Estudiantes pasan día y noche cerca de su maestra hospitalizada: el director se presenta en el tercer día - Historia del día
Cuando la profesora que había cambiado sus vidas cayó gravemente enferma, tres alumnos faltaron a la escuela para quedarse a su lado y cuidarla. Hasta que un día, el director se presentó en el hospital sin avisar.
"Señora Clara , está mejorando", le susurró Ana al oído a su maestra.
"Así es, Sra. Clara. Va a estar en pie y activa en poco tiempo. Todavía tenemos que terminar el poema de Rubén Darío, ¿recuerda?". Daniel agarró con más fuerza la mano de la mujer.
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"Sí, y nadie más puede enseñarnos como usted...", Jacobo trató de contenerse pero rompió a llorar en silencio.
Los tres compañeros se sentaron alrededor de la mujer que significaba el mundo para ellos, recordando cómo había cambiado sus vidas en el último año.
Durante cuatro meses, después de que su madre enfermara y su padre estuviera sin trabajo, Daniel había llevado a la escuela un sándwich de mayonesa para el almuerzo todos los días.
Todos sus compañeros lo habían visto, y la mayoría se burlaban de Daniel por ello. Solo la Sra. Clara se preocupó por él y le preguntó si tenía algún problema en su hogar.
Cuando se enteró de lo que estaba pasando, decidió prepararle un nutritivo almuerzo al chico todos los días, sin esperar nunca un agradecimiento.
Ana era una alumna sobresaliente que nunca sonreía. Un día, mientras presentaba una exposición, se quedó paralizada y no pudo continuar con su discurso. La chica pensó que su vida había terminado en ese momento. La Sra. Clara fue la primera en señalar que Ana era propensa a los ataques de pánico y la ayudó a iniciar una terapia.
¿Y Jacobo? Era el rebelde de la clase. Robaba las pertenencias de los demás niños o los intimidaba para que le dieran todos los bolígrafos, lápices o cuadernos nuevos que sus padres les habían comprado.
Era la voz de burla más fuerte de la clase con la que nadie quería hablar. Solo la profesora Clara se percataba de su aspereza y le hablaba como si fuera un niño inteligente. Cuando se dio cuenta de que tenía un padre ausente que no le compraba ni papelería, ni libros, ella le compró un kit completo de material escolar para que le durara todo el año.
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Por eso, estos niños habían estado en el hospital desde el momento en que la Sra. Clara fue ingresada allí después de que se desmayara repentinamente en clase el día anterior. Eso, y el hecho de que ella no tenía a nadie a quien llamar familia.
Los chicos no se hablaban mucho entre sí, pero estaban juntos acompañando a su maestra favorita.
Ya había pasado la hora de la cena y lo único que habían comido era un sándwich y una magdalena dividida en tres.
"Niños, ¿no tienen que irse a casa?", preguntó la amable enfermera que los había estado observando todo el día y los había visto dormir en las incómodas sillas de plástico de la cafetería.
"No, nos quedamos aquí. Cerca de la señora Clara", dijo Jacobo, mientras Daniel y Ana asintieron con la cabeza.
"¿Y sus padres?".
"Ellos saben que estamos aquí. Nos turnaremos para ir a casa mañana por la mañana. Pero solo para una ducha rápida, ¡y luego volveremos!".
La enfermera se sintió conmovida por el amor de los niños hacia su maestra. Les dio unos caramelos y se marchó.
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La noche había pasado y Jacobo, Daniel y Ana estaban cansados por haber dormido poco en la cafetería del hospital, que estaba abierta las 24 horas.
Tal y como habían planeado, sus padres los recogieron y los llevaron uno a uno al hospital nuevamente.
"No molestes a la maestra", dijo uno de los padres.
"No seas una amenaza para el personal del hospital", expresó otro.
"¡Y no se te olvide de estudiar cuando puedas! El examen es en menos de una semana", agregó una madre.
Efectivamente, quedaba muy poco tiempo para los exámenes. Y más que los padres, el director de la escuela, el señor Suárez, estaba profundamente preocupado por los tres alumnos.
"Sí, hola, ¿dice que ha visto a los chicos allí?".
