Pobre niño llora por sus botas rotas hasta que conoce a un nuevo compañero de clase sin piernas - Historia del día
Un niño que se queja con su madre porque sus botas están rotas aprende el significado de la verdadera felicidad después de conocer a su nuevo compañero de clase que está en una silla de ruedas.
Eric era un niño de nueve años que vivía con su madre, Sara, y su hermana, Lily. Se mantenían con el escaso sueldo que recibía su mamá trabajando como camarera y algunas veces les costaba llegar a fin de mes.
No siempre podían comprar comida y su ropa estaba vieja y ajada. Eric se sentía horrible por su situación, especialmente en la escuela.
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Sus botas de cuero estaban gastadas y la mayor parte de la suela se había desprendido. No protegían sus pies de la lluvia y sus calcetines se empapaban cuando el agua entraba por los agujeros.
Sara había intentado tapar los agujeros con el cuero de un viejo bolso, pero fue en vano. Los compañeros de clase de Eric se burlaban de él. No podía permitirse zapatillas deportivas costosas, y lo avergonzaban por eso.
“Te daré mis zapatillas viejas gratis, Eric”, se burlaba el líder de la clase. “Todo lo que necesito es que alguien me lleve mi mochila todos los días. Puedo darte algo de mi dinero de bolsillo”, decía con malicia.
Todos los niños se reían de Eric, y él se sentía muy herido. Siempre lloraba en el camino de regreso a casa y odiaba sus botas.
Un día, Eric regresó de la escuela y se quejó con Sara por sus botas rotas. Le dijo que necesitaba zapatos nuevos y empezó a llorar. “¿Podemos comprarlos, mamá? ¿Por favor, por favor, por favor?”.
Sara estaba haciendo la cena y se sentía muy cansada. Se irritó y le gritó. “¿Cuántas veces te he dicho que no me molestes mientras cocino, Eric? Ve a tu habitación”.
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“¡Odio mis botas, mamá! ¿Por qué no puedes comprarme zapatos nuevos? ¡Por favor, mamá!”, suplicó Eric.
“¡Porque gasté nuestros últimos ahorros en la medicación de tu hermana! Está enferma, Eric, lo sabes. Tienes que actuar como un hermano mayor responsable. ¡Deja de hacer berrinches!”, le dijo irritada, y los ojos del niño se llenaron de lágrimas.
“¡TE ODIO!”, le gritó. “¡Solo te preocupas por Lily! ¡No me quieres!”.
Sara suspiró, dándose cuenta de que estaba siendo demasiado dura. “Lo siento, Eric. Mira, la cosa es…”.
“¡No, mamá! ¡No quiero escuchar nada! ¡Te odio!”, gritó y corrió a su habitación.
Después de preparar la cena, Sara fue a su habitación con su plato y lo consoló.
“Lo siento, Eric”, susurró mientras lo abrazaba. "Estamos pasando por un mal momento, cariño, pero te juro que te compraré zapatos nuevos lo antes posible. Verás, es importante mantener una buena actitud en tiempos difíciles. Pronto pasarán”.
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“En lo que respecta a las botas, las llevaré a un zapatero y las reparará. Estoy segura de que te las dejará muy bien”, agregó la madre.
Pero Eric se negó a escucharla. “¡Ya las arreglaron muchas veces, mamá! Puedes gastar dinero en Lily, ¡pero nunca me compras nada a mí! ¡Me habías prometido zapatos nuevos para mi cumpleaños, pero no me los diste!”.
Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas. “Oh cariño…”.
“¡Déjalo, mamá!”, dijo el niño con tristeza. “No quiero nada. No quiero zapatos, y no quiero cenar”.
Sara trató de consolar a Eric nuevamente, pero fue inútil. Él dejó de pasar tiempo con ella y con su hermanita. Se negaba a cenar y se acostaba con hambre casi todas las noches.
Sara estaba muy preocupada. Su hijo necesitaba alimentarse bien. Se sentía culpable por todo lo que había pasado. Eric no estaría decepcionado si ella tuviera un trabajo decente. Deseaba haber sido una mejor madre para él.
