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Cartero de 24 años me llevó a su casa después de que mi propio hijo se olvidara de mí por completo - Historia del día

Mayra Pérez
15 sept 2022
22:00

Una mujer de 76 años, que había sido abandonada en un hogar de ancianos por su amado hijo, recupera su fe en el amor después de que un joven cartero la lleva a casa.

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“Felicitaciones, Marián, ¡es un niño!”, gritaron mi mamá y mi esposo mientras caía inconsciente lentamente después del nacimiento de mi hijo Bobby.

Cuando me desperté, mi esposo me besó y me dijo: “Querida, estoy muy feliz de que tengamos un hijo. Estoy seguro de que algún día nos hará sentir orgullosos”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pixabay

¡Oh, Frank!, si supieras lo equivocado que estabas...

Amaba tanto a Frank y nunca imaginé una vida sin él. Pero el destino me lo arrebató demasiado pronto y para mí fue una pérdida irrecuperable.

A veces me pregunto cómo habrían resultado las cosas si Frank no hubiera muerto en ese accidente poco tiempo después del nacimiento de Bobby. ¿Las cosas habrían resultado de otra manera?

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Allí estaba yo: una joven viuda, sosteniendo a mi bebé de seis meses en mis brazos y perpleja ante el futuro vacío que se avecinaba, sin saber cómo criarlo.

“¿Qué voy a hacer con este bebé, mamá? ¿Cómo voy a criarlo?”. Lloré en el regazo de mi madre. “¿Qué voy a hacer?”.

Mi madre intentó motivarme con estas palabras: "Marián, querida, seguro que puedes criar a tu hijo como yo te crie a ti. Ten confianza en ti misma y no pierdas la esperanza”.

Mi madre había puesto todo su empeño en criarme sola y lo logró, entonces, ¿por qué yo no podría? Eso es lo que me llevó a tener dos trabajos para criar a mi hijo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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En poco tiempo, pasé de ser camarera a hacer un trabajo de limpieza en una escuela local. ¿Quién no querría el doble de ingresos? Me alegré de mis cheques de pago porque eran una gran inversión para el futuro de mi hijo.

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Pero luego enfrenté otro golpe. Cuando Bobby, intentó dar sus primeros pasos, cojeaba. Me preocupé, así que inmediatamente lo llevé al médico.

“No hay de qué preocuparse. Con un poco de ayuda podrá caminar sin problemas”, dijo el médico. No estaba completamente aliviada, pero sí agradecida de que mi bebé estuviera bien.

Además de tener dos trabajos, pasaba tiempo todos los días ayudando a Bobby a caminar. Se las arregló para dar pasos lentos y tambaleantes sin mi ayuda. Me partía el corazón cada vez que caía.

Estuve tan ocupada criando a mi hijo todos esos años que no tuve suficiente tiempo para mí. Un día, descubrí que había mechones de cabello gris en mi cabeza: estaba envejeciendo.

El tiempo pasó volando como por arte de magia y, antes de que me diera cuenta, mi hijo se estaba graduando de la universidad con honores. Fue el momento más feliz de mi vida cuando me llamó al escenario y dijo que estaba orgulloso de ser mi hijo.

Lágrimas de alegría corrían por mis ojos. Luego, mi felicidad se duplicó cuando me presentó a Amber: “Mamá, conoce a mi novia. Estamos planeando casarnos después de que comience en mi nuevo trabajo”, dijo.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pixabay

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Estaba feliz de ver a mi hijo labrarse su futuro. Todavía pensaba en él como ese niño pequeño que tomaba mis manos mientras intentaba caminar. Pero había crecido y estaba listo para construir su futuro con Amber, y eso me hacía inmensamente feliz.

Seis meses después, mi hijo y su novia me dijeron que se iban a casar en una ceremonia íntima. Estaba muy emocionada y quería hacer algo lindo para su boda.

Una semana antes de su gran día, saqué algo de dinero de mis ahorros y lo gasté en un hermoso vestido de novia para Amber, para la recepción y la decoración. Estaba tan feliz de verla caminar al altar con ese vestido y pararse junto a mi Bobby.

