Hijo se niega a ayudar a su mamá con la casa: se arrepiente cuando una ambulancia se la lleva - Historia del día
Un niño se acostaba en el sofá y jugaba videojuegos todo el día en lugar de ayudar a su madre en la casa. La vida le enseñó una lección dolorosa y lo obligó a enmendarse después de que su madre fuera llevada de urgencia al hospital.
Sabrina se consideraba un fracaso. Ella y su esposo se habían divorciado dos años antes, y desde entonces había estado criando sola a su hijo Jeremías, de 13 años, pero no había tenido mucho éxito.
Él no era un niño terrible, pero tampoco era el mejor. No tenía malos hábitos y nunca se metía en problemas, pero era vago, descuidado e insensible.
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Su actitud le preocupaba a su madre. Al igual que su padre, Jeremías nunca apreciaba a Sabrina. Él nunca le preguntaba sobre sus días ni se ofrecía a ayudarla, y si ella alguna vez le pedía ayuda, él se negaba.
Una tarde, Sabrina no se sentía particularmente bien. Le pidió a Jeremías que sacara la basura, pero él ni siquiera se molestó en responderle hasta que estuvo frente a él, en la sala de estar, furiosa.
“¡Te pedí que hicieras algo, Jeremías! ¿Por qué no me escuchas para variar? ¡Estoy harta de ti y de tu actitud egoísta!”.
Los ojos del chico estaban fijos en su videojuego y ni siquiera miró a Sabrina.
“¡JEREMÍAS!”. Sabrina le arrebató el controlador de la mano. “¡Te estoy pidiendo algo!”.
El chico se puso en pie de un salto. “¡Mamá! ¿Estás loca? ¡Me van a matar! Mi juego... ¡Devuélveme eso!”.
“¡Saca la basura! ¡Ahora!”.
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“¿Qué? Pero mamá... Mira, si me das $10 ahora lo hago”.
“¿Pagarte? ¿Qué dices?”, exclamó ella.
“Es tu trabajo, mamá. ¿Por qué tengo que hacer tu trabajo gratis? No, no lo haré”.
Sabrina perdió la calma. “¿Y cuando yo limpio tus cosas, lavo tu ropa y cocino tu comida? ¿Por qué no me pagas por eso?”.
Jeremías se desplomó en el sofá. “Ese es tu trabajo, mamá. Ni siquiera sales a trabajar. ¡Solo te sientas frente a la pantalla de una computadora! Todo es muy simple para ti, pero sigues quejándote”.
Los ojos de Sabrina se llenaron de lágrimas. “¡Guau! Sigo quejándome, ¿eh? Bien. No me molestes si tu almuerzo está listo tarde hoy. Terminaré de limpiar y luego comenzaré con el almuerzo”.
Jeremías se rio y le quitó el control. “La pizza va a estar aquí en 10 minutos. Sé los detalles de tu tarjeta”, dijo él guiñando un ojo.
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La madre se dio por vencida. Ella siempre había sabido que los adolescentes podían ser problemáticos, pero Jeremías era otro caso. “¿Todas las madres solteras con hijos adolescentes tienen tantas dificultades como yo?”, se preguntó.
Eventualmente, Sabrina sacó la basura sola. Se sentía un poco mareada cuando regresó a la cocina. Tomó un poco de agua y decidió prepararse algo para comer.
Mientras tanto, Jeremías estaba acostado en el sofá, todavía jugando un videojuego. Tuvo que comenzar el juego nuevamente porque la última ronda se arruinó debido a su madre. Un par de minutos después, sonó el timbre y llegó la pizza.
Antes de almorzar, el chico decidió refrescarse y ponerse ropa cómoda. Rápidamente, corrió a su habitación. De repente, escuchó golpe fuerte en la cocina.
“¿Mamá? ¿Estás bien?”, preguntó. Sabrina no respondió.
“¡Eso no está bien, mamá! ¡No me digas que no me hablas porque no saqué la basura!”, dijo riéndose entre dientes mientras bajaba corriendo las escaleras.