Unos días después, cuando Eric fue a clase, se sentó en silencio y escondió los pies debajo de la silla, como de costumbre. Estaba avergonzado de mostrar sus botas, ya que sabía que los otros compañeros de clase se reirían de él.
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Cuando la maestra de matemáticas, la señora Fabiola, entró a la clase, todos los estudiantes la saludaron. “Hoy tenemos una persona muy especial con nosotros”, dijo con una sonrisa. “Denle la bienvenida a Ben, su nuevo compañero de clase”.
Poco después, entró un niño en silla de ruedas y todos se sorprendieron porque no tenía piernas, pero Eric notó una gran sonrisa en su rostro.
Algunos estudiantes empezaron a hacer bromas de mal gusto, que provocaron algunas risas en el grupo. A pesar de eso, Ben lucía feliz y Eric se preguntaba por qué.
“¡Shh... todos, hagan silencio!”, dijo con severidad la señora Fabiola a los niños, y se callaron de inmediato. Eric, por otro lado, no podía apartar los ojos de Ben.
A lo largo del día, Ben sonrió a todos, parecía feliz y no reaccionó ante los insultos de los estudiantes que intentaban burlarse de él por ser discapacitado. Eric no podía creer que el niño estuviera como si nada malo le pasara.
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Cuando todos salieron de la clase, Erik decidió hablar con él. “¿Cómo puedes estar tan feliz? ¿No te sientes mal cuando los demás se burlan de ti? Tú... tú no tienes piernas. ¿Eso no te entristece?”.
“Hola, soy Ben y tú, ¿cómo te llamas?”.
“Soy Eric. Todos los niños se burlan de mí por mis botas viejas y porque somos pobres”, dijo tímidamente. “También se burlan de ti. Sé que te lastiman”.
“No, no lo hacen”, dijo Ben, y Eric estaba confundido. “No pueden lastimarme, y tampoco podrán lastimarte a ti, si no los dejas”.
“¿Qué quieres decir?”, preguntó, incapaz de comprender.
Ben sonrió. “No tengo piernas, pero tengo una silla que me lleva y estoy agradecido por eso. ¡Esta es mi silla mágica! Mi mamá siempre me dice que debemos estar agradecidos por lo que tenemos”.
“Somos felices cuando somos agradecidos y apreciamos lo que tenemos. De lo contrario, siempre estaremos tristes, ¿y quién quiere estar triste cuando puedes sonreír y disfrutar?”.
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“Imagínate si no tuviera mi silla mágica. No podría ir a diferentes lugares... Así que deberíamos agradecer lo que tenemos. ¡Esa es la verdadera felicidad!”, concluyó con una gran sonrisa.
Después de escuchar a Ben, Eric se dio cuenta de que podía estar feliz con sus botas. ¡Porque si no los tuviera, tendría que caminar descalzo, lo que le lastimaría los pies! La lluvia era un problema, ¡pero siempre podía arreglar sus zapatos!
Entonces, cuando Eric llegó a casa ese día, decidió disculparse con su madre. Había recogido flores de camino a casa, las había atado con una goma elástica y le había hecho un ramo de regalo.
“Debería apreciar lo que tengo, mamá”, le dijo. “Lamento mis palabras y lamento haberte gritado. Estoy bien con mis botas. Estoy feliz”, dijo. Luego le dio el ramo y la abrazó.
“Oh, cariño, esto es…”, comenzó a decir Sara.
“No quiero botas nuevas. Quiero ser feliz, y puedo lograrlo si lo deseo de verdad, mamá. Mi nuevo amigo me lo enseñó. ¡Debo agradecer lo que tengo!”, dijo con convicción.
“Te quiero mucho. ¡Eres un niño grande!”. Sara abrazó a Eric y sus lágrimas se derramaron en silencio.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La felicidad es un camino que debemos tomar en forma consciente. A pesar de haber perdido sus piernas a tan corta edad, Ben era un niño feliz por poder disfrutar de su silla de ruedas y de su vida.
- Aprecia las cosas que tienes y sé agradecido. Después de hablar con Ben, Eric entendió que debía apreciar lo que sí tenía; aprendió a valorarlo y a ser agradecido.
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