Niño lleva sopa de pollo todos los días a señora solitaria y un día descubre a cuatro hombres intentando abrir su casa - Historia del día
Un niño llevaba sopa de pollo a una anciana a diario cuando ella enfermó. Un día él encontró a cuatro hombres en la puerta de su casa, tratando de entrar a la vivienda. Se asustó y pensó en buscar ayuda.
Kevin, de 8 años, se sentó en la acera, llorando con todo su corazón. Había tenido un mal día en la escuela porque no había terminado su tarea de matemáticas y su maestra lo regañó frente a toda la clase.
Él no era bueno en matemáticas y odiaba la materia. Una vez le dijo a su madre, Amanda, que no entendía nada en clase, así que ella se ofreció a contratarle un tutor privado.
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Pero Kevin sabía que aceptar tutorías reduciría su tiempo para jugar por las noches, así que le prometió que se esforzaría más por su cuenta.
Pero ahora, el niño estaba atascado. Sus calificaciones estaban cayendo y no podía responder las preguntas más básicas. No le había dicho a Amanda sobre eso. Si ella se enteraba, tendría que ver clases con un tutor, lo cual temía.
“¡Detesto esto! ¡No quiero ir a la escuela!”, se dijo a sí mismo mientras las lágrimas continuaban cayendo por sus mejillas.
De repente, escuchó una voz suave. “¿Kevin? ¿Qué pasa, cariño?”.
El chico miró hacia arriba y vio a su vecina de al lado, la Sra. Bernárdez. Tenía 80 años, estaba en silla de ruedas, era viuda y no tenía hijos. Era una mujer dulce y a Kevin le agradaba ella, así que le contó todo.
“Reprobé mi examen de matemáticas y no pude terminar mi tarea de esa materia. ¡La maestra estaba enojada conmigo! Mamá también se enojará si se entera. Odio las matemáticas”, se quejó, limpiándose sus lágrimas.
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La anciana le dio unas palmaditas en los hombros y le dirigió una sonrisa tranquilizadora. “¿Qué tal si te ayudo con las matemáticas? Una vez fui profesora y es una materia divertida”.
“¡Pero no quiero estudiar por las noches! Quiero jugar. Si me enseña matemáticas, mi tiempo de juego se reducirá”.
“Ah, si ese es el caso, jugaremos y aprenderemos matemáticas. ¿Qué tal si empezamos hoy? Si no te gusta, podemos parar en cualquier momento. Recuerda, no hay nada de malo en intentarlo...”.
“¿De verdad?”. Kevin lo pensó y decidió dejar que la Sra. Bernárdez le enseñara la materia. De cualquier manera, necesitaba ayuda, y si ella podía enseñarle de una manera divertida, no había ningún problema.
Entonces, a partir de ese día, la anciana y el chico comenzaron a sentarse durante dos horas, todos los días, bajo el gran roble de su vecindario mientras ella le daba clases. Ella le enseñaba problemas de matemáticas a Kevin y lo ayudaba con sus tareas.
Poco a poco a él comenzó a gustarle la materia. A diferencia de la escuela, donde le enseñaban de una manera aburrida como un libro de texto, la anciana tenía trucos divertidos para hacer que la materia fuera interesante.
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“Después de todo, no creo que sea un tema tan malo”, le dijo Kevin dos semanas después de haber comenzado las clases con ella.
“Me gustaría que usted fuera mi maestra de escuela, Sra. Bernárdez. Mi maestra de matemáticas nunca dice nada bueno cuando termino toda mi tarea. ¡Pero siempre me regaña cuando no la hago bien!”.
La anciana se rio. “A mí también me hubiera encantado seguir enseñando, Kevin. Pero las cosas han sido un poco difíciles para mí en esta silla de ruedas y con mi artritis...”.
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Un día, el chico llegó al roble donde él y la Sra. Bernárdez siempre se reunían, pero ella no apareció ese día. Pensó que llegaría tarde, así que decidió esperarla un rato. Pasó una hora y ella no apareció, entonces Kevin comenzó a preocuparse.
Recordó que la anciana le había contado sobre su débil salud, así que fue a su casa para ver cómo estaba. Y allí, cuando la Sra. Bernárdez abrió la puerta, el chico descubrió que ella tenía fiebre y un resfriado.
