Señorita compra provisiones para una semana a un anciano discapacitado en el parque: luego hereda su mansión - Historia del día
La vida de una madre soltera dio un giro inesperado después de ayudar a un anciano discapacitado en el parque. Ella arriesgó su trabajo por el extraño sin prever lo que ocurriría poco después.
“¡Lo siento, llegué tarde! Tuve que limpiar después de que un paciente desocupara su habitación. ¿Saúl se despertó?”, dijo Samantha tras abrir la puerta y saludar a su madre Dorothy.
Regresó a casa esa mañana después de terminar su turno de noche en el hogar de ancianos local.
“¿Tienes que hacer esto, cariño? Mírate... te ves muy cansada, apenas descansas. Trabajas mucho todo el día por nosotros”. Dorothy estaba preocupada.
Después de que Samantha perdiera a su esposo José en un accidente de incendio, su vida se derrumbó. Ella se estaba ahogando en sus deudas y tuvo que tomar un segundo trabajo para mantener a su familia y conservar su casa.
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Ella trabajaba como camarera a tiempo parcial durante el día y a tiempo completo en la noche como cuidadora en un hogar de ancianos.
Con sus ganancias, enviaba a su hijo Saúl, de ocho años, a la escuela, compraba medicinas para su madre y saldaba sus deudas mientras reservaba una pequeña cantidad para llegar a fin de mes. Pero, aun así, nada parecía suficiente, y sus luchas como madre soltera seguían acumulándose.
“¿Nos vamos?”, le preguntó Samantha a su hijo. “Sé un buen chico. No pelees. Te recogeré en la parada a las tres en punto. No vayas a ningún lado si llego un poco tarde. Prometo llegar a tiempo, ¿de acuerdo?”.
A pesar de todo ese agotamiento, Samantha solía llegar a casa a tiempo todas las mañanas para llevar a su hijo a la parada del autobús escolar y verlo irse.
Saúl abrazó a su madre con lágrimas en los ojos. Sabía lo cansada que estaba y lo mucho que necesitaba descansar. Le dolía saber que ella tenía que sacrificar tanto tiempo para mantener a la familia.
La madre le dio un beso de despedida a su hijo y lo ayudó a subir al autobús escolar. “¡Dios, se está haciendo tarde!”, murmuró y se apresuró a regresar a casa para prepararse para su trabajo diario en un restaurante de élite. Samantha era camarera allí.
Iba retrasada, así que tomó un atajo a través de un parque. Corría tan rápido como sus piernas se lo permitían. “Debo ir a trabajar rápido, o mi jefe arruinará mi día. Él había dicho que hoy había una reserva especial para el desayuno y la inspección. Debo darme prisa”.
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Mientras la mujer cruzaba corriendo el parque, vio a un anciano discapacitado llamado Francisco en una silla de ruedas disfrutando del aire y el sol de la mañana. Pasó corriendo junto a él y luego escuchó la débil voz del hombre llamándola.
“Señorita... Oiga, señorita... Se le cayó el monedero”.
Samantha deslizó su mano en los bolsillos de su sudadera con capucha y descubrió que su monedero no estaba allí.
"Señorita, está aquí... cerca de mi silla de ruedas... ¡mire hacia abajo!”.
La mujer caminó hacia el hombre mayor y vio su monedero.
“¡Ah muchas gracias!”, exclamo ella.
El anciano sostenía una botella de agua vacía y Samantha vio un papel que había caído cerca de su silla de ruedas. Ella lo recogió. Era una lista de compras.
“¿Esto es suyo?”.
¡Ah, sí! Gracias, señorita. Creo que debe haberse caído de mi abrigo”, dijo Francisco.
Ella lo observó y supuso que podría tener hambre. Vio la hora en su reloj y supo que ya iba a llegar tarde al trabajo, pero decidió agradecer al amable anciano y corrió al supermercado más cercano.
Momentos después, regresó al lugar donde Francisco estaba sentado y le entregó una bolsa de comestibles para una semana. Él se quedó atónito y en silencio durante unos segundos antes de comenzar a hablar.
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“¿Qué significa esto? ¿Por qué me compró comestibles, señorita?”, exclamó Francisco.
Samantha se sentó en el banco cerca de él y exhaló profundamente. “Mi madre siempre me decía que le devolviera el favor cuando alguien fuera amable. ¡Solo hice eso!”.