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El Sr. Suárez hablaba con el personal de la escuela que había enviado al hospital para ver cómo estaban los niños.
"Sí, Sr. Suárez. Jacobo, Daniel y Ana. Están todos aquí, y los trabajadores del hospital dicen que han estado aquí todo el tiempo. Que no se irán hasta que la Sra. Clara mejore".
El Sr. Suárez colgó y siguió caminando por su oficina.
"Dios sabe que su corazón está en el lugar correcto. Pero no puedo dejar que se pierdan las clases así. Necesitan estudiar y prepararse para los exámenes, o de lo contrario podrían retrasarse un año entero. No, no voy a dejar que eso ocurra", expresó.
Acababa de pasar el mediodía y los niños salieron de la habitación de la Sra. Clara después de otra breve visita con ella.
"¡Lo logrará, lo sé!", Ana trató de consolar a sus compañeros.
Justo en ese momento, los chicos escucharon una voz familiar, y un instinto de miedo se apoderó de todos sus corazones al mismo tiempo.
"¡Jacobo, Daniel, Ana! ¡Ahí están!".
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Se dieron la vuelta y se sorprendieron al ver que el director de la escuela se acercaba a ellos.
"¿Qué se supone que debemos hacer ahora?", murmuró Daniel a sus compañeros sin mover los labios.
"¡Buenos días, señor Suárez!", dijeron.
"¡Buenas tardes!", les corrigió el hombre con su voz de mando.
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"¿Un pajarito me ha dicho que están aquí desde ayer por la mañana?", expresó el director.
"Sí, señor Suárez", respondieron.
"¿Y se ha negado a marcharse hasta que recupere la conciencia?".
Ana cerró los ojos con nerviosismo y respondió: "Sí, señor Suárez".
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"¡Bueno, entonces no me dejan otra opción!" dijo el hombre y le entregó una gran bolsa a cada niño.
Daniel, Jacobo y Ana se miraron, asustados y desconcertados al mismo tiempo.
Había una bolsa de libros, otra de mantas y la tercera estaba llena de comida caliente.
"No iba a dejar que fueran los únicos en esperar a la Sra. Clara. Es como una hermana para mí. Y además, todavía quiero que aprueben los exámenes...", dijo.
"Muy bien, ahora, háganse a un lado y hagan espacio. Tenemos una hora antes de que podamos volver a visitar a la maestra. Vamos a profundizar en la química... y en la lasaña, ¿de acuerdo?".
Los cuatro pasaron la siguiente hora enfrascados en los estudios y la buena comida hasta que por fin llegó la hora de levantarse e ir a ver a Clara de nuevo.
Esta vez, Daniel frunció el ceño y no quiso ir.
"Yo... no puedo verla así. ¿Y si no se despierta nunca?", comentó.
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"Bueno, ¿y si lo hace?", preguntó el director. "Saben que Dios los puso aquí, ¿verdad? Son sus ángeles designados, mientras él resuelve otra crisis".
Los niños intentaron parecer sinceros, pero en sus mentes sabían que eran mayores para creer en los ángeles.
"Solo hay que aguantar un poco más. Pronto volverá para curar a la Sra. Clara”, dijo.
De repente, una enfermera se acercó a ellos y dijo: "Buenas noticias, la Sra. Clara ha recuperado la conciencia. Pregunta por Jacobo, Daniel y Ana. Supongo que son ustedes".
Los chicos se levantaron incrédulos mientras el Sr. Suárez levantaba la vista, juntaba las manos y decía: "¡Guau, Dios, eso fue rápido!".
Los niños rieron y lloraron, luego le dieron un fuerte abrazo al director. Fue un momento que ninguno de ellos olvidará durante el resto de su vida.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No olvidar a las almas bondadosas que te ayudaron cuando estabas deprimido: Como Jacobo, Daniel y Ana, se lo debemos a los profesores, amigos y familiares que nos ayudaron en nuestros momentos más difíciles.
- La bondad merece ser fomentada, no castigada: El Sr. Suárez reconoció las bondadosas intenciones de los niños, aunque faltaran a la escuela en el proceso. En lugar de penalizarlos, encontró la manera de ayudarlos a estudiar sin interrumpir su buena acción.
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