Anciana saca a los gemelos de la playa, entra en la casa de la madre y la encuentra tirada en el suelo - Historia del día
Carlota vio a los gemelos de su vecina solos en la playa frente a su casa. Su instinto le dijo que algo estaba mal, y decidió ir a revisar. Sus acciones salvaron la vida de una mujer y le dieron un nuevo sentido a la propia.
Carlota tenía 83 años y vivía a la orilla del mar en una casa grande y hermosa que nadie visitaba desde hacía mucho tiempo
Mucho había cambiado en los últimos 50 años, desde el día de la boda de Carlota y Henry, cuando él la llevó con los ojos vendados a ese magnífico lugar por primera vez.
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Carlota todavía podía escuchar la risa de Henry rebotando en las paredes. Su alma estaba en esta casa, al igual que los recuerdos del hermoso hijo que criaron juntos en las buenas y en las malas.
Pero los niños crecen y los seres queridos respiran por última vez. Carlota ahora había estado viviendo sola en la misma casa durante los últimos siete años.
Deseaba que su hijo Sandro la visitara, aunque fuera solo por un día. Por supuesto, el joven ahora tenía una familia propia, una adorable hija, Eva, y un negocio del que ocuparse.
Y aunque Sandro le hacía videollamadas cada dos días, ella sentía que era algo muy frustrante. Sus conversaciones eran muy breves y necesitaba un cálido abrazo de los suyos.
Así que allí estaba ella, viendo atardecer tras atardecer, pensando en su hijo y su pequeña nieta que estaban a kilómetros de distancia, y deseaba estar con ellos.
Una tarde, escuchó sonidos de la casa vecina. Era un lugar muy pequeño, y debió haber sido renovado hacía años. Carlota miró por la ventana y se alegró de ver que tenía nuevos vecinos.
Los ojos de Carlota se abrieron con entusiasmo infantil cuando vio a una mujer joven que trabajaba en la cocina, mientras le hablaba a dos niños que parecían ser gemelos.
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“¡Galletas! ¡Les hornearé galletas!”, exclamó Carlota feliz y se ató el delantal.
Esa noche, estuvo parada con una canasta de galletas en el porche de la casa de la vecina, esperando que alguien respondiera. Podía escuchar ruidos desde el interior, pero nadie abrió la puerta.
Carlota dejó el cesto de galletas en la puerta y se fue a dar su paseo nocturno por la playa. Se sentía bien simplemente ver a la gente, y también era divertido escuchar sus conversaciones cotidianas de pasada.
Pero ese día, Carlota notó que un tema en particular era popular entre los vecinos.
“¿Viste a esa jovencita con los gemelos?”.
“... los niños se veían algo andrajosos, con su cabello despeinado…”.
“... la mujer es demasiado antipática, ni siquiera devuelve el saludo…”.
“... me pregunto dónde está el marido. No sería una sorpresa si la hubiera abandonado…”.
Carlota tenía sus propias ideas, pero no le gustaba la forma como comentaban acerca de la vida de la joven.
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“Seguramente, hay una historia allí…”, se dijo Carlota, tratando de pensar en una nueva forma de conectarse con la escurridiza mujer.
Se encontró con la vecina en la tienda de comestibles al día siguiente, y al instante quedó claro que la mujer estaba nerviosa. Buscaba algo en su bolso mientras la cajera la miraba con los ojos en blanco.
Los niños corriendo alrededor de ella en círculos mientras gritaban, tampoco estaban ayudando.
“¡Salga de la fila, por favor! Dele paso a las personas que sí tienen dinero para pagar sus compras”, le dijo en tono hostil la cajera.
Carlota se sintió avergonzada por la mujer y se acercó a ella antes de que saliera corriendo de la tienda con los niños.
“¡Hola! Soy Carlota, tu vecina. Pasé el otro día para llevarle galletas a los niños”. Carlota notó que la mujer evitaba mirarla a los ojos y fingía disciplinar a sus hijos.
“Escucha, has recorrido un largo camino desde la casa para comprar comestibles. No te vayas con las manos vacías. Déjame ayudarte. Tengo algunos dólares en mi bolso”, dijo con amabilidad.
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Carlota abrió su bolso y buscó en su interior por menos de un minuto. Encontró el dinero ofrecido y algunos caramelos de las compras de la semana pasada.
“Esto…”, dijo, repartiendo los toffees y haciendo todo lo posible por inclinarse al nivel de los ojos de los niños, “¡es para ustedes, pequeños caballeritos!”.
Los gemelos estaban hipnotizados al ver los dulces, pero la voz de su madre los paralizó.
“¡No! No tomen los dulces de esa anciana”, gritó, para gran sorpresa de Carlota.
La mujer rápidamente se dio cuenta de lo fuerte que había hablado, ajustó su tono y le habló a Carlota en voz baja pero fría.
“Gracias, pero no necesito tu ayuda”. Tirando de los pequeños brazos de sus hijos, salió de la tienda.
Carlota había notado las lágrimas en los ojos de la joven madre. “Está enojada, pero siente dolor. Me pregunto qué será lo que le ha tocado vivir…”.
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Se enteraría algunos días después. Una mañana, cuando Carlota caminaba por la playa, escuchó el sonido del agua salpicando y de risas infantiles. Siguió el sonido y se preocupó al encontrar a los gemelos de la vecina parados hasta las rodillas en el mar.