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“Lo siento, Kevin, no podré enseñarte por un tiempo", dijo la señora disculpándose. “Me enfermé y mi cuidadora también ha estado de licencia, así que tengo que arreglarme por mi cuenta durante los próximos tres días”, explicó la Sra. Bernárdez. “Lo siento, mi niño”.
Kevin le dijo que no había problema y regresó a casa. Pero estaba preocupado por la salud de la Sra. Bernárdez. Se lo contó a Amanda y ella preparó un caldo de pollo rápido para la anciana.
“Esto la ayudará, hijo”, dijo la mujer, entregándole un frasco lleno de sopa a su niño. “He empacado algunos sándwiches y galletas para ella también. Avísame si necesitas algo más y entrégaselo de manera segura".
“Está bien, mamá”. Kevin asintió mientras se dirigía a llevarle la sopa a la anciana.
La señora no pudo evitar soltar unas lágrimas cuando recibió la ayuda del niño y lo abrazó. “Muchas gracias, hijo. Por favor, transmite mi gratitud a tu madre también”.
A partir de ese día, le llevó sopa caliente y una cena a la anciana a diario.
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Un día, cuando visitaba su casa, vio a cuatro hombres de pie frente a su puerta, tratando de entrar en la casa. Todos eran altos y musculosos y el chico nunca los había visto antes.
“¡Sra. Bernárdez, está en peligro!”, pensó. Estaba a punto de correr a su casa para llamar a Amanda, pero luego la puerta se abrió. En ese momento salió la anciana. Los hombres la abrazaron uno por uno y Kevin estaba confundido.
“¿Quiénes son ustedes?”, preguntó, acercándose a ellos. “¡Pensaba que querían lastimar a la Sra. Bernárdez! ¡Estaban tratando de abrir la puerta de su casa desde afuera!”.
Los hombres y la anciana comenzaron a reírse. “Ah, son mis antiguos alumnos, Kevin. A todos les está yendo bien ahora. ¡Manejan sus propios negocios porque aprendieron bien las matemáticas!”.
“¿Intentaron ese truco tonto nuevamente para abrir mi puerta porque me estaba tomando un tiempo para responder? ¡Dios, estos chicos! No te preocupes, Kevin, solo están aquí para visitar a su profesora enferma”.
Los hombres se sorprendieron al descubrir que Kevin y su mamá estaban cuidando a su maestra favorita y que el niño le llevaba caldo todos los días.
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Agradecieron la ayuda y decidieron agradecérselo a él y a Amanda, así que a cambio le compraron una bicicleta genial y a Amanda un auto nuevo.
La madre del niño se negó y dijo que no era necesario, pero los hombres insistieron, así que cedió. Mientras tanto, Kevin estaba encantado con su nueva bicicleta.
También compartió historias con los hombres sobre cómo la Sra. Bernárdez lo ayudaba con las matemáticas y cómo se las arreglaba para terminar su tarea fácilmente con su ayuda.
Uno de los hombres se rio y dijo: “¿Sabías que la Sra. Bernárdez odiaba las matemáticas cuando era niña?”.
El niño se sorprendió. “¿De verdad?”.
“Sí”, dijo el hombre. “A ella no le gustaba cómo se enseñaba en la escuela, así que cuando se convirtió en maestra, ideó su propia manera de hacerlo más interesante. ¡Es por eso que todos los niños la amaban a ella y a las matemáticas! ¡Supongo que tú también las amas!”.
Kevin asintió, sabiendo que los hombres tenían razón. Era debido a la forma divertida de enseñar de la Sra. Bernárdez que dejó de sentir aversión por el tema.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No dejes solos a los ancianos. La Sra. Bernárdez vivía sola y tenía dificultades para encargarse de las cosas debido a que estaba en silla de ruedas. Cuando se enfermó, realmente necesitaba ayuda, pero no se lo dijo a nadie. Afortunadamente, Kevin y Amanda decidieron ayudarla.
- Un buen profesor sabe cómo hacer que su materia parezca interesante, incluso para los estudiantes que tienen dificultad. Kevin odiaba las matemáticas y temía tomar tutoriales para aprender. Pero cuando la Sra. Bernárdez comenzó a enseñarle, finalmente dejó de sentir aversión por el tema.
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