Mujer echa a su esposo discapacitado y a su hijastro: se arrastra hacia él de rodillas cuando termina en las calles - Historia del día
Cuando le amputaron la mano a Eduardo después de un accidente laboral, perdió su trabajo. Su esposa lo echó con su pequeño hijo y, dos años después, el destino la hizo rogar por su ayuda.
Eduardo era un hombre respetable. Tenía 30 años, era encantador y leal a su difunta esposa, Emily, quien falleció un año atrás debido al cáncer.
“Nadie puede ocupar su lugar. Se necesitaría toda una vida para encontrar una mujer tan amable como ella”, pensaba a menudo y se negaba a encontrar el amor de nuevo.
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Un día, él y su hijo Reynaldo, de dos años, volvían a casa desde el cementerio después de conmemorar el primer aniversario de la muerte de Emily cuando conoció a una mujer extraña.
“Señorita... señorita... Oiga, ¿está bien?”, corrió él a su rescate. Uno de los tacones de sus zapatos se había atascado en el hueco de una rejilla de desagüe. La mujer estaba avergonzada y tuvo que desechar su calzado dañado.
“Estoy bien”, dijo ella riendo mientras se paraba avergonzada sin un zapato.
Eduardo sintió pena por la mujer indefensa y le ofreció llevarla. Durante este tiempo, se presentó y supo que Pamela, la mujer, estaba divorciada y no tenía hijos.
Diez minutos más tarde...
“Gracias por esforzarte por mí... ¡Eso significa mucho!”, dijo ella, sonrojándose mientras bajaba frente a su casa y cerraba la puerta del auto.
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Eduardo supuso que eso era todo, y justo cuando estaba a punto de irse con su hijo, Pamela apareció cerca de la ventana del conductor y le dio sus datos de contacto.
“¡Llámame!”, dijo, sonrojándose. Esa noche, Eduardo no tenía idea de adónde lo llevaría esto.
Él y Pamela comenzaron a verse a menudo. A ella le encantaba acurrucarse con el pequeño Reynaldo e incluso ayudaba a cuidarlo cuando Eduardo se iba a trabajar. Era carpintero principal en una empresa privada de muebles.
Poco a poco, Eduardo se fue enamorando de Pamela. Sentía que ella no solo sería una esposa perfecta, sino que sería la madrastra ideal para su pequeño hijo.
“Mi hijo necesita una mamá y no puedo encontrar a nadie mejor que Pam”, pensaba él. Unos meses después, le propuso matrimonio. Como era de esperar, ella estuvo de acuerdo.
Los dos se casaron en una ceremonia íntima. Se fueron de luna de miel con su hijo y vivieron los mejores días de su vida durante tres años.
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Pero un día después de brindar por su tercer aniversario de bodas, Pamela hizo una extraña petición. Quería iniciar un negocio y necesitaba un inversor. No podía pensar en nadie más que en Eduardo para esto.
“Cariño, lo que estaba pensando... ¿Por qué no vendemos esta casa? Estoy segura de que tendré una gran facturación al final de los próximos dos trimestres, y podremos comprar una casa más grande... prometo devolverte el dinero”, le dijo a Eduardo.
Él le creyó e inmediatamente preparó el papeleo. Vendió su casa e invirtió en el negocio de Pamela. Luego, él, su hijo y su esposa se mudaron a la pequeña casa que tenía ella fuera de la ciudad, sin anticipar la tormenta que se avecinaba en sus vidas.
Todo parecía perfecto hasta que un día Pamela recibió una llamada de la oficina de Eduardo sobre un percance. Se apresuró al hospital, donde los médicos le dijeron: “Lo sentimos, señora Tejera. La mano derecha de su esposo resultó gravemente herida y tuvimos que amputársela”.
Eduardo perdió su mano y ya no pudo trabajar después de eso, aunque usaba una prótesis de mano. Perdió su trabajo y se quedaba en casa todo el tiempo. Eso frustraba a Pamela.
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Se mantuvo callada y se adaptó durante los primeros tres meses después del incidente, pero ya no podía soportar ver a Eduardo ocioso.
“Tengo que cocinar, limpiar y cuidar a tu molesto hijo”, argumentó un día. “Y luego, tengo que traer dinero a esta casa. ¿Soy yo el hombre de esta casa o lo eres tú? ¿Por qué no encuentras un trabajo pronto en lugar de quedarte tirado en el sofá como un idiota perezoso?”.
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Las palabras de Pamela descorazonaron a Eduardo. Él nunca se esperó que ella dijera eso. Entonces argumentó: “Pero prometiste devolverme el dinero que te di, ¿recuerdas?”.
“Vendí mi casa por ti... Estoy seguro de que podré comenzar algo nuevo una vez que tenga mi dinero de vuelta”.