Pero cuando entró en la cocina, su sonrisa se desvaneció y su corazón comenzó a acelerarse. Había harina por todas partes, y Sabrina yacía sobre el suelo. “¡Mamá! ¿Estás bien? ¡Mamá, levántate! ¡Ay, no!”.
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Él corrió al fregadero, llenó un vaso con agua y le mojó el rostro a su madre, pero ella no despertaba. “¡Mamá, vamos! ¿Qué pasa?”.
Jeremías inmediatamente corrió a la sala de estar, tomó su teléfono y marcó el 911. “Mi mamá perdió el conocimiento, no se despierta. ¡Por favor, envíen la ambulancia rápido!”.
Un par de minutos después, que parecieron una eternidad, llegó la ambulancia y llevaron a Sabrina al hospital. El chico no podía acompañarla porque era menor de edad.
Afortunadamente, su vecina de al lado, la Sra. García, tuvo la amabilidad de intervenir para cuidar a Jeremías mientras Sabrina no estaba.
“Ella va a estar bien, muchacho. Cálmate”, le dijo al adolescente, quien no dejaba de llorar.
“¿Podemos ir al hospital? ¡Por favor! ¡Quiero ver a mi mamá!”.
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“No si sigues llorando. Mantente fuerte”, dijo ella, palmeando la espalda del niño.
Cuando Jeremías y la Sra. García llegaron al hospital, se enteraron de que Sabrina había perdido el conocimiento debido al agotamiento y sería dada de alta en un par de días.
La vecina le dijo al chico que no se preocupara. “Estoy aquí, todo estará bien”.
Pero, vaya, esos días con la Sra. García fueron una montaña rusa para el jovencito. La mujer mayor era amable, cariñosa y encantadora, pero era una cocinera terrible. ¡Y cocinaba grandes porciones de todo!
“Entonces, Jeremías, ¿te gustó la comida?”, preguntaba todos los días, y el niño no podía decirle que no a la cara. Él tragaba a la fuerza la comida con agua casi todas las noches, y ella nunca captaba sus indirectas si se quejaba de su forma de cocinar.
Una mañana, ella quemó las tostadas, y como no tenían pan, él tuvo que arreglárselas.
¡La Sra. García también lo hacía correr a hacer mandados! Y como era una mujer mayor, no podía limpiar mucho la casa. Entonces el jovencito tenía que hacerlo. Incluso sacaba la basura cuando ella se lo pedía.
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Cuando dieron de alta a Sabrina, Jeremías ya había aprendido una dura lección. Aprendió a respetar el arduo trabajo que hacía Sabrina todos los días. Entonces, antes de que ella llegara a casa, planeó una pequeña sorpresa para su madre para disculparse con ella.
Al llegar, Sabrina no pudo reconocer su hogar. El césped había sido cortado, las habitaciones habían sido aspiradas y toda la casa estaba impecable.
“Hola, mamá. Bienvenida”, dijo Jeremías tímidamente. “Esto es para ti”. Le dio a su madre un ramo de sus flores favoritas, que había comprado con su mesada, y se disculpó con ella.
“Lo siento, mamá”, dijo. “Fui muy malo y no sabía lo difícil que era tu trabajo. Trataré de ser mejor”.
“¡Ay, hijo!”. Sabrina lo abrazó. “¿Hiciste todo esto? ¿En serio?”.
“Sí, mamá, pero la Sra. García me ayudó”.
“¡Estoy orgullosa de ti, Jeremías!”, dijo Sabrina entre lágrimas. “¡Estoy muy orgullosa de ti! Te amo, hijo mío. Me alegro de no haber fallado como madre”.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los niños deben ayudar a sus padres en la casa cuando puedan. Sabrina estaba agotada por las tareas del hogar, pero Jeremías ignoraba sus pedidos de ayuda hasta que ella colapsó y la llevaron de urgencia al hospital.
- No entenderás la situación de alguien a menos que te pongas en sus zapatos. Después de ayudar a la Sra. García mientras Sabrina estaba en el hospital, Jeremías se dio cuenta de que el trabajo de su madre en la casa no era fácil.
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