Las campanas de la iglesia repicaron, mientras mi hijo y su novia intercambiaban sus anillos de boda. Lloré de felicidad y tuve confianza en que estarían bien.

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Pero un día, Bobby vino a mi habitación y me preguntó si podía vender mi casa y darle el dinero.

“Mamá, confía en mí. Es para mi negocio. Y pronto nos mudaremos a una casa más grande. Vendamos esta vieja casa”, instó.

Era la preciada casa de mi difunto esposo y no quería venderla. Pero no podía negarle nada a Bobby. Unos días después, firmé los papeles y esa casa ya no era mía.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Le creí a mi hijo y nunca lo cuestioné. Mirando hacia atrás, ¿cómo no vi que nuestra relación madre-hijo no era dulce y sincera?

Después de que vendimos la casa, no tenía adónde ir y me mudé con Bobby y su esposa. Fue su idea, no la mía. Los primeros meses estuvieron bien. Amber quedó embarazada y yo estaba encantada de convertirme en abuela.

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Desde la decoración de su habitación hasta tejer diminutos suéteres y calcetines, yo estaba completamente absorta en esta alegría. Pero las cosas nunca volvieron a ser las mismas después del nacimiento de mi nieta.

Mi salud comenzó a deteriorarse y no podía caminar bien porque la vejez me estaba ganando. Un día, me caí por las escaleras. Ojalá nunca hubiese subido por ellas. Estaba postrada en cama y terminé en una silla de ruedas.

Unos días después, escuché a Amber diciendo a mi hijo: “Llévala a un asilo. No podemos cuidar a tu madre, tenemos a la bebé. Ahora no puede valerse por sí misma”, dijo.

Sentí mi corazón romperse de dolor. Esperé a escuchar lo que diría Bobby. Pensé que me defendería. Pero ese día, mi hijo me traicionó.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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“Está bien, hablaré con mamá. La enviaré a un centro”, dijo.

Más tarde esa noche, Bobby se me acercó con pasos lentos y culpables y me habló de trasladarme a un asilo de ancianos.

“Está bien, hijo”, respondí, dándome la vuelta. Estaba bastante sorprendido de que ya hubiera hecho las maletas.

“Mamá, lo siento. Haré algo al respecto pronto. Te traeré de vuelta a casa, ¿de acuerdo?”, me consoló.

Bobby me dejó en el hogar de ancianos dos días después y se fue, prometiéndome regresar lo antes posible. Pasaron días, meses y años, pero nunca regresó. Me escribió durante los primeros años y luego dejó de comunicarse por completo.

Afortunadamente, el sistema médico cubría mis gastos, porque mi hijo parecía creer que sus deberes para conmigo habían terminado. Pero mi corazón no se resignaba. Empecé a enviarle cartas semanalmente, y cada vez que veía al cartero, mi corazón saltaba por la esperanza de que trajera una carta de Bobby.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pixabay

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“¿Tengo correo hoy?”, solía preguntarle al cartero.

“¡No, señora Carvajal!. Lo siento, no hay nada para usted hoy”, dijo.

Me sentía herida. Estaba triste y destrozada. Pero seguí escribiendo a Bobby, con la esperanza de que respondiera o viniera a verme.

Un día, estaba descansando debajo del árbol mirando los pájaros cuando mi cuidador dijo que alguien había venido a verme.

“¡¿Bobby?!”, pregunté. Las lágrimas nublaban mis ojos. Mi vista se había deteriorado lentamente. Le agradecí a Dios por mantenerme con vida y darme la capacidad de ver porque no quería morir sin ver el rostro de mi niño.

Me llevaron al área de visitantes llena de esperanza de ver a mi hijo. Pero un hombre desconocido me estaba esperando en el pasillo.

“¡Hola! Encantado de conocerte”, dijo, saludándome.

“¿Me había confundido con otra persona?”, pensé. Me di la vuelta, pero no había nadie allí, excepto él y yo. Este extraño había venido por mí. ¿Pero por qué? ¿Y quién era él?

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pixabay

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“Tú debes ser Marián. Hola, soy Dennis. Soy cartero”, se presentó.

