Niño le regala su perrito a una anciana viuda para que no se sienta sola: años después ella aparece en su boda - Historia del día
Un chico de trece años vio a una mujer sola en el parque y le regaló el perro que tanto anhelaba. Nueve años después, ella apareció en su boda con una sorpresa.
Como todos los niños, lo que Kevin Herrera más deseaba en este mundo era un perro. Grande, pequeño, no importaba. Quería un perrito lo amara, lo persiguiera, jugara a la pelota y fuera su mejor amigo.
Desafortunadamente para el niño, su madre no creía que fuera lo suficientemente responsable. Así que, año tras año, siguió suplicando por un perrito, sin éxito.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash
Kevin nunca imaginó que cuando su familia finalmente cediera, entregaría a ese anhelado cachorro el mismo día. Dos días antes de su decimotercer cumpleaños, el chico fue al parque a encontrarse con su amigo Guillermo.
Los chicos planeaban pasar el rato, jugar con un frisbee y tal vez tomar un helado. Kevin llegó primero al parque y comenzó a deambular mientras esperaba a su amigo.
Mientras caminaba, escuchó a una mujer llorando. Inmediatamente se preocupó. ¿Será que estaba herida?
Caminó hacia el sonido y vio a una anciana sentada en un banquillo del parque. Estaba inclinada como si le doliera, con los brazos alrededor de sí misma. “Señora”, dijo el chico. “¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llame a alguien?”.
La dama levantó el rostro hinchado y surcado por lágrimas y sacudió la cabeza. “No, por favor…”, dijo tartamudeando. “No llames a nadie...”.
Kevin se acercó y vio que la mujer mayor estaba temblando. “¿Alguien la lastimó?”, preguntó él.
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“Sí”, dijo la mujer con amargura. “¡Dios!”.
Kevin no sabía qué decir, así que se aclaró la garganta. “Lo siento”, dijo finalmente.
La señora negó con la cabeza y dijo: “No, yo lo siento. No debí haber dicho eso. Es solo que estoy teniendo un día muy malo”.
El chico asintió con simpatía. “Sí... puedo ver eso. ¿Quiere hablar al respecto? Suelo conversar con mi mamá cuando me enojo con el mundo, y eso me ayuda”.
La señora trató de sonreír. “Eres un chico dulce, pero me temo que hablar no ayudará”, respondió ella. “Mi esposo murió hace dos semanas y me siento muy sola. Habíamos estado juntos durante cincuenta años”.
“¡Cincuenta años! No puedo recordar quién era yo sin él. No soporto el silencio dentro de esa casa. Tenía que salir o me asfixiaría”.
Kevin se sentó junto a la anciana y le tomó la mano. “¿Quiere que la acompañe a casa?”, preguntó él. “Así no estará sola cuando entre”.
“Eso ayudaría”, dijo la señora. “Soy Diana. ¿Cuál es tu nombre?”.
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Kevin se presentó, y él y la anciana hablaron durante un largo rato. Luego la acompañó a su casa. Poco después el chico regresó al parque. Guillermo estaba allí, furioso porque pensaba que su amigo lo había plantado.
El encuentro de Kevin con Diana lo dejó muy triste y decidió irse a casa. “Mamá”, dijo. “No me quiero casar nunca”.
“¿Por qué no?”, preguntó la mamá del chico, sorprendida.
“¿Qué pasa si convives unos cuarenta o cincuenta años con alguien?”, dijo el niño. “¿Y luego esa persona muere y te quedas solo? Imagínate lo doloroso y triste que es eso. No quiero que me pase algo así”.
“Entonces te perderás el amor”, dijo la madre del niño. “Y eso es una lástima. Verás, Kevin, si te proteges de sentir dolor, te estás privando de la felicidad”.
El niño se fue y pensó en lo que había dicho su madre. ¡La vida era muy complicada! Pero al día siguiente, tuvo una de las mayores sorpresas y mayores alegrías de su vida.
Cuando bajó a desayunar, había una caja grande sobre la mesa, ¡y la caja se movía! Su mamá y su papá estaban parados allí con grandes sonrisas en sus rostros.
