y publicó la historia de Max en Facebook.

Luego, creó una página de GoFundMe en la que también compartió la historia de Max. Narró cómo este niño de diez años había renunciado a su sueño de tener una bicicleta para ayudar a su amigo a pagar su cirugía ocular. Pidió a la gente que enviara sus donaciones para ayudar al Sr. Quiroga y recompensar a Max.

Poco a poco, las donaciones empezaron a llegar, y a medida que la historia se difundía, más y más gente empezó a dar dinero. No pasó mucho tiempo hasta que se alcanzó el objetivo de 2.500 dólares para la cirugía.

Pero la recaudación no se detuvo ahí. El hombre que había conocido a Max tenía algo más en mente, y era una gran sorpresa. Un día llamó a la puerta de Max.

"Hola", dijo y le entregó a Max un sobre. "Esto es para tu amigo el Sr. Quiroga". Max abrió el sobre y vio un cheque de más de 3.000 dólares.

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"¡Vaya!", gritó. "¡Esto es genial! Podrá operarse gracias a ti".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El hombre negó con la cabeza. "No gracias a mí, Max", dijo. "¡Gracias a ti!".

El hombre le guiñó un ojo a Max y se marchó. El chico entró en la casa para buscar el dinero que había recaudado y se lo dio junto con el sobre al señor Quiroga.

"Pero...", dijo el señor Quiroga. "¿De dónde has sacado todo este dinero?".

Max contó su historia sobre la bicicleta, el lavado de coches en el centro comercial y el extraño hombre que había traído el cheque. "¡Es genial!", dijo. "¡Ahora puede operarse y verá mejor que antes!".

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El Sr. Quiroga tenía lágrimas en los ojos. "Max", dijo. "Puedo vivir hasta los 1000 años y tener una visión 20/20 hasta el día de mi muerte, ¡pero nunca veré un corazón más bondadoso que el tuyo!".

Fue entonces cuando la madre de Max vino corriendo. "¡Max!", dijo. "¡Será mejor que vuelvas a casa rápido!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Max estaba alarmado. "¿Está bien la abuela Moira?", preguntó.

Su madre reía y lloraba al mismo tiempo. "¡Ven a casa, Max! ¡Vuelve a casa ahora!".

Max siguió a su madre a casa, y allí, en el porche, había un enorme paquete hecho con papel rojo brillante y muchos lazos plateados. "¿Qué es esto?", preguntó Max.

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"Acaban de entregarlo", dijo la madre de Max. "¡Es para ti!".

Max estaba tan nervioso que le temblaron las manos al desenvolver el paquete. Se quedó asombrado al descubrir que era una bicicleta, ¡la mejor y más bonita que había visto nunca!

"¿Es mía?", le preguntó a su madre. "¿Estás segura? Esa bicicleta... ¡cuesta mucho dinero, mamá! No podemos permitírnosla".

"Es un regalo, Max", dijo su madre con suavidad. "¡Mucha gente quiere recompensarte por tu corazón bondadoso y cariñoso!".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Una buena persona pondrá en primer lugar las necesidades de sus seres queridos: Para Max, era más importante ayudar al señor Quiroga que tener una bicicleta.
  • Un corazón bondadoso siempre será recompensado: Cuando Max decidió ayudar al Sr. Quiroga, acabó viendo cumplido su propio sueño de tener una bicicleta.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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