Estaba confundida y no entendía por qué había venido a verme. Antes de que pudiera pedirle una explicación, firmó unos papeles y me dijo que quería llevarme a casa.

Asumí que mi hijo Bobby había enviado a Dennis a buscarme. Estaba tan emocionada; sentí que mis oraciones finalmente fueron escuchadas.

Tomamos un taxi y, como hacía mucho tiempo que no salía, la ruta me resultó desconocida. Luego nos detuvimos frente a una casa. Pero no era la casa de Bobby.

“¡Sarah, ella está en casa! ¿Estás feliz ahora?”, gritó, mientras me ayudaba a salir del taxi.

¿Qué está pasando? ¿Por qué me había llevado este hombre a su casa? ¿Y por qué su esposa debería estar feliz de tenerme cerca?

Dennis me llevó adentro, y sus hijas gemelas, Emily y Rosita, saltaban gritando: “¡Abuela! ¡Abuela!”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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"Señora Carvajal, sé que debe estar desconcertada. Me alegro de haberla encontrado y haberla traído a casa”, dijo, alimentando mi curiosidad aún más.

Entonces Dennis me dijo algo que, al principio, era demasiado difícil de creer. Pero después de que me mostró algunas pruebas, caí en sus brazos y lloré como una niña.

“Soy el cartero que entrega el correo a la dirección que usted envía. La semana pasada, me enteré de que esas cartas eran para su hijo, Bobby. Encontré a su esposa tirando una pila de cartas en el basurero público. Ninguno de los sobres estaba abierto”.

“Recogí las cartas y las leí. Lo siento, pero tenía curiosidad, no es que quisiera entrometerme o algo así. Me rompió el corazón conocer su contenido, señora Carvajal”.

Las lágrimas caían sin cesar por mis ojos mientras lo escuchaba...

“Fui a ver a tu hijo y a su esposa para hablar sobre ti. Incluso les di la última carta que les enviaste. Pero se negaron a tomarla y dijeron que no tenían tiempo para leer esa basura”.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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¿Basura? Mi hijo llamó basura a mis sinceras cartas. Todavía no podía creer lo que escuchaba. Le di el número de mi hijo y le pedí que lo llamara delante de mí. Lo hizo e incluso puso el teléfono en el altavoz, y las palabras de Bobby aún resuenan en mis oídos.

“¿Cómo conseguiste mi número? Y te dije que no quiero hablar de mi madre. Le está yendo bien en el asilo de ancianos. No tengo tiempo para esto”, escuché la voz de Bobby, antes de que colgara enojado.

En ese momento, sentí que mi vida ya había terminado. Sentí mi alma atrapada en mi frágil cuerpo, esperando unirse con mi Frank. Pero me di cuenta de que me quedaba una tarea importante y esperé el momento adecuado para hacerlo.

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Dennis y Sarah no tenían padres y cuando supieron de mí, no tuvieron corazón para ignorarme. Querían acompañarme en los últimos días de mi vida.

La pareja me acogió y me cuidó como su madre. Me ayudaron a sanar y restauraron mi fe en el amor. Así que decidí dejarles una pequeña sorpresa, y solo se enterarán después de mi muerte.

Redacté un testamento en secreto, legando los $50.000 que tengo ahorrados a Dennis, Sarah y sus adorables niñas. Por favor, no me juzgues. No les estoy pagando por cuidarme. Son como mi familia, y solo estoy haciendo lo que una madre haría por sus seres queridos.

En cuanto a Bobby, lo perdoné porque el corazón de una madre solo sabe perdonar y amar. Nunca vino a verme, y me pregunto si lo hará antes de que me vaya a la tumba. Dios me ha dado una hermosa familia y dos nietas. ¿Qué más podría pedir?

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

Honra y ama a tus padres porque hoy estás aquí gracias a ellos. Aunque Marián luchó por criar a su hijo Bobby, él se olvidó de sus sacrificios y la abandonó en un hogar de ancianos.

Nunca pierdas las esperanzas en que todo mejorará. Marián estaba angustiada por el abandono de su hijo. Estaba desconsolada, pero su fe en el amor fue restaurada por un amable cartero que decidió cuidarla con dedicación en sus últimos días.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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