Esto enloqueció a Pamela. Dos días después, Eduardo regresó a casa de la iglesia con su hijo Reynaldo, de cinco años. Entonces vio que habían dejado sus maletas afuera y la vivienda estaba cerrada.
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Pamela los había echado. “Pondré mi casa en alquiler. ¡Tú y tu hijo agarren sus cosas y váyanse!”, le dijo ella poco después.
“Pero Pamela... ¿Adónde iremos? No tenemos ningún lugar y vendí mi casa por ti”, exclamó Eduardo.
Ella respondió: “No me importa. Esto compensa los problemas por los que pasé para alimentarte a ti y a tu hijo durante tres meses. Olvídate de la casa y olvídate de mí. He encontrado una buena pareja y quiero ser feliz. ¡Adiós y no vuelvas nunca! Te enviaré los papeles del divorcio pronto”.
Eduardo estaba devastado. Tomó sus maletas y se fue con su pequeño hijo. “Dios, ¿adónde iremos? No tenemos adónde ir ni nadie que nos ayude”, pensó, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
El padre y el hijo llegaron a la estación del metro local para refugiarse, pues había comenzado a llover. Eduardo envolvió a su hijo en una manta vieja. Él seguía llorando mientras los transeúntes los miraban. Pero nadie le preguntó nada hasta que intervino una anciana curiosa.
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“Joven, ¿qué pasó? ¿Por qué lloras? Trabajo en el mostrador. Te he estado observando durante mucho rato. Pareces preocupado. ¿Está todo bien?”, le preguntó ella.
Lo llevó a su habitación y les dio a él y a Reynaldo una bebida caliente. Consolado por su amabilidad, Eduardo le contó a la mujer, Doris, todo sobre él.
“No fue mi culpa. Perdí mi capacidad de trabajo después del accidente. Me siento como un perdedor. No sé cómo voy a criar a mi hijo”, dijo sollozando.
Doris le secó las lágrimas. Luego le dijo unas palabras amables que aligeraron el corazón del hombre y lo motivaron a no rendirse nunca.
“Hijo, para lograr el éxito en la vida, no dependes de las manos o las piernas, sino de la determinación, la dedicación y el trabajo duro.
“No te rindas todavía porque tienes mucho por hacer. Tienes todo un futuro por delante. ¿Cómo puedes rendirte tan fácilmente? Levántate y ponte manos a la obra. Te ayudaré”.
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Doris le presentó a Eduardo a su hijo, Miguel, que dirigía una empresa de muebles en un pueblo vecino. Se enteró de las habilidades únicas de carpintería del hombre y lo contrató como gerente. Él y Reynaldo se mudaron a las dependencias del personal de la empresa.
El padre necesitó dos años de inquebrantable devoción a su trabajo para volver a rehacer su vida. Se hizo rico y podía permitirse todo lo que alguna vez pensó que estaba lejos de su alcance debido a su discapacidad.
Eduardo y su hijo se mudaron a su nueva y gran mansión y vivieron allí los mejores días. Se olvidaron de Pamela y no tenían idea de lo que estaba haciendo hasta que un día llegó a su puerta.
“¿Tú? ¿Qué haces aquí y por qué has venido?”, le preguntó Eduardo, furioso cuando inesperadamente llamó a su puerta, rogándole ayuda. Resultó que su nuevo novio la había engañado y estafado.
“Él tomó todo mi dinero y me abandonó. Vendí mi casa después de que prometió ayudarme a expandir mi negocio. Pero perdí todo. No tengo adónde ir. Luego me enteré de ti. Necesito tu ayuda”, le pidió de rodillas.
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Eduardo pensó profundamente y dijo: “Mira, todo lo que puedo hacer es alquilarte una habitación de hotel. Y tal vez contratar a un abogado. Pero no puedo hacer nada más. Puedes irte ahora y reunirte conmigo en mi oficina mañana”.
El hombre cerró la puerta de golpe en la cara decepcionada de Pamela. Ella se quedó allí llorando y golpeando su puerta para que la dejara entrar, pero él se negó.
Eduardo estaba decidido a no volver a confiar en ella, pues quería preservar la paz y la felicidad que había redescubierto en su vida. Él y Reynaldo nunca volvieron a mirar su pasado y no volvieron a tener nada que ver con Pamela.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La compasión cura un corazón roto. Cuando Doris encontró a Eduardo y a su hijo varados en la estación de metro, los ayudó a refugiarse y los animó a no darse por vencidos.
- Cuando traiciones a otros, prepárate para ser traicionado. Pamela engañó a Eduardo y lo echó con su hijo. Al final, el karma le devolvió el golpe cuando quedó en la calle después de que su nuevo novio la estafara y la abandonara.
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