“¡Niños! ¿Dónde está su madre?”, les preguntó.
Los hermanos le sonrieron y señalaron en dirección a su casa. Carlota miró a su alrededor y esperó con los niños durante unos minutos, pero no había ni rastro de su madre.
Algo no estaba bien. “¿Por qué alguien dejaría a sus hijos desatendidos en la playa?”, se preguntó Carlota.
“Esa mujer no parece del tipo descuidado”, se dijo. “¡Tengo que ir a ver que esté bien!”, decidió, mientras agarraba las manos de los niños y los llevaba a su casa.
Y gracias a Dios que lo hizo. Si Carlota hubiera ignorado su instinto o hubiera llegado incluso unos minutos más tarde, los gemelos inocentes habrían perdido a su madre para siempre.
Cuando Carlota abrió la puerta, encontró a la joven madre inconsciente en el suelo de la cocina, junto a una pila de platos rotos.
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Los gemelos comenzaron a llorar, tratando de despertar a su madre. Carlota no perdió ni un segundo en llamar a emergencias y distrajo a los niños para que se calmaran mientras llegaba la ayuda.
Tan pronto llegaron los paramédicos, lograron hacer reaccionar a la agotada madre. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el amable rostro de Carlota.
“¡Mis niños! ¡Rafael! ¡Raimundo!”, gritó la mujer desde la camilla, mientras el equipo médico y la ambulancia la preparaban para llevársela.
Carlota leyó la preocupación en los ojos de la joven madre y le agarró las manos. “No te preocupes. Todo está bien. Yo me encargaré de tus niños”.
Esa fue la primera vez que la mujer miró a Carlota a los ojos y asintió con lágrimas en los ojos en señal de gratitud.
Carlota cumplió su promesa y cuidó de los niños como una abuela. Acogió a Rafael y Raimundo y los dejó quedarse en el dormitorio que había hecho especialmente para su nieta Eva.
Les hacía comidas especiales, jugaba y cantaba con ellos. Por la noche, respondía a todas las inquietudes que tenían en sus corazoncitos sobre la salud de su madre.
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“¡Ella vendrá pronto y jugará con ustedes, mis niños! Pero va a necesitar que se comporten lo mejor posible”, sonrió y alborotó el cabello de los gemelos.
Durante esos días, Carlota tuvo la oportunidad de saber la verdad de lo que ocurría en ese hogar. Encontró una nota que la mujer, cuyo nombre era Patricia, había escrito, quizás para desahogarse en un momento de dificultad.
“Soy lo único que tienen ahora. Nunca los abandonaré como hizo su padre. Trabajaré muy duro y, algún día, viviremos en una casa grande y hermosa como la que tuvimos. Tendrán todo lo que quieran y necesiten”.
Las lágrimas corrieron por su rostro mientras los niños dormían a su lado. A estas alturas, sabía que Patricia había desarrollado graves problemas renales y cardíacos debido al estrés y la precaria alimentación.
Había estado luchando para llegar a fin de mes vendiendo suéteres y calcetines que ella misma tejía. Sin embargo, luego de haber sufrido una decepción amorosa y haber sido abandonada, posiblemente habría perdido el apetito y eso la llevó al colapso.
Al ver a los hijos de Patricia desbordar alegría, Carlota recordó cuánto anhelaba a su pequeña Eva. También se preguntó si había algo que pudiera hacer para ayudar a que la vida de los niños fuera un poco mejor.
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De pronto, la respuesta que estaba buscando se hizo evidente. Cuando Patricia llegó a casa del hospital, los niños ya habían comenzado a llamar a Carlota “abuela”.
La mujer no encontraba las palabras para agradecer a su vecina, por tanto, Carlota la abrazó y le dijo: “No te sientas en deuda conmigo, querida. Solo hice lo que cualquier ser humano decente haría”
“Además, soy yo la que tengo que agradecer. Tus niños me han regalado unos días de felicidad pura, que hacía mucho no sentía. De ahora en adelante, esta casa está abierta para ustedes”, agregó y besó la frente de Patricia.
Ese fue el comienzo de una amistad de por vida entre ambas. Carlota cuidaba a los niños mientras Patricia trabajaba, y a su vez la joven madre hacía sentir querida y útil a la anciana.
En la siguiente navidad, cuando Carlota, Patricia, Rafael y Raimundo estaban sentados en una mesa llena de comida deliciosa, alguien llamó a la puerta. ¡Eran su hijo Sandro y su nieta, Eva!
Sandro pensó en sorprender a su madre con su visita, pero fue él quien se quedó sin habla, al sentir la alegría y amor que flotaba en su hogar. Al ver a su madre más feliz de lo que había sido en años, se sintió un poco culpable.
Mientras todos en la mesa disfrutaban de la mutua compañía, Sandro se hizo una promesa: estaría mucho más presente en la vida de su madre y la acompañaría en sus últimos años.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Cuando sientas que algo está mal, actúa. Carlota escuchó sus instintos y fue hasta la casa de su vecina, lo que posiblemente salvó su vida.
- Podemos establecer fuertes lazos familiares con personas que no son de la misma sangre. Carlota y Patricia terminaron siendo como una familia, por el amor y el apoyo que se daban.
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