La última vez que Francisco había llorado fue cuando estaba frente al ataúd de su difunta esposa. Después de eso, nada lo había hecho llorar. Pero en ese momento, las lágrimas se asomaron en sus ojos y no pudo contenerlas.
“¿Cuál es tu nombre? ¿Y dónde está tu casa?”.
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“¡Mi nombre es Samantha y vivo con mi hijo y mi madre en una casita al final de esta calle!”.
“¡Ah, ya veo! Me alegro de conocerte. Y gracias por esto. ¡Nunca olvidaré tu ayuda!”.
Cuando la mujer se levantaba para irse, recibió una llamada de su jefe.
“B…Buenos días, s…señor. Estoy en camino”.
“Srta. Samantha, está bien. No tiene que preocuparse tanto. Está DESPEDIDA por llegar tarde de nuevo”. El jefe le colgó, y arruinó no solo su día, sino también una parte de su sustento.
“¿Qué pasó? ¿Está todo bien?”, le preguntó Francisco.
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“Mi jefe me despidió. ¿Qué hago ahora? Encontrar otro trabajo no es tan fácil. Debo irme a casa ahora. Necesito resolverlo. Fue un placer conocerlo, señor. ¡Adiós!”.
Samantha lloró camino a casa, maldiciendo su destino. Ni remotamente imaginaba cómo su vida iba a cambiar una semana más tarde, cuando el anciano apareció inesperadamente en su puerta.
“¡Ah, hola, señor! ¡Por favor, pase adelante!”. Samantha se sobresaltó cuando encontró a Francisco en la puerta de su casa en su silla de ruedas. Estaba vestido con un traje caro y no se parecía en nada a cómo lo había visto en el parque el otro día.
Ella observó nerviosamente al hombre mayor empujando su silla de ruedas dentro de la sala de estar. Él se detuvo e invitó a Samantha a unirse a él para una pequeña discusión, una que cambiaría su vida por completo.
Francisco sacó una carpeta y un teléfono móvil, y llamó a alguien para que fuera a la casa de la mujer. Minutos más tarde, un abogado llegó para unirse a la conversación.
“Samantha, te presento a Alex, mi abogado”, comenzó Francis. La mujer sonrió tímidamente y asintió.
“¡Hola!”, dijo ella.
“Mi esposa y yo nunca tuvimos hijos. Trabajamos duro para construir nuestra fortuna y éramos demasiado viejos cuando queríamos tener una familia”.
Samantha comenzó a morderse los labios con ansiedad. Estaba desconcertada.
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Francisco continuó: “Después de que ella muriera hace diez años, continué estableciendo y haciendo crecer mi negocio. Tuve éxito”.
“Pero siempre me preguntaba: ¿quién me reemplazaría? No tengo amigos ni familia. Entonces, ¿quién sería mi heredero? ¡Encontré la respuesta en el parque la semana pasada!”.
Samantha jadeaba y resoplaba pesadamente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
“Alex, léele mi testamento a Samantha y obtén su firma”.
Resultaba que Francisco había querido mudarse a un hogar de ancianos durante mucho tiempo, pero estaba preocupado por el destino de su fortuna. Después de conocer a Samantha y ser testigo de su amabilidad, decidió legarle su patrimonio.
“Señor, lo que hice fue solo un pequeño gesto de bondad. Pero siento que regalarme su casa y su dinero es demasiado. Por favor, no puedo aceptar esto”.
“Querida, eres como mi hija, y por favor entiende... ningún acto de bondad es grande o pequeño. Se necesita un gran corazón para ser amable. Acéptalo como si lo recibieras de tu padre. Seré feliz y viviré el resto de mi vida en paz”.
Aunque Samantha se mostraba reacia, Francisco la convenció de aceptar y firmar los papeles. Poco después, la gran mansión del anciano y su saldo bancario fueron legados a la madre en reconocimiento a su amabilidad.
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¿Qué podemos aprender de la historia?
- Ningún acto de bondad es un desperdicio, sin importar cuán pequeño o grande sea: Samantha le compró a Francisco una semana de comestibles después de que él le dijera que su monedero se había caído en el parque. Conmovido por su compasión, el anciano le legó su propiedad.
- Todos merecen amabilidad y amor: Francisco y Samantha eran dos almas diferentes que demostraron que la bondad engendra solo bondad. En última instancia, su compasión y lealtad le dieron a cada uno una recompensa. Aunque a la madre le fue legado el patrimonio del anciano, Francisco encontró la paz después de encontrar un heredero digno de su fortuna.
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