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¡Dentro de la caja había un cachorro con los ojos más grandes y dulces que jamás había visto! Kevin abrazó al perro y este le lamió la cara. “¡Tengo un perro!”, gritó el chico. “¡UN PERRO!”.
Corrió hacia su mamá y papá y los abrazó. “¡Mamá, papá!”, dijo. “¡Son los mejores!”. Abrazó a sus padres y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Era parte de una familia maravillosa, y ahora tenía una bonificación: ¡un mejor amigo canino! Fue entonces cuando recordó a Diana sola en su enorme casa, con el corazón roto, escuchando el silencio.
“Mamá, papá”, dijo en voz baja. “Quiero hablar con ustedes sobre algo...”.
Unas horas más tarde, Kevin llamó a la puerta de Diana con el cachorro que se retorcía en sus brazos. “Hola”, dijo él tímidamente. “Hoy es mi cumpleaños y mis padres me regalaron este cachorro que adoptaron de un refugio”.
“Empecé a pensar... usted necesita a este cachorro más que yo. Tengo a mamá y a papá, y a Guillermo, y muchos otros amigos. Este cachorro necesita mucho amor, y creo él y usted estarían muy bien juntos. ¿Qué piensa?”.
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“¿Darle mi corazón a un animal solo para que muera dentro de unos años?”, preguntó la mujer mayor con amargura. “No lo creo. ¡No necesito más dolor en mi vida!”.
“Mi mamá dijo... dijo que, si te proteges de sentir dolor, también te estás alejando de la felicidad”, dijo Kevin.
Diana tomó al cachorro de los brazos del niño y miró sus dulces ojos. El perrito ladró y le lamió la nariz, y la mujer mayor se echó a reír.
“¡Tienes razón, Kevin!”, dijo ella. “Necesito a este cachorro. Tal vez puedas visitarnos a ambos; ¡nunca he tenido un perro antes y puede que necesite algunos consejos!”.
En los años siguientes, Kevin, Diana y Max (así se llamaba el perro) se hicieron grandes amigos. Luego, al padre de Kevin le ofrecieron un trabajo en otro estado y la familia se mudó.
El chico creció y fue a la universidad, y se enamoró porque eso es lo que hace la gente. Decidió que quería tener cuarenta o cincuenta años felices, así que le pidió a su novia que se casara con él.
El día de su boda, justo después del “Sí, acepto”, Kevin se sorprendió al ver que un perro venía corriendo por el pasillo. El perro estaba loco de felicidad y comenzó a saltar para lamerle la cara.
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“¡MAX!”, gritó Kevin. Luego vio a Diana parada detrás del perro, y en sus brazos había un cachorro de cara dulce con un gran lazo alrededor de su cuello.
“Diana”, dijo Kevin cuando vio a la anciana. Entonces corrió a abrazarla. Ella se veía muy mayor, pero parecía estar muy feliz.
“Hola”, dijo ella, sonriendo. “He venido a devolverte el regalo que me diste hace mucho tiempo. Me enseñaste que un perro hace un hogar feliz. Esta es Linda”.
“Es la hija de Max, y espero que traiga tanta felicidad a tu nueva vida como él la trajo a la mía”.
Kevin tomó a Linda y se la mostró a su nueva esposa, quien inmediatamente se enamoró del cachorro. “¿Qué es esto?”, dijo la mujer mientras acariciaba las orejas de la perrita. El hombre vio una llave en la cinta alrededor del cuello de la cachorra.
“Ese es mi regalo para ti”, dijo Diana.
“Esa es la llave de mi casa porque algún día será de ustedes. Un día de estos estaré con mi amado esposo. Quiero que ustedes vivan allí esos cuarenta o cincuenta años felices y la llenen de amor, hijos, y cachorros”.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La curación del dolor a veces significa poner el corazón en algo o en alguien más. Diana aprendió a disfrutar de la vida nuevamente cuando se permitió amar a Max.
- Cuando te cierras ante el dolor, también bloqueas la posibilidad de la alegría. El amor es eterno, aunque la vida no lo sea. Nos abrimos al dolor cuando amamos, pero sin ese riesgo, la vida no vale la pena.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.